POR: PAULINA BRIONES.
Los paraísos perdidos de los niños guayaquileños como
recurso artístico de ambiguedad
Ensayo sobre la soledad es el paraíso perdido de los niños
guayaquileños, pero también cualquier otra cosa. Digamos que es muchas cosas:
todo lo que la imaginación nos dice y que a veces está en boca de los niños,
pero que no siempre es enunciado por ellos. Tal vez por eso Santiago Roldós,
escritor y director de la pieza, dice: ¨Quisimos hacer una obra para niños¨. En
el camino de la creación ocurre la perversión del sentido inicial y como
resultado tenemos Ensayo sobre la soledad: una obra sobre recuerdos infantiles
profanados por la mirada de los adultos.
El circo de las hormigas, el caballo de felpa frente al
fotógrafo del parque, las matrioskas que son diferentes, la virgen apretada en
su cuadro y en el rol “doloroso” o “jodido” como lo dice ella misma, los miedos
nocturnos, el asma como la enfermedad de la angustia, el teatro como escape, el
teatro como estrategia, el teatro como supervivencia, el teatro como espacio de
un cuerpo, el teatro como metáfora no mimética sino creadora de sujetos que se
desvinculan de la realidad exterior, el trabajo del cuerpo de Pilar Aranda y
Marcia Cevallos (impecable), la nostalgia por la pérdida de un integrante que
pudiera ser un amigo si no traicionara los preceptos fundamentales de que en el
teatro no hay amigos, los afectos que nos hacen preguntarnos por el juego, el
juego como teatro y el teatro del juego.
Esta obra es un ensayo y, últimamente, todo lo que suene a
ensayo tiene mayor sentido que cualquier cosa que esté completa. La prueba, el
fallo, el fracaso, “E boma”, como dicen las actrices, y de fondo un tango electrónico con el “Toco tu
boca…” de Cortázar. El teatro funciona como metáfora ambigua y, por lo tanto,
precisa sobre las emociones que crea en los espectadores. Ésa es una de las
propuestas que nos entrega Ensayo sobre la soledad al sur de la ciudad: ahí, en
ese nuevo espacio frente a un parque y a una iglesia que ve nacer, cada fin de
semana, un trabajo que no necesita justificaciones y que nos hace parte de él.
En Ensayo sobre la soledad aparece la voz de un padre. Un
padre que reordena los deseos perdidos de un tiempo que se llama la infancia.
Muégano lo sabe: es una voz dura que causa melancolía. El narrador/Santiago
dice que pensaron en los niños, tan privados de alicientes reales en esta
ciudad, y que les salió eso, es decir, un ensayo pervertido que nos hace pensar
que es posible asomarnos a los paraísos perdidos sin perdernos en ellos, sin
desear quedarnos en ese limbo aparentemente incoherente, o que, tal vez, sea
mejor pensar en que es necesario quedarnos para siempre dentro de ellos como
única medida de supervivencia.