POR: GUSTAVO GRAZIOLI
Si el barrio de Boedo necesita una definición poética, sin
solemnidad, para dejar en claro su condición de barrio, es posible que Fabián
Casas sea la persona indicada para hacerla. Se trata de un escritor que, a
fuerza de contar buenas historias, logra convencer con una estética
caracterizada por la originalidad. Hacer una descripción sobre este autor y su
obra sería introducirme en un tema muy complejo de abordar. Y, para no fracasar
en el intento, haré que en el transcurso de esta nota hablen sus textos.
La vida de Casas siempre estuvo atravesada por historias
delirantes e inquietantes. Por ejemplo, una de estas tuvo lugar cuando él tenía
sólo veintiún años. A dos semanas de su casamiento decidió irse de viaje al
norte argentino durante dos años para terminar recorriendo no sólo el norte,
sino también Bolivia, Perú, Ecuador y Colombia. Después, en uno de sus trabajos
pasajeros en una empresa de lácteos, fue despedido al poco tiempo por haber
fumado marihuana y quedarse dormido dentro de la cámara conservadora. Tuvieron
que sacarlo en una camilla.
Más allá de que sus anécdotas biográficas puedan rozar lo
cómico, éstas forman parte de su herramental narrativo. Si hay algo que Casas
tiene muy claro es lo que no quiere ser, por eso, como ha dicho en varias entrevistas,
no puede ir en contra de su naturaleza. “No tengo imaginación”, dice cuando se
le pregunta por qué toma su vida para hacer literatura. Sus historias plagadas
de rock, clase baja, intranquilidad y fobias ya forman parte de una cosmovisión
aggiornada de lo que es vivir en sociedad. Logró traer un aire fresco a
nuestras letras sin palabras acomedidas, ni cuidados que protejan las
rebosantes crudezas que se desataron desde el tan recordado 2001 hasta la
fecha.
Uno de los cuentos más pertinentes para pensar en su
narrativa se llama “El bosque pulenta”1. En uno de sus andamiajes se levanta
una escena de jóvenes que, en honor a su barrio de pertenencia, van a terminar
por dejar en claro quiénes son los que mandan allí.
Mañana a la noche nos juntamos en la esquina de Maza y Estados Unidos, vamos a ir al Parque Rivadavia, para ver cuantos son. ¿Quién dijo eso?, digo. Máximo y los dulces estuvieron de acuerdo. También dicen que va a venir Chamorro y pibes de la Martín Fierro, me larga, para darme a entender que vamos a estar bien pertrechados. Parece que los del Parque Rivadavia se reúnen a la noche bajo el monumento. La idea es seguirlos y después apretarlos cuando se van. ¿Y Chopper?, digo. De Chopper se encarga Chamorro, dice. Una pelea de titanes, digo. La tercera guerra mundial, dice.
A raíz del título del cuento, Boedo empieza a contarnos
cosas desde una antropología mundana, callejera y psicodélica que, más allá de
la ficción, comparte nexos con la realidad. Casas no deja de sorprendernos con
personajes que podemos comparar con películas de pandillas.
Nosotros empezamos a correr por Venezuela cuando cayó la yuta.
A mí me agarró Máximo y me metió en un taxi. Estaba aturdido. Máximo sangraba por toda la cara.
¿Fueron al Ramos Mejía?
No. No teníamos plata para pagar y ni bien salimos de ese quilombo Máximo le dijo al tipo que no teníamos un mango y nos hizo bajar. Yo bajé por un lado y Máximo por el otro. Pero no lo volví a ver.
Firmeza y gran caudal de imágenes son las que nos cuenta
aquí, en su cuento “Ocio”2. La fuerza de la pereza muchas veces sirve para
poder reflexionar, acerca del yira yira de la vida. Ese swing logra que las
palabras suenen sin bombo y que se introduzcan en nuestros cuerpos, logrando
provocar —casi como una canción de Zeppelin— el constante movimiento de los
pies.
Son las seis de la tarde y ya se pone oscuro. Estoy tirado en mi pieza, escuchando Abbey Road, de Los Beatles. Escucho sobre todo el lado dos, ese el que más me gusta. Canciones enganchadas o, mejor dicho, una melodía original que va sufriendo mutaciones. Los Beatles; esos si que eran grandes. Lo puedo asegurar. A lo sumo puedo escribir, citar, poner fechas. Por ejemplo: el verano tardó muchísimo en irse. Un calor húmedo y terrible, sábanas húmedas, cigarrillos doblados, olor.
Pero ahora estoy, o estamos – si es que afuera de esta pieza queda alguien vivo – en medio del invierno. Oscurece: ya casi es noche cerrada. Me imagino a las familias alrededor de las mesas, preparadas para cenar, con los hogares encendidos y los leños quemándose en su felicidad. Las rutinas cotidianas del verano modificadas hasta el próximo año.
Compases bien dirigidos forman una gran prosa que no deja de
lubricar las características de un estilo particular. Si fuese una banda de
rock, la recomendaría.
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1.- Casas F. Los Lemmings y otros. 3ra ed. Buenos
Aires. Santiago Arcos editor; 2005.
2.- Casas F. Ocio. 3ra ed. Buenos Aires. Santiago
Arcos editor; 2010.