miércoles, diciembre 18

Amor y pedagogía


Sobre Amor y pedagogía, de Miguel de Unamuno (primera edición 1902, segunda edición 1934).

Hay que destacar algo muy importante antes de hablar de Miguel de Unamuno (1864 – 1936) y es que con intención o sin ella siempre tuvo vinculaciones políticas. Unamuno tuvo la oportunidad de ver la caída de la monarquía en España; el ascenso de la llamada “Segunda República”; la elección de un gobierno de izquierda en su país; y el inicio de la guerra civil, en la cual en un principio apoyó a Franco y sus fuerzas rebeldes, pero a tan solo meses de su muerte, luego de un incidente en la universidad de Salamanca donde era rector, decidió desvincularse.  Es ampliamente conocido aquel episodio en el que Unamuno, luego de un discurso de paz y neutralidad ante la guerra, es callado bajo las voces de “¡Abajo la inteligencia, viva la muerte!”. Luego de esto, Unamuno es exiliado por última vez y muere. Habrá que tomar entonces a Unamuno no como un autor político, pero sí como un autor politizado, ya sea por uno u otro bando ideológico. Ante todo este escenario que se creaba a su alrededor, Unamuno sostuvo un discurso de ironía constante, reflejado en sus novelas, y Amor y Pedagogía no es la excepción.

Esta novela de Unamuno relata la historia de Avito Carrascal, un empecinado sociólogo que cree haber encontrado la forma exacta de crear genios. Este postulado lo origina a raíz de su instrucción como pedagogo, que además vincula siempre con la sociología y la creación incesante y hasta burlona de teorías. Avito piensa que así como la abeja reina nace igual que las otras —pero es la forma de su crianza lo que la vuelve reina— cualquier ser humano, dependiendo de si se lo cría a través de una pedagogía vinculada a la ciencia, podría convertirse en genio. Para este propósito, y desde el inicio de la novela, Avito se volcará totalmente a la ciencia en busca de engendrar un hijo e instruirlo con la pedagogía que él tanto pondera. Sin embargo, falla antes de comenzar, ya que escoge como madre de su futuro genio a  una mujer de quien se enamora, mas no de quien “deductivamente” hubiera sido más idónea para engendrar un genio. Más adelante el pequeño genio crece y no resulta lo que Avito espera, ya que la extravagante crianza que le aplica lo vuelve un individuo apático, demasiado extraño y con pocas motivaciones propias, dejándose influenciar fácilmente. Fruto de esto es que se vuelca a la poesía por intromisión de un amigo poeta.

En el proceso para volverse genio, Avito acude a Don Fulgencio, otro intelectual que guarda relación con él; pero este tiene vinculaciones religiosas y por momentos no concuerda con las ideas de Avito. La madre, por otra parte, siempre le daba mimos y cariños propios de su condición, lo que originó en el niño genio un conflicto entre el amor y la pedagogía. Al final, el niño genio, que se llama Apolodoro, termina suicidándose al ver que sus intentos por volverse inmortal —que según Fulgencio es el mal del siglo y debería ser buscado por todos los que tratan de hacer arte— fracasan. Con la muerte de Apolodoro parece que Avito comprende finalmente que la pedagogía administrada a empellones a un ser humano resulta conflictiva ya que los sentimientos y las emociones siempre estarán presentes; por tal razón él mismo al final de la novela llora junto a su esposa. “El amor había vencido”, leemos al final.

Esta novela es una sátira constante a los métodos científicos positivistas de la época (inicios del siglo 20) Unamuno caricaturiza a los sociólogos y científicos que habían apuntado sus teorías a la educación, creyendo que podían crearse genios a punta de ciencia. Hay que tomar en cuenta que Unamuno agarró esta historia de hechos reales, ya que en la creciente España de esa época los científicos estaban empecinados a crear una generación de españoles intelectualmente superiores. Este libro nos relata que tal teoría es imposible. El amor y la pedagogía tienen una relación conflictiva puesto que es casi imposible administrarle solo ciencia a un niño, porque el amor siempre estará presente (lo que “ensucia” el proceso científico). Por otro lado, lo lógico sería llevar los dos elementos de la mano y en vez de hacer un genio de un niño, sería propicio buscar la felicidad, que es lo que Apolodoro en algún punto le reclama a su padre. 

Algo también muy destacable, y que es el sello de Unamuno, es su humor y la forma en la que destruye las estructuras narrativas y le habla directamente al lector. Como cuenta en su epílogo, tiene que llenar 300 paginas de novela porque así lo pide su editor. Unamuno utiliza un formato que ahora es ampliamente reconocido. Prólogo/Novela/Epílogo, pero él los describe como Prólogo/Logo/Epílogo. Es impresionante cómo Unamuno se ríe con el lector, lo hace pensar y le hace creer cosas que no existen.

Unamuno hace hablar a sus personajes ya terminada la novela: don Fulgencio le “ayuda” a llenar sus 300 paginas con su “Tratado de Cocotología”, que no es otra cosa que una forma “científica” de hacer pajaritos de papel. En este tratado se tocan temas como la importancia de la palabra y cómo creamos, y creemos en, la existencia de algo a partir de su enunciación idiomática. “¿Qué es, en efecto, conocer una cosa sino nombrarla?”, escribe Unamuno en su novela. Como punto extra, este juego de hacer hablar a sus personajes consigo mismo también aparece en la novela Niebla (1907); Unamuno reafirma sus postulados de la importancia del lenguaje con la siguiente reflexión: “Mis creaciones no existen porque yo existo y las creé, sino que yo que existo porque mis creaciones me hacen existir, me hacen real.” ¿Quizás inmortal?