POR: MIGUEL MUÑOZ.
Cualquier lector de cualquier
ciudad conoce el circuito de librerías que lo rodea. O, por lo menos, se
inventa uno propio de acuerdo a sus recorridos y a sus gustos. En Quito, una
ciudad con una cantidad respetable de librerías, hay una en particular que se
destaca por mantenerse en un punto de equilibrio entre las grandes librerías
comerciales y otras más modestas, las independientes y las “de viejo”.
La librería Rayuela, inaugurada
formalmente hace seis años, es la culminación de una aventura de Mónica Varea,
su fundadora, por alejarse de la ajetreada profesión de abogada. “Trabajé en
eso hasta que tuve una gastritis horrorosa. Un día, viendo una nota en el
periódico, supe que necesitaban a alguien para trabajar en una librería; así
fue como entré a Librimundi en los años ochenta. Ahí empezó un amor para
siempre con los libros”, dice Varea.
Autora de literatura infantil,
Varea es, sobre todo, una librera. No lo fue siempre, claro. Ahora sí se considera una librera —"a la vejez", bromea— y agrega que fue gracias a Édgar Freire, a quien
le dicen "El librero de Quito", ya retirado del oficio.
Durante la Feria del libro de Guayaquil, ella estará, como ya es habitual, con su stand de la librería
Rayuela. En Matavilela decidimos entrevistarla para una pequeña serie dedicada a los libreros. Aquí empezamos.
¿Qué características debe
tener un buen librero?
Debe ser un buen lector. Tener
amor por los libros. Amor por los buenos
libros. Conocimiento de todo lo que le rodea, del mundo literario, tiene que
saber qué está pasando en Europa, quiénes son los indignados, quién era Hessel.
Estar al tanto de lo que pasa aquí y afuera. De lo contrario, se venderían solo
clásicos o solo best-sellers, que es lo más fácil; no importa si son buenos o
malos, igual se van a vender. Lo mismo pasa con la autoayuda, la gente siempre está
buscando cómo criar un gato, cómo criar un marido.
¿Cuál es el lugar que
ocupa la librería en la sociedad de hoy?
El lugar cálido como punto de
encuentro que hace posible que la gente retome las viejas prácticas de la
charla, de la tertulia. Eso también hay que provocar, es parte del oficio del
librero.
¿Cuánta importancia le dan a
Internet en Rayuela?
Tenemos una página web (Rayuela.ec) y estamos en Facebook y en Twitter. Hay un segmento de
la población que vive conectada 24/7, por eso es importante atender ese
espacio. He tenido muchos lectores de Guayaquil, de Cuenca, que nos contactan a
través de Facebook, por ejemplo. El otro día nos llamó un chico de Guayaquil y
nos dijo que había encontrado todo lo que necesitaba. Aparte de ser una alegría
es importante que podamos llenar ese espacio.
¿Se puede vivir de una
librería?
Sí da para vivir. Los
estímulos que te da una librería superan de largo lo que te da en dinero. Yo, por
lo menos, soy una persona que vive de sueños e ilusiones, y me gusta más esto que
tener otro tipo trabajo.
Pero acá es un riesgo
Es un reto grande. Primero
porque no hay formacion, no hay escuela; uno tiene que formarse dia a dia. En
esto el internet juega un papel súper importante, tienes la información ahí, antes teníamos libros en papel biblia, como guias telefónicas, eso se
actualizaba cada año, pero costaba mucho traerlo desde España, y no estaba toda la
informacion.
¿Qué diferencias hay entre una librería como la tuya y una como las de los centros comerciales?
En las librerías independientes todavia
podemos, al no ser estructuras grandes y complicadas con organigrama empresarial,
todavía podemos, decía, dar una atencion personalizada, tanto al proveedor como al
lector. Muchas veces vienen escritores jóvenes con ediciones de autor y el libro no
tiene código de barras —un poeta no tiene por qué saber de codigos de barras—, yo no me complico, yo necesito un titulo y saber que hay una persona detrás de eso, y nada más. Hay que darles
espacio y oportunidad a los jóvenes. También, uno
termina haciéndose amigo entrañable de los lectores, uno termina siendo su librero
de cabecera, uno sabe qué lee y conoce un poco de su alma.
¿Cómo es un día normal en la librería?
Se abre a las 10h00 y se cierra a
las 19h00. Hay mucho por hacer, arreglar las secciones, hacer pedidos,
atender a los lectores, contestar sus emails, enviarles libros (tenemos
servicio a domicilio). Estamos permanentemente enviando libros. Si entra un
cliente, se le atiende, se factura. Se calculan precios, se acomodan libros. Cuando llegan las novedades van a la mesa respectiva; de la mesa van a la estanteria; de
allí a la percha, primero con la portada visible y luego junto al resto de libros. Todo el tiempo están
llegando libros nuevos y se repite el mismo proceso.
¿Mantienen una línea específica?
Ciencias humanas, especialmente. También comunicacion, ensayo, teoria literaria, arte y teoria del arte, psicoanálisis,
narrativa, una pequeña seccion de auyoayuda que tratamos de matar todos los
días y no se muere, como si fuera un gato. Yo creo que no se puede decir no a todo, hay
cosas muy buenas sobre dietas, sobre animales, sobre cómo jugar con niños; salud, básicamente. Una vez me pidieron algo de fascismo esotérico, me negué; sí hay una linea ligada, más que nada, a principios propios. Acá tengo muy poco de religión, por qué no, pero nada del Opus Dei y cosas así. Tengo que ser coherente con lo que pienso.
¿Cómo armaron el catálogo al
principio?
Suelo conversar mucho con
lectores, yo sé algo y algo he aprendido, pero son ellos quienes tienen la última palabra. Hay muchos autores de los que yo no tenía ni idea, de pronto
alguien me pide algo, lo traigo, lo leo y veo que es buenísimo, entonces le voy
siguiendo la pista. Lo más complicado es saber qué pedir, por un lado,
y la promoción, por otro.
¿Alguna vez fallaron en los pedidos?
Uy, sí, he pedido cosas muy turras. Una vez pedí La culpa es de la vaca, Dios mío, esa vaca duró... no te
imaginas. Llegamos al punto de ofrecerlo de regalo si compraban un café. Al final, lo pusimos a $2 en ferias. A veces me entusiasmo con el título de algún libro y
resulta un fiasco.
¿Cuál es tu diagnóstico de los lectores locales?
Yo creo que la gente sí lee,
soy optimista y creo que cada vez hay más lectores. Lo que veo es que en
literatura ecuatoriana los jóvenes se quedan en el aire, más o menos entre los 16 y los 25 años no
tienen qué leer, y ahi entra Harry Potter y otras cosas así, pero hay un vacío en cuanto a literatura nacional.
¿Recuerdas alguna anécdota especial?
Una vez vino un chico con
cortes en la cara, con cadenas, una cruz invertida y las uñas negras. Necesito que
me venda un manual de la mafia, me dijo. Le dije que le podía vender una novela policial, pero me dijo que no, que necesitaba una guía para el mafioso. Quería verse malo. No tengo, le dije, pero déjame ver, de pronto hay y yo
te aviso. Entonces cuando vio que mi actitud no era alarmista, se relajó y me
pidio otras cosas. A la larga se convirtió en un gran lector de filosofía, su actitud fue cambiando y siguió viniendo.
¿Cuáles son tus escritores preferidos?
Claudia Piñeiro, María Fernanda Heredia, Roald Dahl, Cortázar, Sabato, Leopoldo Brizuela —los argentinos, en general—, Mario Bellatin, Carlos Fuentes —aunque a veces no logro engancharme.
Si no fueras librera, ¿qué estarías haciendo?
Escribiendo. O sería jardinera, tengo un jardín
minúsculo, pero me encanta.