POR: RAÚL VALLEJO.
Al parecer nada los une ni los articula. Inclusive su lugar de nacimiento no corresponde al lugar en donde viven actualmente y hay quien nació en Londres. No han formado cenáculos literarios a pesar de que mantienen cierta cómplice identidad. Pertenecen a una generación que creció viendo cómo se desintegraba la Unión Soviética y se derrumbaba el Muro de Berlín, así que, de alguna manera, están vacunados contra las utopías políticas aunque no contra la esperanza. Sus mundos literarios están inmersos en un asombro y asunción de ese sentido absurdo que emana una cotidianidad que se vive sin moralejas.
El
vecindario como una escenografía. La vida de la gente del barrio vista desde
una mirada infantil. En “Las tortas de la señora Griselda” la soledad y el
desamor aparecen en el cuento como espectros que se agigantan y lo envuelven
todo hasta que la inocencia termina por romperse. En ese cuento, María Fernanda
Ampuero (Guayaquil, 1976, vive en Madrid) ha conseguido narrar desde la ternura
de la mirada infantil un drama de violencia intrafamiliar, prostitución y
muerte. El tono del relato es conmovedor: la ilusión de las singulares tortas
que cocina doña Griselda se ve opacada por los sucesos de esa Navidad, ajenos a
la voz infantil que cuenta la historia. Aquí, la fiesta siempre ha terminado y
revela su otro lado: el del drama familiar que esconde la joven prostituta que,
al final, se marcha del barrio. El cuento consigue exponer la crudeza de una
vida signada por el desamor desde la visión inocente de la niñez y, al mismo
tiempo, logra situar la madurez de ese personaje infantil que, luego de lo
sucedido con la señora Griselda, abre sus ojos a un mundo que ha perdido la
inocencia.
María
Auxiliadora Balladares (Guayaquil, 1980, vivía hasta hace poco en Pittsburgh y
al momento de escribir estas líneas, en Quito) ha optado por tomarle el pulso
al absurdo cotidiano. En “Yo BSC”, a
partir de la búsqueda aleatoria de un hincha de Barcelona S.C. —el club de
fútbol más popular del Ecuador, conocido como el “Ídolo del Astillero”—
construye en dos planos una historia que sucede en el plano de la cotidianidad
y otra que ocurre en el de la imaginación de la protagonista. En un momento del
cuento, ambos planos parecerían fusionarse en una acción que alimenta el
realismo del plano de la imaginación. Narrando de manera sustantiva, directa,
con diálogos hiperrealistas, el cuento funciona como una suerte de poética de
la creación literaria en medio de la vivencia cotidiana de una escritora.
“Harold”,
de Jorge Izquierdo (Londres, 1980, vive en Vancouver), es una historia contada
a la manera de un thriller. Dos obsesiones se encuentran en el camino: la del
narrador que quiere ser escritor pero se dedica a la abogacía y la de su primo
Harold, un genio de las ciencias duras, que siente una atracción malsana por la
violencia inmediata. Los personajes del cuento son seres que se ven
confrontados con la fragilidad de sí mismos. Izquierdo maneja con solvencia esa
tonalidad narrativa que evita cargar lo narrado con juicios de valor y narra
las situaciones más escabrosas como si se tratase de sucesos comunes. Este es
un cuento construido, como otros de su autor, con dureza y sin concesiones
frente a la situaciones vividas por sus personajes; un cuento en donde la
serenidad de lo cotidiano es destruida en un instante por un suceso inesperado
que quiebra el optimismo burgués sobre la vida.
En “Una
chica como tú en un lugar como éste…”, encontramos elementos de ciencia ficción
combinados con la extrañeza que demanda la literatura de anticipación y esa
sutil ironía que termina convertida en un grito de horror ante un futuro que
podría ser y estar deshumanizado. Solange Rodríguez (Guayaquil, 1976) gusta de
lo extraño como manifestación del límite de lo humano. En este cuento de
anticipación, la posibilidad del deseo humano genera la repulsa de los seres
que ejercen el poder en el universo. Ese poder establecido en el nuevo orden
del cosmos organiza la represión de la existencia de lo humano desde el rechazo
de sus características intrínsecas: una de ellas, la reacción química del
cuerpo frente a la atracción sexual. La memoria de la risa de ella es, en ese
espantoso futuro, la permanencia de la ilusión del amor a pesar del despojo al
que el ser humano habría sido sometido.
La ironía y la crítica cultural atraviesan una narración
que, desde el humor y el desenfado, cuenta una historia de desarraigo y parodia
de lo pornográfico. “La puta madre patria”, de Miguel Antonio Chávez
(Guayaquil, 1979) es un texto atravesado por el drama de la migración de los
latinoamericanos a España, crítico de la segregación racial y cultural, irónico
con el sentido de los valores tradicionales, y, además, un texto que habla de
la desolación y la miserias humanas. La dureza de lo que cuenta se ve
alivianada debido al tono irreverente que utiliza el narrador, estrategia que
permite aseveraciones terribles sobre la condición humana, que son dichas con
desparpajo. Por su fuerza narrativa, por su tono desenfadado y por su aguda
crítica cultural, “La puta madre patria”, de Miguel Antonio Chávez,
seguramente, se convertirá —con algo más de tiempo y lectores de otras
latitudes—, en uno de los cuentos más memorables de la nueva narrativa
ecuatoriana.
Esta selección de cinco jóvenes narradores ecuatorianos
(todos ellos menores de 40 años) es una pequeña muestra de un grupo mayor del
que es de justicia mencionar, para que los lectores de Hispamérica los tengan
presentes, entre otros a: Juan Carlos Moya (Latacunga, 1974), Mariagusta Correa
(Cuenca, 1976), Luis Felipe Aguilar (Cuenca, 1977), Marcela Noriega (Guayaquil
1978), Diego Falconí (Quito, 1979), Augusto Rodríguez (Guayaquil, 1979), Esteban
Mayorga (Quito, 1979), Eduardo Varas (Guayaquil, 1979), Luis Alberto Bravo
(Milagro, 1979), Luis Monteros Arregui (Quito, 1978), Elías Urdánigo (Santo
Domingo, 1980), Edwin Alcarás (Quito, 1981), Juan Fernando Andrade (Portoviejo,
1981), Luis Borja (Quito, 1981), y Andrés Cadena (Quito, 1983).
Esta muestra es también el testimonio de una mirada
generacional distinta y diversa sobre una cotidianidad cargada de sueños rotos,
y gobernada por el absurdo de un poder y una economía liberales que se desmoronan.
Y también es la muestra de una vocación por la escritura sin concesiones a lo
políticamente correcto; una literatura de palabra fresca y en crecimiento.