sábado, diciembre 10

Museo Nómada: El arte abandona el edificio


El primer museo nómada debutó en Nueva York en 2005. La idea vino de Gregory Colbert en 1999. Él es un cineasta y fotógrafo estadounidense que concibió la idea luego de varias exposiciones en diferentes lugares a los que, sin necesidad de ser galerías de arte, podía darles la ambientación necesaria para sus fotografías. El juego de la luz, los paneles, los pilares, la madera, se convirtieron en lienzos perfectos para mostrar su arte. Y aquello era una idea innovadora, mágica. ¿Por qué quedarse con un museo normal si se puede tener uno nómada?

En agosto del presente año se inauguró el Museo Nómada en Quito, un “espacio invisible para pensar en arte contemporáneo, hacer exhibiciones pop-up y organizar complots para rehacer tejidos urbanos maltratados”, como dice en su página de Facebook. Es un museo que no se detiene a menos que sea para ser visitado. “Nosotros nos enmarcamos dentro de esas líneas lúdicas y críticas para pensar en nuestro proyecto. Además, estamos empezando una relación con The Contemporary, un museo nómada de Baltimore. Los museos nómadas tienen que ser amigos entre sí”, dice Ana María Garzón, curadora y profesora de arte contemporáneo de la Universidad San Francisco de Quito.

Todas las obras en este museo itinerante son producto de artistas de bajo perfil en Ecuador; y justamente es este su objetivo: mostrar, poner en escena, obras de autores desconocidos o emergentes que necesitan ser vistos. El arte expuesto en el Museo Nómada dialoga muy bien con ciertas inquietudes de las escenas artísticas nacionales, procesos investigativos que van más allá de la formalidad.

La idea de montar el museo nació de la propuesta de la alcaldía de Quito de elaborar un proyecto en el que los artistas pudiesen dar a conocer sus obras. Su efecto sería que los ciudadanos se acerquen a la cultura de formas innovadoras, hacer a Quito más atractivo y promover el arte contemporáneo tantas veces subestimado. Rosa Jijón, Jaime Izurieta y Ana María Garzón, fueron los elegidos para llevar a cabo esta tarea en la ciudad.

El proyecto, sin embargo, quedó estancado y casi olvidado por la alcaldía. Esto no desanimó a los gestores de la operación y la idea persistió. Después de mucho trabajo decidieron convertir su proyecto de un museo de arte contemporáneo, en un museo contemporáneo de arte, que además es nómada. “Nos dimos cuenta de que nuestra propuesta no necesitaba paredes y que podíamos encontrar formatos sencillos de intervención, ocupando lugares ya existentes, con dinámicas propias, que interrumpimos con nuestras actividades”, cuenta Garzón para una reciente entrevista a la revista Artishock. Ana María también señala que encontraron un formato más viable, “un museo que funcione como caja de herramientas y nos permita simplificar las tareas del museo, no tener la atadura de un edificio y los costos que implica, y armar un museo portátil, lúdico, crítico”. A su vez, indica que tienen tres líneas fundamentales de trabajo, las cuales son: comisión de obras, organización de conferencias y charlas e intervenciones pop-up.

Su primera exposición fue en el marco de Hábitat III, en donde posicionaron al Museo Nómada como una entidad dinámica y sin grandes enunciados previstos, sino acciones potentes. Los artistas intentaron rescatar un enfoque diferente de la ciudad y exponerlo sin cumplir procesos burocráticos. Para la construcción de la muestra llamada Derivas, siete artistas caminaron por distintas zonas de Quito y regresaron con imágenes que los ayudaron a crear mapas críticos o mapas de comunidades. Este museo también intenta sacar a la luz temas controversiales que no son bien vistos en la sociedad actual, pero deben ser visibilizados. Está, por ejemplo, el trabajo de Fabiano Kueva, llamado Sketch para un mapa marica 1985-1992, que a través de una serie de fotos retrata la comunidad GLBTI de la ciudad de Quito, sus modos de ser visible, de nombrarse, de agruparse. En el cuadernillo Derivas, Wendy Ribadeneira, artista visual, que también participó en la misma exhibición, nos relata que la ciudad es el Museo Nómada, el cual “invita a cada observador a crearse un guión en su cabeza y a proponer una relación propia con el espacio urbano. El museo transforma a cada uno de sus usuarios en urbanistas, y la revolución urbana empieza por ahí”.

El público que asistió a la muestra Derivas fue diverso, y eso es una buena señal para el futuro del museo, puesto que no estuvo cerrado a la mirada de los expertos ni del público en general. Lo más interesante que ofrece el proyecto no es asistir a un lugar sino a una experiencia, y esta puede ser activada en diferentes sitios y de distintas maneras, como una forma migratoria, con estrategias complejas. Fabiano Kueva, como espectador, mencionó que la austeridad de las obras y la disposición de los procesos facilitó el acercamiento, no hubo grandes enunciados ni textos agobiantes, dejó un aire para que se produzca una relación libre sin el peso de una mirada dirigida. La exhibición fue en la galería Más Arte, de Gabriela Moyano, y también han tenido charlas en Casa Warmi, Pata de Gallo, Librería Rayuela y la Universidad San Franciso de Quito (USFQ).

El financiamiento no ha sido sencillo, con el proyecto Derivas ganaron un grant de producción creativa de la Universidad San Francisco de Quito con el que se apoyaron, también con el auspicio de Diners Club y los fondos recaudados gracias al Club de Amigos del Museo Nómada (colaboración de siete donantes vía Indiegogo). Sin embargo, el museo quiere continuar con su dinámica nómada: yendo de un lugar a otro. “Estamos armando la agenda para el 2017, vamos a llevar nuestra primera muestra, Derivas, a Cuenca y Guayaquil.” indica Ana María.

¿Por qué no quedarse con un museo normal? El espacio como forma experimental muestra exhibiciones creativas y críticas, expandiendo los factores contextuales, afectivos y estéticos. Es una idea muy interesante en un país tan cambiante como el nuestro, en el que la gente busca salir de sus actividades rutinarias. Es, sin duda, una actividad indispensable en estos momentos en donde las instituciones culturales se hallan con poca capacidad (¿disposición?) para responder a diversas dinámicas locales. Este espacio impredecible y temporario, invita a ser alcanzado a donde vaya. A seguirlo, alcanzarlo y apreciarlo.