miércoles, julio 3

El factor Brad Pitt en la Guerra Z



1.
No hace falta haber leído un libro para poder apreciar su adaptación cinematográfica. Ese sentimiento de decepción, generalizado entre lectores fanáticos, no es más que un escalón más en la larga perorata de los lugares comunes. Obviamente, ninguna adaptación va a ser igual al libro. Incluso, a veces es mejor ver primero la película y, si vale la pena, pasar a leer el libro, que seguro dará para más lecturas que el totalitarismo visual del cine.

Toda esta introducción para qué, dirán. Sencillo: porque esa película de zombis dirigida por Marc Forster (Finding Neverland, Quantum of Solace), estrenada a nivel mundial durante el mes de junio y en la que aparece Brad Pitt, no es una adaptación del libro de Max Brooks. No es, tampoco, otra película de zombis más. Para hablar de la película World War Z (en adelante WWZ) no hace falta hablar del libro WWZ, ni siquiera hace falta pensar demasiado en lo que el libro WWZ tiene para decirnos.

En la película seguimos a Brad Pitt, o Gerry Lane, antiguo empleado de la ONU, atrapado en el estallido del apocalipsis zombi con su familia en medio de Philadelphia. Antes hemos visto, en la pantalla de un pequeño televisor, un despliegue de confusión y pánico, orquestado por ese otro zombi duro de matar que es el periodismo tradicional. Lane y su familia logran llegar a un edificio de apartamentos en donde deberán esperar hasta el día siguiente para ser rescatados por oficiales dirigidos por la ONU (organización que ha pasado a ser un Estado sin tierra). Durante el rescate, a Lane no le queda más opción que adoptar a un niño latino, único sobreviviente de esa caricatura de familia que acogió a Lane y los suyos durante una noche. A partir de allí comienza la misión de Gerry Lane: buscar al “paciente cero”, o, en su defecto, rastrear el origen de lo que un doctor indio llevado desde Harvard presume que es un virus.

La película pudo ser una secuela de Contagion, el ejercicio coral de Steven Soderbergh, solo que con la participación especial de los muertos vivientes. De hecho, una de las formas más adecuadas para adaptar el libro es la estructura de Contagion, que es parecida a la de Babel o a la de Amores perros; pero esto lo trataremos más adelante. El resto del argumento de WWZ podría resumido como la búsqueda infructuosa del supuesto virus y el descubrimiento casual de que los zombis no atacan a las personas con enfermedades graves o terminales, pero de hacerlo incurriría en el pecado del spoiler. Lo importante es el giro que la película de Marc Forster le da al género zombi (estrictamente hablando, a la tradición iniciada por George A. Romero) y que le permite realizar una vuelta argumental interesante, que sostiene la película hasta cerca del final con acciones llenas de tensión pero “limpias” de esa otra marca del género que es la distribución equitativa de sangre, tripas y cerebros destrozados.

Como película, WWZ se vale por sí misma. Sus zombis son rápidos y muy sensibles al ruido y la presencia humana pero la lógica expansiva del virus, que busca implantarse en los organismos más fuertes, deja una brecha que será la trinchera desde la cual la guerra será ganada. La victoria final no la vemos en la película pero la voz en off de Brad Pitt en esos dispensables minutos finales nos lo dice.



2.
La adaptación de Marc Forster es una reescritura del libro a partir del único elemento que fue explícitamente dejado de lado: el factor humano. Una adaptación literal tendría la forma de un mockumentary, o la de cualquiera de las películas que mencioné antes. Pero de ser así se perdería la posibilidad de una identificación positiva con el protagonista y la salvación de la humanidad gracias al ingenio y a la ciencia. Lo que sí se pierde es la verdad oculta de que la ciencia es cómplice de todo lo que justifica, es decir: la guerra.

La extensa reflexión (irónica en su mayoría, nunca cínica) que realiza Max Brooks en torno a la guerra, que es la única condición humana estable, obtiene la forma de novela de anticipación. WWZ es una alegoría de esa noción que ha gobernado al ser humano desde siempre y que desemboca en nuestro futuro más inmediato: la guerra total.

Hablar de la guerra requiere la misma cualidad que para participar en ella: cero sentimientos, cero humanidad. Es lo que trata de decirnos el narrador de WWZ en la introducción del libro; nos dice que lo que vamos a leer es una versión de una investigación que ha realizado por encargo, “una historia oral de la guerra Z”, para lo cual no hacen falta recreaciones literarias, porque lo que vamos a leer es parte de la Historia y lo mejor será dejar a un lado esa voz cantante e inestable emocionalmente, a la que él llama el factor humano (y que en la película es encarnada por Brad Pitt).

Este narrador preocupado por no invadir con sus opiniones un documento testimonial nos recuerda al Coetzee de Tierras de poniente. Sobre todo cuando leemos la historia del Plan Redeker, que es lo que permite ganarle la guerra a los zombis y que fue ideado por un sudafricano seco, lacónico. El plan tiene su origen en una estrategia que diseñó su autor, Paul Redeker, para salvaguardar al régimen del apartheid ante una inminente revolución liderada por la población negra.  El Plan Redeker implica el abandono de la mayoría de los habitantes y el establecimiento de zonas aisladas con humanos a manera de señuelos y distractores.

La diferencia entre la guerra contra los zombis con, por ejemplo, la guerra de Vietnam descrita a través de sus estrategias en la novela de Coetzee, radica en que en la primera de ellas hay que salir directamente a matar. Se sabe que en la guerra común lo importante es herir y disminuir anímicamente al enemigo, hacer que su gobierno gaste dinero y que sus ciudadanos se sientan horrorizados; todo esto con los zombis es impensable. Así que la evolución en el conflicto es la guerra total, el involucramiento de la totalidad de la población contra un enemigo que no genera empatía de ninguna manera, que no se rinde ni negocia.

Sin embargo, no puede iniciarse una campaña bélica exitosa cuando la sociedad ha dejado de preparar a sus hombres para ir a la guerra y, en cambio, los ha hiperescolarizado, volviéndolos inútiles fuera de la confianza del sistema capitalista. Por eso quienes más posibilidades tuvieron de sobrevivir al apocalipsis zombi fueron quienes vivían dentro de un Estado totalitario y los individuos altamente insensibles ante la colectivización del deseo de vivir.

WWZ es una novela total. Lejos de la primera definición dada por el Boom y difundida por Vargas Llosa, la obra de Brooks no es explícitamente política sino que contiene una amalgama de personajes y una estructura coral que le permite cubrir ampliamente el tema (la fantasía zombi) más que la realidad. WWZ es una vuelta a los grandes relatos que se creían desaparecidos en la posmodernidad y en los años de Internet. Es la Ilíada de nuestra época. La guerra que narra, si termina alguna vez, será gracias a esos miles de héroes de todo el mundo, y no solamente Brad Pitt, quien parece no saber que los soldados, aun cuando vuelvan a casa, nunca abandonan la guerra.