POR: MARITZA CINO ALVEAR.
Sylvia y Alejandra
nacen en la década de los años treinta. Sus vidas intensas y breves transcurren
paralelamente. Contemporáneas en la escritura
y en su militancia hacia la muerte. Nacen en diferentes países y se
desplazan hacia nuevos espacios geográficos como
reconocimiento a su vocación poética.
Aunque incursionan en otros géneros como cuento y novela,
son recordadas sobre todo por su
lírica. Degustan del estímulo de la fama, pero no se detienen a la hora de anunciar y optar por otra carrera, precisada
en su producción literaria.
Sylvia, visceral-teatral, capaz de descuartizar la
palabra, enlazada a figuras fantasmales
de su infancia, a las que evoca con furor y revancha. Parecería
que el camino que ella decidió transitar a través de su obra, se
convertiría en un desafío al
entendimiento, en un riesgo de
muerte. Una voz en permanente insatisfacción porque como ella dice en su diario: “El no ser perfecta
me hiere”.
Alejandra más cercana a lo
confesional, sus versos maceran
la ceremonia del rito lírico y de la orfebrería filosófica. Es artífice de una poesía que sugiere, insinúa y se profetiza a través de una elegía de contemplaciones
En este escenario Sylvia y Alejandra aparecen y desaparecen,
en un
encuentro-desencuentro
poético, decantado en la
temporalidad de su escritura.
LA CAMPANA DE CRISTAL
La Campana de Cristal (1963), es la única novela de la
escritora norteamericana Sylvia Plath, publicada el mismo año de su muerte, en la que
Esther, protagonista de la obra narra a través de veinte capítulos su
conflictiva existencia. Prosa poética
que plantea cronológicamente gran parte de la vida de la autora y nos pone en
escena a un personaje, que va desde los mayores éxitos académicos y
literarios en el contexto de sociedad norteamericana, hasta el anuncio de sus caídas y recaídas.
En esta clásica novela de Plath, se presentan cuatro
momentos en los que la narradora
menciona la campana de cristal fusionada a su vida, a su cuerpo y a sus miedos;
pero a la vez es Esther- protagonista, quien con su palabra, intenta
atravesar la sonoridad del vacío y
desasfixiarse, para nuevamente quedarse
detenida–escindida frente al escenario de la muerte.
En un estudio sobre esta novela bajo el título “Registro
despiadado de una caída” escrito por Mariano Serrichio y publicado en el suplemento de cultura
argentino “La voz interior”, se expresa:
“La campana de cristal no puede ser pensada como un exorcismo, que le hubiera permitido a Plath seguir viviendo, sino tal vez como un lúcido y despiadado registro. Registro de las inagotables aspiraciones al éxito que promueve la forma de vida norteamericana, y en especial las exigencias universitarias, y de los manicomios con la eterna incomprensión de los doctores provistos de una máquina que le permite quitar las angustias ajenas… La única metáfora que intenta salvar el vacío es la que da título a la novela. Aquí, Plath hace gala de su don poético para depurar en una sola imagen tantas líneas de fuerza, y de esta forma la introduce: “donde quiera que estuviera sentada, estaría bajo la misma campana de cristal, agitándome en mi propio aire viciado”…Así como un día la campana ha caído sobre la narradora, permitiéndole ver a los otros pero no tocarlos, y otro día se retira, siempre queda abierta la posibilidad de que descienda nuevamente. Igualmente en la trama de la novela la campana no se levanta porque sí, sino por una muerte que roza muy de cerca de la narradora, con la apariencia de un sacrificio”.
SU POESÍA
“Soy plateado y exacto. No tengo preconceptos./ Cuanto veo lo trago inmediatamente…Ahora soy un lago. Una mujer se inclina sobre mí,/ Buscando en mi extensión lo que ella es en realidad… Soy importante para ella que viene y se va./ En mí ella ahogó a una muchachita y en mí una vieja se alza hacia ella día tras día, como un pez feroz”., Fragmento del poema “Espejo”
Sylvia Plath, elabora su discurso desde
la ilusión tremendista de la muerte.
Su método teatral y apasionado, nos confunde, cuando en
fragmentos de “Lady Lazarus”,
revela: “Lo logré otra vez,/ Me las arreglo/ una vez cada diez años…Y yo una
mujer sonriente/ Tengo solamente treinta años/ Y como gato he de morir siete
veces… Morir es un arte, como cualquier otra cosa,/ yo lo hago excepcionalmente
bien… Es fácil ejecutarlo en una celda./Es muy fácil hacerlo y guardar la
compostura/.Es teatral. ..
A través de estos versos parecería que estuviera jugando /
jugándosela para que la muerte irrumpa
como una provocación
catártica y no como su exclusiva y definitiva salida hacia
perfección.
EL ESCENARIO DE
ALEJANDRA
En otro escenario Alejandra Pizarnik versifica: Esta lúgubre
manía de vivir /esta recóndita humorada de vivir/ te arrastra alejandra no lo niegues.
La escritora argentina
confesaba que la poesía no era para ella una carrera sino un destino.
También manifestaba en su texto: Piedra Fundamental (1971): “No puedo hablar
con mi voz sino con mis voces”.
Para Alejandra, la poesía era
como una promesa obstinada que no pretendía
eludir, sino a la que se iba acercando- cercando con palabras de sesgo aparentemente
ingenuo.
La voz poética vacila
entre el no decir y el miedo. Un algo o alguien –no precisa-, que la habita y devora sigilosamente:..”El
poema que no digo/ El que no merezco./ Miedo de ser dos/ camino del espejo/
alguien en mí dormido/ me come y me bebe”.
Sus textos también revelan
un deseo de crear relaciones, nexos, ceremonias con el lenguaje que se
pierden en una tentativa inútil ante el placer de unas veces nombrar y otras,
insinuar la muerte. Trampa y escenario de lo oscuro y
fragmentado.
La voz de Alejandra da vuelta-revuelta a signos poéticos
capturados con profundidad y negación.
El lector se encuentra con fisuras
y sentencias de gran poder
elíptico, donde reposa la metáfora del miedo y de la seducción; mientras
otras voces la asedian para así ocultarse del combate con las
palabras: “No/ las palabras/ no hacen el
amor/hacen la ausencia”.
Nuevamente las palabras
provocadoras-mordaces. No para confabular en un acto amatorio, sino para ausentarse y reescribirse
desde la sintaxis de la muerte.
SYLVIA PLATH ( BOSTON,
EE.UU, 1932 – 1963)
ALEJANDRA PIZARNIK (
BUENOS AIRES, ARGENTINA, 1936-1972)