miércoles, diciembre 18

Ceniza y sangre, un acercamiento a Dávila Andrade


Hay autores dentro de la historia de la literatura ecuatoriana que parecen surgir como por fuera de su tiempo y de su espacio, incapaces de adaptarse a la tradición literaria de la época para trascender y renovarse con cada lectura. Es el caso de Pablo Palacio, rechazado por sus contemporáneos incapaces de comprender que se hiciera otra literatura que no se inscribiera dentro del realismo social. Es el caso también de César Dávila Andrade, escritor cuencano que decidió darle fin a su vida a sus 48 años, cercenándose la garganta en Caracas, Venezuela.

Un autor cuya escritura significó también una lucha consigo mismo. Una lucha de la que nacen los libros de poesía: Espacio, me has vencido (Quito, 1946); Consagración de los instantes (Quito, 1950); Catedral salvaje (Caracas, 1952); Boletín y elegía de las mitas (Buenos Aires, 1954); En un lugar no identificado (Mérida, Venezuela, 1960); Conexiones de tierra (Caracas, 1964); y los libros en prosa: Abandonados en la tierra (Quito, 1956); Trece relatos (Quito, 1956); Cabeza de gallo (Caracas, 1966).

Dávila, un autor cuya poesía refleja su profunda preocupación mística —el budismo zen, el sufismo, la cábala, la teosofía y la doctrina rosacruz— y una consciencia de la imposibilidad y el fracaso de poetizar que quizá queda plasmado con mayor nitidez en ese último acto poético, el cuchillo cercenando su garganta para dar paso al silencio.

Pero el aura de malditismo que pueda rodear al autor y a su obra, o el simbolismo esotérico, es solo el umbral que hay que atravesar para alcanzar esa poesía que es polvo, fuego, ceniza y sangre.

                               …Y te quemaré en mí, Poesía!
                               En ladrillos de venas de amor, te escribiré
                               empapándote profundamente.
                               Luego,
                               vendrá el sol y te extraerá los colmillos!

Encontramos una voluntad por consumirse a través de una poesía que se convierte en ceniza. Que la poesía no quede en mero hecho estético sino que exista una destrucción de la que ni lector ni autor salgan ilesos. Esta es la poética de un autor cuyas preocupaciones sociales también se reflejan en su obra; Boletín y elegía de las mitas es el ejemplo más claro, pero que también representa el punto de quiebre, el punto a partir del cual se vuelca hacia una poesía más hermética, más difícil de ingresar, plagada de los simbolismos esotéricos. Una dificultad que tal vez no yace solamente en el peculiar simbolismo esotérico del que se vale el autor sino además de la incertidumbre que genera encontrarse frente a ese cuerpo al que hay que desentrañar.

                               ¿En qué instante se une el buscador
                               a lo buscado, y
                               Materia y Mente entran en la embriaguez
                               del mutuo conocimiento?

Obra y vida de Dávila confluyen en su búsqueda del Absoluto. Lo terrenal resulta inseparable de lo divino. El poeta como Sísifo en su esfuerzo incesante y a la vez inútil. Una batalla con la palabra que está perdida desde el inicio pero que inevitablemente es llevada hasta las últimas consecuencias, como guiado por un impulso inmanente, ese fuego que arde en el interior del poeta que sigue ardiendo aun después de la muerte, con cada lectura.
                               ¡Y tú, Poesía sola, hecha de mente,
                                               de ladrillo y de persona!
                               Permaneces pura
                               hasta cuando te inclinas
                               sobre el plato de azafrán de las posadas.
                               Como ese grillo insalvable,
                               cantas con todo lo que te ha sido dado
                               en una sola noche de amor
                               y estallas al amanecer, con la última cuerda
                               del viento en la boca.
                               Y tú, distinguiendo siempre:
                               Agua, Tierra, Fuego, Éter.