POR: GISELLA ALVARADO.
¿Dónde quedó la intensidad de Dolmancé o la complicidad ante
los juegos de la Señora Saint-Ange? Al parecer demasiado atrás. Desde el
Marqués de Sade todo ha ido avanzando, pero de cierta forma nos hemos estancado
con el estilo narrativo presente en las 50 sombras de Grey.
El erotismo revela la necesidad por descartar lo moral,
normativo o monótono, indaga en las necesidades en donde el cuerpo prueba
distintas facetas para así concebir la corrupción del individuo. La novela
trata específicamente del camino en donde la inexperiencia ante las relaciones
de pareja de Anastacia Steele la conduce a enfrentarse a una relación no
convencional con Christian Grey, y su vez abarca la concepción del
sadomasoquismo.
En el desarrollo de la trama, al explicar los intereses de
la protagonista, salen a brote autores de literatura inglesa como Jane Austen y
Charlotte Brontë, pero el referente primordial es Thomas Hardy y su novela Tess
d’Uberville quien expone la relación del ideal imposible con su personaje Angel
Clare o la corrupción que evoca a Alec d’Uberville. Como se sabe, Steele se
decide por el lado de la corrupción.
Ahora, si bien pasamos al campo de lo sadomasoquista, es
decir, a la propuesta que se ofrece de ello, en lo personal pienso que se
pierde mucho. El sádico disfruta de herir, dañar, someter e incluso degradar a
su pareja, mientras Grey, si bien parece querer adoptar el papel que él mismo
se designa, no logra asumirlo en su totalidad. En este caso, no creo que el
amor sea uno de los factores por los cuales la unión esté tomando otra
trayectoria; más bien sería el alcance que ejerce la curiosidad lo que lleva a
Grey a absolver a Steele de estar limitada a los estatutos e incisos que se
plantean en el contrato de Amo-Sumisa.
Sin ánimo de ofender a ningún lector, el lenguaje empleado
dentro de la novela es directo, repetitivo, cansado y ciertamente molesto. La
novela en sí parece el relato conjunto de un diario sentimental, sin descartar
la posibilidad de que se vea afectada por ser la traducción. Los diálogos se dan
tanto cara a cara como a través de la tecnología: ya sea por parte del
blackberry o el portátil que Grey le ha proporcionado a ella. La estructura de
los mails resulta acoplarse con la época: el siglo XXI en donde se escribe nada
más que lo necesario; sin embargo, la sucesión de tantos mails cansa la lectura
y tampoco deja un espacio para algún
suceso o aclaración intermedia por parte de la voz narrativa.
Lo erótico de las 50 Sombras se inclina hacia lo vulgar, y
no me refiero a lo sexual, ni al sadomasoquismo, tampoco a los juguetes
sexuales que quedaron solitarios en sus estantes, sino a los referentes de la
gran tradición literaria, que no se aprovecharon para provocar reacciones que
en sí concretaran alguna diferencia. El lenguaje de la narración es
sencillamente plano y no alcanza a cubrir lo elemental que ocurre en los actos
sexuales.