POR: MIGUEL MUÑOZ
Once relatos variopintos en tema, pero uniformes en tono y
estilo, conforman Mis documentos (Anagrama, 2013), el más reciente libro del
chileno Alejandro Zambra. Se trata de su primera apuesta por el género luego de
iniciarse con la poesía y de una exitosa incursión —tanto en crítica como en
público— en la novela.
Respecto al último género mencionado, el mexicano Álvaro
Enrigue tiene algo para agregar: “Pensé que por primera vez en décadas las
clases medias latinoamericanas tenían un narrador digno de su distinguida y
tibia epopeya”. Y agrega que el caso particular de la novela Formas de volver a
casa es importante puesto que se trata de “una revisión del trauma de los 70
latinoamericanos cuya deslumbrante inteligencia descansa en la modestia de su
perspectiva, en la ternura con que cultiva a sus personajes, en la seca
honestidad con que ilumina la enfermedad de una generación”.
Para un lector primerizo de Zambra puede resultar curioso
constatar que, al adentrarse apenas un poco más en su obra publicada, la
descripción que hace Enrigue encaja casi a la perfección con el resto de la
narrativa del chileno. Más que en la monotonía de sus inseguridades cabría
pensar en las repeticiones que pueblan los libros de Zambra como parte de un
proyecto aún en desarrollo. Esto a pesar de que Formas de volver a casa es sin
duda el punto más alto de su trayectoria.
En Biografía del hambre, Amélie Nothomb escribe que
"ser de un determinado lugar quizá consiste en eso: no comprender en qué
consiste". Y agrega que por eso empezó a escribir, porque "no comprender
algo es un fermento fenomenal para la escritura". Nothomb se refiere a su
incapacidad de escribir sobre Bélgica en contraste a la facilidad —o lo
prolífico, al menos— de su escritura sobre los demás lugares que habitó, pero a
los que difícilmente perteneció.
En definitiva, piensa Nothomb, no se puede comprender
cabalmente el lugar del que uno proviene y al que uno pertenece, no por
elección, sino por nacimiento. Y de esa dificultad nace, en ocasiones, la
literatura. Esta reflexión puede ser trasladada a la obra de Zambra en cuanto
se propone comprender no ya el territorio nacional —en buena hora— sino la
región anímica que le es más cercana y, por ende, más proclive a afectarlo: la
clase media chilena de la post-dictadura. El inconveniente mayor es que “la
clase media es un problema si se quiere escribir literatura latinoamericana”,
como dice el narrador de “Hacer memoria”.
Irregular, repetitivo y melancólico en un sentido casi
peyorativo, Mis documentos derrapa incluso cuando quiere contar el pasado
inmediato: en el relato homónimo que abre el volumen, así como en “Recuerdos de
un computador personal”, el autor ensombrece a estos aparatos hasta el punto de
hacerlos parecer casi arqueológicos, como reliquias de las que solo surgen
lamentos.
A pesar de que, claramente, su proyecto hasta ahora es el de
escribir el pasado, la literatura de Zambra en Mis documentos es sentimental en
exceso. Fatídica, diríase; llena de personajes fracasados con poco para
ofrecer. Entre estas aparentes fallas, sin embargo, hay un plan y una apuesta
por imponer una poética. “Comprendí que una manera eficaz de pertenecer era
quedarse callado”, ese es el asunto con Zambra, quien, al igual que el
protagonista de uno de sus relatos que dice esta frase, se enfrenta en cada
libro con la opción de escribir para comprender su lugar en el mundo o,
simplemente, permanecer en silencio y contemplar.