POR: DANIEL LUCAS.
“Me ocurrió
hace un año pero lo escribo en presente: Son las cinco de la tarde de un lunes
y veo a una madre que intenta calmar, en la mesa del bar donde están sentados,
a sus dos hijos de seis y once años, que pelean porque el más chico quiere
jugar solo y el grande lo molesta. Basta, dice la madre. Acaban de llegar de
vacaciones a la costa atlántica y la madre avisa que “ya viene el papi y nos
vamos”. El más chico le dice al otro que lo deje de molestar porque si no le
pegará una piña. La madre abre los ojos y dice basta en el mismo tono desganado
que antes y levanta el celular de la mesa.
El padre
llega y se sienta. No habla. Tiene los auriculares puestos y repasa la
lista de canciones en su iPod. La boca pareciera masticar papilla. Los hermanos
se trenzan en tirones y gritos, la madre dice basta una o dos veces más y el
padre se incorpora para llevarse al hijo mayor a dar una vuelta.
Frente a ellos, en la mesa de adelante, trato de leer Sunset
Park de Paul Auster (un típico y desesperanzado producto Auster donde la
casualidad tiene más espacio que la causalidad borgiana) en el que uno de los
personajes femeninos, Alice Bergstrom, trabaja en una tesis sobre la película
Los últimos años de nuestras vidas de William Wylers y los conflictos de las
relaciones hombre/mujer en la época de posguerra. Ella analiza a esos hombres
callados, niños que crecieron durante la Depresión para ser mayores cuando
estalló la guerra. Le resultan fascinantes esos hombres incapaces de hablar
sobre el pasado y a su vez encuentra curioso que su propia generación
(treintañeros a finales de 2008), que no tiene mucho que contar todavía, haya
producido hombres que se entusiasman en hablar sobre sí mismos a la primera
oportunidad que tienen. Las personas que han estado en una guerra, reflexiona
Alice en el libro, son soldados viejos que cuando regresan a casa jamás hablan
de las batallas que han librado. No pueden hacerlo. Cabe preguntarse entonces
cuál habrá sido la guerra del hombre que mastica papilla, del padre silencioso
de auriculares al oído que busca escapar, como sea, de la familia que le tocó
en suerte.” Diego Erlan
DL: ¿A qué escritor resucitarías? ¿Y para qué?
DE: A Fogwill. Para dejar de extrañarlo.
DL: Si fueras un pervertido/a y tuvieras un fetiche ¿cuál
sería y por qué?
Los pies,
porque consiguen algo que debería conseguir cualquier fetiche: excitar.
DL: ¿Qué es
lo más excéntrico en ti?
DE: Mi
chica dice que mi mayor excentricidad es no comer queso. Yo creo que eso es
tener buen gusto.
DL: ¿Qué
monstruos vencerías por tu Dulcinea del Toboso?
DE: Los monstruos que construyen mis miedos y mi histeria.
DL: ¿Cuál es la cursilería más grande que has leído?
DE: La respuesta anterior.
DL: ¿Qué harías si encontraras el Aleph de Borges?
De una vez por todas podría leer esas cartas obscenas que
Beatriz Viterbo le escribió a Carlos Argentino Daneri.
DL: ¿Cuánto tiempo es para siempre?
DE: Demasiado poco.
DL: ¿Cuál sería el soundtrack ideal para el Fin del Mundo?
DE: Joy Division
DL: ¿Qué cantas en la ducha?
DE: “Fantasy”, de Charly García, un tema del disco Cómo
conseguir chicas.
DL: ¿Qué opinión te generan los gimnasios?
DE: Una buena y otra mala. Los gimnasios caretas llenos de
modelitos y famosos me resultan infumables. Los gimnasios hechos mierda, donde
las máquinas se caen a pedazos y siempre hay un profesor viejo, boxeador caído
en la miseria que te explica dos o tres cosas de la vida que pueden iluminar el
bajón, me parecen lugares de pertenencia fundamentales.
DL: ¿Con qué libros habrías enloquecido a Don Quijote en
lugar de los de caballería?
DE: Con su autobiografía.
DL: ¿Cuál ha sido tu peor trabajo?
DE: Vender dólares para una cueva del microcentro durante la
crisis del 2001.
DL: ¿Cuál es tu secreto peor guardado?
DE: Mi sentimentalismo.
DL: Si tuvieras que salvar de un terremoto a cinco palabras
del castellano, ¿a cuáles serían?
DE: Mierda, estoy, abajo, del, edificio.
DL: ¿Qué quieres ser cuando seas chico?
DE: Náufrago.
DL: ¿Qué cuentan las ovejas cuando sueñan?
DE: Relatos porno de pastores solitarios.
DL: Estás a punto de morir, escribe tu último tuit:
DE: “La barca del amor se estrelló contra la vida cotidiana”
(Maiakovski)
*Diego Erlan nació en San Miguel de Tucumán en 1979. Desde
los años noventa vive en Buenos Aires, ciudad en la que estudió periodismo e
historia del arte. Ha sido profesor universitario, guionista de televisión y
crítico cultural en diversos medios. Organizó el ciclo de discusión estética
Manifiesto. Actualmente se desempeña como editor en la revista Ñ. En junio de
2012 participó, como escritor invitado, de la exposición interdisciplinaria “El
amor nos destrozará”, realizada en el Centro Cultural Ricardo Rojas, que
funcionó como un experimento creativo a partir de su primera novela publicada
por Tusquets.