miércoles, febrero 13

La muerte del amor en "Montesco y su señora", de Martínez Queirolo

POR: KATHERINE MARTÍNEZ.

José Martínez Queirolo nació en Guayaquil, en 1931. Egresó de la Facultad de Ingeniería Civil de la Universidad de Guayaquil, pero muy pronto, aun antes de terminar esos estudios, se dedicó, y cada vez más de lleno, al quehacer literario, especialmente al teatral.


A los dieciséis años nos dio su primera pieza de teatro: “Goteras”. En 1960 interpretó en la Universidad de Guayaquil su monólogo “Réquiem por la lluvia”. En 1963 se estrenó, dentro del I Festival Nacional de Teatro, “La casa del qué dirán”, que le mereció el Premio Nacional de Teatro. En ese mismo año estrenó “El baratillo de la sinceridad” y “Montesco y su señora” en 1965.

Utilicé con cierto decoro y recelo la tradición biográfica que, podría decir, es el abreboca del presente ensayo ya que hace referencia a una biografía bastante subjetiva, explicativa y morosa para lo que respecta el análisis objetivo de la obra de Queirolo. Sin embargo, es necesaria ya que es parte de la tradición académica (o mejor dicho, social académica) empezar con un toque biografista. Ahora, ¿por qué he titulado mi trabajo «JMQ: un ucronista»? Pues bien, por dos grandes motivos: Martínez Queirolo viaja hasta el siglo XVI, recoge a Romeo Montesco y Julieta Capuleto de todo este halo victoriano romántico y los encasilla en una realidad típica y desgastada del matrimonio: siglo XX, se odian, se arrepienten y su vida si más bien no es infierno, se está consumiendo en las llamas de la vejez y de la consagración precipitada.

José Martínez Queirolo o Pipo, para llamarlo con cierto afecto, es un elegante del humor. No se dedica a sacarnos risotadas ni mucho menos a adoctrinarnos con lo que manifiesta en cada diálogo. El humor es una pincelada diáfana. La vida no es un carnaval, pero no por eso no es risible. Apegándome un poco al cliché: la sonrisa como medicina del alma. Aunque no todo es risa, no todo es ridiculización del estado en que se regodean sus personajes; hay melancolía. Y si bien es cierto, la risa cura y libera pero la melancolía es la reflexión y resignación. El Pipo no es un dios redentor, es un dios que somete a sus personajes a verse dentro de la vida que se les ha dispuesto. ¿Con un final? Sí, pero no liberador. Por lo menos no en estas dos obras.

Montesco y su señora deviene en un solo objetivo: la tragedia. No la tragedia motivada al encuentro con la catarsis pero sí a la epifanía. Montesco y su señora nos muestra a esta vieja pareja romántica ubicada en la ruina del amor: el dormitorio, cama para los dos pero al mismo tiempo tan distantes; discuten y se hieren; se recriminan y desvarían. Como yo diría: la vejez del cuerpo, la vejez del amor. Son ambos tan caducos que no están para lirismos; tampoco tienen los 16 y 14 años, edades del corazón hirviente.

¿Quién dijo que la eternidad de la obra literaria es la eternidad del amor? Todos alguna vez hemos soñado con el amor Montesco y Capuleto: el que sangra, el que envenena pero que jamás se acaba. Pues, para JMQ, el amor de esta pareja shakesperiana se quedó en eso: sangre porque murieron, gracias a ellos, inocentes y envenena porque a partir de los sesenta y tantos años lo único que sale de la boca es veneno, no lírica.

El enfoque dado a la vieja historia de amor es realista en tanto en cuanto se pretende darle un portazo al lector. Recordemos, estaba ahí Julieta, invocando el nombre de Romeo y diciéndole que no importaba el nombre si para ella el nombre de su amado era precisamente amor. Amor que se limita, puesto que inclusive la escenografía intencionalmente pensada es la de limitar el espacio de la llama del amor, pero no se limita la vista:

Voz de Julieta: (Entre ruido de objetos que se estrellan)
¡Te odio! ¡Te odio!... ¡Que corran las cortinas! ¡Que vengan todos a contemplar nuestra tragedia! ¡Porque nuestra verdadera tragedia es…![1]

Son conscientes de que la primera parte de su amor fue observada y vivida. Ahora, la voz de la Capuleto necesita ser escuchada para que los mismos que vivieron su amor sean testigos de la decadencia.

Más no hay que mostrar la decadencia como el mal de amor. Ni mucho menos como temática principal, junto a ella podría decir que convergen la añoranza de la juventud, que sería la anagnórisis de Julieta y Romeo; también el dolor del destino basado en un condicional constante: qué habría pasado si hubieran muerto. En torno a este girará el principio de la obra porque desencadenará una cantidad de reproches:

Romeo: Ustedes creían que habíamos muerto, ¿verdad?... ¡Clarividente y piadoso, el poeta genial que quiso que muriéramos a tiempo!
Julieta: ¡Suicidas por amor!... ¡Oh, cuánto mejor hubiera sido para nosotros morir en forma tan hermosa!... ¡Yo, largamente inmóvil, prisionera del sueño artificial!...
(Se tiende sobre el lecho, con los ojos cerrados y las manos cruzadas sobre el pecho).
Romeo: ¡Yo creyéndote muerta, avanzando hacia ti!... (Lo hace) “¡Amor mío, mi esposa! La muerte que ha absorbido la savia de tu aliento, todavía no ha ejercido influjo sobre tu hermosura… ¡no estás conquistada! ¡Se enseñorea, aún, la belleza en el carmín de tus labios y en tus sonrosadas mejillas! ¡La pálida bandera de la muerta no ha cubierto tu rostro, todavía!...” (Llenando un vaso de agua con la poma que se encuentra sobre la mesita de noche). “¡ven, amargo consuelo! ¡Ven, guía fatal!... ¡Por mi amor! (Bebe). ¡Oh, no me engañaste, boticario! ¡Qué activo es el veneno!... ¡Así muero…, besándote!...”[2]

Llamemos tragedia sobre tragedia a este hipotexto de Martínez Queirolo. La tragedia de Romeo y Julieta es vivir al límite de conocer la verdad de sus familias: se odian, son rivales; al amarse hay derramamiento de sangre, más eso es lo que menos importa; interesa el final que es la determinación de la pasión y amor desmedido. Se materializa con el amor eterno. Esta tragedia producida por el amor eterno ficcional es lo que también destruye al amor real manifestado por ambos personajes.

La añoranza de la juventud confirmo es la anagnórisis y también es condicionada. Se teje en una ficción alterna fabricada por la propia Julieta. Esta se ve en dos partes de la obra: la primera cuando esta Julieta amargada y, alienada le recrimina el haberse hecho de él: un pobrete; y la segunda cuando ésta extraña su viejo balcón:

Julieta: ¡Yo no fui criada para semejantes menesteres!... La casa de mis padres era una casa llena de sirvientes… ¡una casa hasta que el ama que me crió tenía un criado a su servicio!...
Romeo: La casa de tus padres era una casa llena de alcahuetes
Julieta: (Continuando, a los espectadores). ¡Por no poder recordar sus nombres, los numerábamos!... Criado Primero, Criado Segundo, Criado Nonagésimo Tercero…¡Nunca imaginaron mis padres que, con el correr del tiempo, su hija idolatrada, convertida en la esposa de un pobrete, iba a vivir en una casa sin sirvientes!
Romeo: Y, ¿qué era lo que esperaban entonces? ¿Qué te casaras con un príncipe?[3]
(…)
Romeo: Hablas, ¡y ni siquiera sabes lo que dices!
Julieta: ¡Habla!, me pedía. “¡Oh, habla de nuevo, ángel refulgente!...” Bastaba que yo hiciera un leve movimiento con los labios, para que se desesperara por oírme. ¡Habla!, me pedía, ¡Habla! ¡Habla!
Romeo: ¡Calla! ¡Calla!
(Julieta, muy resentida se dirige al balcón)
Julieta: (Sollozando) ¡Mi balcón!... ¡Mi viejo balcón![4]

Sentenciados por la condena del matrimonio, la pareja se maneja en el tono de la amargura. Ambos están conscientes de que su primera historia fue la etapa en que el morir de amor los magnificaba se acabó, porque la real muerte del amor es la convivencia como pareja, los años y la rutina. Quizás así apunta Queirolo al rebatir al propio Shakespeare: la pareja del siglo XVI se vio y cayó desmedida en un vendaval de latidos, mientras que su pareja, la del siglo XX es aquella que le hubiera gustado conocerse más para no caer en desgracia.

La cárcel: el dormitorio, la mediocridad y sus hijos: Romeíto y Julietita Montesco Capuleto son precisamente lo contrario a lo que ellos fueron. A pesar de que tanto Romeo como Julieta odian el haberse conocido y reniegan de su hado que hizo que ahora compartan la detestable vida de verse el uno al lado del otro en cada amanecer, saben que fue el único y verdadero canal para sentir que se consumían en la llama de su pasión. No niegan a sus hijos, sin embargo, son el reflejo deforme del amor: Julietita con uno y con otro y Romeíto un vago sin oficio. Sí, ya son de 34 y 33 años y aun mantenidos por sus padres. Quizás, también se convierten en el reflejo de lo que hubieran sido ellos si se mantenían en el seno familiar.

Un matrimonio contemporáneo, sí. Un matrimonio que se termina, no. A pesar de todos los diálogos telúricos de la obra de Queirolo, no es finito el enamoramiento entre la pareja. Ahora, si bien es cierto, el único factor que trata de desmantelar los sentimientos es el tiempo más no porque estén por muertos.

Montesco y su señora, recoge la esencia del hartazgo, el vencimiento de la época de florecimiento del amor, sin embargo aun les queda la convivencia. Queirolo traslada a las tablas la complicación de los juramentos, una ucronía bien establecida ya que para los comunes y experimentados lectores asumimos que después de la palabra determinante FIN todo se ha acabado. ¿Acaso es una secuela? No, ya que lo que hace el dramaturgo guayaquileño es mostrarnos que el amor eterno intacto es simplemente un imaginario, una utopía; que si bien es cierto no solo el tiempo lo debilita, están otros factores como el corazón. Ese que tan joven empieza a amar, al llegar a la vejez ya estará cansado.

La muerte del amor es un mal tan contemporáneo, corroído por la rutina, y casi predecible. Romeo y Julieta, aquellos propuestos por Shakespeare y líderes por excelencia de la pasión hirviente y lucha por amor, han muerto; ahora somos partícipes de lo inevitable, de lo regular, de la caducidad y sobre todo, del terrible golpe de realidad. El amor pasa a un segundo plano y se ve como una secuela, una herida manifestada en el dolor y latiendo en el arrepentimiento diario. Montesco y su señora no son más que la posibilidad de haber sido pero que fueron rescatados a tiempo dándole punto final al idílico amor eterno.

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[1] MARTINEZ QUEIROLO, José. Montesco y su señora, Obras Completas, Publicaciones de la Biblioteca de la Muy Ilustre Municipalidad de Guayaquil, Guayaquil, Ecuador, 2010.
[2] MARTINEZ QUEIROLO, José. Montesco y su señora, Obras Completas, Publicaciones de la Biblioteca de la Muy Ilustre Municipalidad de Guayaquil, Guayaquil, Ecuador, 2010.
[3] MARTINEZ QUEIROLO, José. Montesco y su señora, Obras Completas, Publicaciones de la Biblioteca de la Muy Ilustre Municipalidad de Guayaquil, Guayaquil, Ecuador, 2010.
4 MARTINEZ QUEIROLO, José. Montesco y su señora, Obras Completas, Publicaciones de la Biblioteca de la Muy Ilustre Municipalidad de Guayaquil, Guayaquil, Ecuador, 2010.