lunes, enero 15

Recordando a Harry Potter veinte años después

POR LISSETTE MONTILLA

Cuando pienso en Harry Potter no puedo evitar recordar mi infancia, recordando así los días en que tenía tiempo para pasar toda una tarde leyendo y perdiéndome entre las páginas de los libros. Cuando compré La piedra filosofal descubrí junto con Harry no solo el mundo de la magia, sino también el de las letras.

Con rapidez y una enorme curiosidad fui conociendo poco a poco la vida del joven Harry Potter. Como por azares del destino queda huérfano y a merced de sus despiadados tíos, y en su cumpleaños número 11 le dicen que es nada menos que un mago.

El libro desde el principio busca la simpatía del lector ante las injusticias con las que tiene que vivir el protagonista. Sorprendentemente, a pesar del claro maltrato infantil al que está sometido (como dormir debajo de las escaleras) no vemos a un niño amargado o rebelde, sino todo lo contrario, alguien siempre dispuesto a ayudar a los demás, amable, caballeroso y con un enorme sentido de hacer siempre lo correcto.

A partir de su inclusión al mundo mágico, se va desarrollando una serie de peripecias para demostrar que él es digno de un lugar en el mundo de sus padres. Con la ayuda de quienes se convierten en sus inseparables amigos, Ron y Hermione, vemos junto a Harry valores como la amistad y el amor, como fuerzas que lo vencen todo, incluso al mago más poderoso del último siglo.

Este niño flacucho, desnutrido, con los lentes rotos, se va convirtiendo en un amigo más de nuestra infancia. Quienes crecimos con “el niño que vivió”, nos hemos visto identificados con los personajes, llegando así a sentir lo que ellos sienten, reír con los momentos graciosos, llorar con los más tristes, angustiarnos en los momentos de peligro, y sentir el alivio cuando todo ha pasado.

Con cada página, sumergirse en este mundo tan maravilloso hace posible desconectarse de la realidad. Como cuando Gryffindor gana la copa de las casas y recuerdo aplaudir y gritar como si estuviera ahí. O como cuando al llegar al final de cada libro y se revelan todas las cosas, decir: “¡Pero cómo no lo vi antes, es tan claro!”, y darte cuenta de que Hermione ya lo sospechaba. O entristecerse con cada cosa mala que pasaba, como la muerte de Sirius o la de Dumbledore (recuerdo que lloré tanto que mi mamá al verme se preocupó por que creía que me sentía mal o algo). Sin duda Harry Potter ha sido un referente muy importante en la vida de muchos, ha sido quien nos ha iniciado en la lectura. Y cómo olvidar las lecciones invaluables que nos ha dado a través de personajes como Dumbledore con su célebre frase en el primer libro durante la conversación con Harry en la enfermería: “Después de todo, para una mente bien organizada, la muerte no es más que la siguiente gran aventura”, o el discurso que dio después de la muerte de Cedric en el cuarto libro que dice: “Recordad a Cedric. Recordadlo si en algún momento de vuestra vida tenéis que optar entre lo que está bien y lo que es cómodo, recordad lo que le ocurrió a un muchacho que era bueno, amable y valiente, sólo porque se cruzó en el camino de Lord Voldemort”. Palabras como esas son las que nos acompañarán por el resto de nuestras vidas.