POR: ARTURO CERVANTES.
En Manta, la ciudad que posee un monumento al atún, el poeta
mantense Pedro Gil es el equivalente al narrador Miguel Donoso en Guayaquil:
muchos toman sus talleres literarios, le piden consejos, lo leen, lo respetan,
lo siguen.
Una imagen mítica se ha creado alrededor de Gil, escritor
que –según él mismo– a ratos pasa una temporada en la calle, otra en un
hospital psiquiátrico y últimamente en el calor de su hogar, momentáneamente
ubicado en Quito. Ha sido betunero, limpiador de pozos sépticos, sepulturero.
Nació en Manta, el 18 de mayo de 1971. Ha publicado los
poemarios ‘Guerra que yo no juego’, ‘Delirium Tremens’, ‘Con unas arrugas en la
Sangre’, ‘He llevado una vida feliz’ y ‘17 puñaladas no son nada’. Además, ha
sido traducido a varios idiomas y en las próximas semanas lanzará su
‘Crónicos’, escrito durante su estadía el año pasado en el psiquiátrico Sagrado
Corazón de Cotocollao.
La poesía de Gil es virulenta, mordaz, a ratos tóxica. Hay
mucho de calle en ella. En sus poemas aparecen delincuentes, drogadictos,
alcohólicos. Es esa lírica que puede incomodar a los puristas por el lenguaje
que maneja.
Entre sus talleristas
se encuentran Alexis Cuzme (32), Diana Zavala (29), Ernesto Intriago (26) y
Yuliana Marcillo (24). Todos ellos han publicado bajo el sello Mar Abierto, que
pertenece a la Universidad Laica Eloy Alfaro y que, desde su apertura en el
2003, cuenta con más de 300 títulos de manabitas y de escritores de otros
rincones del país.
“Jamás negaremos nuestro paso por el taller de Pedro Gil,
influenció mucho en nosotros, aunque cada uno ha encontrado su voz”, dice
Marcillo. “No somos hijos de Pedro Gil, cada uno ha tomado su rumbo. Él nos
enseñó a escribir como un acto catártico, de purificación”, cuenta Zavala.
Dentro de esta camada de escritores manabitas, Cuzme es uno
de los que tiene más títulos publicados. Su último libro ‘Trilogía de la carne’
reúne tres de sus poemarios, entre esos, ‘Bloody City’, que retrata una urbe
sobrecargada de sicariato, suicidios pasionales, secuestros, robos…
Zavala, con su único
libro de cuentos, ‘Carne tierna y otros platos’, opta por construir personajes
de carácter solitario, que buscan de manera desesperada la felicidad; y
Marcillo, con su poemario ‘No deberían haber mujeres buenas’, pinta a una mujer
post moderna, libre pensadora, capaz de llevar a cabo todos los temas tabú de
antaño, de reconocerse.
Portovejense pero radicado en Quito, el escritor Juan
Fernando Andrade (1981) ha publicado los libros de cuentos ‘Uno’ y ‘Dibujos
animados’; y la novela ‘Hablas demasiado’. Esta última tiene como protagonistas
a Miguel, un joven provinciano que vive en la capital, y a un montón de jóvenes
que se estrellan con los excesos de su realidad. También está Fernando Macías
(1955), autor del poemario existencialista ‘El signo’.
A diferencia de sus antecesores, las temáticas que narra
esta generación parecen más concentradas en sí misma y en la dinámica de las
urbes. Según Tatiana Hidrovo, historiadora e hija del fallecido escritor
manabita Horacio Hidrovo P., por mucho tiempo la literatura no pudo
desprenderse del agro y de la tradición oral.
En el siglo XVIII, mientras en Quito se vivió la plenitud
del período de la Ilustración, con gran actividad intelectual; en Manabí se
vivió un proceso totalmente diferente: aún se vivía la literatura mediante la
tradición oral.
De pronto, a comienzos del siglo XX, aparecen en Manabí un
sinnúmero de personajes ilustrados que potenciaron la actividad cultural. En
1923 se fundaron las revistas Argos e Iniciación. Por esa década, sobresalió el
escritor de Chone Oswaldo Castro (1902-1992), quien se educó en los colegios
San Gabriel y Mejía, de Quito. Su novela, ‘La mula ciega’, la publicó en 1970
Alfaguara de España; tiene como protagonista a una pareja de campesinos que,
para concretar su unión, huye a las Galápagos con nada para sobrevivir.
De la misma época de Castro eran Vicente Amador Flor
(1902-1975) y Horacio Hidrovo Velásquez (1902-1961), otros destacados
escritores manabitas que también pudieron educarse fuera de la provincia. Y
contemporáneo a ellos: Miguel Augusto Egas Miranda (conocido como Hugo Mayo,
quien vivió entre 1897 y 1988), un adelantado a su tiempo. Hugo Mayo llegó a
experimentar con el lenguaje. Como buen vanguardista, se burló de la sintaxis,
atropelló los signos de puntuación, rompió con las normas y todo tipo de
referencias racionales; incluso se inventó palabras. Por la manera en que
escribía llegó a pensarse que estaba loco. Fue un poeta futurista.
La actriz manabita
Rocío Reyes, del grupo Teatral La Trinchera, realizó en 1992 el monólogo ‘El
zaguán de aluminio’, en el que interpretó a Mayo. La obra, dirigida por
Arístides Vargas, se representó en el país y en el extranjero. “Hugo Mayo fue
un incomprendido en su tiempo”, dice Reyes.
Una segunda
generación en las letras manabitas se reconoce con los escritores Horacio
HidrovoPeñaherrera (hijo de Hidrovo Velásquez) y Jacinto Santos Verduga. A
diferencia de sus antecesores, ellos se divorciaron de la glosa rimada e
iniciaron la búsqueda de una temática más universal con versos libres: van
desde la lucha de los negros en EE.UU.,hasta la Guerra Fría. Fue una poesía
comprometida socialmente.
Horacio HidrovoPeñaherrera llegó a decir que: “El poeta no
debe ser un observador del drama, su obligación es estar en el drama” y que
ellos, como escritores, están en la obligación de humanizarse cada día más.