POR: CECILIA VERA DE GÁLVEZ.
Texto realizado para la presentación del libro Oasis de voces (CCE, 2011), antología personal de la poeta ecuatoriana Carmen Váscones.
Conozco a Carmen Váscones desde sus tiempos universitarios.
Tal vez por sus estudios de Psicología desde la perspectiva de Freud y Lacan,
tenía una inquietud por la palabra vinculada al sujeto, al ser, a la
existencia, a la pulsión de muerte que moviliza el deseo. Y nos encontramos en
ese espacio, en el espacio de la palabra, en mi caso, vinculada a la
literatura, lugar en el que ella descubrió, como lo dice en su poesía, el
drenaje de su ser interior.
Su escritura se cultiva, la deja en reposo, la reconfigura
así como se va reconfigurando la identidad del sujeto y avanza sin prisa. De
esa navegación por el mar de la palabra surge su poesía, tal como lo expresa
con tanto acierto en la contratapa del libro, ese otro cultivador del verbo
narrativo y poético que es Jorge Velasco Mackenzie:
“En una búsqueda incesante de su expresión poética, en ese navegar por mares y mareas, la poesía de Carmen puede muy bien tomarse como una aventura, pero será un derrotero de verdades sorprendentes, todas envueltas en esa tempestad que nos lleva a zozobrar, alejándonos del puerto seguro, es decir, dejándonos libres para poder ejercer el derecho a la lectura.”
Así es la poesía para la autora: una escena a cuya ventana
se asoma el lector, en la que se “escriben monólogos del cuerpo con la
ausencia”. Y se anuncia en esta
antología una cadena de imágenes sobre la poesía y el poetizar: poesía como
descifradora de enigmas, como libertad, porque la poética no se deja allanar;
poesía como muro de papel protector del caos, como cese de la angustia; poesía
que permite que la existencia sea, mientras avizora lo transitorio del ser que
se transforma. (ver11 – 13).
Esa poesía que Carmen Váscones consigna como “constancia del
abrazo… entre la nada y la palabra” (13), se inicia en el primer poemario de su
antología, La Muerte un Ensayo de Amores (1991), desde el origen, el mar, cuya
“presencia antecede el infinito”, en el que la voz poética retorna a la ola
para esquivar el caos y quedarse con la ternura. En un poema de excelente factura
esa voz se menciona ( 26):
“Quien ha visto llanto al mar / cuando sueña el naufragio / Quien ha visto sollozar al mar / tras la roca / Quien ha visto lágrimas al mar / para dar de beber al navegante / Quien ha visto llover al mar / junto al ahogo del amante / …
En esa realización poética el sujeto se instala en el acto
de ser con las palabras sin posibilidad de retractarse ante el humor, la
convicción y la armonía. Y escribe.
“Tantea el límite / las formas resultan
colores imprecisos / entrecruza el relieve / En juegos diferentes / se
desprenden lo nudos / Reposa el garabato del recuerdo.” (51)
Desde ese poetizar avanza la escritura y llega a la inicial
celebración del amor, después de un intento por descifrar enigmas que llevarán
a lo inexorable, en donde, se reitera, no hay otra salida que no sea la
palabra, vinculada al deseo, por eso, dice: “La humanidad un deseo de historias
/ y en lo sucesivo / el deseo se inventa todos los días / el deseo se desnuda
en cada cuerpo / el deseo se pronuncia / … Las palabras surgen de repente / se
desbordan se contraen se quietan /
Estallan continúan.” (67)
Si intentáramos esquematizar el contenido de este primer
libro, el recorrido de claves sería: palabra, orígenes, mar, enigmas,
desciframientos, encuentros con el amor, el deseo, el placer, el erotismo.
“Fiel a lo diferente” (91) se reconocer
el yo poético, hace poesía. Escribe, ensaya, por eso la muerte es un ensayo de
amores...
En 1992, se publica el segundo poemario de Carmen Váscones,
Con/fabulaciones. El título que llega con su nombre como palabra fragmentada:
con fabulaciones, se convierte en un indicio de las propuestas de sentido de la
obra. Palabras en las que los significantes desde sus escisiones juegan con la
superposición de significados, discurso
con dislocaciones sintácticas que habla, a su vez, de cuerpos
fragmentados como las palabras y como el sujeto que se dice mediante ellas, que
se y nos confabula, para resignificarse desde la reiteración de los
desciframientos. Así, en uno de los poemas que habla de ritos y sacrificios, se
expresa:
“Un látigo azota la ilusión / el alma tiene cuerpo de mujer / ¿quién la resiste? / fieles a la recomendación rehúsan / el cáliz de salvación / redimidos solo en sueños / sus amores han dejado de perseguirlos / no hay promesa para la aurora / la emboscada del mundo desata su tormenta.” (106)
El tono poético, progresivamente, se solemniza hasta
convertirse en bíblico y luego, los ritmos se aceleran hasta llegar a la
dinámica corta y entrecortada de la
letanía: “Hicieron de mi cuerpo /
conventos de sueños / … / cáliz sexual / hostia mortal / oración de placer /
biblia del orgasmo /apóstol del deseo/ …” (133)
Después de que el discurso poético recorre en este volumen,
diferentes registros desde los de extensas versificaciones y solemnidades hasta
los dardos desgranados en letanías, el sujeto de la voz poética que continúa un
recorrido coherente y encadenado, también, desde sus orígenes, deja de
enfrentarse a la imagen del espejo y penetra en lo que podría ser su sombra, su
colección de fantasmas. Se realiza así, en la poesía, una nueva resignificación
de la palabra. Algunos poemas así lo evidencian: “El compositor atraviesa el
espejo / el entorno perfila la imagen / del zigoto y la duda / …Réplica sobre
réplica / conjurados los roces / disipan otro vacío / …La palabra surge como
sinfonía / orificio abrupto de la música / …” (184 – 185)
Con/fabulaciones cierra sus propuestas poéticas de sentido
con un poema en el que se celebra, la vuelta a la ternura y a la fábula, espacios
a los que siempre se retorna como superación de los avatares que los poemas
demarcan en sus escenografías. Extenso poema de factura sumamente trabajada que
se vuelve representativo de la alta calidad de su escritura poética.
Como en los dos anteriores poemarios, el tercero acogido en
esta antología, mantiene el juego de los significantes, de las frases duales
que infringen el discurso de lo cotidiano, de lo real (entre comillas), para
trenzar la poesía con la reconstrucción de la vida intimista, ligada a esos
ejes que atraviesan toda la obra de la autora: espejos, fantasmas,
enfrentamientos con la pulsión de muerte, salidas desde los rituales y las
celebraciones. Por eso, este poemario no
se llama Memorial a un Acantilado, sino Memorial Aun Acantilado que data su
primera publicación en 1994. Manteniendo la metaforización marina, el inicio de
uno de los poemas anuncia: “Cada acantilado una duda refugiada / al sonido
eterno de esa bella bestia / que es el mar.” (224)
El conjunto de este poemario reitera el accionar del
permanente desciframiento de enigmas que el sujeto/voz poética mantiene desde
sus autoenfrentamientos. En ese recorrido surgen interrogantes nuevas,
contextos, relaciones y situaciones diferentes. La extrañeza aparece, se
analiza, se urga en los espejos y se intenta una respuesta: “Un espejo de sal /
sugiere rostro de cera / era la esperma de Narciso / reflejando eco de otro
reflejo / era eso.” Y el mar vuelve a
estar “atrapado en el rostro de una ventana”. (208 – 209)En el encuentro con el
otro la poesía trastoca los significantes y nuevamente los versos inician la
celebración de ese encuentro: “Él: / desea el amor del prójimo / desea la
muerte del próximo / desea lo ordeno / Ella: hasta que la muerte los una /
hasta que la vida los separe. Y más adelante ellos “… apuestan otro caracol / a
saltos entrecortados corren / …La risa rueda por sus mejillas.” (210 – 211)
Cinco años después de Memorial Aun Acantilado, se publica el
cuarto poemario de Carmen Váscones, Aguaje (1999), nombre sin juego de
palabras, indicio que permitirá en el transcurso de la lectura confirmar la
imposibilidad que se plantea el yo poético de alejarse de una realidad que
oscila entre la firme existencia del amor que inunda los cuerpos y las
experiencias de lo imponderable frente a la vida del uno y de los otros. Poesía
la de esta parte que avanza en la búsqueda de perfección del oficio de escribir
y que conjuga, al igual que los extremos vitales de la temática, la
estructuración de poemas extensos con excelentes micropoemas que impactan en la
fugacidad de su lectura.
Después de cerrar su poemario anterior con dos versos que
interrogan e interpelan: “¿A quién concierne esta voz especular / azogada entre
mar cuerpo y espejos?” (236), Aguaje se inicia nuevamente con la celebración
del amor, instalado en el placer de los cuerpos, con un acentuado erotismo que
recorre buena parte de los textos como eje que atraviesa un discurso en el
encuentro definitivo con el otro. “Suelto un remolino / de laberintos y soledad
/ huello mordaza / de pretéritos inacabados / Labio tu labio / lenguo tu lengua
/ pielo tu piel.” Los neologismos proponen una mirada otra de la experiencia
amorosa y por ende, una renovación del discurso del sujeto/voz poética: el
cuerpo reconocido en la vivencia conjunta, el discurso que no se evade, en esos
momentos, de las sombras que le impiden los desciframientos y las
resignificaciones porque habita puerto seguro.
Aguaje, como sinónimo de aguadero -dice el diccionario de la
RAE- significa “sitio donde suelen beber los animales silvestres” y relacionado
con el mar, “crecientes grandes del mar” y también, “agua que entra en los
puertos o sale de ellos con la marea.” (2001, 48) El contenido de los textos de
este poemario se anota, por su diversidad, a las tres acepciones de su nombre
pues este ser que mantiene la vida instalada en la palabra poética, como las
aves silvestre ha deambulado por los parajes marinos bebiendo del agua del mar,
ensayando amores, avizorando de lejos y de cerca los acantilados de la memoria
para fabular y confabular consigo mismo y con nosotros, los lectores. Así
mismo, como las crecientes grandes del mar, los poemas aquí presentes hablan de
los grandes extremos compartidos,
confabulados, el amor y la muerte, el placer de los cuerpos y la pérdida de los
otros. Y finalmente, la metáfora del mar que ingresa en los puertos/cuerpos,
presente desde el inicio de la escritura de Carmen Váscones, se mantienes como
temática primordial de la obra.
Esta relación de sintagmas temáticos que menciono, nos es casual,
se la encuentra enlazando los ejes ya mencionados de la poesía de la autora, en
el recorrido de los textos. Algunas pautas pueden ser estos versos: “No alcanzo
a descifrar / lo exacto de mi carne cegadora / tu existencia / toca lo extraño
del deseo” (326) “Ensayas amor / la confabulación del aguaje / en tu solo de
mujer / memorias.” (327)
En este registro de los surcos que ha ido dejando la
navegación de Carmen Váscones mediante su poesía, se proyecta ya desde una
apreciación general en la lectura, no solo su vocación literaria sino su
necesidad vital, esencial, por escribir, por poetizar la realidad, por
ficcionarla desde el verso y la metáfora. Esto se anuncia en su primer poemario
y avanza al compás de las rememoraciones del discurso de la vida que se
convierten, como quedó demostrado, en etapas de resignificación de la palabra
poética. O tal vez, lo contrario. No importa el orden, lo interesante es que
Carmen nos invita a compartir esos procesos y a involucrarnos en esas
celebraciones, las de la vida y las de la palabra, mezclando escenarios,
borrando los límites que definen lo real de lo discursivo, convirtiendo, en
definitiva, lo presuntamente real en poesía. Leerla es un llamado al ejercicio
de los desciframientos, al compás de diferentes ritmos y tonos. Y es también
una incitación para nuestras propias miradas como sujetos lectores frente a las
imágenes de nuestros espejos. En algún momento, el lector puede detenerse y
preguntarse, ¿y qué hay de nuestros propios fantasmas?, mientras continúa sumergiéndose
en estos poemas constituidos en excelente literatura que nos representa.
Notas: