POR: ADELAIDA JARAMILLO.
El escritor Gustavo Faverón Patriau dictará en Guayaquil el curso “El caníbal como signo” del 8 al 11 de mayo en la Universidad Católica Santiago de Guayaquil y en la Estación Libro Abierto por medio de la gestión del espacio cultural palabra.lab. El jueves 9 de mayo presentará su novela El Anticuario en esta misma ciudad.
Gustavo Faverón Patriau, es PhD en literatura
latinoamericana con una subespecialidad en literatura comparada por Cornell
University. Faverón ha sido profesor en
Stanford y la Escuela de Lenguas de Middlebury College y actualmente es
profesor asociado del Departamento de Lenguas Romances y del Programa de
Estudios Latinoamericanos de Bowdoin College.
El curso hace un repaso por la narrativa latinoamericana del
siglo XX, incluido el vanguardista ecuatoriano Pablo Palacio. La figura del canibalismo ha sido estudiada
desde diversas ópticas en el campo de las letras latinoamericanas: desde los
estudios sobre el origen de la representación de lo americano en las crónicas
coloniales, pasando por la noción de antropofagia propuesta en el periodo de
vanguardias, hasta la formulación de teorías de lo latinoamericano construidas
sobre las ideas de asimilación, hibridación, consumo, etc.
A propósito de su visita, le realicé esta entrevista.
Gustavo, dicen que a la literatura se llega de una manera
romántica. ¿Es ese tu caso?
No. Yo a la literatura no llegué de manera romántica, sino
de manera autoritaria, dictatorial y casi autárquica: llegué porque me
obligaron. Porque una profesora en tercero de secundaria me ordenó no solamente
leer La ciudad y los perros, sino, escucha esto: me ordenó aprender de memoria
los primeros cuatro capítulos y decirlos en frente de toda la clase. No solo a
mí: cada estudiante del salón tenía que hacerlo con otros pasajes de esa y
otras novelas. Lo curioso es que ese principio traumático se convirtió en el
inicio de una historia que, ahí sí, podrías llamar romántica, porque desde
entonces lo mío con las novelas fue un amor y una pasión sobrenaturales. Apenas
terminé La ciudad y los perros leí todas las demás novelas que Vargas Llosa
había escrito hasta entonces (es decir, hasta La guerra del fin del mundo). Y
ya nunca paré y ya no ha habido un día en mi vida en que no esté leyendo un
libro de ficción, o un libro de poemas, o una obra teatral, o un libro de
ensayos, aparte de los que haya tenido que leer obligado por otros sátrapas en
el colegio o en la universidad, claro está. Para establecer mejor la historia
diré esto: yo había leído novelas antes de leer La ciudad y los perros, porque
mi casa estaba llena de libros y mi madre era una lectora culta y compulsiva, y
ya me había dado cuenta de que quería escribir ficciones, pero sólo conocía
libros de siglos pasados (Robinson Crusoe, Los viajes de Gulliver, Cumbres
borrascosas, etc.): con Vargas Llosa descubrí que eso de escribir ficciones se
seguía haciendo, que no era un oficio anacrónico, y que además se podía hacer
sobre mundos muy parecidos al mío, y entonces sí comenzó el romance.
¿Cuál fue el primer libro que, al leerlo, reconociste como
literatura? ¿Qué género y estilo prefieres leer?
A ver, ese libro debe de haber sido el Robinson Crusoe que,
por casualidad, leí en la traducción de Cortázar, sin saber siquiera quién era
Cortázar. Y sin mucho menos saber, claro, que la edición que yo leía había sido
mutilada por el mismísimo Cortázar, que no incluyó el tercer volumen y suprimió
partes de los dos primeros. Pero, en fin, Robinson Crusoe fue algo que leí
sabiendo que era una cosa que yo quisiera haber inventado; eso fue cuando tenía
unos diez años. Por esa época daban en la tele una adaptación de La isla
misteriosa de Verne, con Omar Shariff como el Capitán Nemo. Entre Defoe y Verne
quedó sellado mi futuro: empecé a escribir una novela. Obviamente transcurría
en una isla y no escaseaban los naufragios ni los submarinos. No me culpo.
¿Quién no quisiera escribir una gran novela que sucediera en una isla
misteriosa? Lo han intentado Bioy, Saer, Aira, Coetzee, que de hecho reescribió
Robinson Crusoe desde otro punto de vista, y obviamente Defoe y Swift y Moro y
Campanella y Bacon y tantos otros. La segunda parte de tu pregunta es difícil.
Supongo que hay unos criterios inconscientes que mi espíritu de lector pone en
juego cuando leo, pero por lo general no trato de buscar ciertos tipos de
literatura más que otros. Leo más narrativa que poesía, más novela que cuento,
más literatura realista que literatura fantástica, pero entre mis autores
favoritos hay autores que escribieron sobre todo poesía, cuento y literatura
fantástica, como Borges.
Escribiste en tu blog que estudiabas Economía como plan B y
Letras como plan A. ¿Todavía sigues
pensando que a la vida literaria le hace falta un plan B?
No, para nada. Lo único que hace falta es un buen plan A.
Reconozco que mucha gente que se dedica a la literatura, sobre todo en nuestros
países, pierde la posibilidad de vivir una vida económicamente segura, pero ése
no es un destino necesario. Lo único que hace falta es darse cuenta de que para
ser un escritor o un crítico o un profesor de literatura del mejor nivel hay
que trabajar muchísimo.
Estudiaste fuera del Perú tu especialización y no
regresaste, ¿el destino del literato es inevitablemente emigrar para ser
exitoso?
Bueno, esa no es una pregunta que se pueda hacer en el aire.
Claramente la mayoría de los es-critores argentinos o mexicanos o españoles no
necesita migrar para tener algún éxito o mucho éxito. Claramente un escritor
peruano tiene más posibilidades de éxito si da un paso hacia fuera y se acerca
más a los grandes ejes del circuito literario. Claramente la mayor parte de los
escritores de ciertos países carecen de éxito no importa si se quedan en su
tierra o si salen de ella. Pero creo que, antes de responder esto debí decir
que el éxito entendido en términos inmediatos y comerciales es bastante
secundario en el campo de la literatura cuando lo comparas con el éxito
estético, el éxito crítico, el éxito inherente a un cierto proyecto literario,
y en esos casos no es la migración lo que importa sino la distancia y la
perspectiva, cuyo grado ideal será distinto para cada autor.
Eres profesor, crítico, escritor y bloguero. A la hora de escribir ¿qué clase de texto
disfrutas más?
Bloguero no es nada. En serio. A estas alturas tener un blog
es tan normal y frecuente que es-pecificar que alguien es un bloguero puede ser
tan gratuito como explicar: “éste es Juan, él usa zapatos y hace llamadas
telefónicas”. La ficción y la crítica académica son las cosas que más disfruto.
No son ejercicios muy distantes uno del otro, después de todo: son los dos lados
del sistema comunicativo, simplemente. Yo creo que todo escritor debería darse
a sí mismo la posibilidad de sentir el placer que produce pensar y repensar un
texto ajeno, aproximarse a él tanto como sea posible, desmadejarlo, estudiarlo,
mirar su estructura por dentro. Ser un buen lector es el primer paso para ser
un buen escritor, y un crítico no es otra cosa que un lector especializado, de
modo que ejercer la crítica no puede ser otra cosa que un beneficio para
cualquier escritor.
Tu primera novela, El anticuario, que está siendo traducida
al inglés, cuenta una historia trágica.
Leí en una reseña publicada en La Mula, que Daniel, el protagonista,
existió. ¿Cuánto hay de realidad en tu
novela de ficción?
La novela está basada inicialmente en una historia real, que
además yo presencié cercanamente, porque fue algo que le sucedió a un buen
amigo y que me afectó mucho. Tanto que casi diez años más tarde todavía estaba
lo suficientemente conmovido por ella como para tener el impulso de narrarla
por escrito, con todo lo de exorcismo y confrontación que eso implica. Pero
cuando comencé a escribir la novela fue ocurriendo lo que sucede regularmente
con la ficción: que empezó a independizarse de la realidad, a alejarse de ella,
que es la manera especial en que la ficción gana perspectiva para mirar la
realidad con mayor exactitud y con mayor sentido. Además, la historia original,
la real, era solo la historia de un pasaje extremadamente violento en la vida
de un amigo, un pasaje de violencia pasional, mientras que la novela tal como
resultó al final es una ficción sobre la violencia política peruana, o una
ficción acerca de cómo la violencia social muta y se descompone para
convertirse en una cadena infinita de pequeñas violencias individuales.
También leí varias veces, como por ejemplo de parte de Luis
Hernán Castañeda y de Edmundo Paz Soldán, que como escritor tienes una herencia
de Borges y de Auster. Ambos son grandes
autores. Entonces, cuando te dicen algo así, como autor ¿qué sientes? ¿No genera esto más presión en una segunda
obra?
No, no. En todo escritor hay huellas y herencias de otros
escritores, eso no sólo es inevitable sino que habría que estar loco para
querer evitarlo, porque es la columna crucial que sostiene al edificio
literario en general. Y que en un escritor se descubran huellas de Borges u
Auster o se descubran huellas de Corín Tellado y Paulo Coelho, eso sólo te da,
digamos, las coordenadas geográficas que te permiten situar el lugar donde
comenzó el viaje de ese escritor. Mi segunda novela, de la que llevo escrita la
mitad, calculo yo, me está dando otro tipo de dolor de cabeza, que no tiene
nada que ver con qué trazas y huellas de qué autores se pueda encontrar en
ellas.
Pronto vienes a Guayaquil a dictar un curso sobre el
canibalismo en la narrativa latinoamericana del siglo XX en el que incluyes
como materia de estudio a Pablo Palacio.
A tu criterio ¿debería estar Palacio en un lugar más justo en la
literatura?
En América Latina hay una lista no pequeña de notables
escritores que son mucho menos leí-dos y mucho menos reconocidos de lo que
merecen. Marosa Di Giorgio, Armonía Somers, Mario Levrero, Rodolfo Wilcock,
Clemente Palma, Juan Emar, etc. Palacio es uno de ellos, sin lugar a dudas.
Para comenzar, es inmensamente más interesante como autor, como creador, como
artista, que una serie (corta, es verdad) de escritores ecuatorianos que tienen
una celebridad mayor básicamente porque cuadran bien como representantes de un
momento en la historia literaria regional. Que Icaza sea más leído que Palacio,
por ejemplo, es un escándalo. Palacio era un hombre del futuro al lado de
Icaza, que ya era en su propio presente un hombre del pasado. Uno lee un cuento
como “La doble y única mujer” de Palacio, escrito medio siglo antes de Lacan, y
uno tiene que reconocer que Lacan ya está ahí, prefigurado en Palacio, y ese
tipo de cosa sólo ocurre con autores que desbordan al resto de su época en
función de un talento artístico especial o de una percepción intelectual más
aguda.
¿Y cómo llegaste al tema del canibalismo?
Una vez un estudiante que llevaba un curso mío sobre cuento
latinoamericano, en Stanford, me hizo notar que entre los cuentos que habíamos
leído para ese curso había cinco en los que se aludía, frontal o
indirectamente, al canibalismo. Revisé los cuentos y era cierto, y además me di
cuenta de que conocía muchos otros, cuentos y novelas, todos de célebres
autores latinoamericanos del siglo veinte, como Cortázar, Borges, Saer,
Quiroga, Lispector, Pizarnik, Arlt, Vargas Llosa, etc., que trataban el tema
también. Me interesó la posibilidad de situar esos cuentos, relacionarlos unos
con otros, seguir la pista y entender si había alguna manera de estudiarlos
todos sistemáticamente, como manifestaciones de un mismo fenómeno (social,
estético, político, etc) o de un grupo discreto, comprensible, de fenómenos
interconectados. Hay ciertos periodos históricos en los que el tema del
canibalismo surge y se repite, intensamente (los años treinta, fines de los
años cincuenta, los setenta), y el curso es acerca de qué es lo que propició
esa convergencia de tantos autores diferentes sobre un mismo tema, varias veces
en el siglo pasado. El asunto, claro, está relacionado con otros: el debate de
la civilización y la barbarie, el tema de la marginalidad de lo latinoamericano
en el mundo occidental, que nos fuerza a la canibalización cultural, etc.
Eres un hombre muy polémico por tus opiniones, ¿hubo alguna
que te haya causado una gran contrariedad o un problema trascendente?
Digamos que hay una sorprendente cantidad de medios de
prensa en el Perú que jamás me entrevistarían ni publicarían una reseña
positiva de un libro mío, lo cual afecta, claro, la recepción de esos libros.
Pero eso es accidental, no trascendente, y no borraría ninguna de las cosas que
he dicho, ni ninguna de las críticas que he hecho, aunque haberlas formulado me
haya incordiado con mucha gente. Alguien que se molesta contigo por una crítica
objetiva y luego se venga de ti de manera subjetiva no es alguien que merezca
la pena tener de tu lado, de todas maneras. Fuera de eso, no. Ningún problema
trascendente. Problemas pasajeros nomás, y varios.
Para terminar, suelo estar de acuerdo con tus comentarios, y
he diferido contigo solamente en dos ocasiones: la primera por la ley SOPA, que
después de exponer tu punto de vista, considero tenías la razón; pero la
segunda fue airada y a causa de la minificción, a la cual yo defiendo y
promuevo por considerarla un fuerte de la novísima literatura
hispanoamericana. ¿Sigues considerando a
la minificción como un género menor?
Difícil no considerar menor a un género que se llama “mini”.
(¿Se puede considerar esto una microcrítica?).