POR: JORGE DÁVILA VÁZQUEZ.
Incompletas o fantasiosas
me parecen las selecciones de literatura erótica del Ecuador. Pienso en
Del solar de Eros (1982), selección de poesía erótica ecuatoriana, de Julio
Romero Vicuña; El escote de lo oculto (2006), “Antología del relato prohibido”1 (?), de Dalton Osorno y Marcelo Báez; y en La voz de Eros: dos siglos de poesía erótica de mujeres ecuatorianas,
de Sheyla Bravo. Lo incompleto viene de que en el momento de la publicación de
los libros, ya se estaba produciendo poesía o prosa eróticas, que no fueron
tomadas en cuenta en los textos; y lo fantasioso, de que se incluyen
composiciones que o no son eróticas (digamos poemas de Dolores Veintimilla de
Galindo, de marcado acento romántico, pero nada más) o son invenciones, como me
parecen las atribuidas a una imaginaria Márgara Sáenz, figura que, cada vez
más, me parece creada por algún desvelado autor.
Reales son, en cambio, Mari Corylé, quizás la más audaz de
las poetas de su tiempo, y Aurora Estrada y Ayala, que rompió lanzas con una
sociedad puritana y burguesa a la que se pertenecía por completo, entregándonos
unos poemas que rebosan de pasión, aunque no sé si quepan en una selección
erótica.
Corylé, en cambio, con un valor siempre admirable, publica
en la década del 30 no solo uno de sus libros capitales, Canta la vida, si no
el poema que la hizo célebre y le causó los mayores contratiempos, el delicioso
y sensual Bésame: “Bésame en la boca/ tentación sangrienta…/ Bésame en los
senos:/ armiño escondido…”
Se ha insistido mucho en que la poesía de la autora rompe con los moldes de su tiempo en la lírica cuencana. Apasionadamente, Ileana Espinel proclamaba: “irrumpió en el ámbito literario desafiando al marianismo gazmoño de su época, con vigorosa audacia lírica, desechando los prejuicios de variada índole que habían mellado la poesía escrita por mujeres, destinándola tan solo al verso doméstico, patriótico o circunstancial, eludiendo la autenticidad no solo textual y metafórica sino también vital…”
Para entonces, hay que recordar que ya se había publicado la gran poesía de Alfonso Moreno Mora, y no era precisamente ni mariana ni gazmoña; pero se conoce que la reacción de los contemporáneos a la poeta fue tan agresiva, que suena más que justo aquello de la osadía lírica y el desechar prejuicios de que habla Espinel.
Muchos años después la poesía de Efraín Jara Idrovo, y concretamente Evocación y acto de amor, darán al erotismo un lugar real, genuino, en la poesía cuencana de la segunda mitad del siglo XX, y pienso que también en la ecuatoriana.
Otros autores y autoras que han ido por las rutas de Eros en su producción son: César Dávila Torres, Sergio Román Armendáriz, y más cercanamente, Sheyla Bravo, Margarita Lazo, María Fernanda Espinosa, Catalina Sojos y Aleyda Quevedo, especialmente.
Pero todo esto solo como preámbulo al comentario de dos libros aparecidos no hace mucho, uno de narrativa y otro de poesía, que confirman el interés de algunos autores por explorar los senderos del cuerpo y sus posibilidades expresivas.
Erotismo o pornografía
Dueño de una importante producción en narrativa, poesía y
ensayo, Raúl Vallejo Corral (Manta, 1959), acaba de publicar “Pubis
equinoccial” (Random House Mondadori, Bogotá, 2012), un polémico libro de
relatos.
El escritor es muy hábil en el tratamiento de los temas,
incluso los más escabrosos, como lo mostró en su excelente “Fiesta de
solitarios” (Premio 70 años de El Universo) y en “Huellas de amor eterno”
(“Aurelio Espinosa Pólit”,1999). Su franqueza en la manera de construir sus
relatos no ha impedido jamás un derroche poético y evocativo.
Este “Pubis…” quiere ser un tributo al extinto Manuel Puig y
su novela “Pubis angelical”, pero, sobre todo, es un reto que se plantea el
autor frente a los límites entre lo erótico y lo pornográfico. Por eso ha
apuntado: “La dificultad inicial fue la necesidad de ubicar en mi escritura el
trazo de esa línea tenue que divide lo erótico de lo pornográfico. Es sabido
que esa línea la dibujan la cultura y la sociedad al marcar el grado de
permisividad ante lo sexual. Esa línea es sinuosa y también difusa...”
El lector será el mejor juez, frente a las piezas del
volumen, y habrá de determinar su carácter erótico o pornográfico, justamente,
a partir de la delgada línea roja de la
que se habla siempre cuando se trata de fronteras, y a la que se ha referido
Vallejo en el texto que citamos. Aquí solo señalaremos que las diversas
manifestaciones de la sexualidad encuentran su realización en las narraciones,
y lo hacen siempre de modo intenso, en ocasiones, provocativo, en textos plenos
de matices realistas y poéticos. El impulso sexual es, a veces, tan
desmesurado, que el amante puede llegar a cualquier exceso, incluido el crimen.
Todas son formas de expresión de lo humano, que cada quien valorará del modo
más certero, con un sentido de radical comprensión del universo más secreto de
hombres y mujeres enfrentados a sí mismos y al otro.
Además de las narraciones más o menos extensas como el
provocador “Reconciliación de mar y sol”, el terrible “Papeles revueltos” o el
formidable “Sofía y el Centauro de los miércoles”, las breves viñetas: “Anaïs
& Henry”, “Románticos del silgo XIX” o “El ángel del libro” son de lo más
profundamente lírico de la obra.
Un erotismo permante
Hay formas y formas de descifrar el mundo, y cada escritor,
como cada ser humano, lo hace a su modo.
Cristóbal Zapata (1968) es una de las voces poéticas más
poderosas y profundas de la lírica ecuatoriana de su generación (afirmación
que, por su radicalidad, puede molestar a algunos, pero que se basa en el
conocimiento crítico de su producción desde hace varios años), y preciso es
reconocer que la fuerza erótica de sus desciframientos es quizás la más intensa
de entre todas las de su grupo.
Su libro “La miel de la higuera” (Cascahuesos, Arequipa,
2012) es una clara demostración de este aserto. Casi todo en el bello volumen,
de una de las poesías más admirablemente construidas que podamos encontrar
entre las producciones de nuestra lírica actual (en la que no faltan los
descuidos, los desconocimientos, las improvisaciones, so pretexto de la
cacareada libertad creativa), respira un aire erótico tan marcado que bien
podríamos hablar de un pansexualismo poético del autor.
El poema “La miel de la higuera” nos remite al placer de la
unión íntima de la pareja; “El ciprés” evoca un encuentro furtivo de dos niños
descubriendo el mundo del sexo; “Vestibulum”, metaforiza en la arquitectura el cuerpo femenino; “Corpus
delicti”, al modo de los modernistas, mezcla eros y religión, en un par de
versos que son audaz paráfrasis de plegaria: “Este es el cuerpo del Amor, / dichosos los llamados a su cena.”
“De la botánica” traspone el cuerpo sensual a la planta; “De
la cartografía” recorre los sitios del deseo; “De la alfarería” multiplica
manos, pies, piernas en “esa forma soberbia” del encuentro amoroso; “Love
Story” pinta algo como un viaje infinito: el poeta entra en el cuerpo amado,
como en un orbe de sangre, y pasa la vida intentando salir de él; y el momento
más intenso de este desbordado erotismo se da en “Eidogénesis”. Posiblemente,
el vocablo que no existe, remita al origen de las formas, que en el texto son
todas femeninas: “Las mujeres nacen de mis ojos / en mis pupilas talladas por el
tacto. / Nacen, crecen, se multiplican y viven”, pero si fuera endogenética la
idea, nos remitiría a la reproducción celular, y convendría también a ese
proceso obsesivo, que colma el libro y la poética de Zapata.
Que toda esta breve reflexión sobre nuestras letras ligadas
al erotismo, sea una cordial incitación a leer a nuestros autores de hoy y de
otros tiempos, a descubrirlos, a disfrutar de su palabra surgida bajo
diferentes y sugestivas luces.
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[1] Ninguno de los textos que
contiene el volumen han sido prohibidos jamás, ni siquiera en el ámbito
colegial, que a veces resulta estrecho de criterio, así que solo era cosa de
“réclame” publicitario.