POR: LEIRA ARAUJO.
La obra de Nicanor Parra se distancia de la complejidad
intencional de los versos y de la búsqueda incesante de figuras retóricas. Las
imágenes surgen desde la perspectiva de una voz lírica que fluye con
naturalidad y rompe la formalidad para dar paso a un aparente flujo de ideas
que están enlazadas de la manera más coherente y, a veces, incoherente. Más que
lúdica, la antipoesía es rebelde porque busca no ser, y a través de cada verso
hay un repliegue sobre sí misma; muta y por ello nos retiene, porque está
cambiando constantemente. De acuerdo a Federico
Schopf, dos características principales de la Antipoesía son:
“La desacralización del yo Poético, su descenso de las alturas a las que lo había encumbrado el modernismo en nuestro medio y la (re)incorporación de la oralidad –del tono oral, del discurso cotidiano, no sólo las palabras sino también las estructuras sintácticas, las frases hechas, los lugares comunes del pensamiento a la escritura poética” (Schopf, 1994, p. 1)
La primera estrofa de “Madrigal” (1954) lo comprueba: “Yo me haré
millonario una noche/ Gracias a un truco que me permitirá fijar las imágenes/
En un espejo cóncavo. O convexo”. La voz poética
lanza una afirmación con una explicación que se acepta sin miramientos por el
tono narrativo, sin embargo, llega lo fantástico con el uso del “truco” y la
negación de la naturaleza del espejo, además del ritmo que poseen los versos.
El tono intimista, de confesión, permanece a lo largo del poema. En la tercera
estrofa se encuentra: “Ya me he quemado bastante las pestañas/ En esta absurda
carrera de caballos/ En que los jinetes son arrojados de sus cabalgaduras / Y
van a caer entre los espectadores.” Y las metáforas crecen con una crítica
subyacente al contexto de la voz lírica, que habla desde la
inconformidad, y cada verso sirve para evidenciarlo.
Tal vez por ello la recepción de su obra fue tan positiva
por la generación de jóvenes que venían criticando al círculo literario
existente, en especial el chileno: “…la antipoesía de Parra reproducía nuestra
propia vida; era poesía por el lado del revés, por el lado que uno vive cuando
no admite el mundo como es y no sabe cómo debe ser” (Uribe, 1967). La
antipoesía busca justamente un acercamiento con el lector a través de las
sensaciones comunes, de la conciencia del mundo sensorial colectivo que se
recrea a través de lírica que toma esta coherencia lógica de la prosa, que se
desapega de las construcciones evidentemente artificiales que buscan la
creación de la imagen poética.
La voz lírica acentúa su fuerza en las contradicciones en
el intento de conseguir éxito ya sea en la vida o en la muerte, pero bajo sus
propias reglas, consciente de su potencial –o la falta de éste—con el “yo”
entregado sin filtros: “Justo es, entonces, que trate de crear algo/ Que me
permita vivir holgadamente/ O que por lo menos me permita morir.” (Parra, 1954)
utilizando las mismas palabras, la jerga coloquial, el tono de confesión. “El
antipoema es una contradicción, un contratexto. No es sólo resultado de la
reflexión, sino todavía más de una búsqueda llevada a cabo en la práctica
poética misma” (Schopf, 1994, p. 2). Más
importante aún es destacar que los antipoemas se inclinan hacia lo cómico desde
el humor negro, desde la ironía, el sarcasmo, pues éstos permiten observaciones
agudas de la realidad y crudeza que matizada con el humor crea imágenes
fuertes: “Me parece que el éxito será completo/ Cuando logre inventar un ataúd
de doble fondo/ Que permita al cadáver asomarse a otro mundo.” Schopf acierta
en decir que “su negación -irónica, paródica, perifrástica, humorística,
cínica- libera capacidades expresivas, representativas, referenciales que no
existen en el uso positivo o directo de sus medios o materiales” (Schopf, 1994,
p. 2)
Nicanor Parra termina el poema con una observación en la
cual continúan figurando el lenguaje coloquial y la expresión casi doméstica de “me duelen
las piernas”. Éste es uno de los mayores rasgos de su creación
poética, en especial en la tercera parte del libro Poemas y Antipoemas, a la
cual pertenece el poema Madrigal. Este
humor permite la expresión libre porque el ridículo niega al melodrama. Schopf
afirma que el humor de esta antipoesía sumado al lenguaje coloquial es ahora
“la (des)figuración que (in)comunica las emociones generadas en la experiencia
y su contexto” (Schopf, 1994, p.4), y vemos a una voz lírica que desnuda su
mundo emotivo, llevándonos desde lo onírico hasta una realidad que la
atraviesa, haciendo poesía negando la ficción: “Estoy seguro de que mis piernas
tiemblan,/ Sueño que se me caen los dientes/ Y que llego tarde a unos
funerales.” (Parra, 1954).
Este poema es vital aunque el tono sea intimista; el
lenguaje coloquial, los recursos literarios prácticamente minimalistas y la
ironía se manifiestan frente al lector. El prodigio de Parra es único por la
perspectiva desde la cual contempla al mundo, porque no necesita más negaciones
que la que se crea desde su antipoesía, no necesita negar la realidad con
muchas figuras retóricas, ni metaforizarlo todo porque las imágenes que retiene
son metáforas vivas que trascienden al texto. Schopf, como estudioso de la
antipoesía, intenta encontrar los rasgos comunes entre textos diversos de Parra
y señala mayormente la libertad como guía de la creación poética, una fuerza
creativa que no puede, ni quiere vivir dentro del canon.
Nicanor Parra utiliza recursos que se
alejan de la función retórica a través de rupturas con la estructura. Con la
épica de lo cotidiano y con la
naturalidad que se alimenta de imágenes cercanas puede esbozar a través
del ritmo versos que golpean la sensibilidad de los lectores, donde
se juega desde la forma —que parece no adaptarse— donde se escucha a la voz
lírica acercarse con tenacidad.
Madrigal
Gracias a un truco que me permitirá fijar las imágenes
En un espejo cóncavo. O convexo.
Me parece que el éxito será completo
Cuando logre inventar un ataúd de doble fondo
Que permita al cadáver asomarse a otro mundo.
Ya me he quemado bastante las pestañas
En esta absurda carrera de caballos
En que los jinetes son arrojados de sus cabalgaduras
Y van a caer entre los espectadores.
Justo es, entonces, que trate de crear algo
Que me permita vivir holgadamente
O que por lo menos me permita morir.
Estoy seguro de que mis piernas tiemblan,
Sueño que se me caen los dientes
Y que llego tarde a unos funerales.
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Parra, N. (1954). Poemas y antipoemas. Nascimiento, Santiago
de Chile.
Schopf, F. (1994). Las huellas del antipoema. Revista
Iberoamericana.
Uribe, A. (1967). Como un herido a bala. La Nación, Santiago
de Chile.