POR: MARÍA FERNANDA AMPUERO.
Marcela es –tiene que serlo- la hija favorita de alguna
diosa.
No se explican de otra forma tantos dones reverberando en un
mismo cuerpo, en unos mismos ojos de uva negra recién lavada. Pero si hay que
quedarse con un don, quizás el más espectacular es el de la risa. Su risa
-efervescente, gozadora- niega el desamor.
Marcela Noriega ríe como si nunca hubiese llorado.
Pero la mujer que ríe -y se le forman unos increíbles
hoyuelos de bebé- también escribe y la escritura es el vehículo por el que se
muestra como realmente es: sensible, vulnerable, melancólica,
interrogante.
Mi risa no significa la fe, más bien es el desaliento hecho mueca, la compresión del vacío que me rodea, los años expresados en un estertor.
El verso anterior es uno de los veinticinco epígrafes que
abren cada capítulo de Pedro Máximo y el círculo de tiza, la primera novela de
esta escritora guayaquileña, conocida sobre todo por su trabajo periodístico,
su deslumbrante poesía y por ser alter ego de Lilith, la columnista de sexo que
incendia la revista SoHo.
La novela, resumiéndola mucho, es la historia de una mujer
que quiere entender qué vida tuvo su padre para ser el déspota que es y al
mismo tiempo la de un hombre prisionero de sí mismo que no es capaz de alcanzar
–amar- a nadie.
Pedro Máximo, el protagonista, está inspirado en el propio
padre de Marcela, fallecido hace 11 años. El año pasado, 2011, a los 33 años,
la escritora sintió que en los números había una señal cabalística y se dejó
llevar por esa historia -la suya- que quería salir, que necesitaba poética,
cierres. Decidió contar para curar, así que hurgó en su inconsciente, en la memoria
familiar. Llenó los vacíos con ficción, convirtió los sueños en símbolos
poderosos, reinventó la realidad para entenderla y –quizás- enaltecerla.
Escribiendo como quien abre puertas, Marcela dejó salir personajes que eran
también su madre, su padre, ella misma y el hombre al que ama.
-El origen es la historia de mi padre –dice Marcela y se
retracta enseguida-. No, ese no es el origen. El origen es que yo me enamoré de
un hombre que se parece a mi padre y de ahí tuve esa idea del círculo de tiza.
La historia de Pablo y Piedad es la típica historia de una mujer que se enamora
de un hombre que se le parece mucho a su padre y que tiene esa intriga por
saber por qué es así. Mi padre era tan hermético, nunca hablaba. Entonces me di
cuenta de que la historia de mi padre necesitaba escribirla y finalmente se
volvió mucho más importante que la otra.
En Pedro Máximo y el círculo de tiza un pájaro de desamor
sobrevuela cada una de las escenas, incluso las más carnales y voluptuosas. Y
el silencio es un personaje. No cualquier silencio: es ese cargado y resentido
de las casas en las que el marido -el padre- genera miedo. Escribir lo que
estaba oculto en su vida fue para Marcela una terapia y un acto de
reconciliación con su padre, que murió con el carcinoma del rencor hacia la
madre que lo abandonó.
Tal vez por eso, por explicar, por no repetir y por
perdonar, Marcela decidió reinventar a su padre. Aunque doliera, le dio vida
(como hizo él con ella) y luego lo mató en la ficción para ser libre, para,
como explica el psicoanalista Arnoldo Liberman el concepto freudiano de Matar
al Padre:
Los malos hijos, o sea, los buenos hijos: todos intentan matar al padre, ergo, todos buscan su autonomía, su realización, afirmar su ser y desarrollar sus tremendas capacidades.
Desde esa búsqueda, Marcela Noriega escribió su novela.
Ahora, después de unos meses de su publicación y al ver el éxito que ha tenido
sobre todo en grupos de lectura femeninos, lo que quiere la autora es ayudar a
otras personas a vivir esa especie de limpieza interior. Así lo explica ella:
-Estoy desarrollando un método para poder, a través de la
escritura, hacer una sanación espiritual. Cualquier persona puede, no tiene que
ser escritor. Hay que hacer un viaje al inconsciente, no solamente al pasado o
a la memoria, porque ahí es donde está el dolor y todos los demonios que nos
atormentan. Quiero dar un taller para mujeres porque creo que las mujeres no
somos conscientes del poder que tenemos: el primer paso es mirarnos al espejo y
dejar de vivir la historia de los demás (marido, hijos) para contarnos nuestra
propia historia.
“Volar es un ejercicio de soledad”, ha escrito Marcela. Y
ahora lo que busca es propiciar que otras mujeres puedan sumarse al vuelo libre
una vez que estén cerrados sus propios círculos de tiza.
Pero lo primero es lo primero: leer la novela.