POR: JAVIER MARURI.
Sobre el cuento Historia sin moraleja, de Edmundo Paz Soldán, contenido en Amores imperfectos (Alfaguara, 2000).
Este cuento de Edmundo Paz Soldán nos narra unos sucesos muy particulares en la vida de Marissa: un día ella juega en el parque a tirarle una pelota de tenis a su perro para que este se la traiga de vuelta, pero en determinado momento el animal regresa con unos billetes en el hocico en vez de la bola. Esto se repite durante una semana, solo que no es dinero lo que el perro devuelve en cada ocasión sino un objeto relacionado con la pasada vida sentimental de Marissa. Luego de esa semana deja de ocurrir aquello y vuelve a ser un simple juego con la pelota. Exactamente cinco años después vemos que la chica continúa esperando a que se repita el prodigio, aunque es incapaz de comprender cuál fue el sentido de todo.
La síntesis que acabo de esbozar prácticamente da cuenta del argumento completo, ya que de hecho se trata de un cuento corto y además porque la trama es bastante llana. Si mencionamos también que posee un narrador en tercera persona, que transcurre en un solo espacio (el parque) y que involucra únicamente a dos personajes (Marissa y Blackie), quizás podría conjeturarse que es como un cuento de niños que no merece mayor análisis. Pero lo cierto es que este texto de Paz Soldán presenta dos novedades sobre las que vale la pena detenerse un momento: su pertenencia a un tipo de literatura fantástica y la función de su no-moraleja.
La principal atracción del cuento son aquellos objetos que trae en el hocico el cocker spaniel (un perro blanco llamado, contradictoriamente, Blackie). Como no parece muy probable que pudiera suceder en la realidad empírica la aparición de esos billetes, foto, camisón, etc. —pero considerando, eso sí, que dichas cosas habían estado extraviadas u olvidadas, mas no desaparecidas por completo de la faz de la Tierra—, nos vemos ante la opción de encasillar el relato en la categoría de lo extraño según Tzvetan Todorov.
No obstante, ya fijado ese tipo de literatura del que hablé antes, es imposible pasar por alto las claras alusiones del cuento a la celebérrima novela de García Márquez. Ya desde las primeras líneas se nos dice que en el parque hay un “aire sofocante, poblado de libélulas y mariposas amarillas”, lo que nos trae a la mente el clima preponderante de Macondo y los insectos voladores que acompañan a Mauricio Babilonia en Cien años de soledad; y un poco más adelante se reafirma la referencia cuando Marissa canta el coro de la cumbia de Celso Piña. ¿Por qué no, entonces, afirmar que el cuento es una muestra de realismo mágico? Pues porque una de las principales características de ese género es la naturalidad con que los personajes perciben esa manifestación de lo fantástico en la realidad, y resulta que a Marissa nunca deja de extrañarle lo que acontece con Blackie en el parque. Si rechazamos la posibilidad de un homenaje, estas alusiones sugieren una superación del realismo mágico en tanto que lo fantástico aquí es tan inesperado que ni se logra explicar ni aparenta dotar de sentido al cuento.
La ausencia de moraleja anunciada en el título cumple una función narrativa importante. Al final del cuento se produce la convergencia de dos expectativas que se mueven en niveles distintos: la de Marissa, quien espera vanamente obtener de todo lo sucedido una moraleja, es decir, una enseñanza útil para su vida; y la del lector, quien aguarda un final en que se “complete” su recorrido. Lo interesante está en que el incumplimiento de la primera consigue el cumplimiento de la segunda: el hecho de que se enuncie que en la ficción Marissa sigue aguardando “la moraleja de la historia” sirve como final plausible para el lector.
A partir de esto podemos intentar un segundo encasillamiento de este texto como ‘cuento posmoderno’. Me estoy valiendo para esto de la propuesta de Lauro Zavala para identificar los tipos de finales, según la cual el final de Historia sin moraleja vendría a ser paradójico, es decir, epifánico y abierto al mismo tiempo. ¿Por qué? Teniendo en cuenta la convergencia de expectativas arriba señalada, hay que reconocer que el receptor es consciente de ambas en su actividad lectora; siendo así, comparte con Marissa la incertidumbre de no saber las causas y el significado de todo lo que le ocurre a ella (final abierto), pero a la vez comprende, en vinculación directa con ese paratexto que es el título, que el cuento se cierra exitosamente al reconocerse en él mismo que la moraleja, de haberla, no va a llegar (final epifánico).