POR: MIGUEL MUÑOZ.
¿Cómo escribir en Chile sin el
peso de la dictadura? ¿Cómo escribir luego de Roberto Bolaño? ¿Cómo escribir
hacia dentro? ¿Cómo escribir fuera del centro? En la novela debut de Diego
Zúñiga (Iquique, 1987), Camanchaca, hay una puesta en práctica de nuevas
inquietudes, tal vez como respuesta a las preguntas anteriores, pero combinadas
con temas de siempre, como el de narrar la familia.
Publicada el año pasado por
Random House Mondadori, la novela alcanza a duras penas las 120 páginas. Se
trata de una escritura de fragmentos, armada con recuerdos e impresiones. Se
podría pensar que una lectura que puede hacerse de una sentada no acarrea
consecuencias, que de allí uno sale de la misma forma como entró. Nada más
equivocado.
El narrador es un joven
veintañero que recorre el desierto del norte chileno, junto a su padre, durante la mayor parte de
la novela. En algún punto se imagina a sí mismo como un hombre recorriendo el
desierto a pie, perdiéndose, como un empampado. La descripción del protagonista
y narrador da pie al delirio: es gordo y le sangran las encías.
Alejandro Zambra escribió Formas
de volver a casa como un intento de crear una “literatura de los hijos”. Su
novela enfrenta las versiones oficiales del pasado de quienes se criaron en los
años ochenta. Hay allí un camino que también es transitado por Camanchaca, pero
en un sentido más diluido, implícito y menos autoconsciente.
La trama de Camanchaca se bifurca
y avanza con historias intercaladas pero no paralelas. El viaje en auto que
realiza con su padre se cruza con los recuerdos del narrador acerca de su
propio pasado, la separación de sus padres y la vida con su madre. Los fragmentos,
en su mayoría, cubren solamente una página, por lo que el cambio entre
narraciones se vuelve más fácil de identificar. Primero el padre, luego la
madre, y así hasta el final.
No hace falta adelantar más del
argumento, basta con decir que la novela está armada como una road story. Lo
interesante es lo que Zúñiga logra al adentrarse en la familia. El narrador nos
cuenta cómo de repente comenzó a entrevistar a su madre. De esos intercambios
surgen historias inesperadas, ocultas hasta el momento. La madre le dice que es
mejor no recordar nada, pero el daño está hecho.
Queda una idea en lector de que,
en lugar de ir a terapia, hay que entrevistar a los padres. Luego de eso estamos
libres para ser nosotros mismos. A menos que se rompa todo, como le sucede al
narrador y su relación con la madre, en un episodio de Edipo resuelto para mal.
La camanchaca, palabra aimara
para oscuridad, es la neblina que lo recubre todo: el pasado, el presente, los
muertos, los vivos rotos. La decisión más difícil sería, entonces, la de cerrar
los ojos y dejar pasar.