Los que se van, cuentos cuyas historias están protagonizadas
(ya no fragmentadas, ya no pintorescas y humorísticas) por montubios, cholos,
mestizos y negros en conflictos donde la violencia, el afecto y las tradiciones
se amalgaman con el drama que permiten la reflexión tanto en lo histórico, de
dónde vienen, como en lo social, dónde están ahora.
Con esta colección de cuentos se inaugura, en el Ecuador, el
Realismo social, que con cuyo lema: “la realidad y nada más que la realidad” se presenta como una contracorriente más o
menos abierta al sistema socioeconómico de la época, y propone un volver a las
raíces de la identidad ecuatoriana mediante, por ejemplo, el uso en los cuentos
“del vocabulario montubio, la fraseología chabacana y la jerga urbana de aquella
época, sin perder por ello el nivel literario ni las excelencias del género”,1 además de una valoración realista de aquellos sectores en la sociedad
normalmente olvidados. En un análisis de María del Carmen Fernández se lee:
“Crueldad y ternura que asoman también en el lenguaje directo, inusitado para la época en que se expresan los personajes y los narradores de estos relatos. Con la rudeza, la “mala palabra”, la falta de respeto por normas gramaticales y la brevedad sintáctica, que nos acercan al habla real del cholo y del montubio, se alían las repeticiones sugerentes, las reticencias, las voces en coro de los cuentos de Gil Gilbert y las metáforas poéticas que aúnan los elementos del paisaje costeño con el sentir de los corazones. Todo ello, forma y contenido, resultaba demasiado irreverente como para que los prestigiosos intelectuales ecuatorianos no manifestaran su desaprobación”.1
Los escritores relacionados a esta línea literaria crean
obras, en general, de denuncia que son
cercanas al público al que van dirigidas. Tienen, además, un compromiso con los
valores oprimidos y una lucha constante contra los agentes represores de la
sociedad. Es, para ellos, como si el ser humano se convirtiera en el modelo a
través del cual pueden entender al mundo y su complejidad, sus problemas.
De todos aquellos adscritos a esta línea es a Gallegos Lara
a quien se lo reconoce como el defensor de esta tendencia de comprometerse con
lo social y lo político, que, además, se convierte en una característica de
toda la Generación del 30. Sin embargo, como sostienen algunos críticos, Los
que se van no es la obra cumbre de Gallegos Lara en cuanto de denuncia o
protesta a favor de aquellos “olvidados”.
Jorge Enrique Adoum, en su “Estudio introductorio:
Generación del 30” afirma: "Todavía no hay estrictamente denuncia ni
protesta, casi no aparecen, en esos veinticuatro cuentos, patrones o
explotadores” y "todas las situaciones se originan en una crisis
individual, aunque no estén tratadas con profundidad sicológica".2
En otro lugar Adoum agrega que el tema de ese libro es la
violencia del hombre:
“Los que se van se refiere a casos individuales, a personajes colocados en situaciones insólitas, más insólitas por la truculencia, y condenados, más que por el sistema, por la fatalidad, por una suerte de oráculo del trópico contra el que no se puede luchar (con excepción de "Los madereros"). Esa inevitabilidad de la catástrofe como por un fatalismo trágico —que iba a marcar gran parte de nuestra narrativa— y la violencia de ese lenguaje que corresponde a los personajes y a las situaciones salvan a algunos de esos cuentos de ser simples cuadros de costumbres''.2
A continuación el cuento “Los madereros”, que en las
observaciones de Adoum se presentaba como la excepción en relación a los demás
cuentos cuyos personajes se enfrascan en una especie de lucha contra el
infortunio del cual no se pueden librar, pero cuya relación en el libro es el
ambiente, el lenguaje, las situaciones y los personajes.
Los madereros
Los madereros, de Joaquín Gallegos Lara, es un cuento donde no
se presenta una denuncia explicita, aunque si se quiere, puede que exista una
implícita.
Con un narrador omnisciente, Los madereros cuenta la
historia de Liberato Franco, un montubio dedicado a la labor de cortar madera,
quién se siente maldito al haber escuchado a la “Viuda del tamarindo” llamar su
nombre, al saber que el tigre ha dejado su huella marcada sobre la de él y al
haber hecho fumar su cigarro a un murciélago. Todas estas supersticiones
alentadas por su amigo de trabajo, Carlos, quién lo convence de que aquellas
cosas son verdad, porque ya le han ocurrido a otros. Así, la historia culmina
con este hombre enfrentando sus miedos, cazando al tigre que lo busca y
finalmente matándolo. “¿Vieron? ¿Vieron? Er murciélago se jumó mi pucho e
cigarro y er tigre, haciéndolo e mi lanza…Jue a ér quien le gritó la viuda er
tamarindo y yo quien le pisó la güeya…Ja, ja, ja, ja,…Yo no creo en brujerías
ni abusiones.”3
El cuento nos presenta un ambiente bucólico, costeño: “la
montaña de madera” a la orilla de un río; este ambiente es descrito sólo en
la medida en que es necesario para ubicar a los personajes. Estos, son
montubios, gente del litoral que se gana la vida cortando árboles y extrayendo
de ellos la madera que es trasportada por el río hasta Guayaquil. Los montubios
son gente de campo, gente que, en su mayoría, no tienen educación, que
comparten un “habla” propia, hasta cierto punto, y que el narrador no duda en
transcribir “Vos viste la marca er tigre. La hei visto, Caslo… ¿Y vos?” (3) El
lenguaje trata de ser testigo fiel de su identidad. Pero no debe olvidarse la
situación en la que aparecen estos personajes: es una lucha y un triunfo contra
la superstición.
En este cuento se hace alusión a un “Patrón”, pero la
alusión no tiene repercusiones; el “Patrón” no es un personaje dentro de la
narración, no interviene, no hay sugerencias de que este sea un explotador, ni
siquiera parte de una sociedad privilegiada, incluso se podría inferir que este
personaje es un montubio más: “¿Si? ¿Onde?” por el lenguaje que usa. Así,
el hecho es que este cuento no presenta una protesta contra la autoridad, o
ciertas clases sociales, al menos no de manera explícita. Sin embargo, en el
cuento existen signos que se podrían interpretar como alusión implícita al
poder, a aquellos que explotan, devoran a los más desposeídos.
La imagen del “tigre”, por ejemplo, podría ser tomada como
una metáfora de aquel grupo, poder, clase que subestima, menosprecia, explota a
la clase mayoritaria, a los pobres. En
el texto se lee: “Lo consideraba como a un hombre, al tigre, como a un hombre
odiado” esta afirmación podría
apoyar la tesis de que el “tigre” es esa alusión directa, metafórica a ese
conglomerado de personas que ejercen algún tipo de opresión sobre los pobres,
es decir: el cuento podría sugerir protesta.
En una descripción que hace del tigre el narrador dice: “¡Qué lindo era
el pecho de la bestia! ¡Blanco como el Guayas al mediodía! ¡Parecía de cola de
garza! ¡Y le esponjaba tan fuerte como el suyo!!” (3), la gran exaltación hecha
en esta descripción de la bestia, con el pecho blanco, hermoso, sublime; podría
estar aludiendo de manera irónica a aquella clase, conglomerado, poder
explotador y opresor, que devora al pobre como lo hace un tigre.
En fin, como sugiere acertadamente Adoum, Los que se van es
el libro que plasma la violencia del hombre, pero que además, en el cuento Los
madereros, el hombre lucha contra aquellas contrariedades de la vida
supersticiosa de un campesino. El Realismo Social inicia su marcha con este
libro, pero es solo un inicio, un indicio de aquello que vendrá, de la
protesta real, sin mascaras, frontal que ejercerá la Generación del 30 contra
la clase social explotadora.
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1. Fernández, María del Carmen, España, 1993. Lcda. en
Filología (UCM)
2. Adoum, Jorge Enrique, Narradores ecuatorianos del 30,
Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1980.
3. Gallegos Lara, Joaquín, Los que se van, Guayaquil, Zea y
Paladines; Reimpreso, Colección Bicentenario, Ministerio de Cultura, Ecuador,
2008.