POR: ANDRÉS NEUMAN.
Uno no sabe bien si la nueva novela de Juan Gabriel Vásquez,
una novela breve para su costumbre y extrañamente lírica para esa prosa exacta,
filosa, de geómetra, será superior o sólo distinta a sus entregas anteriores,
todas ellas admirables, todas ellas lecciones de arquitectura narrativa, pero
leyendo Las reputaciones uno se atrevería a sostener, con sintaxis más bien
suya, siempre sólida y sinuosa, capaz de desplegar las articulaciones de la
frase como se estira un brazo o se dobla una rodilla, que la escritura de
Vásquez ha alcanzado una maestría insólita, un estilo que cubre al mismo tiempo
las funciones de la improvisación poética y del artefacto estructural,
distribuyendo con puntería cada acontecimiento y deteniéndose en detalles que
revelan vidas, uno se atrevería a afirmar eso y más, porque también se trata de
una tensa parábola sobre los recovecos de la libertad de expresión, sobre los
mecanismos de ese monstruo parlante que llamamos opinión pública, hasta que uno
se encuentra, por ejemplo, con el pasaje en que el protagonista de la novela,
el caricaturista bogotano Javier Mallarino, siente celos del envejecimiento del
cuerpo de su ex mujer, celos de las estrías de sus caderas y las sombras de sus
nalgas, «porque las sombras y las estrías no eran sombras y estrías, sino mensajeros
de todo lo que había sucedido en su ausencia: todo lo que Mallarino se había
perdido», y entonces uno siente que el cuerpo de la escritura y el alma de la
observación a veces pueden, cuando la experiencia eleva el talento igual que el
tiempo madura la belleza, coincidir en una misma historia, un mismo autor, en
el aplauso de dos manos que cierran un libro para abrir otra puerta.