martes, abril 15

Las cajas poéticas de Joseph Cornell


Diosa de los otoños del mundo, nunca me otorgues el arte del augurio (prefiero el encantamiento de lo que no entiendo)

Déjame tolerar la incertidumbre, convivir con mis cajas de madera y de vidrio, que son trampas para asir las cosas (como los poemas)

María Negroni es una de las mejores escritoras argentinas, a pesar de lo impreciso y vago que pueda resultar el término mejor. Sostengo que hay que atreverse a decir que algunas cosas son buenas y otras son malas, que hay escritores mejores que otros y que quienes leemos todo el tiempo colocamos estas etiquetas que raras veces podemos justificar públicamente o nos atrevemos a decir en voz alta, no solo sobre los otros sino sobre nosotros mismos. El miedo a desagradar por nuestras ideas es la mayor puerta a la autocensura. Así que, alejándome de esa línea, voy a empezar a comentar un libro, el libro de María Negroni, escritora argentina inclasificable por su versatilidad o, por eso mismo, escritora transformista como pocas.

Lejos de hacer una literatura de moda y superficial, Negroni es una autora cuyo trabajo está en constante cambio: es completamente exploratorio, introspectivo con su propia escritura y delirante para los lectores que tenemos la suerte de conocer a esta argentina que nació en Rosario y que vivió muchos años en Estados Unidos.

Elegía Joseph Cornell (Caja Negra, 2013) es el producto de la observación de la obra de Cornell, artista norteamericano que vivió entre 1903 y 1972 en la ciudad de Nueva York, al igual que Negroni —quien vivió en allí mismo entre 1985 y el 1995, en un primer período, posiblemente, de gran asombro para la escritora.

A partir de visitar la obra de Cornell durante un largo período y sobre todo de la observación de su cine, nace el volumen de arte/ensayo que es este texto,  Elegía Joseph Cornell. Es un libro de un lirismo casi total, basado en la confrontación de una creadora frente al trabajo de otro creador que pertenece a un registro muy distinto al de la escritura.

La obra artística de Cornell tiene como cimientos, casi exclusivamente, la construcción y el collage, lo que dio como resultado cajas y películas desarticuladas en apariencia y que luego, efectivamente, se articularon con la técnica de lo que hoy se conoce como ensamblaje. Se trata de un sendero lleno de guiños, pequeños detalles y rupturas meticulosas que muestran la profunda imaginación de este artista, pero que además son apreciados por Negroni a partir de ese ejercicio ubicuo que es el de saber leer.


A medio camino entre el surrealismo y algo que no tiene nombre, Cornell deambuló por la ciudad buscando objetos que animaran sus cajas —cajas de todos los tamaños, formas y materiales que funcionan como islas que cuentan un mundo, y ese mundo se traduce en poesía, la única posibilidad del lenguaje para acercarnos a lo real.

Comprendo esta elegía como ese canto que expresa el lamento; un alto canto, tal vez funerario; y, después de leer este texto, un canto por las pequeñas cosas, por los universos que se quedan en el pasado —las cajas de Cornell— y que ya no son más esas mismas cajas que fueron encontradas en su casa después de su muerte.

Dice Negroni: “El arte —pareciera sugerir Cornell— siempre lee un libro interior que habla de la ciudad del alma. En esa ciudad hay cosas de lo más curiosas: magias de circo, fiestas de Halloween, travesuras, parques cubiertos de nieve, palomas sobre estatuas ecuestres, y hasta bustos de Mozart que observan todo desde una vidriera en Mulbery Street. Hay también, en ciertas conjunciones o geografías temporales, una luz secreta que hace coincidir la maravilla con el laberinto que la esconde. Entonces el libro se cierra, la ciudad sueña, el centro desaparece. Queda el mundo, esa visión inasible, aterradora, y magnífica”.

Lo que hace Negroni es describir las películas de Cornell y explicarnos esos intentos mudos que curiosamente se convierten en piezas/textos maestros y poéticos. Así, The Children’s Trilogy, Cotillion, Aviary, Wanderlust y otros audiovisuales se revelan bajo la palabra que crea Negroni de la misma manera que Cornell: he ahí su coincidencia, su descubrimiento, el encuentro en el mundo solitario de la creación.

“La nena que pasa desnuda en el corcel blanco habría dejado insomne a Lewis Carroll. Atrás titila un castillo de cuento de hadas. Todo comparte la misma gracia: la luna que mira a un costado, la medianoche en su fiesta, el yo y su desfile de sombras. La niña baja los ojos, busca con vehemencia el pozo de lo invisible. Cuando llegue al castillo, abrirá la puerta un conejo blanco.”

Tanto en el caso de Cornell como en el de Negroni, la ciudad es el telón de fondo de su viaje imaginativo. Los dos son homebody, y esto es: “1. Persona que prefiere la introspección a la acción y por eso vive en un castillo de sueños diurnos. 2. Alguien que hace de lo inconseguible su pasión más pura, no porque lo inconseguible le impida tener una vida emocional real sino, precisamente, porque se la alimenta. 3. En arte, alguien que no pertenece a ninguna facción, que detesta las clasificaciones, que considera una cárcel cualquier posicionamiento: algo así como un jugador desmarcado. 4. (fam) Suerte de genio autista, abocado a desaparecer”.

Así, con esta manera de enunciar lo que considero que son los dos, deambularon por Nueva York. Cornell buscando los objetos insólitos que luego reutilizaba en sus cajas (que no son más que escenarios de un mundo), y Negroni revisitando y redescubriendo lo mejor del arte en esa ciudad gótica; en la ecuación creativa esto da como resultado la poesía en su estado más puro, la incertidumbre.