POR. CARLOS VILLAFUERTE.
Después de mucho pensar, he decidido titular este breve
ensayo como Cristian Cortez o un teatro de fibras; y ¿a qué me refiero con
teatro de fibras? pues haciendo un poco las veces de Adán, he querido ponerle
nombre, quizás de manera arbitraria, a lo que como lector/espectador
experimenté con las piezas teatrales de Cristian Cortez.
Considero que la desautomatización, esa idea que heredamos
de los formalistas rusos sobre los efectos que causan en el lector los buenos
textos literarios, es clave para entender los efectos de la escritura de
Cristian Cortez.
Ya sea poniendo en escena historias del maltrato a las
mujeres, en Descalzas, o contándonos el drama de tres migrantes en un frío
Nueva York con Cucarachas, las piezas dramáticas de Cortez están construidas de
tal manera que desautomatizan al lector/espectador, lo sacan de aquella
comodidad en la que el lenguaje cotidiano lo ha instalado y al mismo tiempo,
aquí viene lo de las fibras, hacen resonar las fibras más sensibles de nuestra
humanidad, provocándonos toda clase de emociones catárticas.
Tomemos como ejemplo el monólogo de Billy, personaje de
Cucarachas, una de las piezas más representativas del libro que estamos
presentando esta noche:
[…] Claro que yo te quiero, China, todas las noches sueño contigo… aquí no me voy a morir del frío del invierno, sino de miedo que lo nuestro se enfríe […]
Aquí salta a la vista el ingenioso juego de palabras que
caracterizará toda la dramaturgia de Cortez, un recurso retórico que le otorga
ritmo y fuerza al monólogo y que toma en cuenta también la importancia de los
silencios como ese espacio de interacción con el espectador. Volvamos a poner
como ejemplo el mismo monólogo, pero unas líneas después de la cita anterior,
en el momento en el que Billy pide hablar con su hija pequeña, que está en el
Ecuador.
[…] Aló… aló mijita… ¿Si sabes quién te habla? Soy yo… soy el papá… Dana… Danita soy el papi… Danita soy tu papá… Aló… China, la bebé no me reconoció la voz, no me reconoció… ¿Ya no se acuerda de mí? ¿Y tú? No me has contestado ¿Si me quieres Chinita? Júramelo… Júramelo… Aló […]
Como vemos, en los silencios en esta, la parte final del
monólogo, radica la fuerza dramática del texto, ya que en primer lugar permiten
al espectador entrar en el juego de la imaginación sobre lo que podría suceder
al otro lado de la línea, en el lejano Ecuador de Billy; y en segundo lugar
enfatizan la soledad que vive el personaje en la inhóspita Gran Manzana.
Es clara entonces la habilidad de la pluma de Cortez en lo
que se refiere a la construcción del texto, que aún puede desautomatizar al
lector/espectador pese a que en muchos casos
construye desde el registro del lenguaje coloquial, cotidiano o de la calle.
Tomemos nuevamente como ejemplo de ello otro monólogo, el de Don Sucre, uno de
los personajes de la pieza teatral Lagartos, lagarteros, lagartijas, obra con
una fuerte carga social y costumbrista, cuyos personajes desde la marginalidad
viven sus últimos momentos en un parque del centro de Guayaquil antes de la
llegada del nuevo milenio, de la dolarización y del desalojo del sitio por una
regeneración urbana que plantea un ordenamiento de la ciudad y una limpieza
social del centro de la urbe porteña, esto último nos recuerda también a la
clásica novela de Jorge Velasco Mackenzie, El rincón de los justos:
[…] Cuando ese reloj marque las doce de la noche del treinta y uno de diciembre de mil novecientos noventa y nueve, ya nada será igual. El único consuelo que me queda es que yo no lo he de ver, yo ya no duro, no estoy en esos trotes […] los doctores dicen que me van a salvar, los economistas dicen que me van a salvar, el mismito San Vicente le ha dicho a mi señora que me va a salvar, pero yo sé que de este año no paso […]
Cortez consigue plasmar con naturalidad la oralidad del
discurso de su personaje, el que por momentos se convierte en una metáfora de
nuestra desaparecida moneda nacional, en armonía con el carácter costumbrista y
por qué no de denuncia social de su pieza dramática.
Cristian potencializa la oralidad y el registro coloquial y
lo pone al servicio de las emociones; llegando a lo que Antonin Artaud llamó
metafísica del lenguaje hablado, en su célebre ensayo El teatro y su doble:
[…] Hacer metafísica con el lenguaje hablado es hacer que el lenguaje exprese lo que no expresa comúnmente; es emplearlo de modo nuevo, excepcional y desacostumbrado, es devolverle la capacidad de producir un estremecimiento físico, es dividirlo y distribuirlo activamente en el espacio, es usar las entonaciones de una manera absolutamente concreta y restituirles el poder de desgarrar y de manifestar realmente algo […]
Y ya que mencionamos a Artaud, es necesario también hacer
hincapié en la puesta en escena sugerida por Cortez. Artaud llamó poesía del
espacio a ese lenguaje que no abarca el texto, que tiene tanta importancia como
este, que está al servicio de las emociones del espectador y que fue la base
del llamado Teatro de la Crueldad:
[…] Esa poesía, muy difícil y compleja, asume múltiples aspectos, especialmente aquellos que corresponden a los medios de expresión utilizables en escena, como música, danza, plástica, pantomima, mímica gesticulación, entonación, arquitectura, iluminación y decorado […]
Algunas sugerencias de puesta en escena de Cristian Cortez
son verdaderos retos, como el de Cucarachas, por ejemplo, que según las propias
palabras del dramaturgo debe recordar la escenografía de la película El
gabinete del Doctor Caligari, con electrodomésticos de tamaños gigantescos,
lleno de cachivaches con motivos ecuatorianos y la puerta de acceso al
departamento de los migrantes, que parece más la entrada a una gran nevera por
el frío que hace afuera. Todo esto acentúa la idea de insecto-persona, guiño
por supuesto de Kafka, presente a lo largo de la pieza teatral.
Otras, en cambio, son bastante sencillas pero igual de
atractivas a los sentidos, como por ejemplo la de La clase sándwich, inspirada
en el clásico Delirio a dúo de Eugene Ionesco, en donde los personajes discuten
ambientados por sonidos de bombas y protestas que recuerdan a los disturbios
por las medidas económicas del gobierno nacional en el año noventa y ocho.
Para finalizar, es necesario dar cuenta de la innegable
carga de crítica social presente en las piezas teatrales de Cristian Cortez y
que nos invitan a la reflexión, lo que armoniza con el pensamiento del crítico
literario George Wellwarth que asegura que:
[…] el teatro no existe solo para celebrar lo que está bien, y enviar al espectador a casa satisfechísimo de sí mismo, sino para protestar contra lo que está mal e incitarle a que piense, y en consecuencia actúe, para mejorar la sociedad en la que vive […]
Y a fin de cuentas, si mueve a la reflexión, se ha tocado
una fibra más del espectador, y por eso la obra de Cristian Cortez es el teatro
de las fibras.