POR: DANIEL LUCAS
La vejez. La juventud. El viaje como la destrucción de la
identidad. La intimidad como espacio digno de ser recreado. Son algunos de los
temas que convergen en la narrativa de Maximiliano Barrientos (Santa Cruz de la
Sierra, 1979).
Conocí a Maximiliano Barrientos a través de una antología,
20/20, y su cuento Una vida nueva me llevó a otros de sus relatos y a su
novela Hoteles, donde mi curiosidad quedó saldada. La narrativa de Maximiliano
es musical y compacta, sus cuentos dicen lo suficiente permitiendo al lector
hacer su parte: inferir, recrear a partir del abrebocas qué significó el
relato, una elaboración personal que varía de lector a lector. Las historias de
sus cuentos son muy cercanas, con personajes muy humanos que sufren, ríen, unos
queriendo escapar, otros volver.
Barrientos ha publicado los libros de cuentos Diario (2009,
El Cuervo) y Fotos tuyas cuando empiezas a envejecer (2011, Periférica), y la novela Hoteles (2011, Periférica), que
se tradujo al portugués en la colección Otra Lingua, de la editorial brasileña
Rocco. En noviembre de 2014 publicará su siguiente novela, La desaparición del
paisaje, en la editorial española Periférica.
La vejez o la pérdida de la juventud es un tema latente en
tus relatos. ¿Qué tanto de la sociedad occidental se representa en tus
ficciones? ¿Hacia dónde se dirige la
vida en tus relatos? ¿Cuestionan algo?
Cuando escribí los cuentos de los libros que están
publicados tenía entre 24 y 27 años, y supongo que la perdida de la juventud,
las crisis de parejas, la vejez prematura como una amenaza estaban latentes
ahí. Siento que lo que estoy escribiendo actualmente ha sufrido un viraje en
ese sentido. La novela que publicará la editorial Periférica en noviembre de
este año titula La desaparición del paisaje, y si bien hay algunos elementos
comunes a los dos libros de relatos (Diario y Fotos tuyas cuando empiezas a
envejecer), y a la novelita Hoteles, también siento que exploran algunos
territorios que no estaban presentes de forma tan constante: la familia, el
luto, la violencia, el alcoholismo, el regreso al lugar de donde se fugó. Con
respecto a las preguntas que formulas, no estoy muy seguro de cuánto de la
sociedad se refleja en mis textos. Yo nací, crecí y pertenezco a una clase
media cruceña, y por lo tanto escribo con esas referencias, pero el marco
social aparece siempre como un contexto, no como un tema. No pretendo
cuestionar nada, pretendo darle forma narrativa a ciertas escenas que aparecen
en mi cabeza y que se vuelven lo suficientemente sugerentes para que trate de
convertirlas en cuentos o novelas.
Tu literatura provoca una mirada hacia el interior sombrío
del ser humano, un auto-reconocimiento de esos espacios que no queremos ver
porque son oscuros, fríos y solitarios. ¿Qué tanto de Maximiliano Barrientos
hay en los personajes y en las temáticas de sus relatos? ¿Tratas de huir de
algo?
Con los personajes no siempre comparto un bagaje biográfico,
pero sí comparto ciertas obsesiones y búsquedas, ciertas taras y padecimientos,
ciertos climas psicológicos. Para ser sincero, no creo que podría escribir
sobre un personaje que sea diametralmente opuesto a mí, no creo que tampoco me
divertiría. Los personajes cambian a medida que yo cambio, pero eso no quiere
decir que escriba únicamente en tono autobiográfico. Con respecto a la pregunta
de la huida, la escritura puede ser un escape (aunque ese tipo de literatura no
me interesa, o me interesa más para disfrutarla en formatos como el cine y la
televisión) o un zambullirse en zonas peligrosas, con la garantía de que la
ficción en sí misma es un chaleco salvavidas que te impide hundirte, que te
permite regresar (esa sí es la literatura que me interesa).
En tus ficciones el ser humano es solitario, triste y
melancólico. ¿Cómo narrar lugares comunes sin caer en ellos? ¿Cómo se entiende
la soledad del hombre, acaso desde las imágenes patéticas del aislamiento
voluntario o de la auto-reflexión que lo ubica como ser frente al Otro y al
mundo?
Creo que toda escritura que proviene de una fórmula es una
escritura que nace muerta, así que no creo en fórmulas. He tratado de ser lo
más sincero posible con las historias que he escrito, más allá si son oscuras o
no, más allá si son tristes o no. Es decir, no me he propuesto conscientemente
escribir cuentos sobre un hombre solo o en crisis. Mi cabeza no funciona de esa
forma. Le doy mucha importancia al inconsciente, me gusta esa ficción donde se
siente que el inconsciente es el que ha dictado la pauta. Esto no quiere decir
que un texto no requiera trabajo una vez escrito, todo lo contrario, pero me
interesa que esas partes de las que no se tienen control sean las que dicten el
ritmo de la escritura, las que digan por dónde hay que ir.
Si viajar significa encontrar la identidad. ¿Hasta dónde o
hasta cuándo tiene que viajar el ser humano para definirse a sí mismo? ¿Cuál es
ese no lugar, esa distopía perfecta?
A veces estoy tentado a creer en lo opuesto: uno viaja para
disolver la identidad, para que en otro lugar uno pueda ser menos el que era en
el lugar de origen. Y esa experiencia en sí misma es liberadora y fascinante,
pero siempre es pasajera.
¿Qué aspectos de la intimidad exploran tus relatos o a qué
aspectos te sientes más atraído?
Escribo de forma intuitiva, algunas escenas disparan un
relato y otras me dejan indiferente. Me es imposible decir por qué algunas
imágenes y situaciones me hacen escribir y otras no, supongo que es una
cuestión de sensibilidad y de olfato. Siempre escribo sobre la intimidad porque
eso es lo que conozco, eso es lo que para mí representa el lugar de la intensidad.
Como lector, le exijo a la literatura crudeza, conciencias alteradas,
emociones, lucidez, arrebatos, violencia, ternura: todo eso junto, todo eso
contradiciéndose entre sí. Una escritura cerebral me deja indiferente. Una
escritura planificada como se planifica un edificio me aburre de manera
contundente. Le pido a los libros lo mismo que le pido a un solo de guitarra o
a una pelea de MMA.
Si la música y el cine han influenciado tu narrativa como se
evidencia en tus relatos, ¿en qué medida esta influencia explica tu estilo
narrativo? ¿Cómo ayudan al lenguaje la música y el cine?
Creo que el cine me ayudó a ser concreto, a pensar en
imágenes, a escapar de la abstracción, que es una de las cosas que más detesto
en la literatura. La música me ayudó a prestarle atención al ritmo. Una
escritura sin ritmo es una escritura obesa. Los abogados y los burócratas y los
reporteros de economía escriben sin ritmo. Hay montones de libros que dejo en
la primera página porque encuentro una escritura fofa, sin electricidad. Libros
que bien pudieron estar escritos por abogados, por burócratas o por reporteros
que trabajan en el área de economía.
¿Qué se está escribiendo en Bolivia? ¿Cuáles son las
temáticas y los géneros más representativos actualmente?
Creo que hay una pluralidad de temas y escrituras y eso es
lo mejor que podría pasarnos. Afortunadamente, el tiempo de los
fundamentalistas que decían qué era lo que tenía que ser la literatura
boliviana ya ha acabado, y cuando algún resentido o resentida sale con esa
cantaleta diciendo “esto es lo nuevo y hay que seguirlo, lo otro es lo viejo y
hay que enterrarlo”, nadie le da bola, todos se le ríen.
¿Quiénes están escribiendo en Bolivia que no salen en las
portadas de los diarios o revistas, es decir, quiénes deberían ser leídos y no
lo están siendo?
Afortunadamente, en estos años ha salido una camada de muy
buenos escritores a los que les han dado atención y han publicado por fuera de
las fronteras bolivianas. Yo creo que pronto también les tocará el turno a dos
cuentistas: Fabiola Morales y Saúl Montaño, y a un poeta extraordinario: Julio
Barriga.
¿Qué avizoras sobre la Bolivia literaria a partir de la
nueva generación de escritores de la que eres parte?
Espero más y mejores libros.