POR: ANDRÉS NEUMAN.
(1)
Esperar es un arte con los ojos abiertos. Toda espera tiene
algo de ahogo y también de salvación. Siete años de buceo no son nada. Una
pierna de tiempo. Medio pulmón de historia. Un sexto libro. Para quienes
conciben la escritura como territorio de la epifanía, Técnicas de iluminación
viene a corroborar una sigilosa certidumbre que revoloteaba las letras
españolas: Eloy Tizón es uno de los grandes. Ahí donde lo ven, tan con gafas y
visionario. El autor nació en Madrid y en unos cuantos lugares más. Ha publicado
esto y lo otro, pero casi no se acuerda. Da clases por ahí para aprender. Ha
ganado y perdido. Se ha hecho joven. Fin de la biografía. Lo demás es vida. Es
decir, prosa. Estamos ante alguien que nos muestra cómo cada palabra entonada
en su lugar, o acaso musicalmente desplazada de su lugar, adquiere una
capacidad reverberante. Tizón escribe con eco. Quizá por eso uno atiende a sus
libros con una especie de trascendencia auditiva: sabiendo que todo milagro
empieza en el oído y termina en la boca. Al leerlo se asiste no tanto al
nacimiento de una historia como a la formación de un ritmo. De una respiración
que será la palanca del cuento. El aliento que empañará un argumento a medias.
Hay quien trae una historia y quien sale a buscarla. Tizón es de los segundos.
Sus personajes se mueven al ritmo de sus preguntas, hasta toparse de bruces con
el texto que los nombra.
(2)
En uno de sus incesantes aforismos, sostuvo Valéry que la
sintaxis es una facultad del alma. Eloy Tizón suscribe esta idea y, sobre todo,
la ejerce. En su poética incluida en El arquero inmóvil, el autor señalaba la
importancia de la voz como eje de la prosa. Sus cuentos no cuentan: cantan. No
miran: parpadean. Voz, tacto y visión conforman la sinestesia subterránea que atraviesa
toda su obra. En su centro parece despertar un personaje hablador que poco a
poco absorbe la trama y captura al oyente. Antes de cumplir treinta, Tizón
publicó un primer libro que se ha hecho legendario a costa de los siguientes. Se
trata de un honor envenenado y de una sutil injusticia: su segundo libro de
cuentos, Parpadeos, no tenía por ejemplo nada que envidiarle a Velocidad de los
jardines, y sí quizás algunas cosas que enseñarle. Pero en Técnicas de
iluminación, su sexto primer libro, el autor se supera y nos abruma de
lenguaje, de cosquilla, de tristeza. Una tristeza rara, capaz de reírse de
golpe, como una superviviente. O de bailar a ritmo de Walser, en un compás
ternario de sujeto, verbo y revelación. Con esa convicción fanática de quien no
quiere saber adónde va. Eloy Tizón camina, balbucea. Ser su contemporáneo es
una suerte.