POR: TATIANA LANDÍN
Rodrigo Hasbún está considerado uno de los mejores escritores jóvenes en la lengua española, según la revista Granta. Dos de sus textos han sido adaptados al cine, con guiones co-escritos por él. Desde hace cuatro años vive en Ithaca, una ciudad ubicada al norte de Nueva York. Actualmente cursa un doctorado en literatura latinoamericana en la universidad de Cornell, donde también es profesor de lengua española.
Se sabe que usted cultiva el hábito de escribir un diario personal, ¿es posible la publicación de ese material?
Es un registro personal. Me hace bien escribir allí, exploro literariamente y no estoy pensando cuáles son sus consecuencias. Tampoco los pienso para su publicación.
¿Existe una vinculación con Elena, la protagonista de su novela “El lugar del cuerpo”, quien también escribe un diario?
Me siento muy cercano a ella en más de un modo; creo que compartimos algunas luchas e incomodidades parecidas. La dificultad de entender algunas cosas y de lidiar con nosotros mismos, con nuestros países... en ese sentido siento que estamos muy cercanos.
¿Cómo nace su vocación literaria?
Empecé siendo músico y luego estuve vinculado con el cine. Mi aprendizaje ha sido repartido. Esa cualidad es algo común hoy en día; los escritores ya no descienden únicamente de un ámbito. No responden a un solo linaje.
Esta dedicación multifacética que destaca, ¿es una marca generacional?
Como primera parte de la respuesta diría que sí, pero ya pensándolo detenidamente no es algo nuevo. Creo que generaciones anteriores han estado muy abiertas a otros influjos y otros ámbitos; basta pensar, por ejemplo, en el argentino Manuel Puig, quien tiene un diálogo abierto con la cultura popular y el cine.
¿Se considera un heredero del boom?
A los autores del boom los leí con mucha admiración cuando era muy joven y luego empecé a leer a otros escritores, que fueron muy importantes para mí y que me afectaron de alguna manera personal. Leí a Onetti, Rulfo, que son anteriores al boom. Mi relación con el boom no es tan afectiva, siento que han escrito libros admirables, que se han tomado muy en serio el oficio y que han abierto muchas sendas, pero yo no me reconozco en sus trabajos.
¿Desde dónde quiere usted ser leído?
A mí lo que me interesa como escritor y lector es entablar un lazo afectivo con el texto, apelar a los afectos; a los sentidos de la escritura y lectura. Que sean experiencias sensoriales y cercanas, que finalmente logren conmoverte, que hurguen un poco por dentro, que te incomoden y que te saquen de tus lugares más cómodos.
Usted, que no está muy de acuerdo con la figuración pública del escritor, ¿qué opina de los reconocimientos literarios?
Los premios ayudan a darle cierta visibilidad a los escritores y ayudan a que sus textos circulen en circuitos distintos. En ese sentido son unas de las pocas instancias que ayudan porque los libros se distribuyen en más de un país. Por otra parte, son una maquinaria muy incómoda y comercializada por cómo están montadas. Los escritores casi se vuelven un producto.
¿Qué opina de la tendencia de muchos autores jóvenes a apresurarse en sus publicaciones?
No creo que hay que apresurarse; soy un escritor lento y tampoco quiero hacer de ese defecto una virtud, simplemente lo asumo. He tardado en darme cuenta de que escribo menos de lo que quisiera y ahora es algo que respeto. No intento forzarme a escribir y producir. Siento que ser escritor es una carrera de largo aliento, es una maratón.
¿Qué lo llevó a residir lejos de su país?
Fue una decisión muy repentina; vivía en Bolivia y estaba sumamente feliz de poder estar en mi lugar, pero las cosas laboralmente eran muy complicadas y ni siquiera siendo profesor y dando varias clases podía sustentarme y menos aún escribir. No sé qué pasará cuando me toque decidir si quedarme o regresar a mi país.
¿En qué ha cambiado su mirada estando lejos de su país?
Estar afuera siempre te sacude un poco, te fuerza a estar en circunstancias distintas a las habituales y uno aprende a mirarse a uno mismo de manera distinta, pero también observas de manera distinta lo que dejaste atrás. Nunca terminas de irte y de llegar. Al mismo tiempo te sientes dividido, estás suspendidos entre dos lugares; una sensación, muy incierta y fascinante.
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Entrevista publicada originalmente en el diario El Telégrafo (Ecuador)