POR: KATHERINE MARTÍNEZ.
El Rincón de los Justos, la novela de Jorge Velasco Mackenzie publicada en 1983, es una de las obras más importantes durante el periodo
innovador que marcó gran parte de la narrativa ecuatoriana. El tema quizás no
lo sea pero lo que sí es cierto es que las voces congregadas alrededor de un
mismo espacio es lo que hace que este relato se mueva como una ola y le dé
diferentes cadencias a la narración. Sin embargo, a través de ella lo prominente
es el estudio de la marginalidad. Sí, es una novela de espacios marginales más
no considero que los personajes que la contienen lo sean. Es decir, que,
estamos enfrentándonos a una novela de dobles espacios: el espacio físico y el
espacio mental. En su ensayo, El Rincón de los Justos: Novela de la
marginalidad, Cecilia Ansaldo nos habla que el lector debe tener por lo menos
un marco teórico para poderse enfrentar a este tipo de novelas: las
innovaciones tanto estructura como los cantos de los narradores cohesionados y
las bifurcaciones que llevan al encuentro de los espacios que se hallan dentro
de la obra de Velasco. Podría decir que, claramente no es una obra que sale
como último resultado del Boom latinoamericano (fragmentos, rompecabezas de
piezas inconexas, temáticas con diversos niveles de plurisignificación y el
arte de sugerir) pero no se aleja de él. Es un relato que se mueve en su propia
concepción: está Matavilela como el mundo total y están cada uno de sus
habitantes en colectivo viendo y haciendo de su cotidiano estar algo que se
pueda relatar. Y está tan a piel como cada una de las piezas que la componen.
El Rincón de los Justos, dice Ansaldo y titula como “Novelas
de Guayaquil”: (…) Así, Joaquín Gallegos Lara se introdujo en el Barrio del
Astillero, en los sectores apartados, en el Puerto Duarte de Guayaquil de
comienzos del siglo, y en su inmortal obra Las cruces sobre el agua consiguió
configurar un ánima plural, de clase, al mismo tiempo que daba vida individual
a sus personajes. Con El Rincón de los Justos estamos frente a una novela
heredera de esa estirpe: lo singular frente a lo colectivo. En ella prevalece
lo grupal por encima de los caracteres individualizados de pléyade de
personajes que contiene.1 Sin embargo, yo veo a Matavilela como la Comala de
Juan Rulfo: recordemos que Comala es una tierra muerta, cantada por los
murmullos y los ecos que resuenan desde el inframundo. Las voces emergen desde
el mundo de los muertos; Juan Preciado un Orfeo contemporáneo que busca a su
padre; el mismo padre del infierno que fue y seguirá siendo Comala después de
su muerte, el rencor vivo Pedro Páramo. Mientras que Matavilela es esa parte de
Guayaquil muerta, pero al mismo tiempo tan latente como las voces que nos
hablan desde este pequeño averno en donde el carnaval es el estado permanente
de sus habitantes, que para mí, también están muertos gracias a sus
existencialismos, pero tan vivos para visitar el pequeño lupanar y a la memoria
fotográfica de la vieja Saraste:
La novela como concierto: las voces narrativas entregan desde sus respectivos puestos la configuración espiritual de Matavilela, aquella parcela donde se mata la vida, donde todos la matan desde el cinismo, la violencia, el vicio y la desesperanza.2
Hablando un poco de cómo crece la narración a medida que nos vuelve más profundo el
camino a Matavilela, creo que es un arte de la narrativa: existe un narrador
omnisciente que pinta a Matavilela y las configuraciones mentales y por ende,
relatos monológicos, dialógicos y hasta poéticos de cada una de las voces que
nos cuentan algo. A esto me refiero con cadencias: no estamos frente a una
problemática social explícita, ni tampoco nos nutrimos de las voces cantarinas
que emergen cuando quieren manifestarse sobre aquella molestia. Sabemos que hay
marginalidad, pero ningún personaje la sufre. La marginalidad es la superficie,
el olor que reconocemos pero se convierte en una razón mortal de la migración
de todos los personajes al Guasmo porque los desalojan. Ahí hay problemas.
Desde ese instante Matavilela se comprime en su cohesión y se traslada,
mientras tanto, las voces habitantes del lugarcito nos cuentan otras penas. Hay
una clara intención: la novela situacional y el conflicto pueden convivir y
éste último precisamente no puede aparecer sino hasta el final. Los puntos de
giros de El Rincón de los Justos nos hacen temblar desde la individualidad de
cada personaje: necesitamos saber del amor que siente El Diablo Sordo por la
Narcisa Puta, queremos conocer lo que ve Fuvio Reyes con su ojo perezoso:
La narración corre también de labios de los mismos
personajes. Inteligentemente, el monologo se da cuando una obsesión o
introspección lo justifica. Entonces, el Diablo Sordo, personaje condenado al
silencio y a la incomunicación, verbaliza su enamoramiento por la Narcisa,
salonera del salón El Rincón de los Justos, en palabras solo perceptibles por
el lector. O el viejo Mañalarga, entregado a sus sueños alimentados por el
consumo de cómics, dibuja héroes que vendrán a salvarlo de la miseria y el olvido.
Del delirio del Sebas, herido de muerte por una inútil venganza. El monólogo
pues, apunta, la narración de una manera multifacética, al servicio de revelar
conciencias muy diferentes que se entregan así mismas.3
Con el tema de la novela de Guayaquil, quizás lo sea por
otras referencias no porque la componga. Recordemos que estamos frente a un
microcosmos que se aleja por completo de las situaciones generales del
macrocosmos guayaquileño. Es quizás heredera del realismo pero se ve atenuada
con las voces poéticas y la deliberada manifestación del inconsciente en los
monólogos. El Rincón de los Justos no es una novela de Guayaquil. Matavilela es
un órgano, un pequeño mundo que late pero jamás en función de la constelación
guayaquileña. Tiene vida propia, y sí, quizás hayan esbozos de aquella
constelación pero jamás bordea sus horizontes. Matavilela es Matavilela así
como Comala es Comala, y por cuestiones de verosimilitud y ley del etcétera las
ubicamos dentro de nuestro imaginario más cercano: Guayaquil.
Es Guayaquil por Julio Jaramillo, es Guayaquil porque nos
dibuja un mapa mental del Cementario y Parque Victoria. Pero, ¿estamos hablando
de Guayaquil dentro de la novela? ¿Nos remite a un hecho específico como en Las
Cruces sobre el agua? No. Matavilela no es un órgano vital, pero es parte de
Guayaquil y como trocito debemos verlo. Matavilela no se alimenta de Guayaquil,
se alimenta de su cultura. Estamos ante una deconstrucción: tomamos parte
virgen y de repente tenemos algo que late más que un corazón. Eso es este
barrio. Mientras que en la obra de Gallegos Lara tenemos a Guayaquil abierta
ante nuestros ojos: es el camino y formación de Alfonso Cortés y Alfredo
Baldeón. Vemos su crecimiento y su final, más el del Alfonso que termina en la
misantropía porque es bajo aguas guayaquileñas que reposan los cuerpos de sus
amigos y de ciudadanos inocentes. En algo más sencillo, lo resumo: Alfonso y
Alfredo se cobijan bajo el cielo guayaquileño; los de Matavilela la gozan bajo
el techo de El Rincón de los Justos. Las Cruces sobre el agua está cruzada por
cuatro puntos fundamentales: la ciudad, las acciones de los protagonistas, la
búsqueda de una identidad, y la interpretación política de los acontecimientos
mientras que El Rincón de los Justos ya los personajes tienen una identidad, la
viven y explotan; Matavilelaha sido cuna y tumba, interpretan lo que a ellos
les parece una tragedia: la muerte de JJ; y más adelante sufrirán con su
desalojo y colonización del Guasmo.
Estoy de acuerdo en que sean los personajes el alma de la
novela, no directos afectados de las situaciones:
El personaje ha constituido siempre una de las dimensiones fundamentales de la novela. Dice la teoría literaria que en materia de él cabe distinguir dos enfoques: el personaje como tema, es decir, como sustancia, como interés central del mundo que se explora, y el personaje como medio, como técnica, como instrumento fundamental para la visión o exploración de ese mundo. En la novela El Rincón de los Justos, todos los elementos están ordenados a conseguir el establecimiento de un espacio con personalidad definida: también los personajes. Participan, por tanto, del segundo enfoque, son instrumentos para el sostenimiento de esa cosmovisión que emerge de las calles y casas de Matavilela y su código de vida: sobrevivir, mata la vida.4
Si bien es cierto, Matavilela son todos quienes la habitan y
eso es más importante aun para poderla catalogar como una novela que se mueve
en su propio espacio y no debe remitirse a ninguno más. Matavilela es un gran personaje
que encierra a otros. Es una matrioska que en sus pequeñas copias se refleja la
influencia de sí misma: Esos personajes recogen los diferentes modos de ser y
hacer de la marginalidad y movilizan una dialéctica colectiva que no puede
frenar el desenlace trágico: dos muertes y el desalojo de Matavilela.5
La principal intencionalidad de la novela es crear un
espacio con personalidad propia, que está habitado por personas, por un alma
que marca a los seres y cosas. Más aun cuando es específica que todo el
discurso narrativo converge hacia la delimitación del territorio físico y
espiritual que es Matavilela.
Como anteriormente había dicho, es una novela de espacios
–físico y mental– y que se nutren entre ellos. Cabe rescatar que la
marginalidad circundante es vista desde la superficialidad, los espacios
mentales no configuran ni mucho menos la necesita, es un pretexto. La mente y
futura manifestación de esta caja íntima de las voces interventoras a veces se
hace inverosímil comparando todo lo contado y cómo deberíamos observarlo.
Prácticamente estamos ante una antítesis: el lenguaje empleado en el discurso
no dependerá de lo que nos pinta aquel narrador omnisciente.
El Rincón de los Justos de Velasco Mackenzie es la heredera
de muchas corrientes, pero tiene y se defiende en su estructura: la poliglosía
casi en tono coral, su estructura que varía entre las narraciones de los
personajes, de la ciudad, la ficción dentro de la gran ficción conocido como el
cuento elegíaco a JJ, entre otras cosas, no solo la hacen variopinta sino que
le da un giro total a lo que conoceríamos como novela marginal porque sus
cimientos están enraizados a la poesía. Velasco Mackenzie no hace una novela de
Guayaquil, hace una novela de Matavilela, descompone, matiza y crea un mundo
aparte; donde el corazón de Matavilela es el pequeño salón llamado El Rincón de
los Justos y en él, como habitan cada uno de los personajes. Nos traslada a un
carnaval donde se celebra a la vida muerta porque a pesar de retratarnos la
marginalidad jamás observamos bocas glotonas ni ánimas regodeantes en el
exceso, es un carnaval donde se explora la intimidad y cada uno de los
personajes da a conocer sus sufrimientos. Lo que hace Velasco es traernos una
realidad en donde se debe victimizar con la injusticia capitalista y la falta
de equidad sino en la compleja soledad a pesar de vivir siempre en fiesta.
________________________
[1]ANSALDO, Cecilia. El Rincón de
los Justos: Novela de la Marginalidad. Revista Cuadernos Nº 12. Publicación de
la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil, 1984.
[2]ANSALDO, Cecilia. El Rincón de
los Justos: Novela de la Marginalidad. Revista Cuadernos Nº 12. Publicación de
la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil, 1984.
[3]ANSALDO,
Cecilia. El Rincón de los Justos: Novela de la Marginalidad. Revista Cuadernos
Nº 12. Publicación de la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil, 1984.
[4]ANSALDO, Cecilia. El Rincón de
los Justos: Novela de la Marginalidad. Revista Cuadernos Nº 12. Publicación de
la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil, 1984.
[5]ANSALDO,
Cecilia. El Rincón de los Justos: Novela de la Marginalidad. Revista Cuadernos
Nº 12. Publicación de la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil, 1984.