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miércoles, mayo 9

Cuentos intensos como golpes

Pelea de gallos, de María Fernanda Ampuero. Páginas de Espuma, 2018. 120 páginas.
POR PAULINA BRIONES

Porque volver es imposible o se vuelve siempre con la frente marchita.

La escritura de la guayaquileña María Fernanda Ampuero (1975) es un golpe violento, o varios. Su intensidad parece no perderse cuando terminamos de leer algunos de los trece cuentos de Pelea de gallos, la primera publicación de sus relatos que hace la editorial española Páginas de Espuma.

"Cría", "Nam", "Subasta", "Monstruos" y "Griselda" son mis favoritos. En la inevitable necesidad humana de jerarquizar, unos días pienso que el mejor es "Nam"; luego me quedo con "Subasta". Así hasta que decido que "Crías" es mi preferido porque hay en él, tal vez, una dosis entrañable y reconocible del pasado, una especie de sabiduría que ha sabido ubicar en el tiempo la propia existencia.

Ahora que escribo esta reseña mi pentateuco se renueva con "Cloro", el penúltimo cuento de Pelea de gallos. Me inquieta lo que pasa con la protagonista que fantasea mirando una piscina impoluta desde las alturas de su mundo. ¿Salta por la ventana?, ¿ella es una fantasía de la narradora? Me recuerda esta historia al cuadro de Frida Kahlo en el que una mujer se ha lanzado de un soberbio edificio: "El suicidio de Dorothy Hale". Solo que la nuestra, nuestra Dorothy de "Cloro", es nuestra Dorothy del pantano.

Varios de estos cuentos remiten a situaciones extremas que se han fraguado en un lugar que tiene nombre, aunque seguramente no son exclusivas de un espacio específico. Para quienes vivimos en Guayaquil, sin embargo, será imposible no sentir la marca que deja la ciudad en el imaginario: los olores, la vida pequeña del barrio, la presencia de “el servicio”, las especulaciones prejuiciosas de las vecinas, la decadencia de quienes no migraron y se quedaron, el patriarcado perpetuo, la educación religiosa asfixiante, la miseria humana. Dicho de otro modo: la imposibilidad de ser, que no es marca única de esta ciudad sino de muchas; de ahí que estos cuentos de Ampuero funcionen en cualquier contexto.

María Fernanda Ampuero nos obliga a ver debajo de lo que parece común, cotidiano y familiar. Su escritura tiene una fuerza que nos arrastra hacia el horror mezquino de la familia, a la presencia rota de unas mujeres agobiadas por su condición y perpetuada por una cultura en donde lo más coercitivo de la religión a hecho mella: la herencia de la voz del padre que sigue mandando hasta después de muerto. Habría que leer también el relato "Mutilados", publicado en la revista Diners, donde un padre recorta las piernitas de la foto de su hija, que lo mira con terror, para comprender que la violencia se perpetúa más allá de la muerte. Una vez que llegamos a ese territorio será difícil retroceder.

Cabría precisar que se vislumbra en esta primera entrega una posibilidad literaria sólida, porque cuando María Fernanda deja de lado sus convicciones ideológicas (válidas, por supuesto) aparece el poder de una narradora inteligente, hábil, creativa y que no se limita. La ambigüedad de la literatura que transforma en material memorable lo cotidiano se recoge en pasajes como este en el que la protagonista y narradora del cuento "Nam" mira a su amiga también adolescente: “Se para frente al espejo, a menos de un metro de mí, que estoy sentada en su cama dizque hundida en el libro de filosofía. Si quisiera, y quiero, podría extender mi dedo índice y tocar el hueso de su cadera, hacerlo avanzar hasta donde nace el pelo del pubis, nunca he visto un pubis dorado, y saber si eso que brilla es humedad”.

Ampuero, radicada en España desde hace años, nos dice a través de la narradora de "Crías" que volver tal vez es imposible. Que tal vez el reencuentro con nosotros y con los otros, los que se quedaron, se da en un episodio de suposiciones en donde unos esperan encontrar a la persona tal y como se fue, sin reconocer la mutabilidad del mundo. Y que tal vez eso que parece imposible, que nada haya cambiado, sea real y por real, imposible: que pasen los años, que cambien los barrios y que las calles ya no se llamen igual, pero que en realidad ninguna cosa haya cambiado ni vaya a cambiar. Sí, claro que es posible Guayaquil.

Una voluntad módica


La representación de la voluntad artística en el mundo social es revelada en Agujero Negro a través de una mesura que inscribe la intimidad como marco narrativo. Víctor, el protagonista de la película, es un escritor maduro que luego del éxito de su primer libro se encuentra en una sequía creativa y lucha internamente por finalizar su próxima novela. En el medio está la relación tibia con su pareja (de la que espera un hijo), la comodidad desabrida de una residencia lujosa (prestada por la generosidad de sus suegros) y la incipiente atracción por una vecina de 16 años (que promete energizar las antiguas pasiones). En esta retención argumentativa, cerrada en un espacio mínimo, se despliegan las escenas diáfanas en blanco y negro que siguen la rutina del escritor por encontrarle una forma a sus ideales artísticos. Pero, ¿cuál es el juego de estas ideas, cómo se entrelazan al contexto social y qué imperativos morales se interponen en su resolución? Es justamente en el desarrollo de este cruce donde la mesura de la película cobra verdadera relevancia.
En la anterior película de Diego Araujo, Feriado, la historia del país se agrietaba por medio de un relato personal que anteponía el despertar homosexual de su protagonista sobre las tensiones raciales y clasistas. Así, el trasfondo que enfrentaban la desidia de la élite con el sufrimiento popular se diluía en la conformación de la identidad de una nueva generación que encara el fin de la inocencia. Por su parte, en Agujero Negro el escenario de lo nacional es reemplazado por el imperativo artístico que tiene Víctor por escribir la novela de iniciación esencial de la literatura ecuatoriana. La paradoja de este afán estriba en los límites en que se inserta la película: encerrado en una ciudadela privada, desconectado del medio cultural y permeable únicamente a las relaciones de su círculo íntimo, el escritor solo alcanza a configurar sobre sí mismo la figura del artista romántico. Más allá de lo anacrónico que pueda significar extrapolar esta temática (que se traduce visualmente con la metáfora un poco obscena del escritor que se desangra mientras tipea en su computadora) la persistencia de esta vocación permite representar un diagnóstico sobre la funcionalidad en que se piensa el arte.

El eje romántico (entiéndase por el término la herencia obtusa que quedó de los planteamientos alemanes decimonónicos, en especial con respecto a la idea del genio) se impone en la película de manera tal que no solo enmarca, sino que también aplaca las implicaciones de establecer una relación entre un adulto y una menor de edad. Lo que desde el planteamiento es polémico, la película lo desarrolla con cierta candidez que dispone al artista desorientado a la par de la adolescente temeraria y rebelde, ocultando todo indicio de perversión (quizás sea esto una respuesta estética a las denuncias del feminismo sobre los peligros de la seducción asimétrica). Sin embargo, el verdadero rastro de lo político se manifiesta cuando Alejandro, un funcionario enriquecido gracias a la Revolución Ciudadana, le ofrece ayuda a Víctor para publicar su libro a través del aparato del Estado. El peso del rechazo de Víctor, basado en el argumento acerca de la autonomía artística (“Yo no me vendo”), se deshace frente a la ironía de que ambos son, al fin y al cabo, vecinos; si bien hay distintos postores la ubicación social de ambos es la misma. Y es en estas paradojas donde la indulgencia romántica va mostrando sutilmente sus fisuras. 

Frente a esta demarcación del medio social, ¿qué particularidad le resta entonces al artista en Agujero Negro? Posiblemente sea semejante a la que ofrece la película para sí misma, la de ser un objeto capaz de traducir las contrariedades de sus propios privilegios: mostrar un espíritu limitado por las capacidades de sus propias creencias. Con buenas actuaciones (en especial las de Víctor Arauz y Alejandro Fajardo), tomas sobrias y unidad melódica, la película ofrece un relato coherente que sostiene las vacilaciones de una voluntad. Al enfatizar esta intimidad y retratarla sin un gran relato histórico ni etnográfico de fondo, Agujero Negro pude ser vista como un documento sobre la ingenuidad; una ingenuidad que sostiene la capacidad mayestática del arte, que avala su instrumentalización personal redentora y que la pule de las contaminaciones ideológicas en su elaboración. Una visión bastante acertada sobre el medio nacional. Todo esto se sostiene, claro está, mientras no nos tomemos el atrevimiento de preguntarle al director acerca de su propia intención.

martes, febrero 27

El terror y la escritura

Las moscas y otros cuentos, de Jorge Luis Cáceres. El Conejo, 2017. 90 páginas.
POR BISMARK LEÓN

Los seis cuentos de este libro establecen una constante entre el terror y el misterio. Están regidos por situaciones donde el tormento de la psiquis o de entes sobrenaturales envuelve a los diferentes personajes, quienes se van reduciendo a medida que las historias avanzan.

En el cuento que da nombre al libro, el protagonista es perseguido por moscas que devoran a las personas que lo rodean; él trata en vano de mantenerse alejado, desconociendo, hasta el final, que será devorado por ellas desde adentro. Situaciones más sobrenaturales se pueden observar en “La sed”, donde un personaje alcohólico, tratando de permanecer sobrio, escribe una novela y para terminarla recorre los lugares donde supuestamente han sucedido eventos horrorosos. Pero en un lugar de Carchi es atacado por un licántropo, transformándose en uno y obteniendo una ansiedad que solo puede ser lidiada con alcohol. Otro cuento donde prima lo sobrenatural es “La caja”, donde unos forenses son torturados por unos demonios al abrir un paquete que acompaña al cadáver que están diseccionando.

En otros textos predomina la intertextualidad, la cita literaria y la vida diaria de un escritor. Otra vez tenemos “La sed”, donde un fragmento de la novela que se escribe predice el final de su autor como licántropo y que causará destrozos donde éste se hospeda. En “Sonrisas”, un padre desesperado busca a su hijo, un aspirante a escritor de misterio, con la ayuda de un criminólogo. Este último resulta tener el mismo entusiasmo por los libros que el desaparecido. Por la lectura de un fragmento de un libro, el padre se percata de las intenciones y delitos pasados del criminólogo. Un cuento que carece de terror pero sí tiene mucho misterio es “Armario”, que se rige por el mito creado alrededor de un escritor huraño, quien supuestamente escribe desde un closet.

Los cuentos de Cáceres buscan un final sorpresivo, casi siempre con algo trágico o sobrenatural. Tal vez las referencias literarias sean lo más atractivo de ellos. Es decir, el cómo se construyen las historias es más relevante que el producto final, pues el factor sobrenatural suele parecer forzado. En “La caja”, por ejemplo, la manía del forense por la perfección y los mitos a su alrededor, más la inexperiencia de sus ayudantes, de repente se vuelven absurdos cuando aparece en escena una caja demoníaca y el cadáver comienza a gritar. Volviendo a lo literario, el relato mejor logrado, y sin abusar de lo sobrenatural, es “Armario”, porque explora la vida de un escritor, sus influencias, y cómo los personajes de sus obras se van desarrollando. Se incrementa así la curiosidad de los lectores sobre la verdad del armario donde supuestamente escribe, hasta que al final se menciona quién realmente se encuentra ahí. Esto, sin forzar la historia, sin incluir un ser o un hecho sobrenatural para cerrarlo. No hay que desmerecer, sin embargo, los otros cuentos donde prima lo sobrenatural; el efecto de estremecimiento previo al desenlace suele ser gradual y se construye a los personajes de forma que parece que ellos mismos son los causantes de su desgracia.

martes, febrero 6

Adiós a un padre comunista

Revoluciones cubanas en Marte, de Ernesto Carrión. Uartes Ediciones, 2017. 123 páginas.
POR BISMARK LEÓN

La muerte del padre y las reflexiones sobre la familia son los temas del libro con el que Ernesto Carrión (Guayaquil, 1977) regresa a la poesía. La figura de su padre, asesinado con escopolamina en un asalto, es uno de los elementos que se emplean para pensar en las ideologías, en la muerte, en el pasado y en la infancia.

El poemario está dividido en cuatro partes. La primera, trata sobre el día en que muere el padre, el 19 de diciembre de 2014. Los versos empiezan anunciando un mundo donde “bien están los vivos entre los muertos”, un mundo que mantiene su orden caótico y hasta corrupto. La voz poética, al parecer, está consciente de la indiferencia de los vivos hacia los muertos, excepto cuando, posteriormente, aparece la muerte del padre: “Allí saltando en la noche más triste: la de tu muerte”. La imagen del hielo (el cadáver fue escondido por tres días en un frigorífico) y la irrealidad se apoderan del padre muerto en “un bar de locas”.

Esa irrealidad no solo quiere decir dejar de existir, sino también huir hacia un mundo deshumano, de leyes que parecen ser indiferentes, de vidas y trámites regidos por el mercado. Y en ese ajetreo están, reitera la voz poética, los vivos y los muertos “todos por igual revolcándose”. El pensamiento de irrealidad se borra cuando quien piensa un país (tal vez ideal) muere: “Padre irreal y patria irreal / Borrándose mutuamente dentro de un bar de locas”. En esta parte, la nieve —y el habitarla—, los personajes célebres del socialismo y la lucha socialista son las figuras que describen las creencias del padre “irreal” hasta su muerte en la mesa de un bar.

La segunda parte trata ocurre dos días antes de la muerte del padre, cuando Barack Obama anuncia su decisión de retirar el embargo a Cuba. El padre comienza a beber tras conocer esta noticia, sin saber, obviamente, que lo conduciría a la muerte: “cayendo desde tu personaje hacia tu sola persona: padre revolucionario durmiendo mansamente en un país de ególatras”. Este padre combatía en vano problemas que se resisten a desaparecer: “Luchando contra la usura en parajes ficticios”. La voz poética también hace notar los ideales perdidos y cómo estos se aferran tercamente a quienes viven en el alcoholismo. Reitera, además, la adicción del padre fallecido: “Sudamérica es un gran cementerio de borrachos con quimeras vacías”. Y el anuncio del expresidente Obama sigue dando vueltas una y otra vez como uno de los desencadenantes de un viaje sin retorno, de un viaje al abismo: “Bebiendo esa mañana en la que un cable internacional anunció el final de la lucha de tu pequeño cuerpo fiestero y comprometido”. Pero también hay una especie de distancia entre la voz poética y el padre: “En tu analfabetismo emocional. Y en mi analfabetismo socialista”.

La tercera parte se centra en el tercer día desde el anuncio de Obama, cuando encuentran al padre en el hielo: “Todas las cosas desaparecidas resplandecen de pronto. / Y tú emerges con ellas, soberbio, junto al sueño ensangrentado / de una rosa comunista frente al peñasco vacío”. La voz poética sabe que aquella figura no volverá y, lentamente, con nostalgia, se despide. El padre, ahora “real” y “desmenuzado para siempre sobre el río amurallado e impreciso de estos poemas”, solo deja los recuerdos recientes y los de infancia. Su cuerpo va donde le corresponde.

La última parte, señalada como una “guía de resurrección”, revive los recuerdos de infancia de la voz poética a partir de la muerte del padre, como si ésta fuera la causa para una reflexión final sobre el pasado: “Morir es aparecer. Dejar de una buena vez lo que desaparece”. Hay recuerdos de infancia donde se presencia la muerte de alguien “desde un balcón privado”. La figura viva del padre es descrita en su transitar por la casa, casi siempre ebrio y ausente. La madre, “aún herida / por la depresión”, llora y vela por sus hijos. La imagen de un cuerpo (el padre ausente o el muerto presenciado desde el balcón) y el bosque (un nicho imaginado por dos niños) van apareciendo y desapareciendo a lo largo de esta parte, como un ejercicio de memoria que termina por hacer comprender a la voz poética que “un padre no es culpable de otro padre”. Es decir, quiere buscar su propia identidad, inmerso en un mundo que es el mismo para todos. La muerte del padre no es vana, pues terminó por desenmarañar la vida de la voz poética para concluir que se puede separar del padre; o que desde siempre ha buscado separarse de él y sus pensamientos, esto es, “hasta hallar con nuestras manos el Pensamiento”. El padre y su lucha, así como la distancia del pasado, solo quedan como algo imaginario, una quimera, como sugiere el título del libro.

miércoles, enero 31

La vida como una torre de Jenga

Descartable, de Andrés Emilio León. Casa de la Cultura Ecuatoriana, 2017. 323 páginas.
POR LISSETTE MONTILLA

El escritor guayaquileño Andrés Emilio León debuta como novelista con Descartable. Aquí nos encontramos a Héctor Rodríguez, un joven divorciado que trabaja como un asesor político ignorado y que compagina su vida laboral con la búsqueda de compañía femenina y el deseo de publicar un libro. Todo esto conforma a un personaje culto, reflexivo y sensible ante lo cotidiano (en una ocasión llora mientras baila su canción favorita al igual que el Werther de Goethe llora al ver el atardecer).

La novela, contada en primera persona por Héctor, hace que el lector se identifique fácilmente con él. Todos en algún punto de nuestras vidas hemos pensado o sentido que lo que hacemos no es realmente nuestra vocación, o por lo menos que no la ejercemos como pensábamos, creándose así una desilusión laboral. Es justamente eso lo que León pone en perspectiva con este personaje frustrado con su trabajo debido a la gran cantidad de ideas que posee y, que sin embargo, no las sabe definir. Esto es algo que le repite a menudo el alcalde de Guayaquil, con quien trabaja: “Hoy trajiste varias ideas, algunas interesantes, otras no tanto. A veces tienes buenas ideas, pero dispersas, y necesitamos consolidarlas”.

Este cúmulo de ideas, esta creatividad desbordante, sin embargo, hace que a Héctor le sea difícil adaptarse a la sociedad en la que vive. Llega a tener una perspectiva un poco cínica de la vida, ya que esta no se adapta a su utopía social. Como en los primeros capítulos, cuando está hablando con el alcalde sobre celebrar festivales en la Isla Trinitaria: “No te compliques, Héctor, mantenlo sencillo: solo organiza un concierto ahí con esos artistas, ya sabes, los de siempre, igual la gente solo va porque baila o mira minifaldas de las tecnocumbieras; pero no hay nada más ahí”. El protagonista se ve atrapado en medio de la mediocridad social, en donde parece estar entre la minoría deseosa de una sociedad más culta. Pero es frustrado por la incapacidad de transformar su entorno, es aplastado por su realidad, dejándole así, como segunda opción, sus relaciones amorosas.

Estas relaciones, sin embargo, tampoco son mejores. Vemos cómo en esa continua búsqueda del amor, Héctor se encuentra con diferentes mujeres a lo largo de la historia. Entre ellas están su exesposa —de quien no conocemos muchos detalles—, Sara, Elena y Alegría. Esta última es la que más se destaca y la más constante en la vida de Héctor. Haciendo honor a su nombre, ella llega a ser un lugar de consuelo para el protagonista, convirtiéndose en su apoyo durante toda la novela. Su relación es tan profunda que al final ella es la única persona a quién Héctor le muestra el manuscrito de su libro de cuentos. Pero no la deja leer y comienza a secarla con las páginas (la escena ocurre en la playa). Se da a entender que incluso aquello que más valoramos se puede convertir en algo pasajero. Héctor termina su relación con Alegría a la vez que destruye el manuscrito.

Descartable es un constante ir y venir de ilusiones y desilusiones, muestra los anhelos básicos y repetidos de las personas, la lucha constante por mejorar su realidad y la búsqueda de la estabilidad emocional. Héctor representa a aquellos que intentan cambiar su entorno pero tienen que conformarse con vivir ellos solos de la forma en que quisieran que vivan los demás. Así, como en un juego de Jenga, Héctor va sacando y poniendo piezas en la torre de su vida.

lunes, enero 15

Historia sin novela

Náufragos en tierra, de Óscar Vela. Alfaguara, 2017. 269 páginas.
POR BISMARK LEÓN

Óscar Vela presenta una nueva novela cargada de historia sobre uno de los hombres del yate Granma que iniciaron la Revolución Cubana. Ese hombre es César Gómez Hernández, quien, de hecho, fue entrevistado por Vela para la escritura de este libro. Pero en la novela el autor se esconde tras un periodista ficticio para presentar a Gómez Hernández. Gran parte del libro es un relato en primera persona del entrevistado, quien, bajo un aura de discurso revolucionario, cuenta cómo ha sido su vida desde la época del dictador Batista hasta su participación en la revolución y su posterior exilio.

A diferencia de novelas como Soldados de Salamina, de Javier Cercas, o Humo, de Gabriela Alemán, la de Vela tiene pocos elementos novelescos y poca carga de ficción evidente. Es decir, parece una inmensa enumeración de datos históricos (sean reales o no) que intentan jugar con la poca carga de ficción que tiene la novela: el pasado del periodista (su padre sirvió a Batista justo antes de ser derrocado) y el resentimiento secreto que tiene hacia Gómez Hernández, quien, a pesar del rumbo que tomó Castro, cree que su causa fue la correcta.

En Náufragos en tierra, el periodista pudo haber sido el mismo Vela, pero el autor se añade un pasado en común con el entrevistado y se cambia el nombre. Así, le da profundidad a la historia y convierte una crónica en novela. El periodista, sin embargo, pudo haber hecho más que recolectar datos y reflexionar brevemente sobre las palabras de Gómez Hernández. Y pudo haber sido menos pasivo como personaje como sí sucede en Soldados de Salamina, donde un Cercas ficticio, para completar su libro, realiza una complicada búsqueda llena de diversas entrevistas con personajes reales en situaciones ficticias y llenas de ironía. Ese juego o confusión entre realidad y ficción es lo que hace de Soldados de Salamina una novela bien lograda. En cambio, en Náufragos en tierra no hay un elemento lúdico que indique al lector que está leyendo una novela y no un simple relato histórico ligeramente ficcionado. Tiene un humor casi nulo, por lo que ese aire de “historicidad” puede abrumar, al punto de parecer un mero libro de memorias. Tal vez donde hay una mayor carga de humor es cuando el periodista afirma, antes de entrevistar a Gómez Hernández, que solo pensaba escribir una crónica para la revista Mundo Diners o “incluso si la deformaba eróticamente y usaba para el efecto morbo que envolvía a Jacqueline y J. F. Kennedy y alguna rola ficticia parecida a Marilyn, podría publicarla en SoHo”. El personaje no buscaba un relato de relevancia histórica, simplemente quería ganarse la vida. Ese humor pudo haberse extendido pero se truncó ante el aura de solemnidad del relato de Gómez Hernández; algo que, por seguir con el ejemplo, en Soldados de Salamina nunca decae a pesar de ser un relato sobre la Guerra Civil española.

El libro de Vela se divide en episodios definidos por lugares y años, desde Cuba de principios del siglo XX y el viaje en el Granma para comenzar la Revolución hasta Colombia, el actual paradero del exiliado Gómez Hernández. Como ya se mencionó, gran parte de la obra está escrita en palabras del antiguo revolucionario, transcritas por el periodista. Este, por lo tanto, no construye ninguna historia, solo la revela pasivamente y trata de confrontarla con el pasado de su propio padre, lo que, como se dijo, pudo haber tenido mayor relevancia.

miércoles, enero 3

La historia del “niño que vivió” cumple veinte años


En 1997 comenzó todo un fenómeno cultural y literario: Harry Potter, de J. K. Rowling, emergió como un éxito entre los jóvenes lectores, y sus películas acrecentaron ese ritmo de masificación. Según The Independent, para marzo de 1999, Harry Potter y la piedra filosofal había superado las trescientas mil copias vendidas. En una de sus primeras entrevistas, el año de su debut, la autora (mencionada como Joanne) dijo que “fue el mejor momento de todos” al ver que el suyo era un “libro real” y estaba en una “librería real”. Es difícil hablar de veinte años de un comienzo sin considerar su proceso. Porque, por una parte, está el libro mencionado y, por otra, toda la saga del “niño que vivió”, quien, ante todos los pronósticos y siendo un bebé, pudo derrotar a un ser innombrable y oscuro, que podría ser un retrato de muchos líderes autoritarios a lo largo de la historia.

También se habla de un universo diferente, otra cosmovisión, otro lenguaje. La vida de un muggle (en la ficción de Rowling, una persona incapaz de hacer magia) no es de interés en lo absoluto en esta saga. Solo importa lo que sucede en la vida de su protagonista y en los asuntos políticos y sociales en el lado mágico de su nación, ese lado clandestino que el mundo muggle ignora. Es, también, una saga política: un chico frente a una organización cuyo líder apela a la superioridad racial de la sangre pura y la imposición de su poder. Esto va más allá de un “sacrificio de amor” de una madre para salvar a su hijo de las manos de un asesino que ridículamente teme a la muerte, o de la vida de unos chicos en una escuela de magia.

Este fenómeno mundial ha llegado a más que niños y jóvenes: no solo ellos lo conocen, sino también los adultos. El cine, por ejemplo, como ya se dijo, solo multiplicó la fama de Harry Potter y también de los actores quienes interpretan esta adaptación (ha superado los 8500 millones de dólares, superando a las sagas de Star Wars). Harry Potter ya está en el imaginario de todos.

¿Se puede cuestionar, por otra parte, que Harry Potter deba ser leído? Es una opción y no mala. Tampoco vamos a esperar leer a C. S. Lewis, Roald Dahl, Lewis Carroll o Michael Ende, pero el universo de la literatura juvenil no debe ser menospreciado, porque sí hay buenos elementos (así como malos, como en todos los géneros literarios). Su estilo es directo, irónico y procura ser escueto. Si bien hay múltiples elementos heredados de J. R. R. Tolkien o, mejor dicho, paralelismos, Harry Potter se ha posicionado como una obra original y emblemática de un mago en formación. Antes de Harry Potter, apenas uno recordaba a Merlín. Además, hay que reconocer que esta obra ha sobrevivido al tiempo y el universo que la contiene sigue en crecimiento entre sus seguidores.

martes, diciembre 5

Una familia animalizada

Caninos, de Mónica Ojeda. Editorial Turbina, 2017. 43 Páginas.
POR LISSETTE MONTILLA

El deterioro de los dientes, las encías pálidas y la pérdida de la dentadura son signos del paso de la vida (sobre todo cuando hay enfermedad y vicios) con los que Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988) ha jugado en su pequeño libro Caninos. Este es un relato sobre una familia que se ve afectada por la enfermedad del padre (alcoholismo y, quizás, trastornos mentales) y buscan sobrellevar el asunto como mejor le parece a cada uno. La historia se cuenta mediante una interacción entre el presente y el pasado, lo que ayuda a profundizar un poco en la dinámica familiar.

En el cine, en la televisión y sobre todo en la literatura se ha humanizado siempre a objetos y animales. El gato Chesire, Mickey Mouse, la rosa del Principito, la esfinge de Edipo Rey, el hombre bicentenario de Asimov, son algunos ejemplos. En este libro, sin embargo, ocurre lo contrario: se muestra la animalización del ser humano. El único personaje que tiene un nombre propio es la mascota de la familia, el perro Godzilla. Al resto de los personajes se los identifica con los epítetos de Papi, Mami, Ñaña e Hija. Esta falta de nombres propios remarca su deshumanización, reflejando irónicamente una parte de la realidad actual. Nos olvidamos de nuestra humanidad y tenemos mayor consideración por un animal que por una persona. "Paseaban a Godzilla por el barrio y juntos le ladraban a otros perros con bozales, lazos o ropitas de niño de dos años", dice el narrador sobre Hija y su mascota.

Vemos a esta familia destruida por el alcoholismo de ambos padres. Las niñas prefieren que no estén sobrios, ya que según ellas "borrachos se reían, se carcajeaban y les permitían encerrarse en su habitación. Borrachos eran mejores padres". Como es lógico, esta situación afecta al desarrollo de las hermanas, haciendo que el personaje de Hija adopte el rol de madre de Ñaña, buscando protegerla de los arrebatos sentimentales de Padre, que la asusta. De los personajes que aparecen en el libro el que sirve de bálsamo de cordura al personaje de Hija es el de la Ñaña, a pesar de que no se da a conocer mucho de ella. Mientras del padre se muestra, a pesar de todo, una cierta relación con sus hijas (y de la mamá, una postura más fría), a Ñaña solo se la conoce como alguien que necesita una figura materna, haciéndola un poco débil emocionalmente.

Hay momentos en que el libro se torna difuso debido a la cantidad de flashbacks, se hace difícil definir un periodo de tiempo en el cual situar la historia. Entre momentos se cuenta cuando el padre ya ha muerto e Hija ya se ha ido de la casa, regresando sólo para visitas ocasionales. Luego se nos transporta a determinados momentos del pasado, como por ejemplo la pérdida de la dentadura del padre o de sus intentos por dejar de tomar y cómo estos le producían el síndrome de abstinencia. En esos flashbacks, vemos también la relación con Mamá, distante y fría, mostrando poca importancia por sus hijas, siendo para este personaje más importante sus vicios que sus hijas. Esto hace de Caninos un relato de un terror sutil y a la vez perturbador por su realismo.

miércoles, noviembre 22

Un héroe se rinde

El Día de la Gratitud, de Cecilia Velasco. Alfaguara, 2017. 147 páginas.

Un individuo frente al poder del sistema educativo es el eje alrededor del cual gira la primera novela de Cecilia Velasco (Quito, 1965) que no está dirigida para un público infantil o juvenil. Es una novela de eventos sueltos en donde se pone en un dilema a su protagonista, el profesor de matemáticas Jerónimo Onofre. Con humor se trata de sobrellevar las presiones del poder y las agresiones que sufre Onofre.

Entrando en contexto: Onofre da clases en El Buen Samaritano, un centro de rehabilitación juvenil. Siempre vela por el bienestar no solo de los internos sino también de los empleados. Pero velar no es suficiente: es un profesor más, sin mayor voz, mermado por las autoridades y por el abogado Tundidor, el director. Se trata, al parecer, del típico empleado optimista que aspira a un cargo mejor y, sobre todo, al mejoramiento de las condiciones del plantel. Onofre trata de sonreír a la vida a pesar de ser "el sobreviviente de un divorcio tras un matrimonio que no parecía anunciar tal desgracia". Pero tan desgraciado no fue el matrimonio: parece que en realidad casi no existió debido a las ocupaciones y al "altruismo" de Onofre, y finalmente la pareja se distanció pacíficamente. Más desgraciado para el profesor, en cambio, es el asunto de no ser tomado muy en serio, salvo algunas excepciones, debido a la homofobia discreta de sus cercanos. La autora describe tardía y casi innecesariamente al protagonista como alguien con "pinta afeminada" (como dice el director pedagógico, Lenín Romero) en un lugar regido por valores tradicionales (es más, fundado por curas baladitas). El nombre de la institución parece una ironía: en El Buen Samaritano la única persona que merece ese calificativo es Onofre, el resto son burócratas apegados al dinero de los padres de los internos.

Onofre se va perfilando poco a poco en episodios más o menos irrelevantes para la trama. Desde un romance con un amigo de la adolescencia, Sandro, hasta con un francés de origen turco llamado Shefket. Desde su exesposa hasta su actual pareja, Sofía. La escena más relevante para Onofre ocurre durante el Día de la Gratitud ("un día al año, los internos eran homenajeados por sus protectores"), una costumbre heredada de los curas baladitas. Ese día todo se sale de control. A escondidas, los internos liderados por los del pabellón Alfa —los más acomodados— imponen el caos en todo el instituto. Grafitis obscenos con insultos al personal, libros destruidos, la piscina hecha un desastre. La venganza de los internos es consumada, pero Onofre no tolera todo esto. Es uno de los pocos profesores que protestan contra los alumnos, quienes a su vez lo acusan de llamarlos "fascistas". Esta supuesta acusación fue más ofensiva para los padres de familia y los directivos que el mismo caos causado por los internos. He aquí el poder de los padres (el dinero) sobre la institución y el de la institución sobre un empleado.

Onofre es un desgraciado que está por perder —o, más bien, dejar— su empleo; y muchos, entre ellos Sofía, apoyan su determinación. Luego de pensarlo, sin embargo, Onofre cede y pide disculpas públicas a los padres, a los internos y al director. Onofre decepciona a quienes estuvieron de su lado. Es absorbido por la institucionalidad y los manuales: un burócrata al servicio de quienes rigen El Buen Samaritano.

Esta dualidad de someter y ser sometido también se dibuja en ciertos estudiantes. La autora no entra en detalles individuales de los internos, solo de quienes ponen en evidencia dicha dualidad. Por ejemplo: Rafael, un adolescente problemático que lidera las revueltas en el instituto, y David, un joven considerado sumiso, depresivo y amanerado que solo se dedica a escribir, cosa que es "novelería" para los directivos. Estos personajes secundarios, no obstante, quedan como sombras que pudieron haber tenido mayor relevancia en las decisiones de Onofre. 

Las jugadas y las relaciones de poder rigen en todo momento en la obra. Así pues, no se trata de una novela de adolescentes disfrazados de anarquistas, sino de un héroe que prefiere rendirse en lugar de enfrentar los valores conservadores de la institución y las presiones de quienes aportan dinero a ese bloque.

martes, noviembre 14

Una realidad desfigurada

Faltas ortográficas, de Eduardo Varas C. Casa de la Cultura Ecuatoriana, 2017. 133 páginas.
POR LISSETTE MONTILLA

El cine, el rock y la literatura vistos con un toque de humor e ironía —y hasta horror— son temas que están en Faltas ortográficas, el último libro de Eduardo Varas. Este es un volumen de nueve cuentos publicados anteriormente en revistas y reunidos por el periodista y profesor guayaquileño. Publicado en Junio de 2017, las 133 páginas de este libro pertenecen a la nueva colección “Luz Lateral” de la Casa de la Cultura Ecuatoriana.

Comenzando en “Prólogo”, que no es un prólogo sino un cuento, ya se va advirtiendo que este libro no pretende entretener ni agradar. Lo que busca es repeler intentando persuadir al lector a que no lo lea, pero a la vez lo cuestiona y le hace pensar sobre el contenido. El narrador lanza de forma indirecta y contradictoria el desafío de leer el libro, dando a conocer que al hacerlo el lector va a cuestionarse la cultura que consume día a día. En otros cuentos, también, se ve una crítica a la sociedad actual, que acepta un entretenimiento (en este caso, a la películas de Star Wars) que raya en lo absurdo e ilógico y es parte fundamental de nuestra cultura. El autor lo hace resaltando los horrores de la sociedad manifestados en las diferentes expresiones artísticas.

En el cuento que le da el nombre al libro, el lector ve de manera precisa cómo sucede la desfiguración social a través del mal uso del lenguaje. El narrador advierte a la sociedad que, sobre todo desde el surgimiento de las redes sociales, ésta ha ido dejando de lado la importancia de escribir correctamente para darle prioridad a usos populares e incorrectos. Pero lo que se va a recordar es solamente aquello que esté escrito. Todo esto mezclado con un humor negro, disfrutable para aquellos que como Varas alcanzan a distinguir cómo se ha ido desfigurando la realidad por un lenguaje descuidado.

martes, noviembre 7

El ojo del crítico

POR CECILIA VERA DE GÁLVEZ*

"Permitir que unas autoridades, por muy cubiertas de pieles sedosas y muy togadas que estén, entren en nuestras bibliotecas y nos digan cómo leer, qué leer, qué valor damos a lo que leemos es destruir el espíritu de libertad que se respira en esos santuarios. En cualquier parte nos pueden atar leyes y convenciones, ahí no tenemos ninguna". Así se refiere Virginia Woolf a los críticos en el último capítulo de su ensayo "¿Cómo debería leerse un libro?". Sin embargo, y aunque hable con tanta ironía sobre quienes hacen crítica literaria, avanza en tal capítulo hacia el reconocimiento de que es inevitable una valoración de lo que se lee —eso sí, a partir de una lectura apropiada o, como yo la llamaría, pertinente.

Por otra parte, el excelente novelista español Javier Cercas desarrolla toda una teoría en su libro El punto ciego para validar la crítica hecha por un escritor como él, tanto acerca de obras de otros autores, como sobre las propias. Afirma que "la literatura avanza siempre por delante de la crítica y el mismo insobornable individualismo que anima la búsqueda del escritor le permite detectar, en determinadas obras, virtudes escondidas u olvidadas". Y más adelante continúa: "igual que el cerebro rellena el punto ciego del ojo, permitiéndole ver donde de hecho no ve, el lector rellena el punto ciego de la novela, permitiéndole conocer lo que de hecho no conoce, llegar hasta donde, por sí sola, nunca llegaría la novela". He ahí un reconocimiento a la coautoría que incorpora al lector como parte de lo que se descubre a partir de la creación. Y se explica entonces ese encuentro entre dos voces del que habla el pensador Tzvetan Todorov en Crítica de la crítica, el que se da entre el autor y el crítico cuando éste último realiza el estudio y la valoración de una obra literaria.

Hasta aquí, las reflexiones seleccionadas nos orientan inexorablemente hacia el acto de la lectura interpretativa como el aspecto con el que se relaciona la tarea valorativa de la obra literaria: responder a la pregunta implícita que plantea. Por ejemplo, decodificar el lenguaje que el uso retórico ha convertido en poesía; apreciar una temática propuesta como hilo de unidad en un conjunto de cuentos; identificar la caracterización de un personaje, etcétera.

El ensayista venezolano Domingo Miliani, en su trabajo La crítica literaria hoy, la define como "un discurso descriptivo, analítico y valorativo de un texto literario... Su primera y básica función es asediar el texto literario, revelarlo y valorarlo". Teniendo entonces como evidente que se necesita realizar un abordaje del texto literario desde alguna teoría que corresponda —como, por ejemplo, la psicológica, la feminista, la queer, la psicoanalítica—, la valoración podrá realizarse sea, como mencionan algunos, in media res (a medida que se realiza el análisis), o al finalizar el estudio. Lo expuesto evidencia la necesidad de una preparación que daría como resultado una crítica especializada.

Existen otros tipos de crítica, la del ensayo de impresión tras una primera lectura —que puede incluir abordajes diversos—, o simplemente la crítica que no se enmarca en las ciencias de la literatura (historia, análisis y crítica académica) sino en la comunicación cultural: me refiero a las reseñas para medios periodísticos, diarios y revistas. 

Es interesante constatar que no ha cambiado mucho lo que hace casi cuatro décadas declaraba, respecto a la situación de la crítica literaria, la escritora y académica mexicana Margo Glantz: "Hasta hace poco escribir crítica literaria o enseñar literatura eran problemas que no se cuestionaban, se ejercían. Ahora se pone en tela de juicio su mera existencia y las universidades consideran a la literatura como la menos útil de sus disciplinas y la más apta para sus alumnos más ineptos, traduciendo un intento de imponer una visión cientifista y tecnocrática".

En la actualidad, además, desde un movimiento generado en Europa y que fue muy bien recibido en muchas universidades estadounidenses —más por subsistir que, tal vez, por convicciones teóricas— se intentó hacer una labor secundaria a la valoración de la literatura como propuesta estética. Esto para reemplazarla, en lo que se conoce ahora como Estudios Culturales, por interpretaciones relacionadas con diferentes problemáticas como el colonialismo, las exclusiones étnicas o de minorías, las representaciones sígnicas autóctonas, etcétera. Se elude así su reconocimiento y valoración como propuesta estética. Al momento, todavía se intenta un diálogo entre teoría y crítica literaria con los Estudios Culturales, como lo propone la ecuatoriana Alicia Ortega, quien describe esa nueva perspectiva como el intento de "problematizar la noción misma de literatura en el sentido de incorporar en ella los textos producidos por la cultura no ilustrada, de cuestionar la relación entre literatura y subalteridad" y ratificar la contaminación constante de la literatura con "otros discursos: jurídicos, social, económico, histórico, marginal, fantástico, entre otros".

Tales alternativas de análisis e interpretación de lo literario propuestas como práctica sustitutiva de la crítica literaria, dentro del mismo espacio de la academia estadounidense, son totalmente rechazadas por connotados críticos como el ecuatoriano Wilfrido H. Corral, quien tiene un amplio conjunto de obras de apreciación de nuestra literatura y de la de Latinoamérica. Otro de los problemas que se le atribuye a la labor de la crítica tiene que ver con la consagración o no de la obra literaria, con su inclusión en los cánones de lectura, ejemplo de lo cual es el autor de la obra con ese nombre: El canon occidental, de Harold Bloom. 

Lo expuesto nos lleva a mencionar el siguiente problema: el del discurso cultural hegemónico que continúa existiendo, aparte de lo ya mencionado con la academia estadounidense, sobre todo entre  el viejo mundo y las culturas de otros continentes. Parecería inadecuado y fuera de lugar poner este tema todavía sobre la mesa pero la realidad lo ratifica. Quizá, en lo que va del presente siglo, poco a poco, tal problema presente visos de solución gracias a la labor de ciertas grandes editoriales y, sobre todo, pequeñas editoriales independientes. Como afirma Domingo Miliani: "La literatura está en constante proceso de valorización y depreciación, puesto que no escapa a la dinámica social y al gusto o el consumo, mal que nos pese".

En diferentes momentos de la evolución de la crítica literaria, se ha mencionado la situación de crisis en la que se encuentra. Gabriela Pólit Dueñas se refiere a esta crisis como "una suerte de palimpsesto con el que se escribe una y otra vez, se trazan surcos que dividen territorios interpretativos a la vez que generan diversas formas de comprensión. La crisis, como el palimpsesto, es una y son varias, se repite, se borra y se vuelve a escribir". Con este marco, desde que se inició la dinámica circulación del saber mediante redes de diferente índole, afrontamos una nueva situación muy representativa del inicio del siglo XXI: la proliferación de las obras literarias, peligrosamente indiscriminada en cuanto a su calidad y maravillosamente accesibles rompiendo las antiguas barreras geográficas que aislaban las literaturas nacionales, por ejemplo. Aparentemente, el libro real ha disminuido su circulación y el virtual se multiplica de manera significativa. A la vez, las valoraciones críticas aparecen en diferentes formatos digitales: redes, grupos cerrados, páginas y blogs de periódicos, de creadores, de críticos y de lectores expertos e inexpertos.

Este momento de auge de la digitalización literaria, tanto en la escritura como en la lectura y la crítica, según algunos criterios, reubica la relación escritor, crítico y lector, la vuelve una relación horizontal en la mayoría de los casos. Jorge Téllez, en la revista Letras Libres, afirma: "A mi juicio, la mayor aportación del mundo digital a la creación y la crítica literaria tiene que ver con la inclusión, en el debate público, de los conceptos de apertura e inestabilidad. La caracterización de la academia como espacio cerrado no funciona. Se trata de ampliar el espacio de la discusión y de buscar nuevas rutas para pensar y analizar la literatura. Incluso las ideas de alguien como [Terry] Eagleton un agrio antagonista de la tecnología comparten la voluntad inclusiva, el interés multidisciplinario y, más importante, la construcción de redes del conocimiento que tanto se exaltan en el mundo digital".

Quiero terminar recordando mi lectura de uno de los últimos artículos de Beatriz Sarlo en el diario español El País. Ahí se refiere a la recomendación de Walter Benjamin de evitar el uso de la primera persona cuando un escritor se inicia, dejándola para cuando haya adquirido experiencia suficiente: "La literatura no tiene un código civil de prohibiciones y licencias. Nadie puede decir sensatamente que no debe escribir de cierto modo, dado que la historia misma de la literatura moderna es un museo de transformaciones inesperadas". Lo que nos hace retornar a Virginia Woolf: solo hágase entonces, sea desde la crítica especializada o desde la buena experiencia lectora, un recorrido profundo por el camino de cada obra literaria con la que uno se encuentre.

Fuentes:
- Virginia Woolf, El lector común.
- Javier Cercas, El punto ciego.
- Tzvetan Todorov, Crítica de la crítica.
- Domingo Miliani, La crítica literaria, hoy. (Compilación).
- Margo Glantz, La crítica literaria, hoy. (Compilación).
- Alicia Ortega, Crítica literaria ecuatoriana. Hacia un nuevo siglo. (Antología).
- Gabriela Pólit Dueñas, Crítica literaria ecuatoriana. Hacia un nuevo siglo. (Antología).
- Jorge Téllez, "La otra crítica literaria".
- Beatriz Sarlo, "Encerrar el yo en una lata".

(*) Una versión de este texto fue leída en la Feria Internacional del Libro de Guayaquil, realizada el pasado mes de septiembre.

La inmovilidad del viaje

Pájaro de nunca volver, de Mario Campaña. Candaya, 2017.
POR BISMARK LEÓN

Los problemas migratorios del siglo XXI y sus conflictos, así como lo vano de esa búsqueda de movimiento, rondan el último libro de Mario Campaña. Los poemas de Pájaro de nunca volver, sin embargo, quieren ir más allá del desplazamiento físico en un contexto geopolítico: nos hemos estancado no en el sentido de progreso (menos guerras, avances tecnológicos, menos enfermedades, mejores líderes mundiales), sino más bien en nuestro viaje como civilización. Encontrar un nuevo lugar para vivir es una valiosa excusa para cuestionar ese estado de cosas.

La primera parte de este poemario, titulada "Introito", trata de contextualizar al lector sobre la violencia con la que inicia. La noche silenciosa y vacía es inquietada por un disparo, y la voz poética trata de encontrar una luz, la de la luna, para despejar esa "bruma que a veces me envuelve". También cuenta con otros elementos cercanos como "el río, con su proximidad, su viento desapacible". Sin embargo, "hoy la luna no está", por lo que la noche se vuelve oscura y la voz poética pierde su rumbo y la cercanía de su entorno.

Se trataba de un mal presagio, como ya se anuncia al comienzo: al siguiente día el río queda seco. A la comunidad de pescadores que acompaña a la voz poética no le queda más que abandonar lo que hace: "recogimos los anzuelos, la red y las carnazas / del cielo súbitas sombras nos cercaron". Tras el sobresalto, se refugian en el bosque y "después todos volvimos a la orilla / caminando con un pie en el sueño". Este sueño, efectivamente, trata de moverse a otra parte. La comunidad debe partir hacia otro lugar para sobrevivir: "al fin, era un sin fin / a las / ceremoniosas montañas escapamos". Ese escape, no obstante, no es más que una búsqueda continua, como si el viejo nomadismo de la humanidad reviviera hacia un sin fin: "y renovados volvíamos a partir / todo recomenzaba a la aventura / excitados sin un destino cierto / el mismo celo el mismo fatigar". Esta estrofa revela un tópico de este poemario: la búsqueda sin éxito, como si no se progresara, como si, al final, no hubiera movimiento. La inmovilidad es, pues, un tema que aterra a la voz poética, un "desapacible pronunciar sin fin / el abstruso discurso de nuestra vida".

En este movimiento hacia la inmovilidad, la voz poética se encuentra no solo con paisajes extraños para ésta, sino también con la muerte. Cuerpos calcinados bajo una nube de humo o el ataque terrorista del 11 de marzo de 2004 en Madrid. La voz llega a la conclusión de que no hay más que avanzar, pero sin oportunidad de retroceso, como si al llegar a ese sitio incierto fuera un estancamiento: "al fin sin fin henos llegados / el terco viaje entreteniendo / andar de caballeros sobre estas nubes ralas / en el hueco de la palabra eternidad". Y también tormento: "un pájaro que canta / en casa de la víbora / solo para cambiar de cielo". La migración es una necesidad aunque conduzca hacia la inmovilidad, hacia un territorio al que jamás se pertenecerá ni se adaptará por completo.

La segunda parte del poemario incluye diálogos de la voz poética con fantasmas del pasado, como el espectro de una madre muerta. Estas voces hablan sobre un pasado igual de tormentoso que el presente. Se definen como memorias que están por morir. La voz poética acoge un discurso apocalíptico: no habrá más pueblos, riberas, ciudades, aunque ese viaje siga en un falso movimiento.

En la coda del libro, la voz poética sigue atormentándose. En esta ocasión, con el lamento de un niño o de una madre. La voz poética no siente que pertenece a ese extraño lugar lleno de nieve y niebla que describe, para él su única identidad está en Matavilela, su lugar de origen. Aunque no lo señale, ese mítico e incierto espacio sale de la novela El rincón de los justos, de Jorge Velasco Mackenzie. Lo quiere decirnos es que su hogar por elección, el único que importa, está en la literatura.

lunes, abril 3

El registro de lo que sobrevive

Humo, de Gabriela Alemán. Literatura Random House, 2017. 204 páginas.

Humo, la más reciente novela de Gabriela Alemán, fue publicada por Literatura Random House tras doce años de escritura. Esta obra trabaja con la memoria de una forma prolija y orgánica aunque fragmentaria. Desde la comprensión de los eventos pasados, se destaca el rigor de una escritura que le da un sentido predominante a las acciones de sus protagonistas, cuyos viajes se describen tanto física como mental y emocionalmente. Estos personajes constituyen el después de dos episodios críticos en la historia de Paraguay: la guerra del Chaco (1932 - 1935) y la dictadura de Alfredo Stroessner (1954 - 1989). Ambos son el trasfondo en la toma de decisiones que revelan las posibilidades de transformación de los personajes.

Los hechos que implican la guerra y la historia de una familia son registrados en un cuaderno que tiene un destino. En él se narran con honestidad la experiencia de los eventos y lo compleja que se vuelve la existencia en aquellas circunstancias. Gabriela, el personaje clave de esta obra, es el destino de ese cuaderno que ha guardado su fallecido amigo Andrei y que ahora está en manos de su hijo Pablo. Este texto contiene importantes revelaciones que se descifran entre líneas. Se lee: "Alguien habla a pocos metros de él. Son dos oficiales, el que ha partido una granada en dos y su amigo, sus voces atravesadas como por un tajo. Así no puedo seguir. El tono sobresalta a Andrei y los regresa a ver; el herido toma de la mano al otro y le dice casi susurrando e intentando llegar a hasta su oído: entendeme".

Gabriela regresa a Paraguay para habitar la casa en la que vivía Andrei. Su presencia da testimonio de lo que acontece en aquel lugar desgastado en el silencio y la violencia: "Cuando Gabriela da otro paso, entra en su perímetro un hombre bajo y sudoroso, de rostro cuadrado y mirada muerta, que embiste a la muchacha. El cuerpo de Gabriela se paraliza, pero el grito que surge de su estómago la sorprende a ella misma".

Alemán trabaja los signos con los que se enlazan las relaciones interpersonales y elabora una reflexión muy detallada sobre la trascendencia del lenguaje. Demuestra cómo cada personaje está definido por él, pues registra las expectativas que un ser humano reúne sobre su vida. Esta novela, además, hace un homenaje a dos inventores que aportaron al desarrollo de la escritura y la medicina. A su vez, se honra la idea de que las identidades y las nacionalidades son indistintas al conciliar dificultades humanas.


Se puede leer parte de la historia de Ladislao Biró, el creador del bolígrafo: "Su madre, cuando nace pesando menos de un kilo, lo envuelve en algodón negro de tierra y semillas, y el renacuajo, envuelto y perdido entre los pliegues, es colocado bajo una lámpara para que le dé calor. Los médicos han dicho que morirá, la madre apuesta lo contrario. Inventa algo parecido a lo que algún día será conocido como incubadora. Los cuentos de Biró rebotan contra sus paredes y llenan la habitación, suben por los altos techos y se filtran por las puertas y ventanas en toda la extensión".

Andrei decide apoyar con la experimentación de la penicilina a Palamazczuk, su amigo. Durante el viaje en el barco que lo lleva a Argentina, se dice: "El polaco experimenta con sulfas en tres pacientes que acaban de ingresar. Trata a los demás con lo único que se conoce en el mundo hasta ese momento, el aceite de chalmugra, que no sirve para mucho pero que en algunos casos alivia los dolores. Y todos toman, sin consultarlo, los yuyos que siembran en sus huertos".

Alemán deja, sin rodeos, una clara visión cinematográfica de los acontecimientos que enuncia. Al hablar de la muerte de la madre de Andrei, es frontal a la vez que poética en su descripción: "Su cerebro nadando en sangre antes de apagarse por completo". Para hablar del dolor, lo presenta estoico además de lírico: "Tuve una vez una vieja herida, pero ya ha cicatrizado. Soñé con una isla, roja de gritos". Es frecuente la descripción de un clima infernal en medio del suceso de muertes que es la guerra del Chaco: "Los crepúsculos incendiaban el bosque con sus orgías de color rojo que harían jurar a cualquiera que todo el horizonte ardía".

Un hallazgo de Gabriela en la biblioteca de Andrei genera una visión sobre la realidad paraguaya a partir de El dolor paraguayo, de Rafael Barrett. Se lee: "Violentan las ideas, mil veces más preciosas que el oro y la sangre". Esta cita describe una situación política existente en territorios donde la violencia y la intolerancia son comprendidas como un ejercicio de convivencia natural, y convoca al despertar de una consciencia pacífica con el fin de que ésta sea un móvil humano.