POR: ARTURO CERVANTES.
Dedicado al adulto cuando era niño. Eso dice, resumidamente, la dedicatoria que consta
en las primeras páginas de El Principito (1943), libro del francés Antoine de
Saint-Exupéry:
“A León Werth. Pido perdón a los niños por haber dedicado
este libro a una persona mayor. Tengo una seria excusa: esta persona mayor es
el mayor amigo que tengo en el mundo. Pero tengo otra excusa: esta persona
mayor es capaz de comprenderlo todo, incluso los libros para niños. Tengo una
tercera excusa todavía: esta persona mayor vive en Francia, donde está sola y
pasa hambre y frío. Tiene, por consiguiente, una gran necesidad de ser
consolada. Si no fueran suficientes todas esas razones, quiero entonces dedicar
este libro al niño que fue hace mucho tiempo esta persona mayor. Todas las
personas mayores antes han sido niños. (Pero pocas de ellas lo recuerdan).
Corrijo, pues, mi dedicatoria: A León Werth, cuando era niño.”
Las dedicatorias suelen funcionar como abrebocas por el
ingenio con el que fueron construidas. El escritor quiteño Rafael Lugo, en su
última novela 7, dedica su libro “a la memoria del elefante asesinado por el
rey Juan Carlos I”. Y añade: “Hay una razón por la cual los animales no eligen
reyes y es la misma por la cual no disfrutan asesinando otras especies”.
El periodista quiteño Francisco Febres Cordero, en Alpiste
para el recuerdo, les añade tiernos dibujos de jardín de infantes a sus dedicatorias: “A la Cata, que es así…” (y a continuación dibuja un corazón con
boca y ojos). “Al Samuel, que es así...” (esta vez, acompaña su línea con la
ilustración de un alegre sol). “A la Valentina, que es así…” (y coloca un
girasol sonriente). Cata es Catalina, su esposa. Samuel y Valentina son sus
hijos.
El narrador Mario Vargas Llosa dedica su novela El Paraíso
en la otra esquina a “Carmen Balcells, la amiga de toda la vida”. En la década
de los 60, ella trabajaba en la editorial Seix Barral. Un día irrumpió en la
casa de Vargas Llosa en Inglaterra, país donde el peruano enseñaba literatura
en la Universidad de Londres. “Renuncia a tus clases de inmediato. Tienes que
dedicarte a escribir”, le ordenó y luego le dijo que le pagaría exactamente lo
mismo que ganaba como catedrático (USD $500) si se dedicaba solo a escribir.
Desde entonces Vargas Llosa se dedica de lleno a la escritura.
El ermitaño escritor
estadounidense Jerome David Salinger le dedica su libro Nueve cuentos (1953)
a Dorothy Olding, su agente literario y la única que permaneció a su lado en su
refugio en una finca en Cornish (EE UU). En ese sitio se escondió por cuarenta y tres años
(hasta su muerte, en el 2010) para huir de la prensa y de los fanáticos por su
exitosa novela El guardián entre el centeno .
El guayaquileño Fernando Artieda dedica su poemario El
Alcahuete de Onán (2008) a Lourdes Centurión (su esposa) y a Carola, Lenin,
Gabriela, Renata y Fidel Artieda (sus hijos). El escritor "maldito" Charles
Bukowski le dedica Se busca una mujer (1973) a Ann Menebroker, su amante. El
guayaquileño Miguel Donoso ha dedicado la mayoría de sus libros a Isabel
Huerta, su esposa. Tantos han sido dirigidos hacia ella que en su novela La
cabeza del náufrago (2009) escribe como si se tratase de un suspiro
repetitivo: “A Isabel, una vez más”.