POR: ELSA CORTÉS.
A pesar de que el Arte terapia recién existe desde mediados
del siglo pasado, la noción de que la Literatura (al igual que muchas otras
manifestaciones artísticas) es el espacio donde se exorcizan demonios internos,
no es nueva. La idea de que un autor vierta sus pensamientos, frustraciones y
vivencias en sus creaciones, ha sido un verdadero problema para la crítica
literaria, pues hace difícil trazar la línea que divide realidad de ficción y,
por ende, determinar concretamente un objeto de estudio. Es esta compleja
relación entre autor y obra de lo que, al fin y al cabo, se trata Bartleby y
compañía de Enrique Vila-Mata.
A esta obra se la puede presentar como una especie de
catálogo en el que, a base de notas al pie de páginas de un texto invisible
(mas no por ello inexistente), se nos da a conocer la Literatura del No, en la
cual se encuentran todos aquellos autores que decidieron o bien dejar de
escribir o bien nunca comenzar a hacerlo. A pesar de que en ella hay
reflexiones profundas sobre el acto creacional (una poética completa, a decir
la verdad), todas las razones que se presentan para que un Juan Rulfo, un
Rimbaud, un Salinger están íntimamente ligadas con su vida. Por eso, al fin y
al cabo, lo biográfico es también el motor de esta obra.
Ahora, que no los engañe la introducción. No hablaré en este
ensayo sobre las varias vidas de los Bartleby y su decisión de no escribir que
se presentan a lo largo de la novela. Si he mencionado este aspecto es
simplemente para resaltar la importancia de este vínculo humano-libro y, por
ende, de la Literatura-lector.
María Vargas Llosa, en su ensayo La Literatura y la vida nos
dice que «las invenciones de todos los grandes creadores literarios, a la vez
que nos arrebatan de nuestra cárcel realista y nos llevan y traen por mundos de
fantasía, nos abren los ojos sobre aspectos desconocidos y secretos de nuestra
condición, y nos equipan para explorar y entender mejor los abismos de lo
humano» (Vargas Llosa, 2002. Pág. 419). Y es que a través de la Literatura que
logramos experimentar varias situaciones que nos humanizan sin la necesidad de
tener que pasar –en viva carne– por ellas.
Por ejemplo, Marcelo (escritor de las notas al pie de texto
sobre el síndrome Bartleby) nos dice claramente que «Siempre me ha funcionado bien
este sistema de viajar a la angustia de otros para rebajar la intensidad de la
mía» (Vila-Mata, 2000.Pág. 36). Entonces, la literatura se convierte en un
vehículo que permite, al mostrarnos las desgracias ajenas, sentirnos mejor
sobre las nuestras. Claro que no solo mostrará desgracias, sino también
alegrías, injusticias, sufrimiento, goce, y cuanta emoción puede un humano
experimentar. Cuál será la reacción del lector frente a cada una de ellas es
cuestión que va muy aparte de este ensayo y que, probablemente, encuentre
respuesta en la locura de Don Quijote o de Emma Bovary.
Sin embargo, no es solo vehículo que transmite emociones,
pues al arrebatarnos de nuestra cárcel realista se convierte en un espacio para
la fuga, para olvidarnos de lo que vivimos y habitar, así sea por unos
instantes, otra realidad que nos interese más.
Tal es el caso de Juan, único amigo de Marcelo, a quien le gusta leer
porque lo ayuda a desahogarse de su frustrante y aburrido trabajo en el
aeropuerto.
Leer sobre otras experiencias puede curar y entretener.
¿Entonces, qué hará el escribir sobre vivencias que nos han dejado el alma
aruñada? Thomas de Quincey es presentado como un Bartleby que tras haberse hundido en las
drogas logra librarse de su condición de
no escritor atacando al demonio de frente, es decir, escribiendo directamente
sobre él. Tal vez fue esa la cura que
aplicó el mismo Herman Melville: «Es curioso, pero tanto hablar del síndrome de
Bartleby y yo aún no había comentado en estas notas que Melville tuvo el síndrome
antes de que su personaje existiera, lo que podría llevarnos a pensar que tal
vez creó a Bartleby para describir su propio síndrome» (Vila-Mata, 2000. Pág.
44).
Resulta irónico que en un libro que despliega cuánta razón
se puede encontrar para no sentarse a escribir, que justifica la desaparición
de autores y da argumentos convincentes para la existencia de una Literatura
del No, sea, justamente la salida del eclipse literario de veinticinco años de
Marcelo. Sus motivos para dejar de ser un Bartleby son mencionados a lo largo
del texto –al igual que los que tuvo para haberse convertido en uno en primera
instancia–, sin embargo el siguiente es el que encuentro más válido:
Después de apropiarme de las palabras de Fogwill —a fin de cuentas, en estas notas a un texto invisible, me dedico yo también a comentar los comportamientos literarios de otros para así poder escribir y no ser escrito—, apago las luces de la sala, enfilo el pasillo tropezando con los muebles, me digo que no queda mucho para que me acueste por escrito. (Vila-Mata, 2000. Pág. 41)
Entonces, escribir es el acto que permite, por un lado,
desfogar los demonios y, por otro, es una forma de dar identidad. ¿Si se puede
ser escrito por alguien más, se puede uno escribirse? Más de un caso de autores
que se han escrito desfila por este texto. Entre ellos podemos encontrar a
Jaime Gil de Biedma, quien reflexiona sobre sus motivos para escribir,
confesando: «mi poesía consistió —sin yo saberlo— en una tentativa de
inventarme una identidad» (Vila-Mata, 2000. Pág. 16).
Por último, como si fuera poco, es en las letras escritas
(ya sean de nuestra producción o consumo) donde guardamos el conocimiento
humano. Es por esto, dice Vargas Llosa, que debido a que en ella depositamos
nuestras memorias e ideas, es una vasija cultural inigualable: «ese sentimiento
de pertenencia a la colectividad humana a través del tiempo y el espacio es el
más alto logro de la cultura y nada contribuye tanto a renovarlo en cada
generación como la literatura» (Vargas
Llosa, 2002. Pág.408).
Así la Literatura es una terapia contra el olvido, el
conformismo, el ser determinado por alguien más, los miedos propios y el
aburrimiento, contra la vida misma.
VARGAS LLOSA, Mario. La verdad de las mentiras. Punto de
lectura. España. 2002.
VILA-MATA, Enrique. Bartleby y compañía. PDF. 2000.