POR: BYRON MUÑOZ.
Incontables son los libros que se han servido de la
derrota como un eje desde el cual construir ficciones. Vila-Matas, en un
arriesgado proyecto, pretende contar la decadencia de la literatura a través de
una figura clave: la del editor.
En Dublinesca somos espectadores de la muerte del libro y de otras tantas cosas que tienen que ver con la literatura. En tan solo tres
meses todo converge hacia la derrota
como sinónimo de vejez, un sitio donde el humor negro se
conjuga con lo apocalíptico y lo paródico, Dublín es una ciudad llena de
escritores fantasmas persiguiendo editores muertos en vida.
El libro aborda la crisis de vejez y decadencia que
atraviesa Samuel Riba, un ex alcohólico y editor literario. Su retiro viene de
la mano con la crisis global que afecta a la literatura desde la aparición del Internet y los libros digitales. Cierto día tiene un sueño premonitorio en
donde a manera de revelación y de consuelo personal debe ir a la capital
irlandesa a recorrer los pasos de Joyce y a realizar un sepelio simbólico por
la muerte de la literatura y de la era Gutenberg .
Pero la derrota de Riba no solo tiene como resultado una autoreclusión que lo deja como una suerte de monje cibernético (pasa días sin dormir frente al buscador de Google), es esa misma
alienación de la realidad la
que lo motiva a dar “el salto inglés” y viajar hasta Dublín. La otra
frustración que hurga a Riba es la de no haber encontrado nunca a ese escritor genial
que siempre quiso descubrir; este mismo pensamiento es el que lo llevará
también a preguntarse ¿qué tal
si él no es el autor que siempre estuvo buscando?
Pero la voz narrativa de esta novela que cuenta el periplo
de Riba a lo largo de tres meses (mayo, junio y julio) trae consigo un ímpetu
poético que da cuenta sobre la referencialidad que no solo mantiene el autor de
la novela, sino también la figura del editor culto. En Dublinesca conviven
entre líneas David Cronenberg, Hammershøi , Richard Hawley y un Edward Hopper
que hace perder los estribos a Riba en pleno delirium tremens.
Vila Matas no pierde la tradición borgeana de inventar
escritores y es así que en Dublinesca surge la figura de un poeta de origen
checo que va a acompañar como permanente referencia a Riba a lo largo de su
ocaso como escritor.
La dimensión cultísima de la novela no impide su lectura, ya
que no es necesario haber leído a Joyce para entender el conflicto
de Riba. Basta con ser un interesado en la literatura para caer en cuenta de lo
apocalíptico y paródico que puede ser este personaje y de cómo se aborda el
problema de la crisis de la lectura ante un mundo cada vez más digitalizado. Vila-Matas no condena el hecho, lo caricaturiza y vuelve de esta novela uno de
sus libros más íntimos (a ratos se la puede tomar como un ejercicio de
caricaturización de los grandes editores español).
Dublinesca pone a flote uno de los más grandes
temas de la posmodernidad: la muerte de la literatura. Podría ser una reescritura a
Joyce o un homenaje a los editores o una nostalgia de lo no vivido; este texto
queda lejos del arquetipo de novela psicológica, la vejez y la muerte son
preocupaciones que vienen de la mano con la terminación de una época. En
Dublinesca, Riba refleja el desacierto y la impotencia de una generación marcada por
la era impresa, lo paródico nos lleva a la conclusión de que entre ésta y la era digital no existe
un divorcio sino una continuidad necesaria para la existencia de la
literatura en tiempos venideros.