martes, abril 15

¿Series televisivas? También desde España


No hay punto de discusión: el hambre de ficciones la atiende, a plenitud, la televisión en nuestros días. El serial de televisión, primo hermano de la telenovela y de la novela por entregas del periodismo decimonónico, ha captado los gustos masivos. Yo lo entiendo perfectamente como expresión de una cultura que se ha ido distanciando de la narración impresa para instalarse en lo audiovisual. Algunos podrían sostener que en el fondo late la misma necesidad: la de matizar la ordinaria vida cotidiana con historias que permiten al receptor —del medio que sea— poner colores y diferencias en sus coyunturas precisas. Lo que le ocurre a seres imaginarios, desde la raíz griega del phobos, bien podría ocurrirnos a cada uno de nosotros, y por eso gozamos y sufrimos con ellos.

La oferta múltiple en la que los Estados Unidos se ha aplicado en años recientes, no es exclusiva del país norteamericano: recuerdo con entusiasmo las inglesas como Yo, Claudio, de 1976 y Principal sospechoso, de 1992, que me permitió admirar a Helen Mirren, antes de que se ligara a la imagen de la reina Isabel II, en su inolvidable versión cinematográfica de The Queen. Eran tiempos en que se creía que todo lo británico venía con calidad (ya habíamos recorrido períodos de su monarquía por iniciativas de la BBC, de Londres).

Americanizados como somos, tal vez no hemos apreciado las otras fuentes creativas de material televisivo. Yo ingresé al mundo de Henning Mankell cuando encontré la serie sueca Wallander, construida a partir de las novelas de este maestro del mundo policiaco, en esa interacción propia de nuestro tiempo que no descarta el libro, simplemente invierte el orden. Lo habitual es que la lectura de una narración vigorosa nos haga anhelar la versión en imagen de esa historia (admitiendo los riesgos de la decepción frente al producto de esos segundos y terceros creadores que son  cada guionista y director de cine); ahora, un producto audiovisual nos interroga por el punto de origen en un libro.

España no se quedó atrás —o tan atrás, no puedo discutir la amplitud de lo que ese país ha hecho para su televisión— pero sí puedo recordar la hermosa Verano azul, de los ochenta, que conmocionó el mundo infantil español y, naturalmente, Cuéntame cómo pasó, que nos entrega en el presente su decimoquinta temporada. ¿Cómo pudo ocurrir un fenómeno televisivo de semejante envergadura?


Casa adentro

Satisfactoriamente puedo dar el testimonio de que la sigo desde ese 2001 de su arrancada, cuando la ya mítica familia Alcántara se reunía en torno del televisor para ver el descenso de Armstrong y Collins en la luna, es decir,  en 1969.  La intención que ha mantenido fiel a su audiencia desde entonces ha sido recorrer la historia de España, desde su última etapa franquista hasta donde dé la sábana (en la actualidad, vamos por 1982). Los Alcántara encarnan una familia de clase media baja, con el clásico origen de pueblo que por prosperar va a la gran ciudad, Madrid, y se instalan en el imaginario barrio de San Genaro.  En ese espacio irán adentrándose en el molde de vida urbana que paulatinamente desquiciará los valores tradicionales. 

El punto de partida de esta minuciosa y dinámica manera de historiar los fenómenos más notables de un país y del mundo, es ese señero 1969. Para entonces, el gobierno del “Caudillo por la Gracia de Dios” llevaba treinta años y pese a la aparente tranquilidad general, las heridas de la Guerra Civil seguían abiertas. Los Alcántara provienen de una familia de republicanos, el padre y dos hermanos de Antonio murieron y fueron infamados como “rojos” y esa mancha flota por encima de los esfuerzos del padre de familia. Los hechos de la ficción son minuciosamente elegidos para que muestren la Historia (esa que con mayúscula hace pensar en las marcas de una comunidad): el padre se afana en el pluriempleo, porque las metas de cualquier familia son adquirir un piso, en que el hijo mayor vaya a la universidad, en que se puedan movilizar en un 600, el cochecito de la Seat que revolucionó a la sociedad madrileña.

Las temporadas que avanzan hasta otro año emblemático —1975, el de la muerte de Franco— nos permitieron degustar de esa clase de guiones ágiles que van abriendo de capítulo a capítulo problemas específicos, cuya resolución los ocupa al mismo tiempo que mantienen una veta mayor, la que prosigue en horizontal hacia adelante.  Así vimos a Toni, el hijo mayor, insertarse en el inicial movimiento universitario que exigía reformas; a Inés, la hija, practicar una tempranera vocación teatral simultáneamente a enamorarse del párroco de San Genaro, su barrio; a Carlitos, el pequeño, travesear con su pandilla de amigos.

Una formidable decisión de la serie fue introducir actuaciones precisas de grandes estrellas del cine español. Fue una delicia ver a Fernando Fernán Gómez, José Luis López Vásquez, Agustín González (ya todos fallecidos), al argentino Héctor Alterio, a la bella Emma Suárez (primera tentación extraconyugal de Antonio). La reciente ganadora del Goya, Terele Pavez, fue la madre de Antonio, con quien vimos la recuperación de una relación adolorida y la muerte del personaje.


Ajustes en el camino

Cuéntame cómo pasó ha pensado en todo. La canción “Cuéntame”, en voz de Ana Belén, fue el marco emblemático de su aparición. Con el pasar de los años la serie se fue nutriendo de todas las voces juveniles y profesionales del período,  que han formado una de las bandas sonoras más prolíficas y amplias de la televisión en español. Recuérdese que un año antes de la arrancada —en 1968—, Massiel había ganado el Concurso Eurovisión. En la década transcurrida, hemos escuchado a Marisol, Los Brincos, Joan Manuel Serrat, Palito Ortega, Pérez Prado, Los Panchos, Julio Iglesias y montones más. En la actualidad, la ronca voz de Chabela Vargas le ha puesto más inquina a las escenas del adulterio del sacrosanto padre de familia.

Durante tanto tiempo —trece años de trabajo con el núcleo básico de los mismos actores— se han tomado muchas decisiones técnicas y argumentales para darle vida a la serie. Por ejemplo, se ha introducido dentro de la ficción el documental fidedigno sobre hechos de gran trascendencia —el atentado contra Carrero Blanco, en 1973;  la muerte de Franco, en 1975— de tal manera que los personajes parecen insertados en los grupos de la calle; se los ha hecho viajar a París, a Moscú, a Londres, se los ha llevado a ciertos momentos de suprema fantasía (el encuentro de Antonio con los Reyes Magos).

El destape —ese largo proceso de modernización y apertura— que llevó la píldora anticonceptiva, el rock, las drogas suaves, la educación de la mujer, fue sacudiendo la vida de los Alcántara. La adicción de Inés los hizo sufrir las penas del infierno, los afanes periodísticos de Tony lo han aproximado al peligro: Carlos hizo su servicio militar como cada varón español y, por último, sufrió encarcelamiento injusto por una inculpación manipulada. Los guionistas —desde el trabajo puntero de Eduardo Ladrón de Guevara— empujan los hechos bajo el rasero de autoridades que ponen la última palabra. Hoy se sabe que el triunfo de Felipe González al que asistimos en esta 15° temporada fue reducido en los textos para que los problemas personales tengan más relevancia que los políticos.

Una realidad convincente de Cuéntame es que los actores han crecido y madurado frente a los ojos del espectador.  El delgado e inexperto conserje que era Antonio Alcántara se convirtió en agente inmobiliario, luego en político del gobierno de Adolfo Suárez hasta devenir en cultivador de viñas, su lapso le ha pintado bigote, barba, sienes plateadas. La exquisita Ana Duato, cuya elegancia natural tiene que dominarse para que florezca en ella la luchadora madre de familia que consigue una carrera universitaria y vence un cáncer de mama, exhibe ahora un rostro con arrugas. Carlos, a quien vimos de pantalón corto y haciendo pillerías en su barrio, a su profesor y a su párroco, pasó por una adolescencia típica y se problematizó enormemente en su tránsito por la cárcel. Ya tiene suficiente vida para convertirse en escritor. María Galiana, la actriz de Solas —primera película de Benito Zambrano— que dejó su cátedra de literatura para moverse en escenarios y pantallas, se ha convertido en una real anciana.

Si los premios dicen algo, Cuéntame ha figurado en numerosas listas de reconocimiento nacionales e internaciones (tanto en New York como en Italia y Bulgaria) y el año pasado, en una competición interna, sacó el primer puesto de  las preferencias del público general que la reconoce como “la mejor serie de todos los tiempos” en España.

Con todos estos méritos debo testimoniar que no son muchos los ecuatorianos que se prendaron de la familia Alcántara, lo afirmo desde la inexperta apreciación de televidente de corrillo. Son escasos los círculos donde he podido dialogar sobre las incidencias de su largo camino. Ahora me conformo con tuitear mis observaciones al calor de mi apasionado seguimiento de la serie. Es que yo soy fiel a los Alcántara, hasta las últimas consecuencias.