Uno
Eso de que cuando se viaja lo más importante no es el
destino sino la travesía se ha convertido en el enunciado más repetitivo de los
viajeros contemporáneos que por alguna razón se regodean en mostrarnos la
cantidad de viajes que hacen y todo lo que pueden hacer en determinados
destinos. Me gusta recordar a Michel Houellebecq y sus ácidas y fantásticas
reflexiones sobre los turistas en Plataforma y no puedo más que sumarme.
No se puede perder de vista jamás los orígenes reales de
esta observación sobre lo importante del tránsito en el viaje. Para muestra, un
botón: “En mi caso, no viajo para ir a un lugar en particular, sino por ir.
Viajo por el placer de viajar. La cuestión es movernos”, decía R. L. Stevenson,
y a esta frase podemos sumar otra de Jack Kerouac: “Nuestras maletas maltrechas
estaban apiladas en la acera nuevamente; teníamos mucho por recorrer. Pero no
importa, el camino es la vida”.
Lo cierto, desde mi perspectiva, es que llegar también sigue
siendo un componente bastante satisfactorio del viaje, sobre todo si éste
implica asistir a un concierto, visitar una feria del libro, ver una obra de
teatro o una muestra de arte. En mi caso, al menos una de estas cosas era una
experiencia iniciática: el Lollapalooza en el hipódromo de San Isidro de Buenos
Aires. Sobre la experiencia puedo decir que lo importante no estuvo en el
camino sino en lo que fueron dos días alucinantes para los rockeros verdaderos
y un descubrimiento para mí (que no soy rockera y que a estas alturas ya no me
convertiré) ante un fenómeno cultural impresionante. No es que no me guste el
rock, es solo que desconozco mucho sobre él. Por lo demás, un lujo la
alineación de las bandas y, por supuesto, en mi lista de momentos y lecciones
favoritos estará siempre Arcade Fire, los extraordinarios Pixies y que no todas
las cantantes de pop son malas (un ejemplo: Lorde).
Dos
Los libros. Siempre los libros. Tengo que aceptarlo, nunca
he sido groupie literaria, pero tampoco recuerdo haber estado lejos de los
libros y esto nada tiene que ver con haber hecho una carrera en Literatura o
fungir de gestora cultural. Ahí, en el principio, siempre estuvieron estos contenedores
de todo lo que yo he necesitado en estos cuarenta años de vida. A lo largo de
mi minúscula existencia he viajado con los libros, en sentido literal y en
sentido metafórico. Los llevo, los dejo, hago grandes hallazgos, los regalo, y
muchas veces los pierdo. Claro, en el último tiempo, también los vendo. En este
viaje quise escuchar la famosa conversación entre J. M. Coetzee y Paul Auster, además de ver a este último en
su encuentro en el MALBA.
La sorpresa fue otra: Guillermo Arriaga, el guionista y
director de cine mexicano que colaboró con 21 gramos, Amores perros y Babel,
estaría en el Encuentro Federal por la palabra en Tecnópolis, una feria que es
la respuesta del gobierno K a la gran Feria de Buenos Aires.
Lo curioso, porque no deja de asombrarme, fue encontrar un
recinto ferial multidisciplinario, bien pensado, organizado, con una muestra
fotográfica en honor a Cortázar y múltiples eventos ligados de verdad a los
libros. Stand up comedy, encuentros de periodismo, conversaciones con escritores.
Sí, en realidad un encuentro dedicado a la lectura como prueba de que la
palabra sí puede convocar.
Tres
El regalo. La letra escarlata es el primer clásico que J. M.
Coetzee propone en El hilo de Ariadna, la editorial argentina que publicará
esta obra. En la selección de libros que comprenderá la Biblioteca Coetzee,
están, además, La marquesa, de Heinrich V. Kleist, dos textos de Robert Musil,
Madame Bovary, de Flaubert y otros autores como Tolstoi. A cargo de esta
propuesta editorial está María Soledad Constantini, quien tomó la idea de la
Biblioteca Borges que se publicó en Argentina en 1985. Muchos de estos textos
elegidos por Coetzee serán traducidos al español por primera vez.
Cuatro
“Viajar es una brutalidad. Te obliga a confiar en extraños y
a perder de vista todo lo que te resulta familiar y confortable de tus amigos y
tu casa. Estás todo el tiempo en desequilibrio. Nada es tuyo excepto lo más
esencial: el aire, las horas de descanso, los sueños, el mar, el cielo; todas
aquellas cosas que tienden hacia lo eterno o hacia lo que imaginamos como tal”.
(Cesare Pavese)
Creo que hasta aquí el balance sobre el viaje es
extremadamente positivo porque no he contado lo que fue mi intento por ver a
Auster. Digamos que se resume en tratar de conseguir las entradas, ir a retirar
las entradas, padecer afuera del MALBA porque la pequeña sala de 265 butacas ya
no tenía más capacidad y armar un escándalo porque, como aquí y como en todas
partes, había personajes VIP que lograron tener una entrada sin hacer fila, solo
por sus influencias. Y como igual que acá si no hay reclamo no pasa nada
conseguí no dos sino cuatro entradas para escuchar a Auster en el hall del
Museo frente a una fría pantalla de proyección, sentada en unas escaleras más
frías que la pantalla. Esto no lo supe al obtener las entradas sino el día de
la conferencia, cuando reparé en que todo fue gato por liebre.
Después de escuchar una entrevista desangelada que hizo el
rector de la Universidad de San Martín a Auster (bueno, no debe ser fácil
entrevistar a un buen escritor) las puertas del auditorio se abrieron para que
el autor firmara sus libros. Ahí sí lo logré, y mientras esperaba ocurrió el
prodigio. A escasos dos metros de la fila en donde yo esperaba, Coetzee estaba
parado mirando cómo Auster firmaba los libros. Coetzee simplemente nos
observaba. Observaba la columna larguísima que salía por la puerta del
auditorio y estuvo ahí en esa actitud contemplativa, vestido con su terno
oscuro, más de diez minutos. Y no, no me le acerqué porque me sobrepasó el
hecho de que ese escritor a quien admiro profundamente por su sólida y
contundente obra, se mantuviera alejado de la fama y los fans que
posteriormente, en la misma Feria del Libro, hicieron que tuviera que huir por
una puerta trasera porque ya no podía dar un paso entre los miles de libros del
recinto de La Rural. Les dije que no era groupie literaria. Mis amigos
escritores —que los tengo—son mis amigos, y no llegamos a la amistad por los
libros sino por otras afinidades. Que luego los libros también nos unan, es
otra cosa.
Cinco
“Nuestro destino nunca es un lugar, sino una nueva forma de
ver las cosas”. (Henry Miller)
La Feria del Libro de Buenos Aires es gigante, masiva, es,
diría yo, como la Torre de Babel. No sé si a ustedes les interese deambular por
un lugar abarrotado de libros en donde es complicado ver alguna cosa en
particular porque hay tanto que no se puede fijar la atención en una sola cosa.
Ahí están todos los libros todos, pero para mi sorpresa este año a precios
muchas veces inalcanzables para los argentinos y caros para quienes usamos otra
moneda distinta al peso. Sí, también en Buenos Aires comprar un libro español
puede costar 30 dólares. Mi visita a la feria se hizo corta, muy corta. Me dejó
con la idea de cómo debe ser una “ideal feria del libro”. Definitivamente que
sobre a que falte, me repito. Y Buenos Aires me dejó algo inapreciable: un
nuevo cuento que me hizo recordar algunas palabras de Paul Auster sobre lo que
le interesaba de las historias que escribía. No era su relación con el mundo
sino su relación con otras historias. Así, mi cuento creció de esa fuente
inagotable que es la realidad para convertirse en un relato de ficción sobre
una pequeña costurera que está cosiendo una prenda fabulosa.