Obra de Roberto Ferri |
POR LEÓN FÉLIX BATISTA
Síntesis
Fiel a la naturaleza caudalosa del impulso barroco, la
poesía latinoamericana se ha desplazado raudamente, en tan sólo seis décadas,
del barroco redivivo en neobarroco a un postbarroco en plena fragua y ha
llegado hasta a las amenazas de la dilución de ese barro genésico. Las
manifestaciones teóricas más recientes sobre el fenómeno son las de la poeta y
crítica argentina Tamara Kamenszain al referirse a un posible “neoborroso”,
atribuible a los epígonos del movimiento; las del poeta peruano Maurizio Medo,
al postular o sugerir un posible
postbarroco del momento; y las de un grupo de poetas agrupados en Nueva
York y encabezados por el colombiano Gabriel Jaime Caro, autodenominados los
Neoberracos, quienes han publicado un delirante manifiesto.
Germen
En general, el barroco es un movimiento cultural o período
del arte que apareció en el año 1600, aproximadamente, y que llegó hasta el
1750. El término barroco surge originariamente con un significado peyorativo, a
través de los siglos XVIII y XIX se usa como sinónimo de recargado,
desmesurado, irracional.
El ideal artístico del barroco en la literatura consiste en
haber valorado la libertad absoluta para crear y distorsionar las formas, la
condensación conceptual y la complejidad en la expresión. Todo ello tenía como
finalidad asombrar o maravillar al lector. Dos corrientes estilísticas
ejemplifican estos caracteres: el conceptismo y el culteranismo. Ambas son, en
realidad, dos facetas de estilo barroco que comparten un mismo propósito: crear
complicación y artificio. El conceptismo incide, sobre todo, en el plano del
pensamiento. Su teórico y definidor fue Gracián, quien en Agudeza y arte de
ingenio definió el concepto como “aquel acto del entendimiento, que exprime las
correspondencias que se hallan entre los objetos”. Para conseguir este fin, los
autores conceptistas se valieron de recursos retóricos, tales como la paradoja,
la paronomasia o la elipsis. También emplearon con frecuencia la dilogía,
recurso que consiste en emplear un significante con dos posibles significados.
El culteranismo, a su vez, representado por Góngora, se
preocupa, sobre todo, por la expresión. Sus caracteres más sobresalientes son
la latinización del lenguaje y el empleo intensivo de metáforas e imágenes. La
latinización del lenguaje se logra fundamentalmente mediante el uso intensivo
del hipérbaton y el gusto por incluir cultismos y neologismos, como, por
ejemplo, fulgor, candor, armonía, palestra. La metáfora es la base de la poesía
culterana. El encadenamiento de metáforas o series de imágenes tiene el
objetivo de huir de la realidad cotidiana para instalarnos en el universo
artificial e idealizado de la poesía.
Posteriormente, hemos tenido la aparición del llamado
neobarroco, cuya primera mención fue acuñada por Haroldo de Campos en 1955, y
luego amplificada, en 1972 –aparentemente, sin noticias del primer abordaje del
poeta concretista–, por el escritor cubano Severo Sarduy en su libro “Barroco”.
Según Sarduy, “el neobarroco no es otra
cosa que un resurgimiento del barroco histórico"(*). Sólo después, en los
80s, y ya con la emergencia de otros nombres, se procedería a potenciar el
neobarroco mucho más allá del resurgimiento de un concepto estético previo. Su
naturaleza diferente, su trascendencia del prefijo “neo” quedó patente al ser
refrendada nuevamente por Haroldo en su breve ensayo “Barroco, neobarroco,
transbarroco” del año 2002.
Vale indicar que para muchos lectores el, o lo, neobarroco
es propiamente lo que Néstor Perlongher llamó, con ánimo verdaderamente
paródico, neobarroso, al hacer referencia al barro del fondo del río de La
Plata, que divide Argentina y Uruguay, y su reproducción en las poéticas de
algunos nombres provenientes de la zona. Contribuye a reforzar esta opinión el
hecho de que argentinos fueran nombres claves como el propio Perlongher, Tamara
Kamenszain, Arturo Carrera y Osvaldo Lamborghini, y uruguayos como Eduardo
Espina, Marosa di Giorgio, Eduardo Milán, Roberto Echavarren, etc. Donde
empieza a resquebrajarse esta impresión, o más bien, a expandirse el criterio
neobarroco, es cuando se piensa en la inmensidad lírica del cubano José Kozer,
figura medular de esta expresión neobarroca, y quien ha sido reconocido
recientemente con el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda, en Chile,
cosa sin dudas indicadora de una especie de primer “reconocimiento oficial” del
neobarroco, luego de haber sido desmenuzado e híper analizado por la academia,
y haberle sido abiertas las puertas de las grandes editoriales iberoamericanas.
La misma impresión nos queda cuando apelamos a nombres esenciales como los
mexicanos David Huerta y Coral Bracho o los peruanos Reynaldo Jiménez y Roger
Santivañez. En definitiva, y ya en terreno teórico, el teatro burlesco
neobarroso hace constar que toda mutación del tema neobarroco provendrá desde
dentro. Visto esto, el neobarroco como tal, simplificando al máximo, fue una
especie de movimiento literario no programático, esencialmente poético y
teórico, que se desarrolló en América Latina en las décadas de los 80s y 90s,
cuyo momento cumbre sería la antología “Medusario”, de 1996. Ahora bien, lo
neobarroco es otra cosa: una especie de sentimiento, de modo y manera, de flujo
poético inasible presente en distintas poéticas actuales.
Pasando ahora a la poesía neobarroca, nuestro tema medular,
ésta es mayormente entendida como una reacción tanto contra la vanguardia como
contra el coloquialismo más o menos comprometido, puesto que:
- Comparte con la vanguardia una tendencia a la
experimentación con el lenguaje, pero evita el didactismo ocasional de ésta,
así como su preocupación estrecha con la imagen como icono, que lleva a
remplazar la conexión gramatical con la anáfora y la enumeración caótica.
Si la vanguardia es una poesía de la imagen y de la
metáfora, la poesía neobarroca promueve la conexión gramatical a través de una
sintaxis complicada. El mismo Haroldo de Campos, después de la etapa del
concretismo, ha escrito las Galaxias, ejercicio sintáctico de largo aliento.
Los neobarrocos conciben su poesía como aventura del pensamiento más allá de los
procedimientos circunscritos de la vanguardia.
- Aunque pueda resultar en ocasiones directa y anecdótica,
la poesía neobarroca rechaza la noción, defendida expresa o implícitamente por
los coloquialistas, de que hay una "vía media" de la comunicación poética.
Los coloquialistas (o conversacionalistas, nota mía) operan según un modelo
preconcebido de lo que puede ser dicho, y cómo, para hacerse entender y para
adoctrinar a cierto público. Los poetas neobarrocos, al contario, pasan de un
nivel de referencia a otro, sin limitarse a una estrategia específica, o a
cierto vocabulario, o a una distancia irónica fija. Puede decirse que no tienen
estilo, ya que más bien se deslizan de un estilo a otro sin volverse
prisioneros de una posición o procedimiento.
Lo cierto es que, estando en estos tiempos de posmodernidad
tardía en debate la poesía, como fenómeno expresivo de la realidad y esencia
humanas, así como de los conocimientos acumulados, el debate ha de trascender
los abordajes francos de la realidad, la vía recta, en esta actualidad de
simultaneísmo de caos y orden, limite y exceso, totalidad y fragmento, fijación
e inestabilidad. Al parecer, nos encontramos en plena Era Neobarroca, como
propone Omar Calabrese en su libro de 1987 con ese mismo título. “¿Cuál es el
gusto predominante de este tiempo nuestro, tan aparentemente confuso,
fragmentado, indescifrable?”, se pregunta Calabrese, y cree haberlo encontrado,
proponiendo para él también un nombre: neobarroco.
Al trascender los ismos, al filtrarse, infiltrarse, permear
las múltiples capas tectónicas del texto, lo neobarroco es un impulso,
rastreable en muchas voces a lo largo de la lengua, trascendiendo los países,
islas, continentes. Lenguaje sierpe, dice José Kozer –uno de los grandes
nombres ligados al neobarroco–, ese lenguaje que se desliza a ras de tierra para poder volar.
Naturalmente, no se debe obviar que el impulso neobarroco ha
producido obras en prosa medulares, como las novelas Paradiso y Opianno Licario
de Lezama Lima, El Gran Sertón: Veredas de Guimaraes Rosa, toda la obra
narrativa de Severo Sarduy (salvo, quizás, Gestos) y (si los vemos como tal,
como narrativa) Catatau de Paulo Leminsky y Mar paraguayo de Wilson Bueno.
Y el que se llama neobarroco latinoamericano implica al
menos dos lenguas oficiales: el castellano y el portugués, a lo que debemos
agregar la complejidad de los distintos castellanos escritos en cada país, y
que además hablamos de “brasileño”, más que de propiamente lengua portuguesa.
Súmense las expresiones del portuñol y tendremos el panorama completo del nuevo
orden.
Antologías que tocan las partituras neobarrocas: Caribe
transplatino (19XX), de Néstor Perlongher y Josely Vianna Baptista;
Transplatinos (19XX), de Roberto Echavarren, Medusario, muestra de poesía
latinoamericana (1996), de José Kozer, Roberto Echavarren y Jacobo Sefami;
Jardín de Camaleones (a poesía neobarroca na América Latina (2003), de Claudio
Daniel; y País Imaginario, escrituras y
transtextos, poesía en América Latina (20XX y 2014), de Mario Arteca, Benito
del Pliego y Maurizio Medo, que incluye poetas nacidos entre 1960 y 1979.
En esta última muestra se retorna al prefijo “trans”
aplicado a lo barroco, ya expuesto por Haroldo de Campos como deriva
neobarroco. Al paso que vamos, de prefijo a prefijo (neo, trans, post), se va
haciendo constar la existencia de dos categorías opuestas: lo barroco y lo
no-barroco o, tal vez, forzando las cosas, lo contra-barroco. Tal vez se llegue
a hablar en algún momento de lo tardo-barroco. Por ahora, lo postbarroco parece
apuntar a la trascendencia o síntesis de los opuestos claridad-oscuridad, a su
mescolanza, para mi ejemplificada claramente por los poetas ecuatorianos Juan
José Rodriguez Santamaría, Cesar Eduardo Carrión, Luis Carlos Mussó, Ernesto
Carrion y Andrés Villalba Becdach; los paraguayos Joaquín Morales, Monserrat
Álvarez y Cristino Bogado, los puertorriqueños Pedro López-Adorno y Néstor
Barreto, los mexicanos Rocío Cerón, Yaxkin Melchy, Daniel Bencomo y Ángel
Ortuño, los chilenos Pedro Montealegre, Paula Ilabaca y Sergio Alfsen-Romussi,
los argentinos Carlos Elliff, Romina Freschi y Juan Salzano, los peruanos
Maurizio Medo, Victoria Guerrero y Manuel Liendo, los uruguayos Emilio
Laferranderie, Enrique Bacci y Manuel Barrios, los dominicanos Plinio Chahin, Neronessa
y Pablo Reyes, los cubanos Pablo de Cuba Soria, Damaris Calderón y Rogelio
Saunders… Una nómina que habla, más que de países, de poéticas y voces, de
abordajes y deconstrucciones, de perspectivas de detonación “desde el vislumbre
(dice Eduardo Milán, agudo teórico de estos impulsos) de la imposibilidad de lo
poético contemporáneo de acceder a una dicción sublime” (**).
Criteria
Lezama –melaza o maleza– Lima.
“Only one
answer: write carelessly so that nothing that is not green will survive”. Sólo
una respuesta: escribe descuidadamente de manera que nada que no sea verde
sobreviva. Este verso del “Paterson” de William Carlos Williams.
El poema, visto así, desde lo neobarroco, incluye su
excedente.
Lezama Lima calificó al barroco americano como un fenómeno
de “contra conquista”. Yo diría que es la vuelta de Darío, esparcida por
nuestra lengua-cultura, en el sentido de la reconquista. Hemos hecho que nos
vean como renovadores de una lengua que dejó de ser exclusivamente castellana,
para estallar en múltiples lenguas españolas, como esa fruta de granada
colorida. Cada vez que recuerdo que el influjo del Siglo de Oro ha encontrado
su sobredimensión en el neobarroco caribeño, el neobarroso de La Plata y hasta
en el neoverraco antioqueño, me corre mejor la sangre. La antipoesía es
nuestra, el concretismo también lo es. Lo que escriben los novísimos mexicanos
es profundamente ancilar: Bravo Varela, Rocío Cerón, Herbert, Fabre, Lumbreras,
Plascencia Ñol… Y ni hablar de lo que pasa en Argentina y Uruguay: objetivismo
en pulso con los alógenos y el impulso revisionista-neobarroco de Mario Arteca,
Romina Freschi… Y cuando se trata de vehicular lo indígena con nuestra lengua madre,
ocurre un estallido: Cristino Bogado, Jaime Luis Huenún… El tratamiento de lo
cotidiano en el ecuatoriano Edwin Madrid, el chileno Germán Carrasco, la
nicaragüense Tania Montenegro, el argentino Washington Cucurto, la peruana
Monserrat Álvarez y el costarricense Luis Chaves sería deseable como auténtica
poesía de la experiencia. Y ¿cómo nos explicamos en Paraguay un arrebato léxico
como el de Joaquín Morales, ah? Eso para quedarnos con los más jóvenes, y para
no abrumar recordando fichas claves, incluso todavía poderosamente vivos, como
Gonzalo Rojas, Belli, Gelman, Deniz, Hinostroza, Jotamario, Verástegui,
Cardenal, y me voy quedando corto.
Aparte, es un hecho que el impulso neobarroco postuló
nombres de impronta permanente: Kozer, Perlongher, Marosa, Reynaldo Jiménez,
Coral Bracho, Osvaldo Lamborghini, Eduardo Milán, Juan Luis Martínez, Arturo
Carrera, Eduardo Espina, David Huerta…
En fin: el nuevo paradigma, ya implantado y en plena
germinación.
* La teoría del neobarroco de Severo Sarduy, Samuel
Arriarán.
**Neobarroso, Eduardo Milán.