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martes, septiembre 16

Nadie es más sentimental que Rodrigo


Tardei, tardei, tardei, mas cheguei enfim.

Cavalo es el más reciente proyecto solista del músico brasileño Rodrigo Amarante. El exintegrante de Los Hermanos ya había explorado un estilo más propio con la creación de Little Joy —junto a Fabrizio Moretti, baterista de The Strokes, y la cantante Binki Shapiro—, pero es con Cavalo que ha podido crear algo completamente suyo, como es evidente a lo largo del álbum.

Para quien conocía a Rodrigo en la época de Los Hermanos, podía darse cuenta de qué canciones eran compuestas por él y cuáles por Marcelo Camelo. Las de Camelo apuntaban a una aceleración contagiosa, un ritmo catchy, tenían una estructura más simple con un dramatismo contenido y generaban en quien las oía una rápida identificación. Canciones algo generales que agradaban a la gran mayoría con facilidad, pero que se presentaban en bruto, sin ser pulidas.

En Rodrigo es notoria una mayor sensibilidad tanto en la letra como en la melodía. Hay un mayor cuidado, un mayor preciosismo. También es posible ver, aún en su estado más embrionario, una especie de confesión a través de la música, extremadamente sutil. Amarante no se limita a hacer las canciones que la gente quiere oír, sino que deposita en lo que canta una parte de sí mismo y lo presenta de la forma más pura posible. Es exactamente esto lo que demuestra en Cavalo.

Sin limitarse a su idioma materno, Rodrigo también incluyó en este álbum cuatro composiciones en inglés y una en francés, exhibiendo su versatilidad lingüística. De entre las once canciones que trae el disco, las siguientes son las que vale la pena destacar.
Nada em Vão es la pieza que abre este (re)encuentro y se muestra como el autor: simple, sin grandes pretensiones. Una canción no muy compleja, pero con la firma de su creador muy presente. Nos advierte que lo mejor está por venir y que esto es solo una especie de aperitivo ligero para estimular el apetito.

Irene es, probablemente, la canción que mejor nos muestra a Rodrigo. Las notas iniciales hacen prever una canción melancólica y es precisamente eso lo que nos es dado. Aquí, queda claro que la tristeza que lo acompañó durante gran parte de sus composiciones anteriores no desapareció, solo está más enraizada en él, siendo algo más natural que nunca.

Casi como si escondiera esta revelación fortuita de sí mismo, Amarante sigue con una melodía con un obvio ritmo bahiano que confirma, en caso de que hubiese alguna duda, que el tema de lo brasileño es una de las marcas más claras del cantante. Maná viene a contrapesar Irene como un modo de manifestar que tiene más para ofrecer que la tristeza.

El inicio de piano de Fall Asleep puede hacernos caer en el error de que sigue una nueva composición melódica; sin embargo, no es justamente eso. A semejanza del título, funciona casi como una verdadera canción de cuna por los mejores motivos: conduce a quien la escucha por un estado de paz que está permanentemente rozando la tristeza, pero que nunca podrá ser descrito como realmente triste. Al mismo tiempo, la voz de Rodrigo, calmada como siempre, dispone el tono para oír lo que tiene para decir por completo y sin interrupciones.



La capacidad del músico brasileño para moverse libremente en la frontera de la desdicha es algo que le es inherente, y es eso lo que The Ribbon viene a comprobar. Esto parece lo más cercano que Amarante tiene a una canción de amor —o una casi-canción de amor—, sobre todo si quien la escucha se deja guiar por la historia que Rodrigo va hilando entre las frases entrecortadas.

Cavalo, la canción que da nombre al álbum, es una balada imponente con notas negras que la seguirán hasta el final. También nos hace compañía la voz de un joven que recita versos en japonés durante los intervalos en que Rodrigo no canta, y que aumenta aún más la fuerza de una canción ya enérgica. Es, además, notablemente oscura, con un peso que las otras no presentan. Tal vez por su firmeza no tenía sentido darle otro nombre al disco.

Tardei es el tema de despedida, quiebra la línea melancólica de las canciones anteriores, pero no por completo. Amarante termina aquí su exposición, despidiéndose en los últimos versos (Desceu pelo rio, Da terra p’ro mar, Um fio de terra que me leva) de manera abrupta, tanto que nos hace sentir que quedó mucho más por decir.

Es en Cavalo que podemos, finalmente, apreciar al Rodrigo que estaba aguantando, tímido, entre sus Hermanos. Este álbum es la maduración de un artista que nunca fue del todo inmaduro. Rodrigo Amarante se abre y el resultado es, por lo menos, soberbio. Escucharlo es dejar que se acerque —a pasos firmes, pero todavía con algún recelo que no se ha ido— y conocer lo que él tiene para decir. Para quienes ya lo conocían, este es un reencuentro con el joven que ahora es un hombre y que consigue expresarse más clara y sentimentalmente. Porque, al final, ¿hay alguien más sentimental que él?

Traducido del portugués por Miguel Muñoz.

sábado, abril 5

20 versiones de Kurt Cobain



1. 
Lo encontraron unos días después del disparo. Un electricista iba a instalar un sistema de seguridad y entró al vivero que había a un lado de la casa. Era un viernes y Cobain tenía todavía la escopeta apuntando a su mentón, sangre saliendo de una de sus orejas y una nota muy cerca. Le escribió a su amigo imaginario de la infancia, Boddah, y utilizó un verso de Neil Young para decir que era mejor extinguirse de una sola vez que poco a poco. 

Tenía 27 años, una mujer, una hija, una banda exitosa y millones en su cuenta bancaria. En las tragedias del rock siempre hay familiares, amigos y dinero. También hay heroína y diazepam.

2.
Desde finales de marzo de 1994 estaba en el Exodus Recovery Center, de Los Ángeles, para rehabilitarse por consumo de drogas. Nadie notó ninguna pulsión suicida en sus estancia en el lugar; es más, lo vieron contento: había jugado con su hija, Frances Bean,  y sonreía casi todo el tiempo. 

Miraba con atención la cerca que rodeaba a la institución.
—Hay que ser un estúpido para querer saltarla —dijo.

Por la noche, mientras salía a fumar un cigarrillo —algo permitido— escaló la cerca y se fugó.

Fue al aeropuerto y tomó un vuelo a Seattle.

La última persona que lo vio con vida fue Duff McKagan, entonces bajista de los Guns N’ Roses. Se sentaron uno al lado del otro en el vuelo, hablaron cordialmente (Duff nunca ha dejado de ser una leyenda en el circuito punk de su Seattle natal), se hicieron bromas, se despidieron afectivamente. 

—Mis instintos me decían que algo estaba mal —recordaría luego el bajista en su autobiografía, “It’s so easy”.

Para ese momento nadie en el mundo sabía que Kurt Cobain estaba desaparecido.


3.
En “Érase una vez el amor pero tuve que matarlo”, de Efraím Medina Reyes, Cobain aparece luchando por controlar los demonios iniciales y buscando que la guitarra sea una compañera real, aún a costa de las dificultades en casa:

—¿Cómo te llamas, primor? 
—Kurt.
—Guitarrista, ¿eh?
—Algo. 
—Muéstranos lo que puedes hacer —dijo el bajito con una sonrisa más blanca que la nieve. Los otros silbaron y aplaudieron. 
—Escucha, debo llegar a casa o tendré problemas.

El bajito le regreso la guitarra y se puso las manos en la cintura. —¿Eres guitarrista o Blancanieves? —dijo el bajito. Los otros rieron—. Toca algo y más vale que seas bueno.

Kurt miró el oscuro cerco y se sentó en el piso para afinar la guitarra, enseguida empezó a sacarle trinos. Era una vieja guitarra acústica pero sonaba bastante bien. Fue un solo de siete minutos. Los negros se habían sentado alrededor suyo, nadie movió una pestaña hasta que el silencio volvió a reinar. 

—Hey, hey, chico, vas a tener un lío —dijo el bajito.
—¿No te gustó?
—¿Gustarme? Chico, fue fantástico. Vas a joderte la crisma si no ves la raya, ¿entiendes? Tocas y miras como Jimi, eso es lo peor que podía pasarte. 

Kurt miró hacia el edificio: la luz del baño estaba apagada. 

4.
Kurt Cobain era el tipo agradable, con dolores estomacales no diagnosticados, que rara vez comía, que vivió con escoliosis que se complicaba cada vez más por la guitarra que cargaba en los shows. Era el hombre con ojos de un azul tan profundo que podían partirte en dos. Muchos lo siguen recordando con una sonrisa, con silencio, con gestos como recibirte en la madrugada en su cuarto de hotel, en plena gira, y escuchar tus problemas, para luego darte un abrazo (eso le pasó a Michael Azzerad, periodista y biógrafo de Nirvana).

Cobain estaba bien por las mañanas, pero a la noche estaba todo mal.

5.
Quería ser famoso y odiaba ser famoso.


“No le gustaron las consecuencias de la fama, pero él escogió venir a Los Ángeles y firmar con una disquera grande. Otros artistas no lo han hecho. Fugazi no lo hizo. Superchunk, Pavement —toda clase de artistas— no lo hicieron. Él se dirigió a ese camino; no solo escribió las canciones, diseñó las camisetas, escribió los guiones de los videos, él reescribió la biografía del grupo”, dijo Danny Goldberg, exmanager de la banda, a revista SPIN, hace 10 años.

6.
Alguna vez dijo que quería ser como John Lennon, pero con el anonimato de Ringo Starr.

7.
La referencia a Los Beatles no es gratuita. Cobain los amaba, especialmente en el disco “Meet the Beatles” (una versión extraña de uno de los primeros discos de los ingleses, que la disquera Capitol lanzó al mercado de Estados Unidos). Tanto como amaba a Black Flag, tanto como seguía a The Melvins y cargaba sus equipos. No había punto medio. Cobain siempre trató de equilibrar ese lado agresivo —con esa voz que parecía haber salido de una olla hirviendo con jeringuillas— con el pop más melódico posible.

“About a girl”, de su primer disco, es una canción de amor tanto a su novia de entonces, Tracy Marander, como a The Beatles, que escuchó toda una tarde sin interrupciones, para inspirarse. 


8.
Kurt Cobain fue un amante empedernido de los gatos.

9.
En 2005, Gus Van Sant ficcionalizó los últimos momentos de Cobain en “Last Days”. Michael Pitt interpretó a este “Blake”, quien revisita los demonios de su vida —la gente que se le pegó como sanguijuela, los ejecutivos de la industria, la familia, la música y la redención religiosa—, escondido en su casa, vuelto un fantasma. La película juega al silencio, al seguimiento del personaje y a la repetición de los momentos. Sigue siendo considerada un fiasco por muchos, pero quizás nos ofrece un instante que golpea: la canción final que “Blake” interpreta, para nadie, con letra inaudible, con cuerda que se rompe. 

Quiero creer que algo así pasó realmente.

10.
“A veces él se odiaba por querer el estrellato (…) Era un tipo complicado y siempre habrá cosas a las que no sabrás que te estás metiendo. Pero él se convirtió en una estrella de rock a propósito. Me contrató para eso. Nadie le puso una pistola en la cabeza. Él acercó su propia pistola a su cabeza”, también dijo Goldberg a revista Spin.

11.
Mudhoney y Pearl Jam hicieron una gira conjunta en 1994. Estaban en la Costa Este de Estados Unidos el 8 de abril. Dan Peters, baterista, y Matt Lukin, bajista —ambos de Mudhoney— compartían habitación de hotel en Washington DC. Sonó el teléfono, contestó Peters. Era su mujer.
—¿Has visto las noticias? Deberías encender el televisor.

Y Peters, quien tocó con Nirvana por un tiempo e incluso llegó a grabar en “Sliver”, lo supo.

—Oh, mierda…

Cuando Lukin salió del baño, Peters le contó la noticia. Nadie supo qué decir. Habían compartido el año pasado la gira europea —que terminó en sobredosis de Cobain en Roma— y no la habían disfrutado. Es más, la habían odiado. 

En el backstage del Fairfax Patriot Center las cosas no andaban mejor. Nadie celebraba, solo charlaban en un volumen bajo, con banderas a la mitad.  Eddie Vedder no lo podía creer. Tampoco Steve Turner, guitarrista de Mudhoney.

—Fue una noche difícil —recordaría años después Turner—. Todo el mundo estaba golpeado, el público estaba golpeado… La muerte de Kurt no nos sorprendió, realmente. Solo estábamos aturdidos. ¡Dios! ¡Qué desperdicio!

Al día siguiente, Pearl Jam debía ir a la Casa Blanca y llevó de invitado a Mudhoney.  Iban a conversar la posibilidad de hacer conciertos en comunidades en las que se habían cerrado bases militares. Pero la prioridad era otra: los llevaron de inmediato al Salón Oval porque el presidente Bill Clinton quería consejo sobre si debía o no hablar al país sobre el suicidio de Cobain.

Mudhoney esperó afuera. Les hicieron un recorrido especial de la Casa Blanca.

12.
Dave Grohl, baterista de Nirvana, no había visto a Cobain desde la suspensión de la gira europea, en 1993. Es más, estaba en Estados Unidos cuando se enteró de la sobredosis en Roma. Estaba preocupado, fuera de sí. Pasaron varios días hasta que pudo comunicarse por teléfono con Cobain.

—Lo siento, lo siento, lo siento —le decía su amigo—. Ha sido tan solo un estúpido error.

Grohl respiró.
—Ya, está bien. Pero ten cuidado. No te quiero muerto.

La llamada terminó con felicidad.

El día que le dijeron que Cobain estaba muerto, Dave Grohl pudo sentir cómo se le rompía el corazón mientras lloraba.

13.
Tom Grant es un investigador privado que ha estado ligado a casos de estrellas. Incluso llegó a ser contratado en 2012 para buscar y encontrar a Katherine Jackson —madre de Michael— quien luego de la muerte de su hijo fue, presumiblemente, secuestrada por algunos familiares, interesados en la herencia del cantante.

Y Grant está conectado con Nirvana.

Tom Grant fue contratado por Courtney Love a inicios de abril de 1994 para buscar a Kurt. Grant viajó a Seattle, estuvo en la residencia Cobain la noche anterior a que encontraran el cuerpo. Lo hizo en compañía de Dylan Carlson, uno de los mejores amigos del músico. No vio nada.

Luego vino el cuerpo y la obsesión para seguir investigando. Grant no se va por las nubes: 

“He llegado a la conclusión de que Courtney Love y Michael Dewitt (el niñero que vivía en la residencia de los Cobain) estuvieron involucrados en una conspiración que dio por resultado el asesinato de Kurt Cobain”, escribe en la web CobainCase.

Michael Dewitt es quien aparece vestido con ropa interior femenina en una de las fotos del disco “In Utero”.

Grant es muy claro sobre su trabajo: "ninguna acción legal, criminal o civil ha sido tomada hacia mí o alguna de las personas que en los medios han publicado esta historia". Y eso puede significar mucho, dado lo que él asegura.

14.
No es el único que piensa esto. En una entrevista para la revista UNCUT, poco después de muerte del cantante, Kim Gordon, bajista de Sonic Youth, puso el dedo en la llaga.
—¿Crees que haya un motivo para suicidarse? —le preguntaron.
—Ni siquiera sé si él se mató —respondió—. Hay mucha gente cercana a él que no cree que lo hizo.
—¿Piensas que alguien más lo hizo?
—Sí, lo pienso.

15.
El viernes 8 de abril, Blind Melon era el invitado musical en el “Late Show”, de David Letterman. Shannon Hoon, el cantante, tocó la guitarra acústica y pudo con los versos de  la canción “Change”, con un signo de interrogación dibujado en su frente.

Hoon quería saber por qué pasó lo que pasó. 

Se lo hizo saber al mundo.

Cuando terminó la canción, como es su costumbre, David Letterman se acercó a la banda. Pero Hoon lo detuvo al seguir en el micrófono: “Sé que estoy hablando a nombre de un montón de gente. Ahhh… Y solo le queremos decir ‘adiós’ a Kurt Cobain”.

El 21 de octubre de 1995, Shannon Hoon moría por sobredosis. Sus compañeros de banda lo encontraron en el bus que usaban para la gira en la que estaban.

En su tumba hay escritos versos de la misma canción que cantó el día que descubrió que Cobain había muerto.

16.
¿Qué pasaba por la cabeza de alguien como Cobain? La tentación de decidir sobre él es muy grande, sobre todo cuando hay una leyenda que alimentar. Todos creemos conocerlo, porque se convirtió en cercano, en un tipo pequeño, delgado, de espalda curva, que era capaz de gritar desde algún lugar que parecía ser perfecto y agónico. 

Y no solo eso. 

Convertirse en “la voz de una generación” es casi un ataúd. Una responsabilidad.

Dicen que Cobain es lo más cercano que tuvimos a John Lennon para quienes crecimos en los años noventa.

Y el grito de Lennon en “I want you (she’s so heavy)” es lo más cerca que ambos estuvieron, jamás.


Pero lo que importa es la música y Kurt Cobain, más que un compositor prolífico fue un compositor que buscaba obtener un resultado particular. Fue metódico, repitió hasta el cansancio las notas; buscó maneras, sonidos, letras, melodías. No desechó nada y las casi 60 canciones que publicara con Nirvana (además de las otras que fueron parte de otros proyectos en los que participó), prueban que no era el artista atormentado e inquieto que iba de un lado al otro. 

Cobain buscaba una canción perfecta, echaba tierra sobre aquellas que no funcionaban y pulía todo lo demás. Las canciones podía tener hasta 5 años de trabajo (“Sappy” es un ejemplo de eso, siendo grabado en cada sesión de cada disco que hicieron y que solo viera cara al final, en un disco compilatorio, en el que Nirvana participara) y varias letras, partes, verso, coro, verso, armonía vocales o no, riff o solo un desglose de acordes. Era el punk rocker que podía hacer canciones de amor y eso exigía mucho trabajo. 

Fue un artista lúcido. Tenemos mucho de sus borradores/demos gracias a bootlegs (la serie “Outcesticide” siempre estará a la cabeza de los fanáticos) y a la publicación oficial de “With the lights out” (2004). Ahí está el trabajo periódico, constante, el acierto y el error. Hay un plan, él tenía uno y no se podía quejar.

También jugaba. Ahí están algunos  videos musicales de la banda como prueba de ese humor corrosivo.


La leyenda dice que cuando Bob Dylan escuchó por primera vez “Polly” —la canción que habla de un secuestro y abuso a una mujer, desde la perspectiva del victimario— dijo: “Este chico tiene corazón”.

Nos apropiamos de Cobain por ese corazón, porque parecía hablarnos. Lo escuchábamos como a ese hermano mayor que poco tenía que ver con nosotros, pero que era capaz de protegernos o aleccionarnos con su experiencia (“Just because you’re paranoid / don’t mean they’re not after you”, dijo en “Territorial Pissings”). El corazón estaba ahí y lo sentimos tal como lo sintió Dylan.

¿Qué otra cosa es la música sino sensación en carne viva?

“La música viene primero, las letras son secundarias. Muchas de mis letras son contradicciones. Escribo unas cuantas líneas sinceras y luego debo burlarme de ellas (…) creo que las letras que son diferentes, raras y espaciosas pintan un mejor cuadro. Esa es la manera en que me gusta el arte”, dijo alguna vez en una entrevista que se reprodujo en el home video “Nirvana: Live, Tonight, Sold Out!”.

El artista pintaba, hacía muñecos con piezas que encontraba por ahí, iba a conciertos, no se bañaba. Indagó en su sexualidad (su hermana Kim, lesbiana, es parte de la leyenda de la banda al ser fundamental para la creación de “Been a son”), y supo identificarse (alguna vez dijo: “No soy gay, pero me gustaría serlo solo para fastidiar a los homofóbicos”). Intentó lucha grecorromana en el colegio, y se peleó con los chicos más populares porque a ellos no les caía bien que las mujeres lo vieran con ojo de dulzura. 

La obviedad en Cobain estaba en su belleza física. Para 1994 estaba deteriorado, se lo veía cansado. En los concierto de Nirvana de 1990, 1991 y 1992, hay un tipo que está disfrutando lo que hace. Lo que pasa después te hace pensar en la obligatoriedad de cumplir un rol.

El disco “In Utero” empieza con el verso: “La angustia juvenil ha pagado bien / Ahora estoy viejo y cansado”. El mismo disco lo enfrentó a su disquera, que no quería lanzarlo por considerarlo un suicidio comercial. Kurt estuvo destrozado por meses, hasta que Krist Novoselic, bajista del grupo, entró en escena y solucionó la salida del álbum.

Cobain estaba obsesionado con la guitarra y esa obsesión no siempre fue pulcra, pero creció. Vivió con varios familiares. En casa de su tía Mari grabó el demo de su primera banda, Fecal Matter, con mucha desprolijidad. Con el paso del tiempo las cosas se controlaron más. “Clean up before she comes” es una gran muestra de cómo él buscaba ser más profesional, incluso en sus borradores.


Se volvía inalcanzable y todos querían un pedazo de él. Buscaba amigos, conversaba mucho. En un concierto de la gira “In Utero”, en 1993, vio a su padre después de varios años. Donald Cobain llevaba a un joven con él. Era el medio hermano de Kurt. Lo vio, lo saludó, lo presentó como su medio hermano a todo el mundo en el camerino. 

Todos querían un pedazo de él, todos teníamos un pedazo de él.

Lo llamaban a través de su agencia de representación. Ellos decidían qué hacer y qué no. Él no podía hacer nada. O hacía poco. 

Hubo momentos de mucha confianza y seguridad (la disquera le permitió poner un cuadro suyo de portada del “Incesticide”) y llegó a disfrutar y hablar sobre las letras de su último disco. Pero esa confianza duró solo meses y las dudas ganaron tamaño y consumieron todo lo demás.

Michael Stipe, el cantante de R.E.M., lo quería. Le pedía que trabajaran en un disco juntos y el entusiasmo estaba ahí.  Pero en la vida de Cobain eso era pasajero. Ya cuando todo estaba listo para que Cobain viajara a Athens, en Georgia, la rueda se detuvo: “Lo siento, no puedo hacerlo”, le dijo. Se presume que “Do, Re, Mi”, canción que existe en formato de demo en la caja “With the lights out” era una canción para ese proyecto.

¿Qué pasaba por la cabeza de alguien como Cobain? No hay sentido en molestarse en responder algo así.  Alguien que quería todo y que no supo lo frágil que era hasta que ese “todo” se lo tragó. Nada más.

17.
En 1992, Grohl estaba molesto con Cobain por un par de decisiones que se habían tomado sin considerarlo (no era músico pagado, era parte de la banda y tenía igual poder cuando se trataba de ordenar cosas de Nirvana). Se lo dijo a poca gente y prefirió no hacer ninguna escena. Kurt se enteró y le escribió una carta:

“No te preocupes, esta fama se irá y, con fe, podremos llegar al nivel de Pixies o Sonic Youth. En realidad hay momentos en los que quisiera acabar con la banda e iniciar una nueva que se llame Novoselic, Grohl and the Bad Communicator. Siento mucho haber estado distante, pero quiero que sepas que tu rol en la banda, como miembro y hermano, es letalmente importante. Bye-bye”.

Grohl todavía tiene la carta y la guarda con mucho cuidado.

18.
La versión de Krist Novoselic:

“Yo siempre tuve una personalidad más arrolladora. Me divertía, hablaba con las personas en el escenario y tomaba cerveza. Pero Kurt era realmente inteligente. Tenía su percepción sobre el mundo y sabía cómo lidiar con él. Tenía esa cosa de la sabiduría asiática: el silencio. Él podía leer a la gente muy bien, de mejor manera de lo que yo podría. Ahora que soy más viejo he mejorado en eso. Porque te das cuenta de que mucha gente es vampiro, ves sus agendas y yo antes no veía eso. Pero Kurt sí. Él podía cuidarse muy bien. Su onda era: ‘Construye tu propio mundo’. Así que no importaba en dónde viviera, él ponía en las paredes dibujos, música o cosas que él había coleccionado. Encontrabas 10 estatuas del Coronel Sanders, lo cual era bien raro. En un lugar, tenía unas paredes de madera y luego él encontró en una revista vieja, de los 60’s, un anuncio de una mujer trabajando la madera. Él lo colgó en la pared”.

19.
El hombre que no podía decir “no”:  “Al final, su mayor problema en la vida fue esa imposibilidad de decir: ‘Jódete. Jódete, Courtney, Jódete Geffen, voy a hacer lo que me da la gana’. Nunca lo escuché decir algo así. Esa siempre fue el área que él no quiso tocar”, recordó Courtney Love en una entrevista de hace 20 años.

Ella fue la que apareció en la vigilia pública en Seattle, el 10 de abril, y regaló parte del guardarropa de Cobain a los fanáticos.

Ella también, en mayo de 1994, guió de la mano a su hija Frances Bean, quien esparció las cenizas de su padre en el lago McLane, en Olympia.

20.
El informe policial sugiere que una de las últimas cosas que vio por televisión fue una maratón de “The Andy Griffith Show”. El segundo tema del primer disco de Nirvana, Floyd the Barber” era una alusión a uno de los personajes de esta serie, que se dedicaba a matar en una orgía de sangre y toallas calientes.

Los guiños siniestros resisten el paso del tiempo.



Fuentes: 
Rolling Stone: Kurt Cobain tributes: Living In Nirvana. 2014
Arnold, Gina. “Into the black”, revista Spin, 1994
Norris, Chris. “The Ghost of Saint Kurt”, revista Spin, 2004. 
Azzerad, Michael, Come as you are: The story of Nirvana. Three Rivers Press, USA. 1995.
Cobain, Rolling Stone Press. Little Brown and Company, USA. 1997.
Cross, Charles, Heavier than heaven: a biography of Kurt Cobain. Hyperion. USA. 2002.

miércoles, mayo 29

Los elefantes de Rapi

POR: GABRIELA PRIETO.

“No es que me acercara a los niños. Tengo la ilusión de no haberme alejado del niño que soy (…). Siempre fue el mundo que me gustó” Rapi Diego

El árbol genealógico de una familia no hace a una persona, pero –en este caso– vale la pena mencionarlo. Constante Alejandro de Diego y García- Marruz (1949-2006), nombre del famoso ilustrador y cineasta cubano conocido como Rapi Diego, fue hijo del fallecido Eliseo Diego y hermano de Eliseo Alberto, poeta y novelista, respectivamente; sobrino de Fina García-Marruz y Badía, poeta; y sobrino político del también poeta Cintio Viteri y Bolaños. Con una familia así, el talento está en los genes, o al menos así lo parece.

Para Rapi fue fundamental formarse entre libros y, en especial, haber leído la colección que su padre leyó cuando era niño. “Desde chiquitico yo lo que quería era ser ilustrador, nada de pintor. Siempre dibujé”, dijo en entrevista a la revista mexicana Leer y Leer.1

De adolescente se alejó del arte, porque venir de una familia “muy intelectual” le ejercía mucha presión. Así que estudió Arquitectura y Matemáticas, pero esta última terminó combinándola con el dibujo. Quiso estudiar pintura, pero dos meses después fue expulsado del instituto. Donde realmente aprendió a dibujar, señaló, fue en su trabajo en el Jardín Botánico, en el que pasaba las horas dibujando flores y plantas.


A Rapi le obsesionaba contar historias en imágenes, por eso se dedicó a estudiar la carrera de Cine y dirigió 23 películas; como pasatiempo escribía cartas, que luego ilustraba (a las que llamó cartas-cuentos). A eso le vinieron ilustraciones para discos y libros. Uno de esos discos fue el de Unicornio, de Silvio Rodríguez, y libros para su papá como Soñar despierto, y Por el mar de las Antillas anda un barco de papel, de Nicolás Guillén.

Ilustraciones como las de Alicia en el país de las maravillas, de JohnTenniel; El viento en los sauces, de Paul Bransom; y  Winnie the Pooh, de E. H. Shepard, que también hizo ilustraciones para El viento en los sauces, determinaron el gusto estético de Rapi por la literatura infantil. A la que él no consideraba como una especie de subgénero, sino como literatura propia, con “un público, el de los niños, muy especial, crítico sincero y muy honesto. Un público que piensa y se expresa de una manera tremenda”. Por eso hay, para él, que ilustrar las  cosas más directamente que para un adulto. Ya que a este se le puede engatusar con malabares de palabras, al niño no. Es sencillo: la historia lo atrae o no lo atrae.

En estos últimos años la ilustración ha logrado una autonomía, cosa que no es fácil porque tiene que tener un valor en sí misma. Esta tiene que funcionar y jugar con el texto, la cual se torna difícil cuando se ilustra poesía. “Una buena ilustración debe servir de trampolín a lo que ilustras, no para enmarcar o encasillar la imaginación, sino para desbordarla”, afirma Rapi.

En el proceso libro-niño, el maestro debe llevarlo a lo lúdico de la literatura, abrir esa puerta hacerlo pasar a través de… nunca empujarlo. La curiosidad lo hará pasar. Para Constante Rapi Diego,  “el tener que leer como si fuese una tarea es terrible. La literatura es un placer”.

Su hermano Eliseo Alberto en su libro La vida alcanza da a conocer que la figura del elefante fue para Rapi Diego una de las tantas posibles figuraciones de la ternura. Para el ilustrador encierra todo un simbolismo. El pacífico elefante, el bondadoso elefante, el tierno elefante: uno de los pocos animales de la creación que saben morir sin tanto lío.  “Por ejemplo, cuando leemos en La bella durmiente que todos se duermen en el castillo, la princesa, el rey, los criados y… “hasta la mosca se quedó dormida en la pared” (…), ese detalle de la mosca va de lo gigantesco a lo pequeño”.  Cuando nos ocupemos de ese viaje interno, creativo, de retorno a la niñez, solo entonces nos fijaremos detenidos ante la mosca dormida o absortos ante la ternura del elefante. Eso es lo que la literatura infantil y su público de imaginación vasta y virgen son. Un gran tierno elefante.
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[1] Leer y Leer, junio, julio y agosto de 1999, año 3, núm. 7, México.