Herta
Müller by Thomas Lohnes,
Agence France-Presse , Getty Images
|
POR: PABLO KAMCHATKA
Aplastó con el pie la mano de su hija para que se calle.
Dijo el padre a la niña: me dejas en paz o nada. Años después la niña
acompañaría indiferente la agonía de su padre. Ni padre, ni madre, ni abuelos
merecen la pena para la protagonista del libro La Bestia del Corazón (Siruela,
2009), escrito por la premio Nobel de literatura Herta Müller.1
Ella (nunca sabemos el nombre de la protagonista), junto a
tres amigos, estudian en la universidad y comparten la animadversión al régimen
del dictador rumano Ceausescu. También comparten una casa abandona donde
furtivamente discuten, un mismo vigilante, el coqueteo con el suicidio y la
intención de fuga. Sin embargo, cuando la amistad se vuelve confortante, ellos
repiten —para no confiarse demasiado— que cuando todo es terror “los amigos no
vienen a cuento”.
Existen medidas de observación para todos los estudiantes.
En la habitación un micrófono oculto registra conversaciones, las maletas son
requisadas y los estudiantes se vigilan mutuamente. El giro se produce cuando
el régimen detecta las reuniones en la casa abandonada. Entonces su
correspondencia es revisada, las casas de sus familiares son registradas y son
sometidos a interrogatorios por parte del capitán Pledge. Cuando ella es
interrogada, el capitán parece no tener tanto interés en indagar qué es lo que
sabe, sino en demostrarle cuán íntimamente conocen sus hábitos e intenciones,
lo inútil que es intentar ocultarse.
El uso frugal y preciso de adjetivos crea una atmósfera de
desprecio. En la cafetería de la universidad se reúne el “rebaño deprimente que
mastica”. En el tranvía un hombre
observa a la estudiante con “codicia de perro famélico”. En el salón de actos, se distinguen las
“manchas de sudor en las axilas” cuando los miembros del partido alzan la mano
para expulsar a esa misma estudiante cuando se suicida. Este tipo de narración
adquiere un ritmo vertiginoso que también se expresa en virajes narrativos y
elipsis repentinas. Müller da una confianza al lector que exige de él una
participación continua.
En medio de la represión y la ausencia de sentido el lector
encuentra a la bestia del corazón. Quien primero habla de la bestia es la
abuela de la protagonista. Ella mira a su nieta —entonces niña— dormir y le
dice: “reposa la bestia de tu corazón, hoy has jugado mucho”. Es quizá en los
niños donde la bestia es dominante, el impulso vital no se agota sino con el
sueño. En la adultez la bestia puede verse disminuida. La abuela consiguió a su
marido arrebatándolo a otra mujer, ella sabía que era un hombre sin carácter, o
un carácter menor, “la bestia de tu corazón es un ratón”, se burlaba.
Pero aunque sea un ratón, está en todos la bestia del
corazón. Su bestialidad reside en que no la podemos controlar, está más allá de
nuestra voluntad. Por eso, a pesar de que la protagonista tenía la voluntad de
quitarse a la vida en el río, algo la detuvo: “una pequeña parte de mí se
resistía. Quizá era la bestia de mi corazón”. En la acumulación de sufrimientos
y ahogos en el país-prisión surgen razones para quitarse la vida, pero esa
determinación se derrumba por la agitación de la bestia del corazón: el impulso
incontrolable por existir aún en las condiciones más oscuras. Avanzada la
historia, la abuela yace sin vida, con un pañuelo anudado a su barbilla, su
nieta le dice “reposa la bestia de tu corazón”, sólo con la muerte la bestia
del corazón está en casa.
La novela La Bestia del Corazón, más que una historia sobre
la muerte en dictadura, narra aquello que perdura a pesar de ella. Herta
Müller, perseguida por la autoridad dictatorial rumana, vigilada y exiliada,
perfila a lo largo del texto aquel impulso interno que todos tenemos, que puede
ser cultivado o disminuido pero que no controlamos totalmente, que nos arroja a
la vida y que nos acompañará hasta la muerte.
***
1.- La Bestia del Corazón, Herta Müller. Ediciones Siruela, Nuevos Tiempos. Traducción del alemán de Bettina Blanch Tryoller. España, 2009.