El anterior es un extracto de Los niños perdidos, un texto del
colectivo filosófico Tiqqun, quienes formularon su teoría alrededor de una
motivación: “recrear las condiciones de otra comunidad”. Activos entre 1999 y 2001, Tiqqun nació como una publicación periódica sin firma de autor; a partir de su disolución este nombre ha pasado a designar, en general, al concepto filosófico que emerge de esos textos. Lo que ellos denominaron amor es una idea implícita en la práctica de vida de Patti Smith, como se verá más adelante.
En lo cotidiano, evitamos
hablar de amor y de amistad, es un tema que no se discute fácilmente. Por un
lado porque nadie parece capaz de ponerse de acuerdo con respecto a los significados
de estas dos palabras, llegando al extremo de una voluntad ignorante que pretende
que cada uno formule su propio concepto. Por otro lado, hablar de amor y de
amistad nos vuelve cursis, románticos (en su más triste acepción), nos desnuda
frente a la tribu.
Podemos, en todo caso, hablar
de Amicitia, la designación latina para la amistad, para la amistad política.
La amistad, entonces, es un amparo contra la intemperie, y consiste, en
palabras de Christian Ferrer, en formatos emotivos que hay que contar como las
grandes innovaciones de los últimos tiempos.
Para hablar del amor de Patti
Smith hay que entender primero la amistad (o Amicitia, como se dijo) como una
fuerza que potencia y anula a la vez. Luego, cuando la afinidad se vuelve afectación,
entramos a ese amor del que hablan en Tiqqun, el que conforma una ética del
deseo libre.
Este amor es el que subyace en
Just Kids, la autobiografía de Patti
Smith (Ecco, 2010, en inglés; y Lumen, 2010, en español, con el título de Éramos unos niños). Este relato es el
recuento de los años de juventud de Smith. También es un coming of age de una
artista imprescindible para la música contemporánea. Y es, sobre todo, una
historia de amor que culmina como una elegía a Robert Mapplethorpe, artista,
fotógrafo y cómplice eterno de Patti Smith.
El libro es un intento de
rescatar los recuerdos de dos niños perdidos en el Nueva York setentero. A
ratos parece convertirse en un diario inverosímil de una artista sentimental,
simplemente porque el azar y cierto idealismo adolescente son difíciles de
asimilar. He aquí cuatro palabras claves para entrar a este libro: memoria, lirismo,
idealización y azar.
Patti Smith es el último espécimen
de aquella conjugación decimonónica que mezclaba el arte con la vida. No, el
último quizás no, pero ciertamente es un ejemplo notable. Leyendo Just Kids
comprendemos a cabalidad el gusto de ella por Roberto Bolaño (hace poco se ha anunciado que Patti grabará una canción y publicará un poema inspirados en el autor chileno): ambos vivieron la
poesía como el motor de una eterna juventud idealizada y que, sin embargo,
llegaron a conocer de cerca el sufrimiento, el hambre y el horror.
Una sucesión de encuentros
casuales juntaría a los dos jóvenes e impetuosos artistas. De allí en más no se
volverían a separar hasta la muerte de Robert, lo cual tampoco es del todo
cierto. Muy pocas veces somos testigos en la lectura de expresiones
convencionales de cariño, tampoco le interesa a Smith relatarnos sus encuentros
sexuales. Lo que trasciende es la afinidad suprema que comparten los dos, y no
solamente en su círculo cerrado sino entre otros quienes formaron parte
de su motivación principal: vivir para el arte. Así, sabemos que Robert y Patti
mantuvieron relaciones con otras personas; descubrimos junto a la narradora la conflictiva
homosexualidad (palabra que nunca termina de definirse, puesto que para el amor no hay
diferenciación sexual) de Mapplethorpe; y los esfuerzos conjuntos por crear una
obra artística diferente y trascendental.
Inocencia, entusiamos, sueños
mutuos, Just Kids es el preludio del ascenso a la cima esquiva del arte y una
guía para el amor de esta alta modernidad. Sus protagonistas nunca padecen la
enfermedad del enamoramiento, sino que asumen sus sentimientos como fruto de
una inexplicable conjunción del azar.