POR: CRISTIAN AVECILLAS.
He visto PURA tres veces. Por tanto, puede la memoria dedicarse a establecer comparaciones y el entendimiento, a establecer conciencia.
Del segundo, por ejemplo, obtengo el siguiente primer convencimiento: conmovedora, confrontativa y apelante, esta obra merece ser degustada, vivida, más de una vez: tal la experiencia estética de verla y valorarla que para distanciarse objetivamente se precisa una segunda, una tercera, experiencia para delinear un criterio afuera de lo emotivo. Otra certeza es que si nos ha sido deparado, por destino o convicción, asistir a PURA, y hemos dialogado con otros espectadores, no cabe duda de que esta obra subvierte, cuestiona, restructura nuestra percepción de algunos aspectos que conforman lo que llamamos “realidad”.
Por eso, como espectadores, cuando salimos del escenario de La Fábrica y volvemos al escenario de la vida se siente, afirmativa y comunitariamente, un dejo de convención y asentimiento: nadie arguye otra expresión que no incluya un adjetivo conmovido, un sustantivo pensante, un verbo en acción, seguidos por una interjección de admiración y coincidencia.
¡Ah!, la gramática. ¡Ah!, las palabras. Volvemos a ellas porque PURA nos ha incorporado palabras, nos ha hecho vivir, desde el silencio, la totalidad de las palabras: en su nítida elocuencia no necesitamos del sonido de ninguna porque PURA las dice todas.
Decía, al principio, que entendimiento y memoria obraron de manera diversa. El primero interpretando afirmaciones y la segunda haciéndome afín y partidario.
De esta segunda, la memoria, aquella que establece comparaciones y que pretende salir de su ayer persuadido para darme un presente dialogante, brotan, ahora dos inquietudes.
La primera inquietud, ésta: PURA es mucho más que la idea de su creadora, es mucho más que la inspiración, el diseño y el trabajo de Nathalie Elghoul, pues ya sea como evento para percepción ajena o como acontecimiento cuestionador y delirante de símbolos y vida cotidiana, PURA logra multiplicar conceptos, conciencias y sensibilidades hasta el punto de que todo espectador sale enriquecido aunque no necesariamente coincida con la idea original de la obra. Esto es, en definitiva, casi una redefinición de lo bello en democracia pues para casi nadie se repite la imagen y la vivencia estética al momento de la rememoración, por lo que resultan diversos el ímpetu del “sí” o del “no” reflexivo del comentario posterior.
Esto nos permite, como dije, multiplicar según mirada y criterio el riesgo y la sensibilidad artística de PURA, y, por último nos permite multiplicar nuestros argumentos en torno al convencimiento de que una obra de esta calidad y con este compromiso es útil, política y humanamente útil, para comprendernos como ciudadanos predispuestamente estéticos al pensamiento, a la comunidad y al coraje.
Y la segunda inquietud, dado que cada vez que veo PURA me siento seducido y modificado, me han nacido, digamos solidariamente, estas preguntas: ¿Cuánto ha modificado a sus intérpretes esta obra? ¿Cuánto PURA ha conmovido, ha reestructurado, en su creación, en su desarrollo, en su puntillosa inteligencia ante la vida cotidiana, los intereses, las esperanzas, los objetivos de Zully Guamán, Sofía Carló, Estefanía Solórzano y de Aníbal Páez? Pues si como mero espectador uno sale de La Fábrica tan cuestionado y removido, me nace la inquietud de ¿cuánto su creadora, Nathalie Elghoul, y los cuatro ejecutantes de PURA, saldrán re sensibilizados tras cada ensayo, tras cada presentación, tras cada noche de belleza, danza y magia? ¿Qué vamos a hacer tanto ellos, los hacedores de PURA, como nosotros, sus receptores, con tanto material de nitidez y subversión?