POR: CRISTIAN AVECILLAS.
Trilogía de la carne es un libro que ya ha sido presentado
públicamente en Guayaquil. Estuve allí. Por lo tanto, eximido de encontrar
novedad y dar bienvenida, puedo referirme a sus poemas, más bien, desde mi
subjetividad lectora y no desde la objetiva iniciación, desde la honradez y no
desde la diplomacia que tiene todo saludo. Es decir, no soy un padrino sino un
lector más, un testigo más. Asumiré este libro y, en tal condición y por ende,
elegiré sobre qué parte del libro
dialogar y qué decir de ella.
Tres libros componen Trilogía de la carne. Elegiré el
primero: Legado de carne. Los otros dos son remotos, no solo en la cronología,
sino en el oficio del autor. Estos son: Bloddy City, 2009 y Club de los
premuertos, 2006.
Legado de carne, se atiene a las siguientes características
formales: tiene cuarenta poemas, divididos equitativamente en cuatro unidades.
La antesala está dada por una dedicatoria y dos epígrafes. Relevantes sin duda
estos dos últimos datos.
En primer lugar, la dedicatoria es la siguiente: A mi padre
y a mi madre. Esa disposición en la dedicatoria, ese orden físico en la línea,
esa jerarquización, es también un orden sicológico. La mención/individuación
del padre primero y de la madre después, antecedidos por un pronombre posesivo,
no confiere igualdad sino enumeración y pormenorizada referencia. Recordando el
título del libro es importante resaltar esta dedicatoria como un posible
sentido del poemario pues comúnmente es de los padres de quienes se lega, por
lo tanto, como si nos fuera conferido un primer entendimiento, es posible
inferir, a través de Cuzme, que el legado es aceptar ser lo que somos.
Y en segundo lugar, y ya que este libro, en cuanto y a favor
de su unidad lógica, se presenta como un cuerpo que comienza a construirse a partir
de los epígrafes, la palabra ajena que deviene en síntesis o en eje propulsor
de contenidos, debo notar que no son homenaje, sino referencias, umbrales.
El primero, de Omar Khayyam,
Sueño sobre la tierra. Sueño bajo la tierra.
Sobre la tierra, bajo la tierra, cuerpos tendidos.
Nada en todas partes. Desierto de la nada.
Unos hombres llegan. Otros se van.
El segundo, de Juan Carlos Onetti,
Nada de lo que es importante puede ser pensado,
todo lo importante debe arrastrarse inconscientemente con
uno,
como una sombra.
Estos epígrafes también se instrumentan con el sentido de
“legado”. A través de ellos podríamos inferir que el legado es temporalidad y
sombra. Sin embargo, la materialidad que nos propone el poeta, sobre todo en la
particular mención a sus padres, nos conduce a pensar que la temporalidad de
este legado es fugacidad.
Continuando con la estructura formal del libro, es preciso
mencionar sus cuatro unidades. Se trata de cuatro secciones largas dispuestas
en una suerte de función semántica sucesiva, cuatro espacios modulares
diseñados como un todo.
Formalmente, hay logro, pues esta forma es una invitación a
una lógica, y por lo tanto, a una atención y a una tensión sucesivas en la
lectura. Se sospecha que estamos siendo invitados a un poemario articulado no
como colección sino como conjunto de poemas, a un cosmos poético auto-referido,
y no a una muestra azarosa, sino a un orden de creador, de elector, que da a
sus lectores hipotéticos un recorrido, un abordaje.
Cada una de estas unidades lleva un título: Hedor, Sopor,
Asfixia, Despojos. Y solamente con la mención de estos títulos, es posible una
intuición, otra: aquellos cuatro sustantivos, su orden, su sentido, nos hablan
de lo muerto. Volvemos a los epígrafes, y el legado de la carne es no solo la
fugacidad, sino también el legado de morir, el vaciamiento. Aparentemente
estamos en un proceso de putrefacción, en un adentro de ataúd que termina en
Despojos, donde se resuelve el legado.
Cada uno de estas secciones formales tiene un sub título, y
es ahí donde ocurre un llamativo extrañamiento:
Hedor tiene por subtítulo: Diluirse en el presente
Sopor tiene por subtítulo: Montículos de mi prisión
Asfixia tiene por subtítulo: La esperanza del supermercado
Despojos tiene por subtítulo: Calcinación de libertad
Asumimos que la elección de estos subtítulos no es
arbitraria, sino que el poeta dispuso estos segundos títulos a partir de una
intencionalidad poética como parte de un proceso diseñado. Esto es
absolutamente relevante y meritorio sobre todo en tiempos en los que una suerte
de azar esquizofrénico y auto referenciado parece ser el único recurso de
algunas voces poéticas de nuestro entorno que usan el desvarío de sentidos y el
devaneo de metalenguajes para dar con imágenes mezquinamente sorprendentes,
extrañamientos estrambóticos, retorcidas alegorías y recargadas reduplicaciones
en demérito de la lucidez, de la música, de la precisión de la otra realidad
que debe ser un poema, y en demérito del arte, a favor de la auto terapia del
garabato incomprensible y de un egocéntrico seudo-virtuosismo irresponsable.
Hasta ahora, en definitiva, el poeta nos ha conferido un
preludio que genera expectativa, pues preferimos pensar que no es desliz sino
albedrío, que no es ocurrencia sino planeación, esta serie de decisiones
estructurales y semánticas, previas a la obra.
Y es entonces cuando llega el momento de leer el poemario,
ya casi indefectiblemente, de manera sucesiva; pues, también es llamativo y
prometedor que los tres últimos poemas de Legado de carne, sean una larga
despedida, siendo los únicos que no se presentan numerados sino titulados de
esta manera: Primer adiós, Segundo adiós, Tercer adiós.
Entonces, leamos.
HEDOR
El poema Hedor, compuesto de 10 poemas numerados, tiene tres
momentos:
El planteamiento de un topos, de un lugar propio desde el
cual se enuncia, cito: “y ya no hubo retorno a la pulcritud”, y más
evidentemente en los siguientes versos, cito: “Porque aquí /en el edén de la
decrepitud material / nada es total”.
El segundo momento sería uno de cuestionamiento, cito: “¿Qué
es el futuro sobre tierra-pus?”
Y un tercer momento que habla de un “allá” y de un pasado,
es decir del tiempo, memorado por ejemplo en la siguiente expresión “la
reiteración me acompaña / lo mismo de ayer haré hoy / y lo mismo de hoy será el
mañana”.
Queda planteado, por lo tanto, el escenario: la tierra-pus,
y queda planteada la temporalidad vista en un presente lleno de antes y sin
después.
El segundo poema trata sobre un “quedarse”, un rencuentro
con el lugar propio del primer poema. En el tercer poema, vuelve el
cuestionamiento. En el cuarto poema, volvemos al ayer, al pretexto para el yo
de ahora. Por lo tanto, el segundo, tercer y cuarto poema, le conciernen en
sinopsis al primer poema.
Al llegar al quinto poema damos con un verso brillante. La
voz poética, “vuelve” al lugar, al igual que el poema II, sin embargo, esta vez
por fin la conocemos: “Autómata me apagaré”.
En el sexto poemas, volvemos al “aquí”, al topos, ya
descrito desde el yo de la voz poética. Una metonimia iguala al muerto, que es
el contenido, con el continente: el sarcófago.
En el séptimo poema nos encontramos con el ya no tema sino
con el tópico del retorno, hay un rencuentro, el mismo del principio, dicho de
otra manera.
En el octavo poema, por fin los tópicos cambian de temática.
La voz, como antes lo hacía pero no desde la asunción concreta sino desde la
referencia nada más, ahora asume un “nosotros” y dice “nos mimetizaremos hasta
el acabose”. Este verso logrado es continuado con una enumeración descriptiva
no lograda que incluso cae dos veces en pleonasmo: el primero “huella profunda”
y el segundo “infinito horizonte”.
En el noveno poema, aparece un nuevo elemento: la ira. Es la
primera vez que la resignación descriptiva que acarreamos durante los poemas
anteriores se troca en sentido. He aquí a lo que quería llegar la voz poética,
he aquí la ira que justifica, en parte, las descripciones y el discurso previo.
El décimo poema, en apóstrofe, le habla a un otro. “Huéleme
realidad manchada”.
Para concluir con este paneo, hay que decir que en Hedor, hay
un sentido. Hay un aquí. Una descomposición, un cuestionamiento y una ira. Todo
esto se resuelve con una nueva resignación: la solicitud de tener un testigo;
pues el verso final del poema X es el siguiente: “Busco testigo de mi olor”.
Han sido diez poemas, que vacilaron entre el yo mimetizado
en el polvo y el sarcófago, un nosotros apenas mencionado, un lugar descrito,
lamentado incluso, que es visto y soportado desde la ira; diez poemas que
terminan en la demanda, sino súplica, de ser percibido por otro, para dejar un
testigo, para dejar un legado.
Hay una construcción, hay un decir, incluso una ética en la
selección de términos y una voluntad descriptiva con intenciones de apelar, sin
embargo, no han sido numerosos los versos acabadamente logrados; celebro dos:
“¿Qué es el futuro sobre tierra-pus?”, y “nos mimetizaremos hasta el acabose”.
Por último, vuelvo al subtítulo para recordar que,
afirmativamente, existe un “Diluirse en el presente” en ese poetizar odorífero,
pues como todo lo que le es sensible al ser humano, el olfato es un diluirse en
el presente, aunque, en este caso, este diluirse busca un testigo.
SOPOR
De aquella petición final del poema Hedor, de esa necesidad
de la voz de tener un testigo, pasamos a una voz omnisciente. El primer verso de Sopor dice: “Conozco los
secretos de la masa”. Posteriormente, este verso “La mutilación es una fiesta
interminable” nos anticipa el porvenir.
En la segunda línea del poema segundo, se lee: soy el mismo
cuerpo anónimo. La voz que conocía en el primer poema también tiene esperanza:
Algún día gritaré mi nombre original
Del tercer poema, las líneas finales son las siguientes:
“Danzaré con ellos, porque su sombra atrapó a la mía”. El verso tiene 3
palabras de más que le son innecesarias que no he citado (en su ritual). Pero
aquí creo que es preciso detenerse en la
triple conciencia del tiempo que tiene la voz poética: el hombre hablante, que
en todo el poema se desarrolla en tiempo presente, “danzará” en el futuro
porque su sombra fue “atrapada” en el pasado.
Queda resuelto el título del libro. El legado de carne es un
evento de triple temporalidad, es “algo” que proviene del pasado que al ser
mencionado en el presente consigue un futuro, una postergación, y, por lo
tanto, una perdurabilidad de ese pasado. El legado de carne es un muerto en
tierra, es un cuerpo humano transformándose en lo que se deja: hedor, sombra, polvo
y descomposición. Lo fugaz es lo que
legamos. No hay permanencia, sí un mayor sentido de continuidad carnal.
Qué sucede después en el poemario. Se mantiene el tono. Los
poemas siguientes comienzan con estos versos: “márcame gusano apocalíptico”,
“fui la brevedad del desecho”, “pretendo ser la degradación”.
Hay versos tan poco logrados como este: En esta cabeza roída
pasan cosas, / cosas infernales con olor a chocolate,
Y hay un concepto logrado como este: la carne ya no es carne
/ si no una masa refugiada/ decidida a las necesidades básicas de la nada
Sin embargo, si continuamos leyendo, notaremos nada más que
un mismo sentido. Para referenciarlo cito la siguiente lista como ejemplo:
“tierra corrupta”, “desazón terrorífica”, “huellas maltratadas”, “su parte
cruda”, “carne putrefacta”, “tributo de blasfemia”.
Termina Sopor en una constante monotonía que no atiende al
intuido y esperado plan poético inicial, sino solamente al débil recurso de
explayarse o esforzarse en enunciar lo oscuro, lo nefando, a partir de la
fealdad.
Es consabido que Alexis Cuzme ha bebido de fuentes
musicales, y eso lo ha dotado de una estética a la que obedece. En sus poemas
se percibe en demasía su predilección. Y esa demasía hace que sus versos estén
supeditados a un locus y a un logos que no le son propios. Cuando hablamos de,
por ejemplo, poesía social, se cae en el panfleto, cuando se habla de
neobarroco, se cae en el panfleto, creo que sucede igual, el mismo peligro y el
mismo desatino, cuando basamos una voz poética en otro discurso normativo,
ajeno, como el del rock. Se cae en el panfleto. En este caso, no en un panfleto
neobarroco ni político, es decir no en un vaciamiento de sentidos ni en un
compromiso idealizante, sino en otra evasión.
Volvamos a la lista mencionada anteriormente de Sopor:
“tierra corrupta”, “desazón terrorífica”, “huellas maltratadas”, “parte cruda”,
“carne putrefacta”, “tributo de blasfemia”. Y si continuamos en Asfixia,
leeremos: “demencia rítmica”, “pesadilla estelar”, “cadáver vociferante”.
Evidentemente cada una de estas dos listas de enunciaciones no hace más que
reiterar la monocromía de lo propuesto por el poeta.
Sin embargo, Asfixia tiene esta esperanza: dejaré tierra-pus
y estaré en una banca menos sucia, / hurtaré el sueño de mi madre: / dejaré el
hedor.
Ese “dejaré el hedor” es abrir una esperanza para una nueva
significación o posibilidad de lectura. La voz que hasta ahora era meramente
descriptiva, que redundaba en brindarnos una sensación, y que se limitaba a esa
monocromía negándonos un sentido poético, nos habla ahora de dejar lo que hasta
entonces nos decía.
Luego vienen estos versos, los más intensos y transitivos,
del poemario entero, pertenecen al tercer poema de Asfixia:
Cuando termine la nueva pirámide
borraré lo que alguna vez fue mi nombre.
Quizás no sea necesario más detalle. A partir de aquí,
abandonamos la lectura de Legado de carne. Queda invitar a la sensatez en
quienes intenten esta lectura para brindarse críticamente a este y a todos los
poemarios que actualmente poseemos en nuestro país, quizás tal y como dice
precisamente Alexis Cuzme en este fervoroso y atinado verso posterior,
“Necesito el origen, en él me confiaré”.
CONCLUSIONES
Primero, llamativo el sentido lógico, la coherencia, con que
el poeta estructura su libro. Además, una individualidad estética es palmaria,
aunque monótona y obediente, pero individualidad al fin. Es decir, tenemos
poeta, aunque palidece cuando ya el lector se sumerge enteramente en el libro,
ya sea leyendo al azar o de manera sucesiva, y no encuentra matices ni
sugerencia de matices.
La voz es renegada, se trata de una gran renegación,
construida a partir de un idiolecto, donde se escribe para que queden solamente
despojos, y ese es el legado. La denuncia presente, por ejemplo en este verso
de Despojos: el hedor y sopor continuaron juntos, / apilados en la morgue
sicodélica del supermercado, / carnicería siempre de fiesta, también es de
poeta, es subversión de poeta, y no hay poco mérito.
Por último, mis felicitaciones, extensas, intensas, al
pensador y hacedor de este Legado de carne, quien nos ha pintado un escenario,
esa tierra-pus, y nos ha brindado alternativa: es posible una realidad poética
en contra de la delatada por el poeta: el supermercado en el que vivimos
nuestras clientelares vidas cotidianas, donde consumimos destinos de
publicidad, donde somos la cifra de políticas mediáticas, y obedecemos a la voz
vicaria del imposible dios. Por eso Alexis Cuzme, ante la falta de
trasgresiones, transgrede, y ante la febril monotonía de la vida cotidiana,
pone la suya.
Yo no me despediré de este libro como lo hace la voz
poética: primero de la madre, luego del padre, y luego de todos, malditos. Me
despediré de este libro celebrando su existencia, augurando tenaces lecturas,
pero advirtiendo, como esa esperanza inserta en algún momento de este poemario,
que todo lo trasgresor necesita ser trasgredido también.
Ya Alexis Cuzme nos ha entregado triple muestra de su
voluntad de hacer poemas, por eso sabemos que pronto nos brindará un poemario
en el que logre que su honradez sea la nuestra, y que su estética nos
involucre, sino militantes, sorprendidos, sino persuadidos, afectados, pues
este Legado de carne augura nuevos libros con poesía para los demás, que es en donde
verdaderamente acontece la poesía.
Con afecto dejo este Legado de carne, dejo su furia, con la
esperanza de que un trabajo posterior de Alexis Cuzme consiga crecimiento en
serenidad, canto y cofradía.
Presentación del libro Trilogía de la carne, Viernes 17 de agosto, 2012. Salinas, Ecuador.