POR: FRANCISCA MARTÍNEZ.
Cecilia Ansaldo responde a las preguntas que Matavilela le
hace. Quizás desde su estudio, rodeada de todos sus libros que durante años le
han permitido viajar a otras realidades. O probablemente, Frida, su amada pug,
le haga compañía reposando en su regazo. Donde sea que hubiere estado, Ansaldo
contesta y en cada una de sus respuestas se puede acariciar su amor por la
literatura. Tal vez, Bruna moleste a Frida y Cecilia deba parar cada cinco
minutos. La literatura debe esperar, pero resiste.
¿Por qué
eligió la literatura?
Yo soy un caso de muy temprana vocación literaria. Brota de
un infantil apego a la lectura, de una imaginación alimentada por múltiples
historias que vinieron en los cómics, cuentos y revistas que consumí por
montones. También de la libertad que tuve en mi casa al encontrarme con la
biblioteca de mi padre y leer todo lo que quise. Pronto me di cuenta de que me gustaba
escribir (en la primaria) y que mis textos eran bien calificados o llamaban la
atención de las profesoras. Mi
adolescencia fue un encuentro apasionante con la novelística europea.
Luego de eso, pese a que mi padre quería que yo estudiara Derecho, elegí
Literatura. Estoy segura de que fue la decisión más certera de mi vida. He
podido trabajar como profesora, crítica e investigadora de literatura, en
siempre cultivado doble interés por la lengua española y sus entresijos y los
discursos estéticos.
¿Cómo ven
la producción literaria en Guayaquil?
Estas preguntas generalizantes son peligrosas y producen respuesta
solamente próximas al tema que tocan. En
los días actuales –pero en un corte impreciso porque es difícil hacer
pronunciamientos de tiempo – veo que nuestra literatura está más llena de
deseos de crear que de productos convincentes. El problema de la falta de
editoriales es grave. Las cartoneras quieren llenar un poco el vacío con sus
impresos eventuales, pero seguimos necesitando libros, libros de formato
estético y de contenidos oportunos al tiempo que vivimos.
Si pudiera elegir un poema que resalte/destaque nuestra
ciudad, ¿cuál sería y por qué?
Jamás contesto con un solo nombre porque esa escala de obra
única o producto por encima de todo es injusta, casi imposible. Amo un poema de César Dávila Andrade que
recoge el 15 de noviembre de 1922; algunos de Rafael Díaz Icaza, Puerto sin
rostro, de Marcelo Báez es un buen poemario sobre Guayaquil. Hay más.
¿Qué significa Matavilela para usted?
Ese nombre está ligado a una novela guayaquileña muy
importante. Recuerdo que yo la presenté en un acto de la Casa de la Cultura,
Núcleo del Guayas, en 1981, cuando El
Conejo de Quito, se inauguraba como editorial con inéditos de escritores
jóvenes. Por tanto, ahora, la palabra connota mucho más literatura, que el
barrio del centro de la ciudad, que recogió en ese nombre, la novela El rincón
de los justos, de Velasco Mackenzie.
¿Qué le parece el nombre Matavilela para una revista
literaria?
Me parece adecuado, tal vez haya gente a quien el nombre se
le quedó atrás, o no la ha leído la novela de Velasco. Pero para quien ha
seguido la realidad y la literatura ecuatoriana, significa “espacio”, significa
“Guayaquil”, y ustedes están haciendo algo parecido, creando un espacio virtual
para que circulen las letras de la ciudad y el país.
Especificando en una novela y un autor a Guayaquil, ¿qué
imagen de ella prefieren?
Yo creo que esta ciudad ha generado mucha literatura en su
torno, pero la gran novela que la recoja e interprete, todavía no se ha escrito. O está inédita en
escondidas gavetas. ¡Quién lo supiera!
¿Cuánto tiempo le habrá tomado contestar? ¿Quién sabe? Pero
lo que sí es cierto es que la convicción y el amor por la literatura insiste y
Cecilia jamás dejará de escucharla.
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Foto: ElUniverso.com
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