La novela de
Joaquín Gallegos Lara puede ser apreciada y analizada como una producción
literaria enmarcada en la corriente del realismo social ecuatoriano, como una
novela urbana que da cuenta de la vida del habitante del Guayaquil de
principios de siglo, o como un Bildungsroman: término acuñado en la crítica
literaria para definir un género en el cual se centra en el crecimiento físico,
psicológico y moral de los personajes principales. Para propósito de este
ensayo se tomará como punto de partida el análisis de Las cruces sobre el
agua: su clasificación genérica como Bildungsroman y los cambios en sus
protagonistas.
Bildungsroman
significa, literalmente, novela de formación o de educación; la palabra en sí
proviene del alemán, siendo allí su nacimiento y desarrollo como género. La
formación del personaje puede ser entendida como la creación del hombre, según
aclara Rachel Birk en un estudio sobre el Bildungsroman. Éste surgió como
descripción de la novela de Goethe, Los años de aprendizaje de Wilhelm
Meister, siendo la primera novela de formación publicada, en 1795-96.
Aprendizaje tiene muchas connotaciones, entre ellas la formación, la educación
y el trabajo, un Bildungsroman se caracteriza por el crecimiento, la educación
y el desarrollo de su personaje en el mundo y posteriormente dentro de sí
mismo. El término para designar, en la crítica literaria, a las novelas de
estas características surge a principios del siglo XX.
La novela Las
cruces sobre el agua apareció, en Guayaquil, en 1946. Jorge Enrique Adoum,
en el estudio introductorio a Los que se van titulado Generación del 30,
escribe de Las cruces… citando al novelista chileno Mariano Latorre: “Las
cruces… escapa, en parte, y entre otras razones por ser una de las obras con
que culmina la novela realista de ambiente urbano en el Ecuador, al
esquematismo de la literatura de ambiente rural. Los personajes no están
‘hechos’ desde el comienzo sino que se van formando: crecen desde la infancia,
observan la realidad, dudan, toman conciencia, actúan.” En este pequeño
fragmento, con el que Adoum empieza también el prólogo de la novela en la
edición de la Colección Media Luna de la Campaña de Lectura Eugenio Espejo, se
visualiza ya la caracterización de Las cruces… como perteneciente al género
Bildungsroman; en esta novela los personajes crecen a la par que su
cuestionamiento hacia el ambiente que los rodea. Adoum continúa: “Gracias a un
doble personaje central –Alfredo Baldeón, hijo de panadero, mecánico y obrero
del pan después, y Alfonso Cortés, de clase media, estudioso y amante de la
poesía y de la música- Gallegos Lara distribuye entre ambos la acción y el
pensamiento: ideológicamente identificados y unidos por una amistad intacta,
Cortés puede decir las frases ‘literarias’, siempre sobrias, que en boca de
Baldeón habrían parecido retórica del autor.” En este punto cabe resaltar un
acierto de la prosa de Gallegos Lara en Las cruces…, la introducción de un
personaje con un nivel de educación alto e involucrado en las cuestiones de la
ideología de izquierda, le permite al autor introducir su propia línea de
pensamiento en la obra, de manera que el lector las perciba “entre líneas” y no
se note una actitud adoctrinante de una voz intrusa que puede ser vista en
novelas como Cumandá o Don Goyo.
Comentando la cita
de Adoum, es importante para el análisis de Las cruces… la figura del “doble
personaje central”, ya que de alguna manera esto difiere un poco de la
concepción clásica del Bildungsroman. Si la novela de Gallegos Lara centrara su
desarrollo en la figura de Alfonso Cortés, por ejemplo, estaríamos ante un caso
diferente, la novela discurriría por el crecimiento de la vida de un hombre de
gran sensibilidad y probablemente se la analizaría bajo la premisa de un
Kunstlerroman, o novela del artista.
En el afán de
ubicar un texto que se alimenta de cierta tradición romántica podemos decir que
cuando orbita alrededor de Alfredo Baldeón la novela de Gallegos Lara puede
leerse como una fatalista Bildungsroman mientras que cuando lo hace entorno a
Alfonso Cortés puede entenderse como una suerte de Künstlerroman. Este hecho,
aparte de dar cuenta de la ambición totalizadora de la novela (pese a que no se
trate de una novela total sino de una adaptación al molde de la novela
socialista) en la que el autor procura englobar a buena parte de la sociedad
guayaquileña en un intento un tanto divagatorio, destaca el papel crucial del
dualismo como eje protagónico.
La novela de
Gallegos Lara se aleja, de esta manera, de la concepción del lector neófito de
que su contenido es exclusivo de las acciones del fatídico día del 15 de
noviembre de 1922, sino que se devela la identidad de Las cruces… como la
novela del Guayaquil de comienzos de siglo, donde se narran los acontecimientos
diarios, las enfermedades, el transporte, los inventos de la época, la pobreza,
el desencanto y una vida económica de las clases medias bajas yéndose a pique.
La acción transcurre entera en una ciudad, antes de Las cruces… solamente Pablo
Palacio y Humberto Salvador lo habían hecho, ambos con novelas breves.
Gallegos Lara vio,
cuando niño, la matanza del 15 de noviembre y a lo largo de su vida militó
activamente en la izquierda ecuatoriana, no solo como escritor. Los personajes
tienen una capacidad de amor, humor y ternura, pocas veces visto, hasta ese
entonces, en la literatura ecuatoriana. Birk, en su estudio sobre el
Bildungsroman, señala que un aspecto de la vida en la ciudad es el amor y
usualmente su primera experiencia es en el campo del amor. En otro estudio J.
Buckley señala que por lo general existen dos amores, uno que degrada o
envilece, y otro amor que exalta. Y es entre el amor que rebaja o desilusiona y
el desencanto con la ciudad que se dan los pasos propicios para el desarrollo
de los personajes, y que en Las cruces… adquiere gran importancia en Alfonso y
Alfredo.
En la novela se
describe el recorrido vital de dos guayaquileños: Alfredo Baldeón y Alfonso
Cortés. El primero es hijo de Juan y de Victoria. Vive en una casa paupérrima
del barrio del astillero de Guayaquil. A corta edad se enrola en el ejército
para luchar en Esmeraldas. Allí, además de aventuras militares, tiene sus
primeras aventuras amorosas. Después de un año decide regresar a Guayaquil. En
esa ciudad trabajará duramente tanto en un taller como en una panadería. Se
enamora de Leonor, una chica que vende cigarrillos en la calle. Tras un corto
viaje al Perú en compañía de su tío, decide regresar a Guayaquil, donde se casa
con Leonor. Los malos tratos que sufre en su trabajo y las continuas rebajas de
las pagas, hacen que renuncie a la panadería y decida instalarse por su cuenta.
Se dedica a fabricar pan con un compañero que tiene un horno, y a venderlo en
el centro de la ciudad. Alfredo, Leonor y su madre viven en una casucha junto
al basurero municipal. De Alfredo se hace en la novela un pequeño retrato en su
juventud, el narrador, con ternura maternal lo describe: “Y Trinidad puso la
mano en la cabeza erguida de su pequeño zambo, de mirada viva y pies descalzos,
reidor, con la camisa fuera del pantalón de sempiterno largo al tobillo, y en
la muñeca un jebe. A Alfredo el patio le olía a tierra húmeda y la mano de su
madre a jabón prieto”.
El otro personaje
principal es Alfonso Cortés que pertenece a la clase media baja y es desde
pequeño íntimo amigo de Alfredo Baldeón. Intelectual por inclinación, intenta
continuar sus estudios en la escuela Vicente Rocafuerte, pero la difícil
situación económica por la que atraviesa su familia se lo impide, y comienza a trabajar
como tinterillo. Posee habilidades musicales. Se enamora de varias chicas, pero
el amor de su vida es Violeta, la vecina de arriba de su casa, su relación es
la de un amor burgués basado en la comunicación. Alfonso es un joven de visión
pequeño-burguesa, con estudios y metas en su vida, puede ser visto de esta
manera como un alter-ego del autor.
En 1922 la
situación social en Ecuador está a punto de estallar. Los sindicatos de obreros
de Guayaquil deciden ir, uno tras otro, a la huelga. Alfredo encabeza la lucha
de los panaderos. El 15 de noviembre salen a la calle a manifestar su protesta
contra la carestía de alimentos, la subida del dólar y los sueldos de hambre.
El gobierno decide reprimir las manifestaciones, y el ejército comienza a
disparar sobre la multitud de obreros, mujeres y niños. En la refriega, tras
combatir heroicamente, muere Alfredo Baldeón. Ese mismo día, su mujer, Leonor,
muere al dar a luz a un niño muerto. Por otro lado, Alfonso Cortés, que
simpatizaba con las reivindicaciones de los obreros, no se lanza a la calle por
los ruegos que le hace su familia, aunque al enterarse de la desaparición de
Alfredo va inmediatamente a buscarlo. Una vez que se calma la situación,
Alfonso decide romper su noviazgo con Violeta, pues considera que esa joven
carece de sensibilidad social. Tras un largo viaje en compañía de su madre,
regresa a Guayaquil, ciudad que ve transformada por la riqueza que manifiestan
los edificios del centro de la ciudad, y por el continuo agrandarse de los
suburbios de obreros. Al ver unas cruces sobre el agua del río Guayas, pregunta
qué significado tienen; un negro estibador le explica que se colocan allí todos
los 15 de noviembre, en recuerdo de los muertos que los militares echaron al
río después de la cruenta represión anti-obrera.
En una novela de
corte “socializante” y de concepción machista acerca del amor como Las
cruces sobre el agua (donde la amenaza del incesto envuelve a varios
personajes hasta que se consuma cuando el grotesco Malpuntazo viola a su
hermana Margarita, sentimentalmente ligada a Alfonso, en un acto que sirve de
punto de inflexión al precipitar el resto de la novela hacia la crueldad) es
especialmente significativo que sea Alfonso, quien sacrifica su amor por
Violeta luego de perder a Margarita (personaje que, como emblema de la
degradación moral y económica que vive la sociedad guayaquileña, termina como
prostituta) el personaje que se convierte en el portador de la identidad y el
patriotismo. Su convicción y su sacrificio carnal lo asemejan a la música en el
carácter a la vez intenso e incorpóreo que le asigna Joaquín Gallegos Lara.
El hecho de que
Alfonso sea un músico y no un escritor -como puede pensarse que le
correspondería si se lo considera una proyección del propio autor- o algún otro
tipo de artista responde a la concepción específica de arte empleada por
Gallegos Lara en Las cruces sobre el agua. Que el patriota nace y no se
hace es una de las conclusiones que pueden derivarse de los actos de Alfonso
quien desde niño fabricaba cometas envueltas en los colores de la bandera
nacional. Lo mismo ocurre con sus habilidades musicales. De muy joven fue capaz
de componer una melodía, que salió de sus labios como un silbido espontáneo, en
la que se fusionaban los espíritus y los ritmos de la sierra y la costa del
Ecuador.
Las cruces sobre
el agua es una novela en la que el lector es testigo
del desarrollo de dos personalidades antagónicas (¿acaso una representación por
separado de la compleja naturaleza humana?): Alfredo Baldeón y Alfonso Cortés,
amigos de toda la vida que fluyen hacia un punto en común: la militancia
política y la matanza del 15 de noviembre. A través de estos personajes,
Gallegos Lara retrata a la sociedad guayaquileña de principios de siglo, no
intenta un relato sobre la matanza sino que prefiere un recuento de la vida de
personajes que transitaron por el Guayaquil de la época, con sus angustias,
temores, relaciones y amores. Las cruces sobre el agua es también un
intento de dar una respuesta a la interrogante de cómo actuaría tal o cual
clase social en el caso de verse envuelta en una jornada de violencia como la
del 15 de noviembre.