POR: MIGUEL MUÑOZ.
Ésta es la primera de una pequeña ronda de entrevistas con escritores ecuatorianos que empezaron a publicar a partir del año 2000. Al final de la serie se verá que esta literatura reciente comparte muy pocos rasgos en común. Es obvio que el gentilicio no puede ser tomado como una referencia al momento de establecer líneas en conjunto entre varios proyectos literarios, entonces queda eliminada la posibilidad de hablar de una nueva literatura ecuatoriana o de una generación. De todas formas, la clasificación es un proceso vano que debe ser una tarea de los críticos de los años venideros.
La producción literaria en Ecuador es frágil, igual lo es la gestión cultural y la industria editorial. A pesar de eso siempre habrá quien se dedique a escribir. Parece que no podemos dejar de hablar de estos dos grupos: los reconocidos (autores vivos que vienen publicando desde la mitad del siglo veinte) y las novedades (los ases bajo la manga del deficiente periodismo local). Hace poco me fijé en el índice de la antología Los Invisibles (Editorial Antropófago, 2010) y me di cuenta de que de la mitad de los autores ya no se sabía nada, no sé si porque dejaron de escribir o porque mantienen un perfil bajo o porque de alguna manera fueron silenciados por el peso de la industria literaria.
En esta ronda de entrevistas, muy corta por cierto, se han escogido a autores que han permanecido más o menos activos en los últimos años; que podrían, todavía, ser catalogados como “jóvenes”; y que vienen desarrollando una escritura fresca e interesante, que es lo más importante. Dicho esto, pasemos a hablar del quiteño Fernando Escobar Páez.
Surfeando en la cresta del nuevo oleaje literario ecuatoriano se encuentra este escritor menudo, sonrojado, con cierto aire de lego medieval. Así lo definió Huilo Ruales Hualca en el texto de presentación de Miss O’ginia (Doble Rostro Editores, 2011). Hacia el final de su escrito, Ruales se pregunta por qué Escobar Páez se sale de la vía asfaltada del realismo sucio ecuatoriano, tan fecundo y tan añejo; y por el contrario, inaugura su propio Club de la pelea, su propia escuela del Chuckpalahniukismo. Pero no se trata de un llano imitador, la prosa enfermiza de Escobar Páez resulta saludable en un medio como el nuestro que se cuida tanto del qué dirán.
Aparte de Miss O’ginia, Escobar Páez ha publicado Los ganadores y yo (Machete Rabioso Editores, 2006) y Escúpeme en la verga (Editorial Letras de Cartón, 2012 – Chile). Para esta entrevista contacté a Fernando por Facebook y luego por teléfono cuando su cuenta fue bloqueada debido a denuncias por contenido ofensivo. Me citó para conversar durante el partido de Barcelona de la semana pasada pero decidí que no era el momento ideal. Luego de eso intercambiamos algunos mensajes de texto y un par de llamadas, todas las citas fueron pospuestas porque él debía ponerse al día con su trabajo y por la resaca continua que se maneja. Al final, la entrevista la realizamos por correo electrónico. El email con las respuestas tenía la siguiente frase como asunto: LISTO EL POLLO.
¿Qué has aprendido de tus primeras incursiones en la escritura?
Nada que no hubiera aprendido antes en la calle.
¿Cómo empezaste a escribir?
Las típicas cartitas de amor (te estoy hablando de mediados de los noventas, cuando no existía Facebook ni ninguno de esos placebos de contacto humano). La destinataria me rechazó y dijo que mis cartas le provocaron mucho miedo (incluso mandó a sus amigos a que me peguen pero no me pudieron agarrar, porque como en esa época yo todavía no fumaba, podía correr duro). Si bien el rechazo dolió, me hizo percatar de que al escribir puedo provocar reacciones fuertes, tal vez no las que yo buscaba, pero eso pasó a ser secundario.
¿Te obligas a escribir cierta cantidad de palabras al día?
Ni cagando. Solo escribo cuando estoy de humor para hacerlo.
¿Importa el lugar donde escribes?
Poco, he escrito en todo tipo de tugurios –incluso de esos bien infames donde ponen reguetón a todo volumen- pues cuando siento que debo escribir me separo del mundo exterior. Pero si me dan a elegir, prefiero escribir en algún bar tranquilo mientras me mando un combo de cerveza.
¿Qué sientes cuando terminas de escribir?
Lo mismo que siento después de ir al baño: me siento liviano y limpio, pues he sacado parte de la porquería que tenía adentro.
Se dice que cada escritor escoge su propio árbol genealógico, descríbeme el tuyo
Lo primero que leí fue mitología grecolatina y paleontología, a los 6 años aproximadamente. Si revisas mis textos verás que están llenos de referencias que tomé de esas primeras lecturas. Más adelante me dediqué a la ciencia ficción, el género literario que más me apasiona: Philip K. Dick, Issac Asimov, Jack Vance, Ursula K. L Guin. Ya en la adolescencia me marcaron “Sobre héroes y tumbas”, de Ernesto Sábato; “La trilogía de la crucifixión rosada”, de Henry Miller; todo Borges y todo H.P. Lovecraft. Pero el libro clave para mí fue “Una temporada en el infierno”, de Arthur Rimbaud, pues me acercó a la poesía y de allí surgieron las que ahora son mis lecturas favoritas: Isidore Ducasse, Dylan Thomas, Leopoldo María Panero, Osvaldo Lamborghini, Charles Bukowski, T.S. Elliot, Ezra Pound, en fin, la lista es larga y variada. También siento mucha afinidad por la literatura norteamericana contemporánea: la generación beat, Thomas Pynchon, John Kennedy Toole, Cormac McCarthy.
¿Relees tus primeros libros? ¿Qué piensas de ellos?
No me gustan, solo los reviso cuando me piden algún texto específico para alguna publicación.
¿Se leía mucho en la casa de tu infancia?
Bastante. Tuve la suerte de que mi casa es una suerte de biblioteca, nunca tuve un Nintendo ni ninguna de esas vergas que tenían mis amigos, pero los muebles estaban llenos de libros loquísimos. No es normal que un niño de ocho años lea textos Aleister Crowley, pero gracias a Horus, yo tenía esa posibilidad y lo hacía. A la hora del almuerzo venían mis tíos y pasaban hablando de libros; luego, de a poco, yo también me metía en la conversación. Esa costumbre sigue hasta hoy.
¿Has robado libros? Aparte de la biblioteca de tu infancia, ¿dónde consigues tus lecturas?
De chamo robé varios libros de librerías pequeñas y del Supermaxi, no lo hacía por necesidad porque siempre he podido comprar los libros que he querido, sino por gamberrismo juvenil. Todo el tiempo compro libros, y cuando hay uno difícil de conseguir, por lo regular lo tiene algún amigo mío o mi tío, entonces hacemos trueque.
¿Te llamarías a ti mismo un poeta, o un escritor, a secas?
Me da lo mismo.
¿De qué vives?
Hago la del primo Pedro Delgado: ejerzo la profesión sin título. Trabajo de periodista freelance para varios medios. Ocasionalmente también participaba en proyectos de gestión cultural, pero eso no me gustaba. Lo mío es escribir y a estas alturas de mi vida al fin he conseguido que me paguen y poder vivir exclusivamente de la escritura. Aunque no me sobra dinero, tampoco me falta y puedo darme varios gustos.
Si no existiera la literatura en tu vida, ¿qué quisieras ser ahora mismo?
Paleontólogo.
¿Cómo es tu rutina diaria?
No tengo.
¿Quién te lee primero?
Por lo regular mi editora, Sandra Araya. Ella me acolita con sugerencias y puteadas (a veces hasta me ha caído a quiños, pero esa es otra historia). También mis bros del poetariado: Andrés Tush Villalba y Juan José Rodríguez; ellos me leen antes de que publique cualquier huevada.
¿Crees que formas parte de una generación?
No.
¿Crees que puede hablarse de una literatura afectada políticamente por el correísmo?
No. Ya no estamos en tiempos en donde se necesitaba de obras como “Las cruces sobre el agua”. Es válido hacer literatura política, pero la mayoría de experimentos ecuatorianos que he visto en ese sentido caen en lo panfletario; y, en lo personal, jamás se me ha cruzado por la cabeza hacer algo político, salvo en mi trabajo como periodista, donde es indispensable.
¿Cómo ves al ambiente literario quiteño?
Hay autores que destacan, como el endemoniado –lo digo como halago- Ernesto Carrión (aunque es guayaquileño, no puedo dejar de mencionarlo por la calidad de sus primeras obras); Santiago Vizcaíno desde una estructura más clásica; Andrés Villalba y su humor coloquial; Juan José Rodríguez -de mis contemporáneos, el poeta más interesante, a mi juicio-; y César Eduardo Carrión. Los dos últimos iniciaron con una poética muy similar a la de Iván Carvajal, pero -afortunadamente- evolucionaron y hoy trabajan desde el neobarroco. En narrativa el único nombre que destaco es el de Silvia Stornaiolo, autora transgresora y dueña de un peculiar sentido del lenguaje, y a nadie más pues en narrativa tenemos un vacío espantoso.
Has dicho que Miss O'ginia surgió de una experiencia amorosa fallida…
Es un libro monomaníaco que se basa en una serie de relaciones catastróficas que me marcaron con sangre, y decidí escribir sobre ellas y sobre mí. Si lees con atención el libro te darás cuenta de que en ningún texto consigo lo que quiero, en todos me ridiculizo a mí mismo. Yo soy víctima y victimario; aunque me han hecho cagadas, yo también he sido un cerdo. Estas historias fueron saliendo como una catarsis que a veces tomó la forma de prosa poética y otras la de microcuento, y si me hubiera salido un ensayo decente sobre el tema, seguramente lo habría incluido en el texto final.
¿Eres misógino?
Me limitaré a citar un verso de Ernesto Carrión que justamente sirve de epígrafe inicial a mi libro: “Soy un hombre al que llaman misógino porque ama a las mujeres que ya no existen”.
A veces parece que asumes el papel de Agent provocateur…
Mi trabajo es escribir y punto. Si les provoca algo no es asunto mío.
Te han llamado Bukowskito, ¿qué piensas de ello?
La opinión de una “crítica literaria”, que después de haber criticado mi libro reconoció públicamente en Twitter no haber leído más que dos cuentos, me es irrelevante. Una persona que en entrevistas afirma que “el cuento me ha convertido en una persona de éxito”, no merece mi más mínimo respeto. Ese tipo de declaraciones me parecen patéticas, ver a la literatura como una cuestión de éxito o de marketing es ensuciar a los libros y a la gente que nos estamos sacando el aire, peleando a la contra. Si quieres éxito anda de panelista a “Así Somos” o ponte una escuela de líderes como Cuauhtémoc Sánchez, pero no vengas a fingir que amas la literatura cuando no eres más que una persona que busca éxito. Esa “crítica literaria” no solo criticó un libro que no leyó completo, sino que ante la falta de argumentos decidió “criticar” mi vida personal, mencionando dentro de su “crítica” que soy alcohólico, drogadicto, etc. Ante lo cual yo respondo: SÍ Y QUÉ CHUCHAS, MUÉRETE DE LA ENVIDIA, ES MI VIDA NO TUYA, JUZGA MIS ESCRITOS (cuando tengas la decencia de por lo menos leerlos antes de hablar) PERO NO MI VIDA, ESO SOLO ME COMPETE A MÍ.