POR: MIGUEL MUÑOZ.
Ésta es la tercera
conversación de una pequeña serie con autores ecuatorianos jóvenes que
presentamos en Matavilela. Antes estuvieron Fernando Escobar Páez y el editor
de la antología de terror “No entren al 1408”, Jorge Luis Cáceres. El motivo
quedó explícito en la introducción a la primera entrevista, lo que se busca es
dar cuenta de unos cuantos escritores que vienen renovando la literatura hecha
en el país, con propuestas interesantes y frescas, a pesar de compartir muy
pocos rasgos en común, y de que su existencia como autores sea más bien a
manera de islas, ni siquiera como archipiélago.
Rafael Lugo (Quito, 1972), ha
publicado el libro de relatos Abraza la oscuridad (2007, disponible para
descarga en la página principal de Matavilela); y las novelas Veinte
(Alfaguara, 2008), y 7 (2012). Desde el 2002 viene escribiendo artículos en la
revista Soho, una selección de éstos fue recogida en el libro Al dente (2010).
De ojos azules y ropa sport,
Lugo me recibe en una librería quiteña. Nos sentamos cerca de un ventanal con vista
al parque de La Carolina y empiezo a preguntar, sorteando las interrupciones de
muchachitos que no son bien atendidos por dependientes que desaparecen detrás
de un mostrador, como refugiándose ante el bullicio de la librería.
¿Cómo empezaste a escribir?
Siempre me gustó leer; en
algún momento me vi escribiendo en el colegio alguna cosa, luego entré a la universidad y la literatura pasó a
segundo plano. Hasta que me gradué de abogado y un día que sentí una necesidad
de expresarme y busqué un taller de literatura. Encontré uno magnifico que lo
dirigía Alicia Crest, duró dos años, en la casa de ella todos los miércoles.
Después encontré mi espacio en la revista Soho, luego salió mi libro de cuentos
Abraza la oscuridad en 2006, y mi novela Veinte en 2008. Básicamente fue una
urgencia por expresar y encontré la literatura como la forma de hacerlo
¿A qué edad empezaste el taller?
A los veintinueve. A esa edad ya ejercía como
abogado, hasta ahora.
¿Qué has aprendido de tus primeros libros?
El manejo editorial; el
sistema de distribución de los libros; que hay que tener mucha paciencia con
los libros, pensar que el día de mañana o un mes después han hecho su recorrido
es iluso. Los libros pueden tener cien años de vida. Me pasó con Veinte, hay
gente que lo está descubriendo ahora, el año pasado lo usaron para un colegio.
Hay que aprender a tener paciencia y dejar que se defiendan solos.
¿Los relees?
No. No me gusta, tengo largas
etapas de descreimiento, siento que no tengo mayores habilidades, me releo y me
siento mal. Prefiero no buscarme yo mismo, que lo que está publicado se
defienda por sí mismo, si no me deprimo. Tantos errores me darían vergüenza y
saldría corriendo a las estanterías a recogerlos.
¿Te obligas a escribir una cierta cantidad de palabras al día?
No, ninguna. Te lo digo
sinceramente: yo no me considero un escritor, en el sentido literal de la
palabra, que tus lectores de la revista entienden como escritor; yo soy un tipo
que a veces tiene la necesidad de expresarse y lo hace escribiendo, y no tengo
ninguno tipo de disciplina ni de rito ni horario ni obligación.
¿En qué momento escribes, entonces?
Cuando me da la gana. Puede
ser a las 4 am o a las 12 del día, el rato que tengo la necesidad.
¿Te importa el lugar donde escribes?
No, creo que lo importante es
que sea cómodo, siempre he escrito en computadora. Tengo mi oficina, y en mi
casa un pequeño estudio, pero creo que más he escrito en mi oficina que en mi
casa.
¿Qué pasa cuando terminas de escribir?
Me agarran unos bajones
tenaces, es algo así como que te da una especia de síndrome de abstinencia,
porque te atas, te apegas a tu historia y te sientes apoyado en ese proceso y
un poco el resto de cosas dejan de importar. Y cuando ya no tienes ese sostén que
es el proceso de escribir, sientes el vacío, al menos yo siento ese vacío.
Después de que publiqué mi novela 7, hace seis o siete meses, he estado colgado
de la brocha, sigo en el hueco.
Uno pensaría que hay una especia de alivio cuando se termina de
escribir
Sí, pero es un alivio muy
pasajero, es casi como follarte a la secretaria y luego arrepentirte el resto
de la vida. Es una satisfacción inmediata, no te dura mucho. El vacío es mucho más
permanente y mucho más tenso, más profundo. Tal vez el vacío equivale en tamaño
a la necesidad que tuviste de escribir. En el caso de 7 yo estuve diez años
escribiendo, esa necesidad se puede medir en diez años, el vacío debe ser de un
tamaño similar, coherente con eso. La euforia del lanzamiento se acaba
enseguida.
Se suele decir que cada escritor construye su propio árbol genealógico,
¿quienes serían tus padres literarios?
Jardiel Poncela, (Oscar) Wilde,
(Charles) Bukowski, Fernando Vallejo. Porque luego ya he descubierto a otros
autores como (Haruki) Murakami, que han llegado cuando ya me había puesto a
escribir. Los padres son estos que te digo, y Alessandro Baricco.
¿Influyen en tu forma de escribir?
Sí, claro. Yo quisiera
encontrar mi propia voz al escribir, no sé si ya la tenga, debe estar todavía
muy influenciada por ellos. Por ejemplo, mi primer libro de cuentos es recontra
bukowskiano.
¿En tu niñez se leía mucho?
Sí, mi papa tenía una
biblioteca en casa. Siempre me gustó leer, la revista Vistazo por ejemplo,
recuerdo leer una en la que salía el entierro de Velasco Ibarra, de ahí en
adelante. Leí Tom Sawyer, Huckleberry Finn, a Julio Verne. Había una colección que
sacó la editorial Oveja Negra, unos libros verdes, costaban 125 sucres, salía
un tomo semanal, y yo me gastaba mi mesada en eso. Ahí leí a Alejandro Dumas, a
Stevenson, los viajes de Gulliver. También Cumbres Borrascosas, Oliver Twist.
En mi infancia leí bastante, tal vez más que ahora.
No te consideras un escritor a secas, ¿cómo te llamarías a ti mismo?
Verás, las personas somos
varias personas al mismo tiempo. Yo soy papá de mis hijos, tal vez el espacio
más claro que tengo yo como persona, ser el cavernícola que se encarga de su
cueva; soy abogado; y en el tema de la escritura, francamente yo he leído a
escritores y se me hace extremadamente vanidoso y obviamente equivocado
llamarme yo también escritor cuando he tenido en mis manos un libro de un gallo
como Fernando Vallejo o (André) Gide, o (Friedrich) Nietzsche. Entonces dices
no, yo no me puedo llamar escritor. Me he preguntado por qué escribo y lo que
me digo es lo que dije antes, en algún momento tengo una gran necesidad de expresarme y eso resulta en libros, pero yo
no me considero un escritor.
¿Y no crees que a largo plazo te conviertas en un escritor?
Con franqueza te digo que no
es mi ambición. Yo quiero seguir siendo libre. En el sentido de que no quiero
convertir lo que he hecho hasta ahora en una necesidad de llegar a hacer algo.
Quiero escribir porque quiera y no para conseguir un título. Si es que ya no
vuelvo a publicar pues no vuelvo a publicar.
¿De qué vives?
La literatura me ha dado un
veinte por ciento de mis ingresos en los últimos años. El resto es mi ejercicio
como abogado.
¿Esa es tu única actividad productiva, la de abogado?
Sí, tengo un montón de otras
actividades improductivas. Mi RUC me
permite ser abogado y escritor, llevo diez años escribiendo artículos.
Si no estuviera la literatura ni
el derecho, ¿qué quisieras ser ahora mismo?
Tendría que modificar todo, te
daría una salida pero eso implica no tener responsabilidades, no tendría que
tener una familia que dependa de mí. Podría ser un marihuanero consumado en
alguna playa. Lo más lejos del sistema posible quisiera estar. No me gusta la
formalidad, no me gusta ser un numero en una cedula, en una hipoteca. Pero
estas cosas son necesarias y me permiten actuar responsablemente con mi familia;
la otra opción, la idílica, es estar solo en el bosque, pero no puedo arrastrar
a mi familia a eso.
¿Y una opción dentro del sistema?
Me habría gustado ser
futbolista, jugué en la selección del colegio, en mi facultad, yo creo que era
mejor de lo que realmente era, pero en mi época ser futbolista era del
populacho. Ahora cuando un niño quiere ser futbolista le llevas a una escuela
de futbol y sueñas que llegue al Manchester United y te saque de la pobreza. Si
yo le hubiera dicho a mi padre, a los 17, que quería ser futbolista hasta ahora
me estaría doliendo la patada en el culo. Las cosas han cambiado en cuanto a
eso, es lo único que ha cambiado en este país.
¿Cómo es tu día?
No tengo rutinas, a las seis
me despierto, ayudo a mis hijos a irse al colegio, les doy el desayuno. Luego subo
a mi oficina, a veces almuerzo con los amigos o me encierro a leer, a veces voy
al juzgado. El estudio es mío, tengo mis responsabilidades pero no tengo un
horario por cumplir. Y creo que lo hago a propósito, al menos en esto me defiendo
con el asunto del sistema.
¿Quién lee primero lo que escribes?
Tal vez al mismo tiempo,
porque a las dos les envío por email, mi esposa Gabriela y mi amiga María Fernanda
Heredia, la escritora. Incluso los borradores. La opinión de ellas me importa
mucho.
¿Cambiarías algo en base a lo que te digan ellas?
No totalmente, son aportes
importantísimos, pero no creo que llegue a cambiar algo totalmente. La
necesidad de expresión no cambia por el lector. A la larga tienes que dejar de
pensar en lo que estarán diciendo de ti, tanto lo bueno como lo malo, te
vuelves un esclavo. Yo no voy a dejar nunca que los terceros me definan, jamás.
¿Crees que hay una generación de la que formas parte?
No.
¿No te ves como parte de un grupo de escritores jóvenes?
No. Conozco a muchos
escritores jóvenes, me gusta mucho lo que hacen Solange Rodriguez, Oscar Vela,
Santiago Páez (aunque es un poco mayor que nosotros, es un autor consolidado),
Miguel Antonio Chávez, Juan Pablo Castro. Yo ya contesté esto alguna vez y dije
que lo único que tenemos en común es el ambiente, que estamos viviendo una
época interesante y eso es lo que nos une, pero cada uno se está expresando
diferente y cada uno tiene padres literarios distintos. Si quieres encontrar un
punto en común, sería la época, estos años que estamos viviendo en Ecuador que
no son comunes.
Los años de Correa
Si, la época que nos gobierna
el pensamiento, el debate.
¿La literatura que se está haciendo
ahora se ve afectada por la política de gobierno?
Verás, yo tengo memoria desde
el 79, desde ahí pasaron un montón de presidentes y no pasó nada en el país,
realmente nada. Relevante fue que finalmente le pegamos al Perú en una guerra y
nada más. Llega este nuevo gobierno y no sé si para bien o para mal pero las
cosas no son iguales. Por darte un ejemplo, yo soy de la generación que tiene
que pagar los impuestos que las generaciones anteriores no pagaron. Y ahora a
nosotros nos agarraron de las pelotas y somos la generación de la transición,
de la mesa pateada, somos los ladrillos de la casa demolida para construir no
sé qué. No puedo aventurarme a decir si para construir un palacio o una mazmorra,
no sé, pero las cosas son distintas. No quisiera que la política sea el punto de origen de las
discusiones de los ecuatorianos y las filosofadas de cafetín pero eso es lo que
hay. Aquí lo que tienes para hablar es política y futbol. Hasta que otro tipo de
inquietudes se manifiesten, quienes marcan el paso son los políticos que están
en el gobierno.
¿Crees que la literatura deba dar cuenta de estos años?
Va a dar cuenta, por supuesto,
no sé quién dijo esto: si tú quieres saber lo que pasa en un país, lee a sus
novelistas. Lo que está pasando ahora se leerá en unos años.
¿No debe leerse ahora?
Ahora se lee el día a día,
pero la historia no es el presente. Primero la escriben quienes triunfan, pero
los países no se agotan en un día ni en cinco años. Pensar que un ser humano
puede ser definido por cinco años de su vida es un error, y lo mismo pasa con
un país.
¿Qué es para ti el ambiente literario de Quito?
Yo no soy parte del ambiente
literario quiteño, no lo conozco, no podría decirte qué es. Trato de respetar y
valorar el trabajo de otros escritores, creo que debemos romper esa dinámica de
envidia que ha habido siempre. Yo no soy miembro de ningún grupo, de nada.
¿Tampoco te interesa?
A mí no me interesa agremiarme
en nada. Siempre eso termina siendo una cárcel, aunque sea un gremio de tres
personas, terminas uniformando el pensamiento y las acciones. ¿Sabes qué me da
asco a mí? El espíritu de cuerpo, es repugnante, proteges ladrones, estúpidos.
Y no solo se da en instituciones grandes sino en grupos de cinco pendejos. No,
gracias.
En tus novelas está reflejada la clase media alta de Quito, ¿te
interesa este sector?
No es que me interese, es lo
que yo conozco: soy un tipo de clase media, con conocidos en la clase alta. Y
escribo desde lo que conozco.
¿No entrarías a otra área?
No tengo esa virtud de la
investigación, preferiría no equivocarme. Podría considerar casos puntuales,
pero convertirme en cronista de algo que no conozco me parece irresponsable,
creo que uno tiene que hablar de lo que sabe, a partir de lo que uno vive. Creo
que ese es el mérito de muchos escritores. Así como Sándor Marai, que era un
noble húngaro, te habla de la nobleza, de la clase alta europea perseguida por
los bolcheviques. Creo que ese es un acto de coherencia, los libros hablan
mucho más de ti de lo que tú crees.