miércoles, febrero 13

El amor es un cuento

POR: GISELLA ALVARADO. 

Y vivieron felices para siempre. Recordar unos breves cuentos infantiles, de nombres distintos, tramas nuevas y personajes cuyos problemas impedían soluciones inmediatas. Muchos fuimos parte de esas lecturas en donde sin importar lo que pasara, el final resultaba acabar con esa simpática frase. La estructura de tales cuentos resultó ser básica porque muchos lograron independizarse de los libros e impusieron historias propias, cuyos sinnúmeros de obstáculos en la trama no impidió que el final cambiara de cierre.

Por el momento, nuestro enfoque se centrará en la temática del amor de tales cuentos. La mayoría de los personajes protagónicos cuyas desdichas los atormentaban, con frecuencia eran por cuestiones amorosas. Los mismos planteamientos de los cuentos infantiles se adaptaron incluso en el cine. Concluyendo en la misma idea genérica donde cada final se debe a sus espectadores, en este caso, los niños.

Sería injusto al mismo tiempo tratar de inferir que cada cuento infantil ha tenido el mismo procedimiento o ha tratado de mostrar el amor de una manera en donde la realidad adquiere un elemento mágico. En lo personal, prefiero lo fantástico y no está de más que se apropie la idea del amor en los cuentos infantiles con un ligero toque trágico para así suplir la monotonía de los desenlaces.

Con lo dicho anteriormente, específicamente por el felices para siempre que por el enfoque del amor en los cuentos infantiles, expondré el amor en situaciones poco convencionales.

Theodor Hoffmann en su cuento El hombre de arena expone el terror de una leyenda urbana. Su personaje principal, Nataniel resulta estar atado de manera indiscutible a un trauma de infancia. La curiosidad como el peor de los males logra llevar al niño Nataniel a descubrir la obsesión por los ojos del hombre de arena, quien luego asesina a su padre y le niega la oportunidad de olvidarlo.

Pasando nuevamente a la temática del amor, en este cuento se exponen dos tipos de amores, uno real, el otro idealizado. Por lo que pretendo describir a cada una de las mujeres de la cual está enamorado.

Clara, hermana de Lotario quien es amigo íntimo de Nataniel logran introducirse en su vida a través de sus familiares. Es la primera persona que logra acercarse de manera más íntima a él, el cuento permite conocer un poco más de su apariencia y sus actitudes.

No podía decirse que Clara fuese bella, esto pensaban al menos los entendidos en belleza. Sin embargo, los arquitectos elogiaban la pureza de las líneas de su talle; los pintores decían que su nuca, sus hombros y su seno eran tal vez demasiado castos, pero todos amaban su maravillosa cabellera que recordaba a la de la Magdalena y coincidían en el color de su tez, digno de un Battoni. Uno de ellos, un auténtico extravagante, comparaba sus ojos a un lago de Ruisdael, donde se reflejan el azul del cielo, el colorido del bosque y las flores del campo, la vida apacible. (…) Clara fue acusada por muchos de ser fría, prosaica e insensible. Pero otros, que veían la vida con más claridad, amaban fervorosamente a esta joven y encantadora muchacha; pero nadie tanto como Nataniel, quien se dedicaba a las ciencias y a las artes con pasión.[1]

Por tanto, cabe tomar en cuenta de que Clara y Nataniel se habían prometido a pesar de estar separados temporalmente. La distancia y el tiempo no fueron las causantes de una posible separación de estos personajes, sino la intromisión de un segundo amor que resulta ser idealizado, esta joven, llamada Olimpia, con quien no compartió conversación alguna llegó a intrigarlo.

Hace unos días, subiendo a su apartamento, observé que una cortina que habitualmente cubre una puerta de cristal estaba un poco separada. Ignoro yo mismo cómo me encontré mirando a través del cristal. Una mujer alta, muy delgada, de armoniosa silueta, magníficamente vestida, estaba sentada con sus manos apoyadas en una mesa pequeña. Estaba situada frente a la puerta, y de este modo pude contemplar su rostro arrebatador. Pareció no darse cuenta de que la miraba, y sus ojos estaban fijos, parecían no ver; era como si durmiera con los ojos abiertos. Me sentí tan mal que corrí a meterme en el salón de actos que está justo al lado. Más tarde supe que la persona que había visto era la hija de Spalanzani, llamada Olimpia, a la que éste guarda con celo, de forma que nadie puede acercarse a ella. Esta medida debe ocultar algún misterio, y Olimpia tiene sin duda alguna tara.[2]

Tratando de resumir los siguientes acontecimientos que lo llevaron a él a desprenderse de Clara y lograr una cercanía a Olimpia el cede ante esa tentativa y hace lo necesario para proponerle su amor a ella. Una noche en donde ni él mismo pudo conseguir entender cómo había podido aproximarse a ella, solo una noche bastó para así lograr quedar enamorado profundamente por esta mujer que sus únicas palabras resultaban ser balbuceos cortos. Lo que ocurrió a pesar de que Nataniel parecía verse atrapado en un limbo de un amor platónico fue que sus acciones lo separaban de su realidad hacia la consumación de un amor idealizado.

Resulta un poco irónico en cómo la concepción del amor idealizado pasa a un plano que me lleva a recordar a Petrarca y cómo habría sido si Laura lo conocía y le concedía el gusto de estar con él a pesar de los impedimentos que ya de por sí se presentaban. En este caso, Nataniel, al tratar de conseguir la unión con Olimpia se vio partícipe de un desenlace perturbador que lo llevó a descubrir que aquella mujer cuya belleza y virtudes lo habían cautivado, era solo una autómata.

Eran las voces de Spalanzani y del horrible Coppelius que se mezclaban y retumbaban juntas. Nataniel, sobrecogido de espanto, se precipitó en la habitación. El profesor sujetaba un cuerpo de mujer por los hombros, y el italiano Coppola tiraba de los pies, luchando con furia para apoderarse de él. Nataniel retrocedió horrorizado al reconocer el rostro de Olimpia; lleno de cólera, quiso arrancar a su amada de aquellos salvajes. Pero al instante Coppola, con la fuerza de un gigante, consiguió hacerse con ella descargando al mismo tiempo un tremendo golpe sobre el profesor, que fue a caer sobre una mesa llena de frascos, cilindros y alambiques, que se rompieron en mil pedazos. Coppola se echó el cuerpo a la espalda y bajó rápidamente las escaleras profiriendo una horrible carcajada; los pies de Olimpia golpeaban con un sonido de madera en los escalones.  Nataniel permaneció inmóvil. Había visto que el pálido rostro de cera de Olimpia no tenía ojos, y que en su lugar había unas negras cavidades: era una muñeca sin vida.[3]

Ahora hemos regresado al inicio en donde el hombre de arena ha logrado interferir nuevamente en sus planes, haciéndole contemplar otro acontecimiento trágico. En estos momentos, Nataniel resulta ser una causa perdida. En sus últimos momentos en donde parece haber recobrado la cordura por el amor de Clara cuyas intenciones tratan de sanarlo de aquellos malos recuerdos que lo abstienen de continuar, es demasiado tarde. El amor resulta carecer de atributos suficientes para poder alejar a Nataniel de la demencia que le han conferido y muere. Se prueba como el amor no triunfa para salvar a un ser querido.

Dicha muerte no impide que Clara prosiga con su futuro donde logra encontrar un nuevo amor. De cierta manera Nataniel quien resultaba ser el personaje protagónico personalmente adopta los rasgos de su agresor y existe una dinámica acomedida a hacer que el protagonista pase al lado del personaje antagónico como el hombre de arena.

El cuento de Philaréte Chasles, conocido como El Ojo sin Párpado, se apropia de una temática que recurre a plantearse al amor como una obsesión. Jock Muirland, un granjero viudo que resulta ser el personaje principal del cuento quien se encuentra participando de las actividades del Halloween. Dan un ligero acercamiento de cómo enviudo Muirland por los celos que sentía hacia su esposa, apartándola del exterior para que así ningún hombre pudiera observarla. En este caso, los celos resultan ser la base de su perdición.

(…) Todos sus amigos, incluso el sacerdote, le manifestaron su descontento y le reprocharon su conducta; él sólo respondía que amaba apasionadamente a Tuilzie, y que únicamente a él le correspondía juzgar qué era lo mejor para el éxito de su matrimonio. Bajo el rústico techo de la casa de Jock se escuchaban a menudo lamentos, gritos y llantos, cuyos ecos llegaban al exterior; el hermano de Tuilzie fue a ver a su cuñado para decirle que su conducta era imperdonable, pero esta iniciativa sólo dio como resultado una violenta riña. La joven iba marchitándose día tras día. Finalmente, el dolor que la consumía le arrebató la vida.[4]

Muirland con los demás campesinos mantienen participando de los diversos ritos que les deparaba el Halloween. Hasta que finalmente lo retaron a participar de la superstición del espejo en donde finalmente por mala fortuna de él, se ganó involuntariamente una esposa. Dentro del desenlace de la historia se presenta como su nueva esposa permanece pendiente de cada movimiento lo cual no era de extrañarse por ser una criatura que no dormía al no poseer párpados. La belleza, sus virtudes, su amor por él, nada de eso era suficiente ante la desesperación de cuán cerca lo vigilaba.

Finalmente sin importar cómo o dónde, su maldición lo perseguía, se mantenía vivo de un amor obsesivo, de la misma forma en cómo él había sido con su antigua esposa. Se introduce además las características de un posible amor no correspondido en donde sin importar las circunstancias ambos permanecerían juntos, así fuera en contra de la voluntad de uno, en este caso de Jock Muirland.

El ojo sin párpado estaba allí, eternamente vigilante. Spellie había atravesado el océano, había encontrado el rastro de su marido y le había seguido de cerca; había mantenido su palabra, y sus celos terribles aplastaban ya a Muirland con sus justos reproches. El hombre corrió hacia el río, seguido por la mirada del ojo sin párpado; vio la onda clara y pura del Ohio y se lanzó a ella, empujado por el terror.  Éste fue el fin de Jock Muirland, tal y como se halla en una leyenda escocesa que las viejas cuentan a su manera. Se trata de una alegoría, afirman, y el ojo sin párpado es el ojo, siempre vigilante, de la mujer celosa, el más espantoso de los suplicios.[5]

De esta manera se exhiben varias temáticas del amor en donde los finales no resultan ser predecibles, por ello pienso que ante eso el amor no solo debe adoptar el camino de la felicidad absoluta. Puede llegar a impregnarse de los rasgos irónicos para así denotar como el amor no debe obtenerse con facilidad sino pasar a ser un elemento que permita mostrar de qué forma éste conviene a cada individuo.