POR: MIGUEL MUÑOZ.
1.
No hace falta haber leído un libro para poder apreciar
su adaptación cinematográfica. Ese sentimiento de decepción, generalizado
entre lectores fanáticos, no es más que un escalón más en la larga perorata de
los lugares comunes. Obviamente, ninguna adaptación va a ser igual al libro.
Incluso, a veces es mejor ver primero la película y, si vale la pena, pasar a
leer el libro, que seguro dará para más lecturas
que el totalitarismo visual del cine.
Toda esta introducción para qué, dirán. Sencillo: porque
esa película de zombis dirigida por Marc Forster (Finding Neverland, Quantum of
Solace), estrenada a nivel mundial durante el mes de junio y en la que aparece
Brad Pitt, no es una adaptación del libro de Max Brooks. No es, tampoco, otra
película de zombis más. Para hablar de la película World War Z (en adelante
WWZ) no hace falta hablar del libro WWZ, ni siquiera hace falta pensar
demasiado en lo que el libro WWZ tiene para decirnos.
En la película seguimos a Brad Pitt, o Gerry Lane,
antiguo empleado de la ONU, atrapado en el estallido del apocalipsis zombi con
su familia en medio de Philadelphia. Antes hemos visto, en la pantalla de un
pequeño televisor, un despliegue de confusión y pánico, orquestado por ese otro zombi duro de matar que es el periodismo tradicional. Lane y su familia logran llegar a un
edificio de apartamentos en donde deberán esperar hasta el día siguiente para ser
rescatados por oficiales dirigidos por la ONU (organización que ha pasado a ser
un Estado sin tierra). Durante el rescate, a Lane no le queda más opción que
adoptar a un niño latino, único sobreviviente de esa caricatura de familia que
acogió a Lane y los suyos durante una noche. A partir de allí comienza la
misión de Gerry Lane: buscar al “paciente cero”, o, en su defecto, rastrear el
origen de lo que un doctor indio llevado desde Harvard presume que es un virus.
La película pudo ser una secuela de Contagion, el
ejercicio coral de Steven Soderbergh, solo que con la participación especial de
los muertos vivientes. De hecho, una de las formas más adecuadas para adaptar
el libro es la estructura de Contagion, que es parecida a la de Babel o a la de
Amores perros; pero esto lo trataremos más adelante. El resto del argumento de
WWZ podría resumido como la búsqueda infructuosa del supuesto virus y el
descubrimiento casual de que los zombis no atacan a las personas con
enfermedades graves o terminales, pero de hacerlo incurriría en el pecado del
spoiler. Lo importante es el giro que la película de Marc Forster le da al
género zombi (estrictamente hablando, a la tradición iniciada por George A. Romero)
y que le permite realizar una vuelta argumental interesante, que sostiene la
película hasta cerca del final con acciones llenas de tensión pero “limpias” de
esa otra marca del género que es la distribución equitativa de sangre, tripas y
cerebros destrozados.
Como película, WWZ se vale por sí misma. Sus zombis son
rápidos y muy sensibles al ruido y la presencia humana pero la lógica expansiva
del virus, que busca implantarse en los organismos más fuertes, deja una brecha
que será la trinchera desde la cual la guerra será ganada. La victoria final no
la vemos en la película pero la voz en off de Brad Pitt en esos dispensables
minutos finales nos lo dice.
2.
La adaptación de Marc Forster es una reescritura del libro
a partir del único elemento que fue explícitamente dejado de lado: el factor humano. Una adaptación literal
tendría la forma de un mockumentary, o
la de cualquiera de las películas que mencioné antes. Pero de ser así se
perdería la posibilidad de una identificación positiva con el protagonista y la
salvación de la humanidad gracias al ingenio y a la ciencia. Lo que sí se
pierde es la verdad oculta de que la ciencia es cómplice de todo lo que justifica,
es decir: la guerra.
La extensa reflexión (irónica en su mayoría, nunca
cínica) que realiza Max Brooks en torno a la guerra, que es la única condición
humana estable, obtiene la forma de novela de anticipación. WWZ es una alegoría
de esa noción que ha gobernado al ser humano desde siempre y que desemboca en
nuestro futuro más inmediato: la guerra total.
Hablar de la guerra requiere la misma cualidad que para
participar en ella: cero sentimientos, cero humanidad.
Es lo que trata de decirnos el narrador de WWZ en la introducción del libro;
nos dice que lo que vamos a leer es una versión de una investigación que ha
realizado por encargo, “una historia oral de la guerra Z”, para lo cual no
hacen falta recreaciones literarias, porque lo que vamos a leer es parte de la
Historia y lo mejor será dejar a un lado esa voz cantante e inestable
emocionalmente, a la que él llama el factor
humano (y que en la película es encarnada por Brad Pitt).
Este narrador preocupado por no invadir con sus opiniones un documento testimonial nos recuerda al Coetzee de Tierras de poniente. Sobre
todo cuando leemos la historia del Plan Redeker, que es lo que permite ganarle
la guerra a los zombis y que fue ideado por un sudafricano seco, lacónico. El
plan tiene su origen en una estrategia que diseñó su autor, Paul Redeker, para
salvaguardar al régimen del apartheid ante una inminente revolución liderada
por la población negra. El Plan Redeker
implica el abandono de la mayoría de los habitantes y el establecimiento de
zonas aisladas con humanos a manera de señuelos y distractores.
La diferencia entre la guerra contra los zombis con, por
ejemplo, la guerra de Vietnam descrita a través de sus estrategias en la novela
de Coetzee, radica en que en la primera de ellas hay que salir directamente a
matar. Se sabe que en la guerra común lo importante es herir y disminuir
anímicamente al enemigo, hacer que su gobierno gaste dinero y que sus ciudadanos
se sientan horrorizados; todo esto con los zombis es impensable. Así que la
evolución en el conflicto es la guerra total, el involucramiento de la
totalidad de la población contra un enemigo que no genera empatía de ninguna
manera, que no se rinde ni negocia.
Sin embargo, no puede iniciarse una campaña bélica
exitosa cuando la sociedad ha dejado de preparar a sus hombres para ir a la
guerra y, en cambio, los ha hiperescolarizado, volviéndolos inútiles fuera de
la confianza del sistema capitalista. Por eso quienes más posibilidades
tuvieron de sobrevivir al apocalipsis zombi fueron quienes vivían dentro de un
Estado totalitario y los individuos altamente insensibles ante la colectivización
del deseo de vivir.
WWZ es una novela total. Lejos de la primera definición
dada por el Boom y difundida por Vargas Llosa, la obra de Brooks no es
explícitamente política sino que contiene una amalgama de personajes y una estructura
coral que le permite cubrir ampliamente el tema (la fantasía zombi) más que la
realidad. WWZ es una vuelta a los grandes relatos que se creían desaparecidos
en la posmodernidad y en los años de Internet. Es la Ilíada de nuestra época. La guerra que narra, si termina alguna vez, será gracias a esos miles de héroes
de todo el mundo, y no solamente Brad Pitt, quien parece no saber que los
soldados, aun cuando vuelvan a casa, nunca abandonan la guerra.