POR: JUAN ZAMBRANO.
Hay
autores dentro de la historia de la literatura ecuatoriana que parecen surgir
como por fuera de su tiempo y de su espacio, incapaces de adaptarse a la
tradición literaria de la época para trascender y renovarse con cada lectura.
Es el caso de Pablo Palacio, rechazado por sus contemporáneos incapaces de
comprender que se hiciera otra literatura que no se inscribiera dentro del
realismo social. Es el caso también de César Dávila Andrade, escritor cuencano
que decidió darle fin a su vida a sus 48 años, cercenándose la garganta en
Caracas, Venezuela.
Un autor cuya escritura significó
también una lucha consigo mismo. Una lucha de la que nacen los libros de
poesía: Espacio, me has vencido (Quito, 1946); Consagración de los instantes (Quito, 1950); Catedral salvaje (Caracas, 1952); Boletín y elegía de las mitas (Buenos Aires, 1954); En un lugar no identificado (Mérida, Venezuela, 1960);
Conexiones de tierra (Caracas, 1964); y los libros en prosa: Abandonados en la
tierra (Quito, 1956); Trece relatos (Quito, 1956); Cabeza de gallo (Caracas,
1966).
Dávila,
un autor cuya poesía refleja su profunda preocupación mística —el budismo zen,
el sufismo, la cábala, la teosofía y la doctrina rosacruz— y una
consciencia de la imposibilidad y el fracaso de poetizar que quizá queda
plasmado con mayor nitidez en ese último acto poético, el cuchillo cercenando
su garganta para dar paso al silencio.
Pero el
aura de malditismo que pueda rodear al autor y a su obra, o el simbolismo
esotérico, es solo el umbral que hay que atravesar para alcanzar esa poesía que
es polvo, fuego, ceniza y sangre.
…Y
te quemaré en mí, Poesía!
En
ladrillos de venas de amor, te escribiré
empapándote
profundamente.
Luego,
vendrá
el sol y te extraerá los colmillos!
Encontramos
una voluntad por consumirse a través de una poesía que se convierte en ceniza.
Que la poesía no quede en mero hecho estético sino que exista una destrucción
de la que ni lector ni autor salgan ilesos. Esta es la poética de un autor
cuyas preocupaciones sociales también se reflejan en su obra; Boletín y elegía
de las mitas es el ejemplo más claro, pero que también representa el punto de
quiebre, el punto a partir del cual se vuelca hacia una poesía más hermética,
más difícil de ingresar, plagada de los simbolismos esotéricos. Una dificultad
que tal vez no yace solamente en el peculiar simbolismo esotérico del que se
vale el autor sino además de la incertidumbre que genera encontrarse frente a
ese cuerpo al que hay que desentrañar.
¿En
qué instante se une el buscador
a
lo buscado, y
Materia
y Mente entran en la embriaguez
del
mutuo conocimiento?
Obra y
vida de Dávila confluyen en su búsqueda del Absoluto. Lo terrenal resulta
inseparable de lo divino. El poeta como Sísifo en su esfuerzo incesante y a la
vez inútil. Una batalla con la palabra que está perdida desde el inicio pero
que inevitablemente es llevada hasta las últimas consecuencias, como guiado por
un impulso inmanente, ese fuego que arde en el interior del poeta que sigue
ardiendo aun después de la muerte, con cada lectura.
¡Y
tú, Poesía sola, hecha de mente,
de
ladrillo y de persona!
Permaneces
pura
hasta
cuando te inclinas
sobre
el plato de azafrán de las posadas.
Como
ese grillo insalvable,
cantas
con todo lo que te ha sido dado
en
una sola noche de amor
y
estallas al amanecer, con la última cuerda
del
viento en la boca.
Y
tú, distinguiendo siempre: