miércoles, octubre 23

La casa de hojas y el libro objeto


¿Qué es un libro en los albores de un siglo que desde ya pone en peligro su existencia al ofrecer lo mismo tras una pantalla y de forma gratuita? ¿Qué es lo que puede hacer el libro frente a esa pantalla, más portátil y a la larga más económica, que representa no sólo actualidad, no sólo tecnología, sino todo un nuevo sistema de comunicación y de lectura? Muchos autores contemporáneos ya han hablado de ello (la Generación Nocilla, por ejemplo); de cómo internet ha creado una forma de lectura fragmentada, de abrir y cerrar pestañas, de saltar de un link a otro, el famoso zapping cibernético. Hay quienes defienden también que el libro no desaparecerá como alternativa, que hay lectores que lo prefieren por encima de cualquier pantalla. La pregunta es, ¿también los lectores nacidos en el siglo XXI lo preferirán? Esos niños que nacen rodeados de pantallas y cuya primera experiencia de lectura será en una de ellas, ¿preferirán un libro o un Kindle?

Es posible que La casa de hojas, del escritor estadounidense Mark Z. Danielewski, no sólo sea una novela interesante en sí misma, sino que también, por el fenómeno editorial que ha significado, ofrezca una posible respuesta a la “crisis” del libro.

“This is not for you.”

Así abre, a modo de epígrafe, House of Leaves (Pantheon, 2000). Y no se trata en lo absoluto de la primera provocación: el libro descoloca al lector desde que éste lo observa por primera vez y, con asombro, nota que la portada no cubre en su totalidad el contenido. Al menos un centímetro de hojas asoman fuera de la portada, escapándose de ella, gritándole “tú no me contienes”. Y la portada, empequeñecida, acepta su fracaso, su condición de entrada al laberinto.

Porque La casa de hojas es, sin duda alguna, un laberinto en contenido y en forma. Se trata de una novela que explota al máximo las capacidades del libro como objeto sin dejar a un lado la noción tradicional de literatura. “In fact, I play a lot with tradition here”, dijo Danielewski en una entrevista para The Guardian. La primera tradición, la literatura; la segunda, el cine. Con ambas Danielewski establece un mundo en donde la autenticidad está en juego desde la primera línea.

La casa de hojas se mueve en tres narraciones paralelas: la de un yonqui que trabaja en una tienda de tatuajes y está enamorado de una stripper, la de un ciego que se suicida y deja un cuaderno en el que ha escrito una especie de investigación académica sobre un filme que jamás existió (o no hay pruebas que lo certifiquen), y la historia misma de ese filme inexistente. The Navidson Record, esa película inventada, contiene altas dosis de terror para cualquier lector que quiera asirse a una trama a lo Stephen King. Pero La casa de hojas va más allá del thriller, más allá del género de horror y misterio. Es un artefacto que se disfraza, que muta, y en el que, como en todo laberinto, es necesario perderse para llegar a su centro.

El libro en su totalidad tiene un juego exquisito en cuanto a tipografías que no es arbitrario: cada historia, cada narración y cada formato tiene su propio tipo de letra. No conforme con esto hay palabras que están a color, palabras clave, significativas. Asimismo, la novela está llena de notas al pie de página que cuentan otras historias, recuadros que quiebran la narración, pasajes torcidos, pasajes eliminados, párrafos verticales, apéndices con poemas, cartas, fotografías, dibujos (el interés de Danielewski por lo visual como una forma de narración remite a Sebald) un índice onomástico que más bien parece una burla y que incluye palabras tan intrascendentes para la novela como absurdas. La novela en sí misma no se lee de forma lineal: algunas notas al pie de página envían al lector tres u ocho capítulos más adelante. No es, en lo absoluto, un libro convencional ni mucho menos de fácil lectura. La casa de hojas exige un lector activo que renuncie a relajarse entre las líneas de la narración.

La tradición literaria que acompaña a Danielewski puede incluir a autores como Borges, Melville, Sebald y Bolaño, en la literatura, y Welles, Fellini y Kubrick, en el cine. Y si bien sus experimentos formales están bañados en la mixtura de sus influencias, estos juegos no reducen los distintos abordajes literarios que tiene la novela, sino que sirven de complemento y aportan sustancialmente a su contenido. La casa de hojas puede leerse como un thriller, una novela de horror, o como una crítica, una burla hacia lo academicista, hacia el abuso de referentes y, sobre todo, de interpretaciones; o como una falsificación, un fraude; o una novela-ensayo. Cualquiera de estos abordajes tiene su propio formato dentro de La casa de hojas.

El bibliófilo catalán Ramon Miquel i Planas dijo respecto a la evolución del libro como objeto: “Considerado en su aspecto material, el libro no ha pasado de lo que ya dio de sí en tiempos de Gutenberg. En lo que se refiere a la ilustración, nada o bien poco ha podido el arte añadir a lo que aparece ya en los códices manuscritos y en los incunables de la imprenta. Respecto de los tipos y la impresión, han podido mejorarse los procedimientos, se han afinado los matices, se han combinado entre sí los efectos y se han asegurado las técnicas gráficas. Pero en el incunable está ya todo lo nuevo y tal vez lo futuro”.

Sin embargo, las editoriales en lengua hispana más influyentes (Anagrama, Tusquets, Alfaguara, Seix Barral, etc.) tienen un formato bastante tradicional para sus obras publicadas. Tal vez, debido a las embestidas del mundo cibernético al mundo editorial, sea necesario plantearse la noción de “libro objeto”; libro como una pieza de arte, de diseño en sí mismo, que pueda brindar al lector una satisfacción insustituible por una pantalla sin dejar a un lado su valor y calidad literaria. Tal vez ya sea hora de que las editoriales (pese a los costos de producción) se planteen seriamente abrir el diálogo entre literatura y arte visual. Tal vez esta época lo pida a gritos.

Mientras tanto, basta decir que La casa de hojas es una experiencia lectora no sólo a nivel literario (Danielewski no supera a sus más grandes influencias, pero logra separarse de Stephen King con bastante éxito y crear un artefacto literario vanguardista y, por lo tanto, interesante), sino a nivel lúdico-visual, físico, que le da un sentido moderno al libro como objeto y aporta algo que las pantallas no podrían reproducir de forma eficaz. Es por su formato, complejo y costoso en términos editoriales, que recién será publicado en castellano (Javier Calvo, traductor de David Foster Wallace, está encargado de llevar la novela a nuestro idioma) por las editoriales españolas Alpha Decay y Pálido Fuego.