Fotografía de Ricardo Centeno |
POR DANIEL LUCAS
Marcel Proust afirmó que una vez que un escritor nos ha
puesto en el estado en el cual toda emoción se duplica, en el cual su libro va
a turbarnos como nos turba un sueño, pero un sueño más claro que los que
tenemos cuando dormimos y cuyo recuerdo se prolongará más, entonces,
desencadenará en nosotros todas las dichas y todas las desgracias posibles, que
en la vida nos tomaría años vivir.
La muerte silba un blues (Literatura Random House, 2014), de Gabriela Alemán, es un libro de
relatos que nos cautiva, nos sensibiliza, nos recoge y nos sitúa en los
espacios junto a los personajes, tan cercanos, tal vez por su humanidad, tal
vez porque viven al filo de la sociedad, autoexiliados de las prácticas
sociales más simples o, porque al igual que nosotros, están destinados a la muerte.
Las historias que se presentan son duras, pero en ciertos
espacios, cómicas. La trama es independiente de un relato al otro, pero en
algunas ocasiones una historia es una continuidad de la otra, una suerte de
complemento, redención o reciclaje de conflicto o personajes, al más puro
estilo de Jess Franco, como lo advierte la escritora en el prólogo.
Gabriela nos hace vivir junto a sus personajes todas las
dichas y todas las desgracias de una vida entera. Un libretista derrotado por él mismo,
porque es incapaz de interpretar las señales que pronostican su fracaso. Una
mujer extranjera que intenta reacomodar su vida en la selva ecuatoriana
mientras se redefine a sí misma. Un viejo actor, asilado en una casa hogar,
intenta reivindicar su historia, pero, finalmente, es engañado. Una mujer que adquiere
una suerte de don o superpoder, finalmente se entrega, de manera voluntaria, a
los brazos de la muerte.
Estas son solo algunas de las historias de fracasos y
derrotas, de locuras y fantasmas que Gabriela recrea a partir de hechos tan
cercanos y fantásticos como la invasión extraterrestre a Quito que, a mediados
del siglo XX, culminó con un saldo de muertos y una radio de la capital
quemada, la idea de seres humanos superdotados o el inminente desastre de un
huracán.
"Un extraño viaje", el primer relato de este cuentario, es la
ficción que nace desde un hecho real. El 12 febrero de 1949, Radio Quito
transmite una adaptación criolla de la novela de Herbert George Wells, La
guerra de los mundos, en la que se cuenta que los extraterrestres están invadiendo
la capital. Leonardo Páez fue el responsable de la adaptación de la novela que
acarrearía la quema del edificio donde funcionaba diario El Comercio, luego que
los quiteños descubrieran que habían sido burlados. Lo interesante es que la
misma historia once años atrás en un hecho muy similar y de la mano de Orson
Welles, había causado pánico en el este de Estados Unidos. Como hecho curioso,
Jess Franco colaboró con Welles y culminó la película que dejó inacabada y que
terminaría llamándose Don Quijote de Orson Welles.
El valor estilístico de este cuento es maravilloso. La
narración de la historia está acompañada por la locución en vivo de los hechos, que supuestamente suceden en Latacunga y Cotocollao. Es casi imposible no creer
en lo que se cuenta, tanto como lector o ciudadano; no hay duda que el hecho es
increíble, y hasta absurdo, pero la reacción resulta comprensible una vez que
se lee.
Personajes extranjeros en un entorno conocido
Los personajes de La muerte silba un blues acarrean una
constante apatía con su entorno, una suerte de extranjerismo en un hábitat que
debería serles familiar, son personajes fracasados o derrotados, embarcados en
una carrera consciente y deliberada hacia la muerte.
En su conceptualización funcional, un extranjero es alguien que viene de un país de otra soberanía, sin embargo, existen otras propuestas.
Como aquella de actitud presente en sujetos sociales a quienes la realidad les
parece absurda y por consiguiente, se sienten incapaces de asumir prácticas
sociales tan comunes como conocer gente y establecer amistades. Este autoexilio
voluntario y deliberado, convierte a los sujetos en "extranjeros" de su propio
entorno.
Esta caracterización está presente en el señor Meursault,
personaje de El Extranjero de Albert Camus, quien, luego de cometer un crimen,
nunca demuestra algún sentimiento de injusticia o arrepentimiento, es decir,
construye una pasividad que demuestra un enajenamiento de la realidad y una
espera promisoria de la muerte como escape.
Si bien Camus se refiere a este nuevo hombre que nace en el
seno de una sociedad que intenta asimilar la vida sin guerras, donde el
individuo ha sido marginado y su
voluntad arrebatada, el sentimiento de apatía generalizado con el que construye
esta actitud de extranjerismo está presente como característica en la
construcción de los personajes que plantea Gabriela Alemán en La muerte silba
un blues.
Esta constante apatía social es una más de las líneas
conceptuales que unen a este libro de relatos con la obra de Jess Franco. La
esencia del trabajo del director español se evidencia en una propuesta gráfica como
el cine gore, por ejemplo, que explota la vulnerabilidad y fragilidad del
cuerpo humano. Alemán lo transforma en una característica de la actitud con la
que sus personajes enfrentan a la vida y a su otro; una línea visible, también,
en 5 ways to Dario, documental del director guayaquileño Dario Aguirre.
En los relatos encontramos personajes tipos, hombres y
mujeres sin nombre ni identidad definida, descritos únicamente por facciones
físicas como: mujer de rostro ovalado, ojos almendrados, formas blandas. ¿La
intención? El reciclaje de actores en el cine y la relación e identificación
con los personajes en la literatura. Cualquier persona puede ser una mujer de
rostro ovalado o un hombre de rostro triangular.
Los personajes están destinados al fracaso. Un libretista
intuye su desgracia cuando su jefe le pide que falsee un hecho para un programa
de radio. Cuando le piden que narre una pelea de box que ocurría tres días más
tarde, él se pregunta: "¿quién vive en un mundo ideal?". Como advirtiendo un
desastroso futuro que se formaba frente a él, pero que es incapaz de detenerlo.
Una mujer adquiere un don o superpoder, ella puede ver el
interior de una persona, todo su torrente sanguíneo, observar los minúsculos
almohadones rojos que se atropellan por miles dentro de la yugular de las
personas. El fracaso, sin embargo, es una decisión deliberada. Ella, una mujer
de 46 años, decide que el "don" que adquirió es una maldición, que está sola y
es ella misma la que, a través de este poder, avizora su propia muerte. Ella
asegura que ha fracasado en cuestiones sociales tan básicas como hacer
amigos o trabajar, hasta tener una
familia, atribuyendo su fracaso al don o maldición que carga. Finalmente, luego
de haber encontrado a alguien a quien amar, ella decide que es mejor amar a
otro, que su actual pareja no vale la pena porque no es un derrotado como ella,
así va y busca a alguien como ella, alguien destinado a la muerte, al fracaso, y
busca la derrota como una suerte de clímax de vida.
La constante de este libro son los personajes que necesitan de otros para
definirse así mismo, para encontrar su Yo y enfrentar al mundo. Personajes
incapaces de conseguir amigos, incapaces de amar, de lograr relacionarse y
encajar en la sociedad que critican. Un sentimiento de no pertenecer a su
entorno, de ser extranjero en un ambiente conocido, sentimiento implícito en la
obra de Franco, exiliado en París luego de las innumerables censuras en la
España de Francisco Franco.
El título de la obra, La muerte silba un blues, se transforma en la metáfora
perfecta, una suerte de presagio del devenir de sus personajes. La muerte
cautiva a los hombres a través de un blues, los llama a través de una melodía
cautivante, triste e hipnotizante, como el mejor de los encantadores de
serpientes. La muerte encanta a los hombres, los llama con un silbido que suena
a blues.