miércoles, mayo 9

Una voluntad módica


La representación de la voluntad artística en el mundo social es revelada en Agujero Negro a través de una mesura que inscribe la intimidad como marco narrativo. Víctor, el protagonista de la película, es un escritor maduro que luego del éxito de su primer libro se encuentra en una sequía creativa y lucha internamente por finalizar su próxima novela. En el medio está la relación tibia con su pareja (de la que espera un hijo), la comodidad desabrida de una residencia lujosa (prestada por la generosidad de sus suegros) y la incipiente atracción por una vecina de 16 años (que promete energizar las antiguas pasiones). En esta retención argumentativa, cerrada en un espacio mínimo, se despliegan las escenas diáfanas en blanco y negro que siguen la rutina del escritor por encontrarle una forma a sus ideales artísticos. Pero, ¿cuál es el juego de estas ideas, cómo se entrelazan al contexto social y qué imperativos morales se interponen en su resolución? Es justamente en el desarrollo de este cruce donde la mesura de la película cobra verdadera relevancia.
En la anterior película de Diego Araujo, Feriado, la historia del país se agrietaba por medio de un relato personal que anteponía el despertar homosexual de su protagonista sobre las tensiones raciales y clasistas. Así, el trasfondo que enfrentaban la desidia de la élite con el sufrimiento popular se diluía en la conformación de la identidad de una nueva generación que encara el fin de la inocencia. Por su parte, en Agujero Negro el escenario de lo nacional es reemplazado por el imperativo artístico que tiene Víctor por escribir la novela de iniciación esencial de la literatura ecuatoriana. La paradoja de este afán estriba en los límites en que se inserta la película: encerrado en una ciudadela privada, desconectado del medio cultural y permeable únicamente a las relaciones de su círculo íntimo, el escritor solo alcanza a configurar sobre sí mismo la figura del artista romántico. Más allá de lo anacrónico que pueda significar extrapolar esta temática (que se traduce visualmente con la metáfora un poco obscena del escritor que se desangra mientras tipea en su computadora) la persistencia de esta vocación permite representar un diagnóstico sobre la funcionalidad en que se piensa el arte.

El eje romántico (entiéndase por el término la herencia obtusa que quedó de los planteamientos alemanes decimonónicos, en especial con respecto a la idea del genio) se impone en la película de manera tal que no solo enmarca, sino que también aplaca las implicaciones de establecer una relación entre un adulto y una menor de edad. Lo que desde el planteamiento es polémico, la película lo desarrolla con cierta candidez que dispone al artista desorientado a la par de la adolescente temeraria y rebelde, ocultando todo indicio de perversión (quizás sea esto una respuesta estética a las denuncias del feminismo sobre los peligros de la seducción asimétrica). Sin embargo, el verdadero rastro de lo político se manifiesta cuando Alejandro, un funcionario enriquecido gracias a la Revolución Ciudadana, le ofrece ayuda a Víctor para publicar su libro a través del aparato del Estado. El peso del rechazo de Víctor, basado en el argumento acerca de la autonomía artística (“Yo no me vendo”), se deshace frente a la ironía de que ambos son, al fin y al cabo, vecinos; si bien hay distintos postores la ubicación social de ambos es la misma. Y es en estas paradojas donde la indulgencia romántica va mostrando sutilmente sus fisuras. 

Frente a esta demarcación del medio social, ¿qué particularidad le resta entonces al artista en Agujero Negro? Posiblemente sea semejante a la que ofrece la película para sí misma, la de ser un objeto capaz de traducir las contrariedades de sus propios privilegios: mostrar un espíritu limitado por las capacidades de sus propias creencias. Con buenas actuaciones (en especial las de Víctor Arauz y Alejandro Fajardo), tomas sobrias y unidad melódica, la película ofrece un relato coherente que sostiene las vacilaciones de una voluntad. Al enfatizar esta intimidad y retratarla sin un gran relato histórico ni etnográfico de fondo, Agujero Negro pude ser vista como un documento sobre la ingenuidad; una ingenuidad que sostiene la capacidad mayestática del arte, que avala su instrumentalización personal redentora y que la pule de las contaminaciones ideológicas en su elaboración. Una visión bastante acertada sobre el medio nacional. Todo esto se sostiene, claro está, mientras no nos tomemos el atrevimiento de preguntarle al director acerca de su propia intención.